Con la euforia del título de Liga a cuestas, con la afición vitoreándole en cada zancada, el Athletic se vio obligado a peregrinar para desembocar con éxito en la final de Copa que se disputó seis días después en Madrid ante el Barcelona
Con Lezama tomado por los aficionados rojiblancos, el Athletic decidió entrenar en San Mamés para preparar la final de Copa. (Foto: DEIA)
Nos atamos las botas con más mimo que nunca. Era una final y lo único que piensas antes de salir es hacer bien las cosas". Lo cuenta Ismael Urtubi, uno de los héroes del Athletic. Ese momento tan costumbrista, ese gesto tan habitual en el día de un vestuario, en la biografía de un futbolista, tan extraordinario ante una final de Copa, simboliza un instante único. Esa lazada esmerada es el inicio de un sueño único. Llegar hasta él es desovillar un festín de sensaciones, subirse en la montaña rusa de las emociones, de los días de gloria, de los gritos de aliento, de los tragos de frenesí y los bocados de felicidad. Ese viaje a la pura dicha, al alma de una aventura estupenda, no se puede entender sin las noches de Lezama. Estandarte de la cantera, blasón del Athletic, incubadora del futuro, escuela, instituto y universidad, Lezama se convirtió en el dique de contención del tsunami de alegría que causó el oleaje del trofeo liguero de 1984.
Abierto el portón de San Mamés, que había estallado eufórico, gozoso tras el segundo tanto de Liceranzu y la victoria ante la Real que otorgaba la Liga, la hinchada quiso saludar a los suyos, vitorearlos, cantarles. "Lo celebramos a todo trapo con un recorrido en autobús que nos llevó por la Gran Vía, el Ayuntamiento, subiendo por Santo Domingo para llegar a Lezama donde íbamos a concentrarnos de cara a la final de Copa". El desfile entre la afición "nos llevó dos o tres horas", recuerda Manolo Delgado, preparador físico y acicate emocional del último Athletic campeón. Nunca un trayecto tan corto fue tan largo. Tampoco tan bonito ni tan sonoro. El himno del Athletic bramaba a tope desde el bus. "La afición lo estaba deseando y el viaje en autobús fue una pasada. Fueron un cúmulo de sensaciones. No sé el tiempo que estuvimos allí metidos, pero la fiesta era importante", sonríe con la memoria Isma Urtubi. Lezama era un jolgorio, con los aficionados haciendo guardia ante las instalaciones deportivas. "El pueblo en pleno estaba esperándonos", sostiene Manolo Delgado, una enciclopedia de recuerdos y sentimiento Athletic.
La cita con la final de Copa, el 5 de mayo, despuntaba como la luz intensa de un faro a seis días de la consecución de la Liga. El Finisterre del Athletic aguardaba en el Bernabéu. Allí se retaba al Barcelona, enemigo íntimo de los rojiblancos. Para alcanzar la final con garantías, el club diseñó un plan que comenzó con el paseo "eterno" en autobús. La noche de celebración también estaba contemplada. "Javi Clemente y Manolo Delgado habían sido jugadores y sabían manejar el grupo", desvela Urtubi, que niega que nadie saltara la valla de Lezama para festejar el título. "¿Saltar la valla? Qué va, cómo van a saltar la vallas los coches... je, je". No hacía falta. "Además aquello siempre estaba abierto... je, je", bromea Urtubi. El cuerpo técnico selló el salvoconducto para que la plantilla, tras un campeonato excelente, pero extenuante, al límite hasta el descorche frente a la Real Sociedad, pudiera desconectar. "Se trata de trabajar pero alegremente", dice Urtubi, un enamorado de las trastadas, excelente futbolista y mejor bromista.
Los futbolistas se confundieron con la noche o eso se cuenta. Sobre aquel episodio los testimonios son confusos, tanto como los que dicen haber visto un OVNI. "Hay mucho de leyenda urbana sobre ese tema. Hay quien dice que ha visto cocodrilos en la ría...", lanza Manolo Delgado con sorna. "Algunos dicen que vieron a los jugadores a la misma hora en sitios diferentes: en Banderas de Bizkaia, en Pozas, así que imagínate, quién sabe... no había móviles ni cámaras, así que como para hacer caso". Que los futbolistas descargaran la adrenalina, que disfrutaran de su cumbre, era parte del método, del premio y el reconocimiento a una soberbia campaña liguera. Lezama, lugar de concentración desde 1981, según alumbra Manolo Delgado, era la tubería, el desagüe, que tenía que encauzar el torrente sensitivo y de estímulos que se desató con el alirón, una locura colectiva que atrapó a la sociedad vizcaina. Nadie era ajeno al logro. "Era impresionante. Pensabas, si todo esto ha pasado con el título de Liga, qué no pasará si ganamos la Copa", diserta Urtubi, ideólogo de todo tipo de ocurrencias. El coche de Julio Salinas, un Opel Kadet, que apareció misteriosamente aparcado en el campo de entrenamiento, fue, al parecer, una de sus gestiones de aquella temporada. "No se sabe quién fue... je, je, pero alguien le cogió las llaves y aparcó de madrugada su coche en mitad del campo de entrenamiento". Clemente agarró un mosqueo importante. La bronca fue tan grande que a Julio Salinas se le escapó alguna lágrima.
En los días que precedieron a la final de Copa, Urtubi jura que no ocurrió nada extraño. Eso sí, a diario gobernaba lo extraordinario. Miles de aficionados acudían a presenciar los entrenamientos del equipo. "Era demasiado, un gentío increíble. Todo el mundo aplaudiendo, animando. ¡Athletic txapeldun! Decían. Gritos, aplausos, no se oía otra cosa", enmarca Manolo Delgado, encargado de dirigir la preparación física del Athletic. La afición bilbaina "incombustible, siempre estaba ahí", alentaba tanto a los suyos que los entrenamientos no se podían desarrollar con normalidad. Lo explica el preparador. "Hay que tener en cuenta que la adrenalina que generan esas situaciones de euforia también desgastan el cuerpo y la prioridad era recuperar al equipo y prepararlo de la mejor manera posible para afrontar la final de Copa". La situación, aunque gozosa, no era la idónea. "Por una parte era momento de saborear lo conseguido, pero por otra parte teníamos que disputar una final en unos días", describe Manolo Delgado. El Athletic era campeón, pero podía volver a serlo. Había que enfriar al equipo pero no congelarlo. "Sabíamos que teníamos otro reto. Teníamos que hacer un último esfuerzo. Merecía la pena", añade Urtubi.
Avalancha en Lezama
En Lezama las sesiones de entrenamiento eran una manifestación de cariño continúo hacia el equipo y una barricada para una aproximación eficaz a la final. Estima Manolo Delgado que en aquellos días de finales de abril y principios de mayo "había 5.000 o 6.000 personas en Lezama, así que decidimos realizar entrenamientos sencillos porque existía un sobrecoste emocional importante. Todo eso se nota en el cuerpo". "Se te ponía la carne de gallina", rubrica Urtubi sobre la avalancha de ánimos que se posaba sin descanso sobre la piel de la plantilla. Aquello, enfatiza el preparador físico era "insostenible". Ante esa realidad, el cuerpo técnico y la directiva decidieron que había que trasladarse a San Mamés para desarrollar las sesiones de trabajo. "Pensamos que si entrenábamos en el campo estaríamos tranquilos", dice Manolo Delgado. A mediados de los 80 el concepto de entrenamiento a puerta cerrada era una cuestión impensable, así que la plantilla se trasladó a La Catedral "esperando que habría los típicos diez jubiletas".
El cálculo no pudo ser más desviado. Había diez, pero miles. "Cuando la gente se enteró que entrenábamos en San Mamés, se llenó la Tribuna Principal", visualiza Manolo Delgado. Los estudiantes de la Escuela de Ingenieros, que se mece junto al campo, se presentaron allí. También un montón de chavales de colegios y centros escolares de Bilbao. "Era exageradísimo. Aquello parecía un partido. Era un entrenamiento y nos animaban como cuando jugábamos", apunta el centrocampista. "Pasabas por la banda y la sensación era la misma que cuando competías. La gente gritando: ¡Athletic, Athletic!". Definitivamente, los rojiblancos necesitaban poner tierra de por medio para oxigenarse de cara a la final. Mientras la hinchada hacia las maletas para preparar el éxodo hacia la gloria, desde el club se optó por adelantar el viaje a Madrid para ganar en tranquilidad. "Era necesario. Se explicó a la gente. No nos quedaba otra opción para preparar el partido debidamente", desgrana Manolo Delgado. En Madrid les recibía el Hotel Mindanao, que ya les sirvió de refugio cuando el Athletic se hizo con el entorchado en Las Palmas un año antes. "El hotel, al menos la zona del hall, también estaba de bote en bote. Estaba hasta la bandera. No podías pasar por allí", indica Isma Urtubi. A los rojiblancos les reservaron un ala del recinto hotelero. Los entrenamientos se realizaban en la antigua ciudad deportiva del Real Madrid. "También había gente, porque siempre hay alguien, pero no era la locura de Lezama", recalca Manolo Delgado, un "motivador excepcional, un tipo genial", según Urtubi. "Si nos decía que corriésemos en un sentido, nosotros íbamos al contrario para putear... je, je. Siempre supo llevar las bromas. Nos entendíamos genial con él".
La tensión
En una semana "que se hizo larguísima", atestigua Urtubi, el plomo del partido, el peso de la liturgia enraizó en el organismo del Athletic y no hubo espacio para las bromas. "De aquello, sobre todo, recuerdo el silencio". En el comedor del hotel solo se escuchaban las cucharillas de café. Nadie hablaba. La concentración, la tensión, la liturgia de un partido único, dejaron sin habla al plantel, que se enfrentaba a una oportunidad histórica: la conquista del doblete. "Había tal tensión, tal concentración, que a la hora de comer nadie hablaba. En esa calma chicha solo se escuchaba el sonido de las cucharillas removiendo el café", despieza Delgado. En la merienda previa al duelo lo único que se masticaba era la tensión. "No sé si alguien comió algo a pesar de las horas que había entre la comida y la hora del partido", detalla Urtubi. El manto de silencio impregnaba cada pequeño mordisqueo. Era hora de subirse a la historia. Esperaba el autobús. Camino del Bernabéu, Urtubi visualizaba el partido en su mente. "Piensas en lo que tienes que hacer, en quién es el rival, en no fallar ese día. Al menos era lo que pensaba yo".
En ese ambiente de tensa calma, de procesión, abrió la expedición la puerta de la caseta. "No sé si había ruido, yo, al menos, no recuerdo oír nada. Cada uno estaba a la suyo. Concentrado", establece Urtubi de aquella noche de comienzos de mayo. Con el tictac en el cogote, el Barcelona desafiante y la Copa en un partido sin retorno, la plantilla buceaba en sus adentros en diálogos interiores. Hasta que todo reventó gracias a la aparición estelar de Natxo Biritxinaga, el mítico masajista y el apoyo de muchos en la caseta durante décadas. Con su actuación cambió el semblante de la plantilla. "Natxo tenía habilidad para romper el hielo", enfatiza Manolo Delgado sobre el eterno Natxo, un padre para muchos. Biritxinaga destrozó la solemnidad del vestuario del Bernabéu. En ese estado, ante uno de los partidos más importantes de sus vidas, "a Natxo no se le ocurrió otra cosa que disfrazarse de Eva Nasarre (una profesora de aerobic célebre en los 80). Todos rompimos a reír al verle. Fue un golpe de efecto genial. Natxo siempre tenía algún truco para restar tensión", se emociona Manolo Delgado.
También lo hace Urtubi. "Natxo era un fenómeno. Siempre tenía algo. Aquello fue la bomba. Imagínate la situación. Todo fueron risas, aplausos, cánticos. Acabamos cantando la canción que se había inventado él. Allí se rompió la tensión". Después, con las botas bien atadas, comenzó la leyenda de las noches de Lezama.