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lunes, 20 de septiembre de 2010
sábado, 18 de septiembre de 2010
Historias de la Copa (1931)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 1 de mayo de 2009)
Un rodillo en Chamartín
El Athletic había formado el mejor equipo de su historia, una máquina de hacer fútbol y marcar goles -en la temporada 1930-31 logró 287 tantos en 68 partidos oficiales-, que hacía soñar a sus aficionados y se ganó un respeto reverencial en toda España. Resulta obligado detenerse a recordar a aquel Athletic invencible. En la portería estaba Blasco, un magnífico portero, sobrio y seguro, al que sólo la figura estelar de Zamora privó de un puesto fijo en la selección. Castellanos y Urquizu eran un seguro de vida en la defensa. El primero era hijo del presidente, pero nadie discutió que su sitio en el once de mister Pentland lo había ganado por méritos propios. Juanito Urquizu era un ondarrés rápido, duro y tenaz. En la década de los cuarenta, sería el entrenador de otro Athletic campeón. Por delante de ellos jugaban Garizurieta, Muguerza y Roberto. Su compenetración trascendía más allá del campo. También eran los encargados de amenizar los largos viajes del equipo con sus canciones, el 'Boga boga', 'Desde Santurce a Bilbao', 'Ilunabarra'...
Estudiante de los Escolapios como Pichichi, 'Pichi' Garizurieta jugaba con el 4, por la derecha. Le llamaban el arquitecto porque medía sus centros con escuadra y cartabón. El eibarrés Roberto Echeverría se movía por el otro costado. Tenía un físico privilegiado que le hacía abarcar mucho campo y un magnífico remate de cabeza. Entrenaría al Athletic después de la Guerra Civil. Muguerza era el hombre del buzo, dedicado a barrer y secar en la medular. Trabajaba sin descanso y era un recuperador excepcional. Había un sector de la afición que discutía su titularidad en un equipo de seda, pero otro le adoraba. Sus incondicionales eran tan entregados que inauguraron un movimiento llamado 'muguercismo', precedente de las actuales peñas. Tenían hasta sede social y organizaban fiestas con gallardetes y música de gramola cada vez que su ídolo hacía un gran partido.
De memoria
El resto del once lo compone la primera línea delantera en la historia del club que iba a recitarse de memoria, las más laureada de todos los tiempos: Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri II y Gorostiza. Lafuente era un extremo derecha extraordinario. Los que le vieron jugar y pudieron compararle con sus grandes sucesores -Iriondo y Artetxe- aseguran que fue el mejor, una de las grandes figuras del Athletic de todos los tiempos. Tenía un toque de balón excepcional, dribling, gol y casta. A su lado, como interior, jugaba el 'Chato' Iraragorri, un prodigio físico con un disparo descomunal. A los 17 años, ya era titular indiscutible. Agustín Sauto, 'Bata', era el ariete, un rematador incansable y voraz. El Barcelona, al que marcó seis goles esa temporada en San Mamés, puede dar fe de ello. Chirri, el segundo de los Aguirrezabala, era un zurdo elegante con clase para exportar. Tenía muchas misiones en el equipo, pero una de ellas le hacía particular ilusión: aplastar el bombín de mister Pentland cada vez que ganaban un título.
Y queda Guillermo Gorostiza, el mítico 'Bala Roja'. Era hijo de un médico de Santurce, un niño de buena familia, pero había nacido para correr. No quiso estudiar, ni buscar un empleo confortable y su padre, desesperado, lo mandó a México para que se hiciera un hombre de provecho. No hubo manera. Gorostiza sólo quería jugar y vivir; vivir jugando, aunque fuera por la comida, la pensión y unos vinos de lástima, como los que le pagaron los aficionados del Juvencia de Trubia asturiano cuando llegó al club, ya con cuarenta años, arrastrando su leyenda. Murió a los 57, enfermo de los pulmones, convertido en un juguete roto, en el sanatorio de Santa Marina. El fútbol español no había conocido un 'wing' como él. A Pentland le bastó un entrenamiento para descubrir su inmenso valor y ordenar a sus pupilos que buscaran a 'Goros' jugándole en largo, no al pie sino al espacio. Lo demás era cuestión de aquel genio indomable: ganar el cuero en velocidad, recortar hacia dentro y centrar o chutar a gol. Sólo en su primera temporada fue el máximo realizador de la Liga con 19 tantos.
Con estos mimbres, a los que hay que añadir otros futbolistas importantes como Careaga, Felipés, Uribe, Castaños o Ispizua, el Athletic completó su segundo doblete consecutivo. La Liga, en la que los rojiblancos lograron la que todavía es la mayor goleada de la historia del torneo -un 12-1 al Barça- la ganó por tener mejor coeficiente de goles que el Racing y la Real, con los que acabó empatado a puntos. La Copa fue más fácil. El Athletic eliminó sin problemas al Sabadell, el Real Unión y el Logroñés para plantarse en la final ante el Betis, el verdugo del Arenas.
Sin problemas
A diferencia de lo que ocurrió el año anterior en Montjuic, el Athletic no necesitó esta vez completar un gesta heroica para alzarse con el título. En Chamartín, en una tarde gris y lluviosa, ante un Betis de «fútbol pirotécnico», como dejó escrito un cronista, los rojiblancos se limitaron a pasar el rodillo. La gran delantera no tuvo su día. Lafuente no estaba en el campo. Se había lesionado dos días antes en un accidente de moto y su lugar lo ocupó Felipés. Iraragorri y Bata no rindieron a su nivel y Gorostiza sufrió un auténtico 'habeas corpus' por parte del defensa verdiblanco Peral. Así las cosas, el equipo de Pentland se sostuvo con el buen hacer de su capitán, Pichi Garizurieta, y con la clase de Chirri II, que abrió el marcador de un fenomenal disparo en el minuto 25.
La superioridad rojiblanca fue absoluta en un campo con barro en el que el Betis naufragó. Un gol de Roberto en el minuto 40 y un tercero de Bata en el 53 dejaron sentenciada la final. El Betis acortó distancias tres minutos después y el Athletic decidió no arriesgar más. Se dedicó entonces a lo que se conocía como 'juego lateral', consistente en perder el tiempo sin ningún recato lanzando balonazos a la tribuna, una táctica que le valió los pitidos del público. Hay que entenderlos. La gente quería espectáculo. Es lo que daba aquel gran Athletic.
Un rodillo en Chamartín
El Athletic había formado el mejor equipo de su historia, una máquina de hacer fútbol y marcar goles -en la temporada 1930-31 logró 287 tantos en 68 partidos oficiales-, que hacía soñar a sus aficionados y se ganó un respeto reverencial en toda España. Resulta obligado detenerse a recordar a aquel Athletic invencible. En la portería estaba Blasco, un magnífico portero, sobrio y seguro, al que sólo la figura estelar de Zamora privó de un puesto fijo en la selección. Castellanos y Urquizu eran un seguro de vida en la defensa. El primero era hijo del presidente, pero nadie discutió que su sitio en el once de mister Pentland lo había ganado por méritos propios. Juanito Urquizu era un ondarrés rápido, duro y tenaz. En la década de los cuarenta, sería el entrenador de otro Athletic campeón. Por delante de ellos jugaban Garizurieta, Muguerza y Roberto. Su compenetración trascendía más allá del campo. También eran los encargados de amenizar los largos viajes del equipo con sus canciones, el 'Boga boga', 'Desde Santurce a Bilbao', 'Ilunabarra'...
Estudiante de los Escolapios como Pichichi, 'Pichi' Garizurieta jugaba con el 4, por la derecha. Le llamaban el arquitecto porque medía sus centros con escuadra y cartabón. El eibarrés Roberto Echeverría se movía por el otro costado. Tenía un físico privilegiado que le hacía abarcar mucho campo y un magnífico remate de cabeza. Entrenaría al Athletic después de la Guerra Civil. Muguerza era el hombre del buzo, dedicado a barrer y secar en la medular. Trabajaba sin descanso y era un recuperador excepcional. Había un sector de la afición que discutía su titularidad en un equipo de seda, pero otro le adoraba. Sus incondicionales eran tan entregados que inauguraron un movimiento llamado 'muguercismo', precedente de las actuales peñas. Tenían hasta sede social y organizaban fiestas con gallardetes y música de gramola cada vez que su ídolo hacía un gran partido.
De memoria
El resto del once lo compone la primera línea delantera en la historia del club que iba a recitarse de memoria, las más laureada de todos los tiempos: Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri II y Gorostiza. Lafuente era un extremo derecha extraordinario. Los que le vieron jugar y pudieron compararle con sus grandes sucesores -Iriondo y Artetxe- aseguran que fue el mejor, una de las grandes figuras del Athletic de todos los tiempos. Tenía un toque de balón excepcional, dribling, gol y casta. A su lado, como interior, jugaba el 'Chato' Iraragorri, un prodigio físico con un disparo descomunal. A los 17 años, ya era titular indiscutible. Agustín Sauto, 'Bata', era el ariete, un rematador incansable y voraz. El Barcelona, al que marcó seis goles esa temporada en San Mamés, puede dar fe de ello. Chirri, el segundo de los Aguirrezabala, era un zurdo elegante con clase para exportar. Tenía muchas misiones en el equipo, pero una de ellas le hacía particular ilusión: aplastar el bombín de mister Pentland cada vez que ganaban un título.
Y queda Guillermo Gorostiza, el mítico 'Bala Roja'. Era hijo de un médico de Santurce, un niño de buena familia, pero había nacido para correr. No quiso estudiar, ni buscar un empleo confortable y su padre, desesperado, lo mandó a México para que se hiciera un hombre de provecho. No hubo manera. Gorostiza sólo quería jugar y vivir; vivir jugando, aunque fuera por la comida, la pensión y unos vinos de lástima, como los que le pagaron los aficionados del Juvencia de Trubia asturiano cuando llegó al club, ya con cuarenta años, arrastrando su leyenda. Murió a los 57, enfermo de los pulmones, convertido en un juguete roto, en el sanatorio de Santa Marina. El fútbol español no había conocido un 'wing' como él. A Pentland le bastó un entrenamiento para descubrir su inmenso valor y ordenar a sus pupilos que buscaran a 'Goros' jugándole en largo, no al pie sino al espacio. Lo demás era cuestión de aquel genio indomable: ganar el cuero en velocidad, recortar hacia dentro y centrar o chutar a gol. Sólo en su primera temporada fue el máximo realizador de la Liga con 19 tantos.
Con estos mimbres, a los que hay que añadir otros futbolistas importantes como Careaga, Felipés, Uribe, Castaños o Ispizua, el Athletic completó su segundo doblete consecutivo. La Liga, en la que los rojiblancos lograron la que todavía es la mayor goleada de la historia del torneo -un 12-1 al Barça- la ganó por tener mejor coeficiente de goles que el Racing y la Real, con los que acabó empatado a puntos. La Copa fue más fácil. El Athletic eliminó sin problemas al Sabadell, el Real Unión y el Logroñés para plantarse en la final ante el Betis, el verdugo del Arenas.
Sin problemas
A diferencia de lo que ocurrió el año anterior en Montjuic, el Athletic no necesitó esta vez completar un gesta heroica para alzarse con el título. En Chamartín, en una tarde gris y lluviosa, ante un Betis de «fútbol pirotécnico», como dejó escrito un cronista, los rojiblancos se limitaron a pasar el rodillo. La gran delantera no tuvo su día. Lafuente no estaba en el campo. Se había lesionado dos días antes en un accidente de moto y su lugar lo ocupó Felipés. Iraragorri y Bata no rindieron a su nivel y Gorostiza sufrió un auténtico 'habeas corpus' por parte del defensa verdiblanco Peral. Así las cosas, el equipo de Pentland se sostuvo con el buen hacer de su capitán, Pichi Garizurieta, y con la clase de Chirri II, que abrió el marcador de un fenomenal disparo en el minuto 25.
La superioridad rojiblanca fue absoluta en un campo con barro en el que el Betis naufragó. Un gol de Roberto en el minuto 40 y un tercero de Bata en el 53 dejaron sentenciada la final. El Betis acortó distancias tres minutos después y el Athletic decidió no arriesgar más. Se dedicó entonces a lo que se conocía como 'juego lateral', consistente en perder el tiempo sin ningún recato lanzando balonazos a la tribuna, una táctica que le valió los pitidos del público. Hay que entenderlos. La gente quería espectáculo. Es lo que daba aquel gran Athletic.
viernes, 17 de septiembre de 2010
El Athletic Club es conocido hasta en Japón
Hace dos años aproximadamente, sentado delante del ordenador y sin hacer nada en concreto, aprovechando un descanso, me puse a hacer una búsqueda, relacionada con el Athletic por supuesto, en el buscador que todo lo encuentra y acabe entrando en una web procedente del País del Sol Naciente. Evidentemente no entendía nada de lo que allí estaba escrito pero me llamaron la atención las 'afotos'. El web era de una revista japonesa (Pen with New Attitude) que dedicaba un numero a Bilbao.
Ilustraba la portada una foto del majestuoso museo Guggenheim y en el interior a doble pagina, como los grandes, un articulo sobre nuestro querido y centenario Athletic Club.
Estaba claro que nuestros queridos amigos nipones habían entendido que el Athletic Club es mucho más que un equipo de fútbol y al igual que el museo Guggenheim, es santo y seña del 'Botxo' y por eso lo destacaban en el reportaje.
En esta ocasión les va a resultar difícil, por no decir imposible, el afán oriental de 'adaptar' todo lo bueno que ven fuera de sus fronteras a la filosofía oriental ya que como el Athletic Club no hay ni habra otro igual.
Ilustraba la portada una foto del majestuoso museo Guggenheim y en el interior a doble pagina, como los grandes, un articulo sobre nuestro querido y centenario Athletic Club.
Estaba claro que nuestros queridos amigos nipones habían entendido que el Athletic Club es mucho más que un equipo de fútbol y al igual que el museo Guggenheim, es santo y seña del 'Botxo' y por eso lo destacaban en el reportaje.
En esta ocasión les va a resultar difícil, por no decir imposible, el afán oriental de 'adaptar' todo lo bueno que ven fuera de sus fronteras a la filosofía oriental ya que como el Athletic Club no hay ni habra otro igual.
Historias de la Copa (1930)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 30 de abril de 2009)
La creación de la máquina
La cuestión del profesionalismo planeó sobre el Athletic, como una amenaza inquietante, durante toda la década de los veinte. No es exagerado decir que una de las razones por las cuales, tras conquistar la Copa de 1923, el equipo bilbaíno estuvo seis temporadas sin ganar un título fue el trauma que supuso romper el amateurismo. Siempre apegada a las tradiciones, la hinchada bilbaína hablaba entonces de futbolistas puros e impuros. Los primeros eran los jóvenes de familias acomodadas a los que cobrar un sueldo por jugar al fútbol les parecía una vulgaridad. Uno de sus símbolos fue el deustoarra Carmelo Goyenechea, un deportista integral, ejemplo de 'fair play' y amor a los colores. Diez veces internacional, campeón en 1923, capitán durante seis temporadas y luego directivo, fue uno de los mejores delanteros de su época y tuvo grandes ofertas para abandonar el Athletic. Siempre se negó. Su actitud fue tan exquisita que, tras su retirada en 1929, el club donó 25.000 pesetas al Hospital de Basurto para que sostuviese a perpetuidad una cama con su nombre.
El tiempo de los románticos, sin embargo, había pasado. Al Athletic comenzaban a incorporarse futbolistas de origen humilde. Uno de ellos, Castaños, de la calle Sendeja, que trabajaba leyendo contadores de luz, contó una vez a este cronista la impresión que le causó ver los flamantes pijamas de sus compañeros Castellanos y Garizurieta durante un viaje en coche-cama a Madrid. Él, claro está, dormía en calzoncillos. A este tipo de jugadores, lógicamente, la posibilidad de que sus sudores se vieran recompensados económicamente no les producía ningún escrúpulo. Más bien todo lo contrario. Travieso y Vidal, que era forjador en los astilleros de Euskalduna, fueron los primeros en cobrar. La práctica se fue extendiendo lentamente hasta generalizarse. En la campaña 1927-28, de hecho, ya sólo quedaban cuatro amateurs en la plantilla: Goyenechea, Careaga, Allende y Jesús Ruiz. El resto cobraban sueldos muy variados: 173 pesetas a la semana Vidal, 139 pesetas Lafuente, 115 Travieso y Garizurieta, 69 Blasco, 36 Castaños...
Tuvo que ser un presidente con poder y prestigio, Manuel de la Sota, el que impulsara al Athletic hacia el profesionalismo durante sus tres ejercicios al frente del club, entre 1926 y 1929. El equipo vivía unos años grises de transición. Pentland no pudo reeditar el título que consiguió en su primera temporada en las dos siguientes y tampoco Ralph Kirby y el húngaro Lippo Hertza pudieron levantar el ánimo de una afición que lloró las muertes de Sesúmaga y Larraza en plena juventud. Las penas comenzaron a disiparse en la campaña 1928-29, coincidiendo con la creación de la Liga. Manuel de la Sota se dejó de medias tintas y, en una decisión valiente que quizá supuso la supervivencia del Athletic -otros grandes clubes de la época acabaron decayendo o desapareciendo por negarse a pagar a su jugadores-, saltó al mercado con todas las de la ley y un objetivo entre ceja y ceja: fichar a las mejores promesas vascas. El presidente puso la chequera y el secretario técnico, Máximo Royo, el ojo clínico.
Espléndido futuro
Se trataba de perfeccionar un equipo joven que prometía mucha felicidad. Ya estaban en él, por ejemplo, futuros campeones como Castellanos, Blasco, Careaga, Chirri II, Muguerza, Garizurieta, el jovencísimo Iraragorri o Lafuente, fichado del Barakaldo en 1925. Y a fe que De la Sota y Royo consiguieron su propósito. Bata, Urquizu, Uribe, Roberto Echevarría, Unamuno y Gorostiza, éste último tras un largo 'affaire' a tres bandas con el Racing de Ferrol y el Arenas, ficharon por el Athletic. El caso es que, en el verano de 1929, se había completado una plantilla de espléndido futuro. Ahora bien, hacía falta una mano sabia que supiera dirigirla. Manuel Castellanos, nombrado presidente en julio, no lo dudó. ¿Quién mejor que mister Pentland? El técnico de Wolverhampton tampoco lo dudó. Dejó el banquillo del Atlético de Madrid y regresó a Bilbao.
El éxito fue inmediato. Aunque en el campeonato regional los rojiblancos sólo pudieron quedar segundos por detrás del Alavés, en la Liga, ya más rodados, arrasaron. Ganaron el título sin perder un solo partido: 12 victorias y 6 empates. 63 goles a favor y 28 en contra. En la Copa, los chicos de mister Pentland volvieron a esmerarse. Superaron al Racing (tras remontar un 3-0 en contra), a la Real, al Real Unión y al Barcelona, a éste último en un memorable partido de desempate jugado en Zaragoza. En la final esperaba el Real Madrid.
Cuerpo de inválidos
Fue un partido para la historia. La tarde del 1 de junio, en Montjuic, ante 70.000 espectadores, el Athletic pudo con todo. Los rojiblancos se adelantaron a los 38 segundos con un gol de Unamuno. Mejor no pudieron empezar. El problema es que el delantero de Bergara se lesionó tras abrir el marcador. Se quedó en el campo, por supuesto, ya que entonces no había cambios, pero convertido en una estatua doliente. El Real Madrid empató al cuarto de hora por medio de Lazcano, pero el Athletic, gracias a un chutazo de Iraragorri, logró adelantarse de nuevo segundos antes del descanso. En la segunda parte, aumentaron los problemas. A la lesión de Unamuno se añadió la de Iraragorri y, poco después, la de Lafuente, noqueado tras un encontronazo con Peña. El Madrid se aprovechó de las circunstancias y empató en el minuto 65.
La cosa pintaba fatal para los bilbaínos, que tirando de redaños llegaron vivos al final del partido. Con tres lesionados y Gorostiza tocado en un tobillo, nadie daba un duro por ellos en la prórroga. La delantera del Athletic, como dijo un periodista, era una versión del Cuerpo de Inválidos. Sólo Bata estaba sano. Pero ahí surgió el espíritu del león. En el minuto 115, un balón cayó a los pies de Unamuno, que tuvo fuerzas para enviárselo a Lafuente. El genial extremo rojiblanco estaba mareado. En realidad, se sostenía en pie gracias a una inyección de estricnina que él mismo pidió a los doctores Trabal y Trueba. Pero su derecha sublime permanecía intacta. De ella salió el soberbio chut de la victoria.
La creación de la máquina
La cuestión del profesionalismo planeó sobre el Athletic, como una amenaza inquietante, durante toda la década de los veinte. No es exagerado decir que una de las razones por las cuales, tras conquistar la Copa de 1923, el equipo bilbaíno estuvo seis temporadas sin ganar un título fue el trauma que supuso romper el amateurismo. Siempre apegada a las tradiciones, la hinchada bilbaína hablaba entonces de futbolistas puros e impuros. Los primeros eran los jóvenes de familias acomodadas a los que cobrar un sueldo por jugar al fútbol les parecía una vulgaridad. Uno de sus símbolos fue el deustoarra Carmelo Goyenechea, un deportista integral, ejemplo de 'fair play' y amor a los colores. Diez veces internacional, campeón en 1923, capitán durante seis temporadas y luego directivo, fue uno de los mejores delanteros de su época y tuvo grandes ofertas para abandonar el Athletic. Siempre se negó. Su actitud fue tan exquisita que, tras su retirada en 1929, el club donó 25.000 pesetas al Hospital de Basurto para que sostuviese a perpetuidad una cama con su nombre.
El tiempo de los románticos, sin embargo, había pasado. Al Athletic comenzaban a incorporarse futbolistas de origen humilde. Uno de ellos, Castaños, de la calle Sendeja, que trabajaba leyendo contadores de luz, contó una vez a este cronista la impresión que le causó ver los flamantes pijamas de sus compañeros Castellanos y Garizurieta durante un viaje en coche-cama a Madrid. Él, claro está, dormía en calzoncillos. A este tipo de jugadores, lógicamente, la posibilidad de que sus sudores se vieran recompensados económicamente no les producía ningún escrúpulo. Más bien todo lo contrario. Travieso y Vidal, que era forjador en los astilleros de Euskalduna, fueron los primeros en cobrar. La práctica se fue extendiendo lentamente hasta generalizarse. En la campaña 1927-28, de hecho, ya sólo quedaban cuatro amateurs en la plantilla: Goyenechea, Careaga, Allende y Jesús Ruiz. El resto cobraban sueldos muy variados: 173 pesetas a la semana Vidal, 139 pesetas Lafuente, 115 Travieso y Garizurieta, 69 Blasco, 36 Castaños...
Tuvo que ser un presidente con poder y prestigio, Manuel de la Sota, el que impulsara al Athletic hacia el profesionalismo durante sus tres ejercicios al frente del club, entre 1926 y 1929. El equipo vivía unos años grises de transición. Pentland no pudo reeditar el título que consiguió en su primera temporada en las dos siguientes y tampoco Ralph Kirby y el húngaro Lippo Hertza pudieron levantar el ánimo de una afición que lloró las muertes de Sesúmaga y Larraza en plena juventud. Las penas comenzaron a disiparse en la campaña 1928-29, coincidiendo con la creación de la Liga. Manuel de la Sota se dejó de medias tintas y, en una decisión valiente que quizá supuso la supervivencia del Athletic -otros grandes clubes de la época acabaron decayendo o desapareciendo por negarse a pagar a su jugadores-, saltó al mercado con todas las de la ley y un objetivo entre ceja y ceja: fichar a las mejores promesas vascas. El presidente puso la chequera y el secretario técnico, Máximo Royo, el ojo clínico.
Espléndido futuro
Se trataba de perfeccionar un equipo joven que prometía mucha felicidad. Ya estaban en él, por ejemplo, futuros campeones como Castellanos, Blasco, Careaga, Chirri II, Muguerza, Garizurieta, el jovencísimo Iraragorri o Lafuente, fichado del Barakaldo en 1925. Y a fe que De la Sota y Royo consiguieron su propósito. Bata, Urquizu, Uribe, Roberto Echevarría, Unamuno y Gorostiza, éste último tras un largo 'affaire' a tres bandas con el Racing de Ferrol y el Arenas, ficharon por el Athletic. El caso es que, en el verano de 1929, se había completado una plantilla de espléndido futuro. Ahora bien, hacía falta una mano sabia que supiera dirigirla. Manuel Castellanos, nombrado presidente en julio, no lo dudó. ¿Quién mejor que mister Pentland? El técnico de Wolverhampton tampoco lo dudó. Dejó el banquillo del Atlético de Madrid y regresó a Bilbao.
El éxito fue inmediato. Aunque en el campeonato regional los rojiblancos sólo pudieron quedar segundos por detrás del Alavés, en la Liga, ya más rodados, arrasaron. Ganaron el título sin perder un solo partido: 12 victorias y 6 empates. 63 goles a favor y 28 en contra. En la Copa, los chicos de mister Pentland volvieron a esmerarse. Superaron al Racing (tras remontar un 3-0 en contra), a la Real, al Real Unión y al Barcelona, a éste último en un memorable partido de desempate jugado en Zaragoza. En la final esperaba el Real Madrid.
Cuerpo de inválidos
Fue un partido para la historia. La tarde del 1 de junio, en Montjuic, ante 70.000 espectadores, el Athletic pudo con todo. Los rojiblancos se adelantaron a los 38 segundos con un gol de Unamuno. Mejor no pudieron empezar. El problema es que el delantero de Bergara se lesionó tras abrir el marcador. Se quedó en el campo, por supuesto, ya que entonces no había cambios, pero convertido en una estatua doliente. El Real Madrid empató al cuarto de hora por medio de Lazcano, pero el Athletic, gracias a un chutazo de Iraragorri, logró adelantarse de nuevo segundos antes del descanso. En la segunda parte, aumentaron los problemas. A la lesión de Unamuno se añadió la de Iraragorri y, poco después, la de Lafuente, noqueado tras un encontronazo con Peña. El Madrid se aprovechó de las circunstancias y empató en el minuto 65.
La cosa pintaba fatal para los bilbaínos, que tirando de redaños llegaron vivos al final del partido. Con tres lesionados y Gorostiza tocado en un tobillo, nadie daba un duro por ellos en la prórroga. La delantera del Athletic, como dijo un periodista, era una versión del Cuerpo de Inválidos. Sólo Bata estaba sano. Pero ahí surgió el espíritu del león. En el minuto 115, un balón cayó a los pies de Unamuno, que tuvo fuerzas para enviárselo a Lafuente. El genial extremo rojiblanco estaba mareado. En realidad, se sostenía en pie gracias a una inyección de estricnina que él mismo pidió a los doctores Trabal y Trueba. Pero su derecha sublime permanecía intacta. De ella salió el soberbio chut de la victoria.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Invoquemos a los santos
Artículo publicado en el número 10 de la revista Athletic Club
(Abril 2007)
Marivi Bilbao, actriz
El fútbol es un deporte maravilloso y para mucha gente es como una devoción, y casi podría decir que hasta una religión. Pero ciñéndomos a nuestro entorno, creo que 1898 fue una gran fecha histórica para todos los bilbainos porque se fundó el Athletic.
Desde entonces, este club ha sufrido sus momentos dulces y también amargos, pero por encima de todos ellos, prevalece el sentimiento hacia el Athletic, algo así como una emoción que siente toda la gente de Bilbao hacia este querido club. Como he dicho, ha habido muchos altibajos, y ahora precisamente no estamos en un buen momento, por eso me parece oportuno que podríamos invocar a los grandes 'santos' que hemos tenido a lo largo de nuestra centenaria historia, como por ejemplo, San Telmo 'Zarra', San 'Piru' Gainza, etc, Tampoco debemos olvidar a un mito rojiblanco, cuyo nombre se asigna al galardón más grande que pueda tener un futbolista. Hablo del gran 'Pichichi', quien ademàs era sobrino del Miguel de Unamuno, el gran escritor y filósofo nuestro.
Así pues, yo creo que tenemos que invocar a todos estos grandísimos futbolistas que tantas tardes de gloria nos han dado, y de esta manera a ver si otra vez conseguimos poner al Athletic Club de Bilbao a la altura que merece. Todos estos 'santos' que traigo a colación no los digo por decir, no hay más que ver por qué llamamos a San Mamés 'La Catedral'. Todo esto lo digo con todo el cariño, con toda mi ilusión y con todo mi amor.
¡Aupa Athletic! y os quiero mucho.
(Abril 2007)
Marivi Bilbao, actriz
El fútbol es un deporte maravilloso y para mucha gente es como una devoción, y casi podría decir que hasta una religión. Pero ciñéndomos a nuestro entorno, creo que 1898 fue una gran fecha histórica para todos los bilbainos porque se fundó el Athletic.
Desde entonces, este club ha sufrido sus momentos dulces y también amargos, pero por encima de todos ellos, prevalece el sentimiento hacia el Athletic, algo así como una emoción que siente toda la gente de Bilbao hacia este querido club. Como he dicho, ha habido muchos altibajos, y ahora precisamente no estamos en un buen momento, por eso me parece oportuno que podríamos invocar a los grandes 'santos' que hemos tenido a lo largo de nuestra centenaria historia, como por ejemplo, San Telmo 'Zarra', San 'Piru' Gainza, etc, Tampoco debemos olvidar a un mito rojiblanco, cuyo nombre se asigna al galardón más grande que pueda tener un futbolista. Hablo del gran 'Pichichi', quien ademàs era sobrino del Miguel de Unamuno, el gran escritor y filósofo nuestro.
Así pues, yo creo que tenemos que invocar a todos estos grandísimos futbolistas que tantas tardes de gloria nos han dado, y de esta manera a ver si otra vez conseguimos poner al Athletic Club de Bilbao a la altura que merece. Todos estos 'santos' que traigo a colación no los digo por decir, no hay más que ver por qué llamamos a San Mamés 'La Catedral'. Todo esto lo digo con todo el cariño, con toda mi ilusión y con todo mi amor.
¡Aupa Athletic! y os quiero mucho.
Historias de la Copa (1923)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 29 de abril de 2009)
El cerrojo de mister Pentland
La segunda y definitiva marcha de mister Barnes volvió a dejar tocado al Athletic. Nadie lo esperaba, pero la temporada 1921-22 fue un compendio de errores y tristezas. Todo comenzó con el proceso para sustituir al técnico inglés, que no fue precisamente un modelo de gestión. El club publicó anuncios en dos periódicos de Londres, 'The Daily Mail' y 'The Sporting Life'. Entre el centenar de solicitudes que recibió para el cargo de técnico, la directiva de Ricardo de Irezabal optó por mister Burton. El hombre, ex-jugador, veterano de guerra y aquejado de una afección pulmonar por inhalación de gases en las trincheras, apenas duró dos meses en el cargo. Su paso por el club fue tan breve como el de mister Sheperd once años antes. En vista del error, el club optó por una solución de urgencia y delegó la dirección técnica a un triunvirato formado por los ex-jugadores Juan Arzuaga y Luis Iceta, y por el capitán del equipo, Germán Echevarría. La cosa tampoco salió bien. El equipo falló en el campeonato regional y no se clasificó para la Copa.
A la decepción deportiva se unió el desgarro por la muerte de Pichichi el 2 de marzo de 1922. Su esquela apareció en 'El Liberal' y conmocionó a toda Vizcaya. No deja de ser curioso que el mejor futbolista de la época en España viviera modestamente -aunque el profesionalismo comenzaba a ser una realidad, su implantación se vivió en el Athletic con bastante más lentitud y reticencias que en otros clubes- y que hubiera que organizar un amistoso contra el Arenas para recaudar fondos y donarlos a la viuda y a la pequeña hija de Pichichi. Los rojiblancos vencieron con dos goles de José Mari Belauste. Cuentan que en ese partido el gigante rojiblanco lloró como un niño por la muerte de su gran amigo.
El Athletic necesitaba un revulsivo y éste llegó en el mes de julio, encarnado en la figura de un inglés canónico, de los de bombín, cachimba y té a las cinco, que acabaría convirtiéndose en el entrenador más importante del Athletic de todos los tiempos: Frederick Beaconsfield Pentland. La directiva no se anduvo esta vez con experimentos. El conde de Vilallonga se fue a Londres y fichó a un profesional de categoría contrastada. Pentland no sólo había sido un gran delantero en el Blackburn Rovers, Queens Park Rangers y Middlesbroug, cinco veces internacional con Inglaterra. Tras su retirada y antes de recalar en Bilbao, había sido entrenador de la selección olímpica alemana, de la francesa durante los Juegos de Amberes y del Racing de Santander. Había varios equipos interesados en hacerse con sus servicios y hubo que rascarse el bolsillo: 1.500 pesetas de sueldo al mes y, en caso de ganar un título, la recaudación íntegra de un partido amistoso.
Fue una buena inversión. El impacto de Pentland fue enorme en un momento en el que se discutía sobre la decadencia del fútbol vasco. El técnico inglés no sólo enseñó a los jugadores a atarse correctamente las botas 'Mansfield' y a pegar el balón con el empeine, como tantas veces se ha dicho. Hizo algo más: devolver la eficacia y la precisión al juego del Athletic, que se estaba volviendo demasiado primario.
El revulsivo
De su mano, el equipo ganó con autoridad el campeonato regional y se preparó para el asalto del que sería su décimo título de Copa. En cuartos de final le correspondió el Real Madrid, que no fue rival. Ya en la ida, los rojiblancos tumbaron al equipo blanco por 1-3, con 'hat trick' de Sesúmaga. El 5-0 de la vuelta deja patente la superioridad bilbaína. Las semifinales iban a ser otra cosa. Enfrente, ni más ni menos que la Real Sociedad. Bilbaínos y donostiarras, rivales encarnizados, no se veían las caras en la Copa desde 1918. Los rojiblancos se vinieron de Atocha con un prometedor 0-0 y en el partido de vuelta, ante 15.000 espectadores, hicieron valer el factor San Mamés. Dos goles de Germán y Carmelo en la primera parte sentenciaron el partido.
El Athletic celebró aquel año sus bodas de plata. Pues bien, la final iba a ser uno de los exámenes más duros del club en sus 25 años de existencia. El Europa de Barcelona, su rival, iba a jugar en casa, ante una muchedumbre dispuesta a conducirle hacia el primer título de su historia. El día del partido, el periodista bilbaíno Francisco González de Ubieta observó el público presente e hizo un curioso recuento que luego recogió en su «Historia del Athletic Club de Bilbao (hoy Atlético) 1898-1940». «En el momento de pitar el comienzo del partido en el campo de Las Corts, de Barcelona, hay 30.000 espectadores, integrados como sigue: 29.917 catalanes. 12 federativos nacionales. 5 directivos del Athletic. 58 ondarreses, lequeitianos y bermeanos, de tripulaciones de matrícula bilbaína; y 8 gallegos 'cosmopolitas' en todas las matrículas y ese día enronqueciendo por Bilbao».
Relevo generacional
El Athletic se sobrepuso al ambiente y al Europa con un equipo nuevo. Sólo Sabino, Acedo y Germán permanecían del bloque campeón de 1921. El relevo generacional se había hecho realidad con futbolistas como Carmelo Goyenechea, Larraza, que ocupaba la posición de Belauste, Travieso, Rousse, Duñabeitia, Vidal, Legarreta o el gran fichaje de la temporada, Sesúmaga, internacional del Arenas y del Barcelona. Aquella tarde del 13 de mayo de 1923, por primera vez, los rojiblancos no jugaron a pecho descubierto. Todo lo contrario. Aparte de otras muchas cosas, mister Pentland era un señor pragmático y calculador, y no dudó en plantear un partido muy defensivo. Cuando Travieso adelantó al Athletic a la media hora, la táctica bilbaína se recrudeció. Los jugadores se atrincheraron y se dedicaron a enviar balones fuera y a pasar el tiempo sin sufrir daños. Se dice que aquel fue el primer cerrojo en la historia del fútbol español. Sea como fuere, el caso es que sirvió para que el Athletic se alzara con la Copa y Vizcaya estallara de júbilo una vez más.
El cerrojo de mister Pentland
La segunda y definitiva marcha de mister Barnes volvió a dejar tocado al Athletic. Nadie lo esperaba, pero la temporada 1921-22 fue un compendio de errores y tristezas. Todo comenzó con el proceso para sustituir al técnico inglés, que no fue precisamente un modelo de gestión. El club publicó anuncios en dos periódicos de Londres, 'The Daily Mail' y 'The Sporting Life'. Entre el centenar de solicitudes que recibió para el cargo de técnico, la directiva de Ricardo de Irezabal optó por mister Burton. El hombre, ex-jugador, veterano de guerra y aquejado de una afección pulmonar por inhalación de gases en las trincheras, apenas duró dos meses en el cargo. Su paso por el club fue tan breve como el de mister Sheperd once años antes. En vista del error, el club optó por una solución de urgencia y delegó la dirección técnica a un triunvirato formado por los ex-jugadores Juan Arzuaga y Luis Iceta, y por el capitán del equipo, Germán Echevarría. La cosa tampoco salió bien. El equipo falló en el campeonato regional y no se clasificó para la Copa.
A la decepción deportiva se unió el desgarro por la muerte de Pichichi el 2 de marzo de 1922. Su esquela apareció en 'El Liberal' y conmocionó a toda Vizcaya. No deja de ser curioso que el mejor futbolista de la época en España viviera modestamente -aunque el profesionalismo comenzaba a ser una realidad, su implantación se vivió en el Athletic con bastante más lentitud y reticencias que en otros clubes- y que hubiera que organizar un amistoso contra el Arenas para recaudar fondos y donarlos a la viuda y a la pequeña hija de Pichichi. Los rojiblancos vencieron con dos goles de José Mari Belauste. Cuentan que en ese partido el gigante rojiblanco lloró como un niño por la muerte de su gran amigo.
El Athletic necesitaba un revulsivo y éste llegó en el mes de julio, encarnado en la figura de un inglés canónico, de los de bombín, cachimba y té a las cinco, que acabaría convirtiéndose en el entrenador más importante del Athletic de todos los tiempos: Frederick Beaconsfield Pentland. La directiva no se anduvo esta vez con experimentos. El conde de Vilallonga se fue a Londres y fichó a un profesional de categoría contrastada. Pentland no sólo había sido un gran delantero en el Blackburn Rovers, Queens Park Rangers y Middlesbroug, cinco veces internacional con Inglaterra. Tras su retirada y antes de recalar en Bilbao, había sido entrenador de la selección olímpica alemana, de la francesa durante los Juegos de Amberes y del Racing de Santander. Había varios equipos interesados en hacerse con sus servicios y hubo que rascarse el bolsillo: 1.500 pesetas de sueldo al mes y, en caso de ganar un título, la recaudación íntegra de un partido amistoso.
Fue una buena inversión. El impacto de Pentland fue enorme en un momento en el que se discutía sobre la decadencia del fútbol vasco. El técnico inglés no sólo enseñó a los jugadores a atarse correctamente las botas 'Mansfield' y a pegar el balón con el empeine, como tantas veces se ha dicho. Hizo algo más: devolver la eficacia y la precisión al juego del Athletic, que se estaba volviendo demasiado primario.
El revulsivo
De su mano, el equipo ganó con autoridad el campeonato regional y se preparó para el asalto del que sería su décimo título de Copa. En cuartos de final le correspondió el Real Madrid, que no fue rival. Ya en la ida, los rojiblancos tumbaron al equipo blanco por 1-3, con 'hat trick' de Sesúmaga. El 5-0 de la vuelta deja patente la superioridad bilbaína. Las semifinales iban a ser otra cosa. Enfrente, ni más ni menos que la Real Sociedad. Bilbaínos y donostiarras, rivales encarnizados, no se veían las caras en la Copa desde 1918. Los rojiblancos se vinieron de Atocha con un prometedor 0-0 y en el partido de vuelta, ante 15.000 espectadores, hicieron valer el factor San Mamés. Dos goles de Germán y Carmelo en la primera parte sentenciaron el partido.
El Athletic celebró aquel año sus bodas de plata. Pues bien, la final iba a ser uno de los exámenes más duros del club en sus 25 años de existencia. El Europa de Barcelona, su rival, iba a jugar en casa, ante una muchedumbre dispuesta a conducirle hacia el primer título de su historia. El día del partido, el periodista bilbaíno Francisco González de Ubieta observó el público presente e hizo un curioso recuento que luego recogió en su «Historia del Athletic Club de Bilbao (hoy Atlético) 1898-1940». «En el momento de pitar el comienzo del partido en el campo de Las Corts, de Barcelona, hay 30.000 espectadores, integrados como sigue: 29.917 catalanes. 12 federativos nacionales. 5 directivos del Athletic. 58 ondarreses, lequeitianos y bermeanos, de tripulaciones de matrícula bilbaína; y 8 gallegos 'cosmopolitas' en todas las matrículas y ese día enronqueciendo por Bilbao».
Relevo generacional
El Athletic se sobrepuso al ambiente y al Europa con un equipo nuevo. Sólo Sabino, Acedo y Germán permanecían del bloque campeón de 1921. El relevo generacional se había hecho realidad con futbolistas como Carmelo Goyenechea, Larraza, que ocupaba la posición de Belauste, Travieso, Rousse, Duñabeitia, Vidal, Legarreta o el gran fichaje de la temporada, Sesúmaga, internacional del Arenas y del Barcelona. Aquella tarde del 13 de mayo de 1923, por primera vez, los rojiblancos no jugaron a pecho descubierto. Todo lo contrario. Aparte de otras muchas cosas, mister Pentland era un señor pragmático y calculador, y no dudó en plantear un partido muy defensivo. Cuando Travieso adelantó al Athletic a la media hora, la táctica bilbaína se recrudeció. Los jugadores se atrincheraron y se dedicaron a enviar balones fuera y a pasar el tiempo sin sufrir daños. Se dice que aquel fue el primer cerrojo en la historia del fútbol español. Sea como fuere, el caso es que sirvió para que el Athletic se alzara con la Copa y Vizcaya estallara de júbilo una vez más.
martes, 14 de septiembre de 2010
viernes, 10 de septiembre de 2010
El poder del Athletic
Artículo publicado en el número 6 de la revista Athletic Club
(Agosto 2006)
Ana Urrutia, presentadora del 'Eguraldia' en ETB
En cada comida, en cada cena...bueno, y en cada desayuno y merienda, el Athletic Club de Bilbao ocupaba la mayor parte de la conversación familiar.
Desde el domingo por la noche hasta el miércoles por la tarde se comentaban las jugadas del último partido, que si uno había estado glorioso, que si el otro muy blando, que si el portero apoteósico, que si el delantero tenía piernas de mantequilla, que si el penalti era clarísimo, que si el 'outside' cantado por el linier era una auténtica farsa... y desde el miércoles durante la cena hasta el domingo se dedicaban a hacer previsiones -este domingo machacamos, hay que pelearlo, nos los comemos con patatas, ¡goleada asegurada!- Ahora me explico por qué sería capaz de retransmitir un partido de fútbol a pesar de que no me gusta el deporte rey, y es que, si algo he engullido durante años y años ante el televisor, ha sido fútbol y más fútbol, y sobre todo ¡¡Athletic!! ¡¡Athletic!!
Soy la más pequeña de seis hermanos y la única mujer, y en aquella época mi madre y yo no disponíamos aún de la televisión de la cocina para escaparnos, así que sólo nos quedaba observar atónitas a los cinco forofos con la camiseta rojiblanca, junto a mi aita siempre analítico y sin perder la compostura, gritar, abrazarse y hasta golpear el suelo cada vez que un león metía un gol. Eso sucedía, claro, cuando tocaba jugar fuera. Si el encuentro era en La Catedral salían vitoreando por la puerta uniformados con sus bufandas, y ¡como no! con sus bocatas, y sólo diez minutos antes del partido, ya que siempre hemos vivido a 40 segundos de San Mamés... Y cuando por fin parecía que en mi casa reinaba un silencio majestuoso perfecto para disfrutar de la película "basada en hechos reales"... ¡¡¡¡¡Goooooooooooooooooool!!!!!, la casa temblaba. Muchas veces me preguntaba por qué tanta afición, por qué esas caras de amargura cuando perdían, por qué esa euforia cuando ganaban... Intentaba pensar que el hecho de que mi abuelo Federico Urrutia había sido jugador del Athletic la temporada 1913/14, y después directivo en los años 20, había marcado la genética de alguna manera, pero ¡¡qué va!! Aquella lucura no tenía ni pies ni cabeza.
Un día mi aita me llevo a San Mamés, al nuevo campo, y lo que vi fue indescriptible, hasta yo vibré y grité, entonces comprendí muchas cosas, que ver al Athletic era el mejor ejercicio para soltar adrenalina, y que un gol del equipo rojiblanco era capaz de provocar algo maravilloso, que un aficionado simpatizante de HB y otro aficionado simpatizante del PP se abrazaran ¡¡¡y se dieran hasta besos!!!, porque eso lo he visto yo con mis propios ojos...¡Dios mío, qué poder el del Athletic! Desde entonces sigo sin consumir fútbol, es que, como decía antes, no me gusta el deporte rey, me enfado con mis compañeros de redacción de Deportes cuando abren el informativo con "hoy no ha habido novedades en Lezama" , o con "a fulano le duele el abductor", y peleo lo que buenamente puedo para que otros deportes tengan su cobertura informativa, sobre todo el surfing. Pero a pesar de todo ello, cuando alguíen me pregunta "¿y tú de qué equipo eres?, levento la cabeza hincho el pecho y contesto orgullosa: "¿De qué equipo voy a ser? Del mejor, ¡Del Athletic de Bilbao!"
(Agosto 2006)
Ana Urrutia, presentadora del 'Eguraldia' en ETB
En cada comida, en cada cena...bueno, y en cada desayuno y merienda, el Athletic Club de Bilbao ocupaba la mayor parte de la conversación familiar.
Desde el domingo por la noche hasta el miércoles por la tarde se comentaban las jugadas del último partido, que si uno había estado glorioso, que si el otro muy blando, que si el portero apoteósico, que si el delantero tenía piernas de mantequilla, que si el penalti era clarísimo, que si el 'outside' cantado por el linier era una auténtica farsa... y desde el miércoles durante la cena hasta el domingo se dedicaban a hacer previsiones -este domingo machacamos, hay que pelearlo, nos los comemos con patatas, ¡goleada asegurada!- Ahora me explico por qué sería capaz de retransmitir un partido de fútbol a pesar de que no me gusta el deporte rey, y es que, si algo he engullido durante años y años ante el televisor, ha sido fútbol y más fútbol, y sobre todo ¡¡Athletic!! ¡¡Athletic!!
Soy la más pequeña de seis hermanos y la única mujer, y en aquella época mi madre y yo no disponíamos aún de la televisión de la cocina para escaparnos, así que sólo nos quedaba observar atónitas a los cinco forofos con la camiseta rojiblanca, junto a mi aita siempre analítico y sin perder la compostura, gritar, abrazarse y hasta golpear el suelo cada vez que un león metía un gol. Eso sucedía, claro, cuando tocaba jugar fuera. Si el encuentro era en La Catedral salían vitoreando por la puerta uniformados con sus bufandas, y ¡como no! con sus bocatas, y sólo diez minutos antes del partido, ya que siempre hemos vivido a 40 segundos de San Mamés... Y cuando por fin parecía que en mi casa reinaba un silencio majestuoso perfecto para disfrutar de la película "basada en hechos reales"... ¡¡¡¡¡Goooooooooooooooooool!!!!!, la casa temblaba. Muchas veces me preguntaba por qué tanta afición, por qué esas caras de amargura cuando perdían, por qué esa euforia cuando ganaban... Intentaba pensar que el hecho de que mi abuelo Federico Urrutia había sido jugador del Athletic la temporada 1913/14, y después directivo en los años 20, había marcado la genética de alguna manera, pero ¡¡qué va!! Aquella lucura no tenía ni pies ni cabeza.
Un día mi aita me llevo a San Mamés, al nuevo campo, y lo que vi fue indescriptible, hasta yo vibré y grité, entonces comprendí muchas cosas, que ver al Athletic era el mejor ejercicio para soltar adrenalina, y que un gol del equipo rojiblanco era capaz de provocar algo maravilloso, que un aficionado simpatizante de HB y otro aficionado simpatizante del PP se abrazaran ¡¡¡y se dieran hasta besos!!!, porque eso lo he visto yo con mis propios ojos...¡Dios mío, qué poder el del Athletic! Desde entonces sigo sin consumir fútbol, es que, como decía antes, no me gusta el deporte rey, me enfado con mis compañeros de redacción de Deportes cuando abren el informativo con "hoy no ha habido novedades en Lezama" , o con "a fulano le duele el abductor", y peleo lo que buenamente puedo para que otros deportes tengan su cobertura informativa, sobre todo el surfing. Pero a pesar de todo ello, cuando alguíen me pregunta "¿y tú de qué equipo eres?, levento la cabeza hincho el pecho y contesto orgullosa: "¿De qué equipo voy a ser? Del mejor, ¡Del Athletic de Bilbao!"
Historias de la Copa (1921)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 28 de abril de 2009)
Fiesta en San Mamés
A los tres títulos de Copa consecutivos le siguieron cuatro temporadas de sequía y malos recuerdos. La marcha de mister Barnes perjudicó al equipo mucho más de lo que, en un principio, se podía prever y los rojiblancos acumularon un buen número de decepciones antes de volver a resurgir coincidiendo, precisamente, con el regreso del técnico inglés que había inyectado en su juego la vitamina de la velocidad. Tampoco está de más recordarlas. Las decepciones, se entiende. En la campaña 1916-17, el Arenas apeó al Athletic del trono del fútbol vizcaíno, un hecho sin precedentes. La siguiente temporada pasó a los anales por la retirada del equipo de la Copa, las broncas históricas con la Real y el adiós por razones laborales de tres puntales de la plantilla: Ibarreche, Solaun y Eguía.
Todavía fue peor el ejercicio 1918-19. El imponente Arenas de Pagaza y Sesúmaga, campeón aquel año, volvió a superar a un Athletic desinflado. Los bilbaínos completaron una campaña tan pobre que lo más positivo de ella fue que ningún componente del equipo se vio afectado por la gripe española de 1918. No es ninguna tontería resaltar este hecho, ya que aquella terrible pandemia provocó más de 10.000 muertos en el País Vasco y más de 20 millones en todo el mundo. Tras ese 'annu horribilis', el Athletic volvió a rearmarse y se plantó de nuevo en la final de Copa, que pasaría a la historia no tanto por la derrota en Gijón ante un Barcelona liderado por Ricardo Zamora y Samitier sino por un error del colegiado Beltrán de Lis que hizo correr ríos de tinta y despertar todo tipo de turbias sospechas.
La 'Beltranada'
No fue para menos. En la primera parte, con empate a cero en el marcador, el Athletic se cobró un penalti en el área de 'el Divino'. Laca lo ejecutó con serenidad. Gol. Beltrán de Lis, sin embargo, anuló el tanto porque, al parecer, un jugador rojiblanco entró en el área antes de tiempo. Hasta ahí, nada extraño. Lo extraordinario fue que el colegiado, en lugar de mandar repetir el penalti, ¡pitó falta contra el Athletic! La pifia fue de tal calibre que llegó a examinarse en el Comité de Árbitros de Inglaterra. Tres meses después de sufrirla, durante los Juegos de Amberes, los cuatro rojiblancos convocados con la selección -Pichichi, Belauste, Sabino y Acedo- todavía seguían dándole vueltas a la 'Beltranada', como fue conocida.
El título de 1921 se vivió, por tanto, con el deleite de las cosas deseadas que se han hecho esperar. A su regreso al Athletic, mister Barnes se encontró con un equipo muy cambiado. Continuaban algunos clásicos, pero se habían producido algunas incorporaciones importantes: Laca, Sabino, Allende, otro de los hermanos Belauste (Patxo), Rivero, Beguiristain... Los rojiblancos mantuvieron un pulso enconado con el Arenas en el campeonato regional y lo resolvieron a su favor en un partido agónico en San Mamés que se decidió con un gol de Pichichi. En la Copa, eliminaron al Sporting y al Sevilla -éste último fue descalificado por alineación indebida-, antes de colarse de nuevo en la final, que se jugaría en San Mamés. El otro finalista, el Athletic de Madrid, no puso ningún reparo a jugar en Bilbao. Las relaciones entre ambos clubes eran magníficas. Paternofiliales, se podría decir.
El 8 de mayo de 1921, La Catedral registró la mayor entrada hasta entonces conocida. Más de 10.000 espectadores, que dejaron en taquilla una recaudación histórica -40.000 pesetas-, abarrotaron aquella tarde las gradas del estadio bilbaíno. El ambiente era formidable. Los dos equipos fueron ovacionados largamente al salir al terreno de juego. Ambos sufrían una baja importante. A los madrileños les faltaba Mieg, su medio centro. Y al Athletic, ni más ni menos que su capitán, Germán Echevarría, que había sufrido una distensión dos días antes en un entrenamiento. No hace falta decir que a 'Maneras' le sentó como un tiro perderse la final. Pero es que no había manera de que se recuperase a tiempo. Su puesto lo ocupó un debutante: Villabaso.
Un choque de estilos
El partido fue un choque de estilos, con el Athletic jugando rápido y en largo, y los madrileños combinando en corto. La gran diferencia sobre el césped, sin embargo, era la profundidad que cada equipo daba a su juego, mucho mayor en los rojiblancos, un aspecto que quedó certificado en el minuto 31, cuando Laca, a pase de Acedo, adelantó al Athletic. El gol tuvo un efecto inesperado: espoleó a los madrileños, que no tardaron nada en lograr el empate con un gol de Triana. El Athletic acusó el golpe. Aparte del 1-1, José Mari Belauste había quedado conmocionado en un choque y el equipo pasó unos minutos en el alambre. Tanto es así que Beguiristain tuvo que salvar sobre la raya un remate de cabeza de Olaso.
Fue una jugada clave. Los pupilos de mister Barnes reaccionaron tras el susto y, antes del descanso, Txomin Acedo hizo el 2-1 de penalti. La segunda mitad fue más tranquila. Belauste se había recuperado y un golazo de Acedo desde fuera del área dejó allanado el camino al título. Laca haría el 4-1 definitivo en el minuto 73. San Mamés era una fiesta. Al día siguiente, la prensa bilbaína celebró la Copa alabando el estilo del Athletic, que ya entonces era discutido en otros lares. «Esos cambios de juego, esos pases a las alas que los cronistas madrileños califican de patadones, dados sin ton ni son, para llegar a la puerta contraria, son obra de la inteligencia y facultades de nuestros jugadores. Sólo un desconocimiento completo de lo que es el foot-ball puede explicar que eso se piense y se diga», escribió Karomte en 'El Pueblo Vasco'.
Fiesta en San Mamés
A los tres títulos de Copa consecutivos le siguieron cuatro temporadas de sequía y malos recuerdos. La marcha de mister Barnes perjudicó al equipo mucho más de lo que, en un principio, se podía prever y los rojiblancos acumularon un buen número de decepciones antes de volver a resurgir coincidiendo, precisamente, con el regreso del técnico inglés que había inyectado en su juego la vitamina de la velocidad. Tampoco está de más recordarlas. Las decepciones, se entiende. En la campaña 1916-17, el Arenas apeó al Athletic del trono del fútbol vizcaíno, un hecho sin precedentes. La siguiente temporada pasó a los anales por la retirada del equipo de la Copa, las broncas históricas con la Real y el adiós por razones laborales de tres puntales de la plantilla: Ibarreche, Solaun y Eguía.
Todavía fue peor el ejercicio 1918-19. El imponente Arenas de Pagaza y Sesúmaga, campeón aquel año, volvió a superar a un Athletic desinflado. Los bilbaínos completaron una campaña tan pobre que lo más positivo de ella fue que ningún componente del equipo se vio afectado por la gripe española de 1918. No es ninguna tontería resaltar este hecho, ya que aquella terrible pandemia provocó más de 10.000 muertos en el País Vasco y más de 20 millones en todo el mundo. Tras ese 'annu horribilis', el Athletic volvió a rearmarse y se plantó de nuevo en la final de Copa, que pasaría a la historia no tanto por la derrota en Gijón ante un Barcelona liderado por Ricardo Zamora y Samitier sino por un error del colegiado Beltrán de Lis que hizo correr ríos de tinta y despertar todo tipo de turbias sospechas.
La 'Beltranada'
No fue para menos. En la primera parte, con empate a cero en el marcador, el Athletic se cobró un penalti en el área de 'el Divino'. Laca lo ejecutó con serenidad. Gol. Beltrán de Lis, sin embargo, anuló el tanto porque, al parecer, un jugador rojiblanco entró en el área antes de tiempo. Hasta ahí, nada extraño. Lo extraordinario fue que el colegiado, en lugar de mandar repetir el penalti, ¡pitó falta contra el Athletic! La pifia fue de tal calibre que llegó a examinarse en el Comité de Árbitros de Inglaterra. Tres meses después de sufrirla, durante los Juegos de Amberes, los cuatro rojiblancos convocados con la selección -Pichichi, Belauste, Sabino y Acedo- todavía seguían dándole vueltas a la 'Beltranada', como fue conocida.
El título de 1921 se vivió, por tanto, con el deleite de las cosas deseadas que se han hecho esperar. A su regreso al Athletic, mister Barnes se encontró con un equipo muy cambiado. Continuaban algunos clásicos, pero se habían producido algunas incorporaciones importantes: Laca, Sabino, Allende, otro de los hermanos Belauste (Patxo), Rivero, Beguiristain... Los rojiblancos mantuvieron un pulso enconado con el Arenas en el campeonato regional y lo resolvieron a su favor en un partido agónico en San Mamés que se decidió con un gol de Pichichi. En la Copa, eliminaron al Sporting y al Sevilla -éste último fue descalificado por alineación indebida-, antes de colarse de nuevo en la final, que se jugaría en San Mamés. El otro finalista, el Athletic de Madrid, no puso ningún reparo a jugar en Bilbao. Las relaciones entre ambos clubes eran magníficas. Paternofiliales, se podría decir.
El 8 de mayo de 1921, La Catedral registró la mayor entrada hasta entonces conocida. Más de 10.000 espectadores, que dejaron en taquilla una recaudación histórica -40.000 pesetas-, abarrotaron aquella tarde las gradas del estadio bilbaíno. El ambiente era formidable. Los dos equipos fueron ovacionados largamente al salir al terreno de juego. Ambos sufrían una baja importante. A los madrileños les faltaba Mieg, su medio centro. Y al Athletic, ni más ni menos que su capitán, Germán Echevarría, que había sufrido una distensión dos días antes en un entrenamiento. No hace falta decir que a 'Maneras' le sentó como un tiro perderse la final. Pero es que no había manera de que se recuperase a tiempo. Su puesto lo ocupó un debutante: Villabaso.
Un choque de estilos
El partido fue un choque de estilos, con el Athletic jugando rápido y en largo, y los madrileños combinando en corto. La gran diferencia sobre el césped, sin embargo, era la profundidad que cada equipo daba a su juego, mucho mayor en los rojiblancos, un aspecto que quedó certificado en el minuto 31, cuando Laca, a pase de Acedo, adelantó al Athletic. El gol tuvo un efecto inesperado: espoleó a los madrileños, que no tardaron nada en lograr el empate con un gol de Triana. El Athletic acusó el golpe. Aparte del 1-1, José Mari Belauste había quedado conmocionado en un choque y el equipo pasó unos minutos en el alambre. Tanto es así que Beguiristain tuvo que salvar sobre la raya un remate de cabeza de Olaso.
Fue una jugada clave. Los pupilos de mister Barnes reaccionaron tras el susto y, antes del descanso, Txomin Acedo hizo el 2-1 de penalti. La segunda mitad fue más tranquila. Belauste se había recuperado y un golazo de Acedo desde fuera del área dejó allanado el camino al título. Laca haría el 4-1 definitivo en el minuto 73. San Mamés era una fiesta. Al día siguiente, la prensa bilbaína celebró la Copa alabando el estilo del Athletic, que ya entonces era discutido en otros lares. «Esos cambios de juego, esos pases a las alas que los cronistas madrileños califican de patadones, dados sin ton ni son, para llegar a la puerta contraria, son obra de la inteligencia y facultades de nuestros jugadores. Sólo un desconocimiento completo de lo que es el foot-ball puede explicar que eso se piense y se diga», escribió Karomte en 'El Pueblo Vasco'.
jueves, 9 de septiembre de 2010
Suspendido por el llenazo
El encuentro Alavés-Athletic, penúltimo de la Liga 1955-56, era clave en las aspiraciones rojiblancas de ganar la Liga. La pasión fue tanta que a vitoria llegaron nada menos que veinte mil aficionados bilbaínos con entrada, cuando el aforo era de apenas 15.000 espectadores. A ellos había que sumar, lógicamente, a los bilbaínos que llegaron sin entrada y a los vitorianos. Poco antes del comienzo del partido, pese a que en la taquilla figuraba el "no hay billetes", los reventas seguían ofreciendo tacos de entradas y, a la hora de comienzo del encuentro, el público abarrotaba las gradas y se sentaba a pocos centímetros de la línea de banda. Ante el peligro de avalancha, el choque debió suspenderse para disputarse al día siguiente, lunes. y el Athletic ganó 0-3 y dio un paso de gigante hacia la Liga.
(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)
(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Historias de la Copa (1916)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 27 de abril de 2009)
Los dueños de la Copa
Poco más de una década había bastado para que el fútbol se convirtiera en un deporte de masas y un hervidero de pasiones. La rivalidad entre los equipos creció hasta tal punto que el campeonato regional se convirtió en un polvorín. La tensión de los partidos era máxima; tanto que un cronista de la época -sin duda, un hombre con cierta tendencia natural a la hipérbole- no dudó en comparar un 'match' Arenas-Athletic con «la Guerra de la Independencia, la batalla de Orihuela y la catástrofe de San Marcial».
Las relaciones entre los clubes vascos, especialmente entre los cuatro grandes de entonces -Athletic, Arenas, Real Sociedad y Real Unión- se movían entre la esforzada diplomacia y la libre aversión. Los donostiarras, por ejemplo, no sólo estaban enfrentados a muerte con los bilbaínos sino también con sus vecinos de Irún, que curiosamente estaban en sintonía con el Athletic, algo que no le ocurría precisamente al Arenas.
Así las cosas, no es extraño que, antes de desplazarse a San Mamés para disputar un partido decisivo para la resolución del campeonato regional de la temporada 1915-16, la directiva de la Real Sociedad pidiera al Athletic que no permitiese la presencia de público detrás de las porterías. La bronca entre hinchas que se había montado tres meses antes en Atotxa, aducían, obligaba a extremar las precauciones. La demanda realista, claro está, no fue atendida por la directiva de Alejandro de la Sota. Es más, aquel 9 de enero de 1916, pese al frío y la lluvia, en San Mamés no cabía un alfiler. La recaudación fue de las mejores que se había alcanzado hasta entonces: 6.800 pesetas.
Un largo litigio
Muy superior, el Athletic se impuso por 4-0. El público estuvo caliente, pero salvo algunos espectadores levantiscos que no dejaron de pitar y vociferar contra los jugadores donostiarras, sobre todo contra los temibles hermanos Arrate, se comportó con corrección. No hubo mayores incidentes, pese a lo cual el enviado especial de 'La Crónica' de San Sebastián se despachó a gusto contra la afición bilbaína. Su máquina de escribir fue un lanzallamas aquella tarde. «Nunca hubiéramos creído que en el pecho bilbaíno residieran gérmenes tan bajos como los exteriorizados ayer en San Mamés. Ni hubiéramos pensado cual borregos cumplieran exactamente las sandeces ruines y venenosas que unos cuantos zulús les han expuesto, diciendo todo menos lo que es sport», escribió. La respuesta desde Bilbao le llegó de manos del gran José Arrúe, que en una de sus viñetas se mofó de la goleada al eterno rival. «¿Otra ves me veníes con los pelotones desinflaos, hasiendo mañas y con cuatro a sero?», reprendía una mujer a unos niños llorones.
Real y Athletic concluyeron el campeonato regional empatados, lo que obligaba a jugar un partido de desempate para decidir el título y adjudicar el pasaporte para las semifinales de Copa. Fue entonces cuando, a propósito del campo en el que se disputaría el 'match', comenzó una agria polémica que tuvo puntual reflejo en la Prensa, muy ocupada aquellos días con la Primera Guerra Mundial. No era para menos. Los rusos habían sufrido 50.000 bajas durante su ofensiva en Besarabia. Sucedió que la Real envió un telegrama al Athletic proponiendo Logroño como terreno de juego. Mister Barnes consideraba que aquel campo no reunía las condiciones adecuadas y el Athletic contraatacó con una propuesta alternativa: jugar dos encuentros, ya fuese en sus campos respectivos o uno en Irún y otro en Jolaseta.
No hubo forma de llegar a un acuerdo. Durante semanas se libró un pulso a muerte en el que llegaron a intervenir hasta los gobernadores civiles de Vizcaya y Guipúzcoa. Al final, la Federación Norte designó Jolaseta como sede del partido. La Real decidió no presentarse y el Athletic fue proclamado campeón. El título colocó a los rojiblancos directamente en la final, ya que aquel año la Federación Gallega estaba castigada sin participar en el campeonato nacional.
Petit y Bernabéu
El Real Madrid, que había superado al Barcelona en semifinales, fue el rival de los rojiblancos aquel 7 de mayo de 1916. La final se disputó en el campo del Español de Barcelona, al que un aguacero minutos antes del inicio dejó muy al gusto de los leones. El equipo de mister Barnes, que días después del partido tuvo que regresar a Inglaterra reclamado por el Ejército de su país, contó además aquella tarde con el apoyo del público catalán, que estaba de uñas con los madridistas. Eran un buen equipo los blancos. Allí estaba Santiago Bernabéu, que fue un poderoso centrocampista antes de convertirse en un legendario presidente, y también un crío de 16 años que haría historia en el Real Madrid y en el Real Unión de Irún: el gran René Petit. Sin embargo, nada pudieron hacer ante el Athletic, una máquina bien engrasada. Un golazo de Txomin Acedo tras sortear a varios rivales encarriló el partido al cuarto de hora.
El resto fue cosa de Zubizarreta, que trituró a sus marcadores con tres goles, el primero de ellos al filo del descanso. El Athletic obtuvo así su tercer título consecutivo, que le daba derecho a tener el trofeo de la Copa en propiedad. Tres días después de la final, el 10 de mayo, Bilbao se volcó en un recibimiento multitudinario. Un solo dato: la expedición del Athletic, con Iceta portando el trofeo, tardó casi una hora en recorrer el trayecto entre la estación y el Ayuntamiento. Cómo sería la cosa, cómo sería, por ejemplo, el nivel de vino y 'txakolingorri' consumidos durante la juerga, que un empleado municipal tuvo que rociar a la muchedumbre con un manguerazo de agua a presión para hacer pasillo y que los jugadores pudieran alcanzar el consitorio.
Los dueños de la Copa
Poco más de una década había bastado para que el fútbol se convirtiera en un deporte de masas y un hervidero de pasiones. La rivalidad entre los equipos creció hasta tal punto que el campeonato regional se convirtió en un polvorín. La tensión de los partidos era máxima; tanto que un cronista de la época -sin duda, un hombre con cierta tendencia natural a la hipérbole- no dudó en comparar un 'match' Arenas-Athletic con «la Guerra de la Independencia, la batalla de Orihuela y la catástrofe de San Marcial».
Las relaciones entre los clubes vascos, especialmente entre los cuatro grandes de entonces -Athletic, Arenas, Real Sociedad y Real Unión- se movían entre la esforzada diplomacia y la libre aversión. Los donostiarras, por ejemplo, no sólo estaban enfrentados a muerte con los bilbaínos sino también con sus vecinos de Irún, que curiosamente estaban en sintonía con el Athletic, algo que no le ocurría precisamente al Arenas.
Así las cosas, no es extraño que, antes de desplazarse a San Mamés para disputar un partido decisivo para la resolución del campeonato regional de la temporada 1915-16, la directiva de la Real Sociedad pidiera al Athletic que no permitiese la presencia de público detrás de las porterías. La bronca entre hinchas que se había montado tres meses antes en Atotxa, aducían, obligaba a extremar las precauciones. La demanda realista, claro está, no fue atendida por la directiva de Alejandro de la Sota. Es más, aquel 9 de enero de 1916, pese al frío y la lluvia, en San Mamés no cabía un alfiler. La recaudación fue de las mejores que se había alcanzado hasta entonces: 6.800 pesetas.
Un largo litigio
Muy superior, el Athletic se impuso por 4-0. El público estuvo caliente, pero salvo algunos espectadores levantiscos que no dejaron de pitar y vociferar contra los jugadores donostiarras, sobre todo contra los temibles hermanos Arrate, se comportó con corrección. No hubo mayores incidentes, pese a lo cual el enviado especial de 'La Crónica' de San Sebastián se despachó a gusto contra la afición bilbaína. Su máquina de escribir fue un lanzallamas aquella tarde. «Nunca hubiéramos creído que en el pecho bilbaíno residieran gérmenes tan bajos como los exteriorizados ayer en San Mamés. Ni hubiéramos pensado cual borregos cumplieran exactamente las sandeces ruines y venenosas que unos cuantos zulús les han expuesto, diciendo todo menos lo que es sport», escribió. La respuesta desde Bilbao le llegó de manos del gran José Arrúe, que en una de sus viñetas se mofó de la goleada al eterno rival. «¿Otra ves me veníes con los pelotones desinflaos, hasiendo mañas y con cuatro a sero?», reprendía una mujer a unos niños llorones.
Real y Athletic concluyeron el campeonato regional empatados, lo que obligaba a jugar un partido de desempate para decidir el título y adjudicar el pasaporte para las semifinales de Copa. Fue entonces cuando, a propósito del campo en el que se disputaría el 'match', comenzó una agria polémica que tuvo puntual reflejo en la Prensa, muy ocupada aquellos días con la Primera Guerra Mundial. No era para menos. Los rusos habían sufrido 50.000 bajas durante su ofensiva en Besarabia. Sucedió que la Real envió un telegrama al Athletic proponiendo Logroño como terreno de juego. Mister Barnes consideraba que aquel campo no reunía las condiciones adecuadas y el Athletic contraatacó con una propuesta alternativa: jugar dos encuentros, ya fuese en sus campos respectivos o uno en Irún y otro en Jolaseta.
No hubo forma de llegar a un acuerdo. Durante semanas se libró un pulso a muerte en el que llegaron a intervenir hasta los gobernadores civiles de Vizcaya y Guipúzcoa. Al final, la Federación Norte designó Jolaseta como sede del partido. La Real decidió no presentarse y el Athletic fue proclamado campeón. El título colocó a los rojiblancos directamente en la final, ya que aquel año la Federación Gallega estaba castigada sin participar en el campeonato nacional.
Petit y Bernabéu
El Real Madrid, que había superado al Barcelona en semifinales, fue el rival de los rojiblancos aquel 7 de mayo de 1916. La final se disputó en el campo del Español de Barcelona, al que un aguacero minutos antes del inicio dejó muy al gusto de los leones. El equipo de mister Barnes, que días después del partido tuvo que regresar a Inglaterra reclamado por el Ejército de su país, contó además aquella tarde con el apoyo del público catalán, que estaba de uñas con los madridistas. Eran un buen equipo los blancos. Allí estaba Santiago Bernabéu, que fue un poderoso centrocampista antes de convertirse en un legendario presidente, y también un crío de 16 años que haría historia en el Real Madrid y en el Real Unión de Irún: el gran René Petit. Sin embargo, nada pudieron hacer ante el Athletic, una máquina bien engrasada. Un golazo de Txomin Acedo tras sortear a varios rivales encarriló el partido al cuarto de hora.
El resto fue cosa de Zubizarreta, que trituró a sus marcadores con tres goles, el primero de ellos al filo del descanso. El Athletic obtuvo así su tercer título consecutivo, que le daba derecho a tener el trofeo de la Copa en propiedad. Tres días después de la final, el 10 de mayo, Bilbao se volcó en un recibimiento multitudinario. Un solo dato: la expedición del Athletic, con Iceta portando el trofeo, tardó casi una hora en recorrer el trayecto entre la estación y el Ayuntamiento. Cómo sería la cosa, cómo sería, por ejemplo, el nivel de vino y 'txakolingorri' consumidos durante la juerga, que un empleado municipal tuvo que rociar a la muchedumbre con un manguerazo de agua a presión para hacer pasillo y que los jugadores pudieran alcanzar el consitorio.
martes, 7 de septiembre de 2010
Historias de la Copa (1915)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 26 de abril de 2009)
Los mimbres de mister Barnes
Aunque la experiencia con mister Sheperd fue un rotundo fracaso y la autogestión de los jugadores estaba dando buenos resultados, en el verano de 1914 la directiva del Athletic creyó conveniente fichar un técnico. Alejandro de la Sota estaba convencido de que el magnífico plantel de futbolistas que tenía el Athletic podía mejorar sus prestaciones si se ponía en buenas manos. El elegido fue William Barnes (Londres, 1879), ex jugador de Sheffield United, West Ham, Luton Town y Queens Park Rangers. Barnes cumplía la mayor parte de los requisitos que exigía el presidente del Athletic. Era un hombre joven -35 años- y había desarrollado una larga carrera como futbolista, siempre jugando de extremo. Era, además, un tipo muy serio y responsable. Hijo de un capataz del muelle Victoria, había recibido una educación estricta. Pertenecía al Partido Laborista, como su hermano Alfred, que hizo una gran carrera política y llegó a ser ministro de Transportes del Gobierno de Clement Attlee entre 1945 y 1951.
Mister Barnes llegó a Bilbao en agosto y cayó bien en la plantilla. Aunque fijó los entrenamientos a las ocho de la mañana, todos entendieron que el madrugón merecía la pena. Al nuevo técnico no le convencía el 'passing game' escocés que practicaba el Athletic. Había que ir olvidando los pases cortos y el ritmo trotón. El futuro pasaba por la velocidad. Barnes la trabajaba a diario con sus pupilos, que se hincharon a hacer sprints y a ensayar movimientos rápidos al primer toque y disparos a gol sobre la marcha. «Yo introduje en el antiguo Athletic el juego rápido y de pases largos, llevando el balón de ala a ala, con chutadores en el centro», aseguró años después. Aparte de instaurar el clásico 'kick and rush' inglés, un estilo que ha definido desde entonces al Athletic, Barnes también introdujo la figura del masajista. Él mismo se encargaba de tratar los músculos de sus jugadores y se cuenta que tenía un ojo clínico extraordinario para determinar la duración de las lesiones. El ex presidente Pedro Astigarraga, que era médico, nunca dejó de sorprenderse con la exactitud de sus dictámenes.
Un equipo inolvidable
Aparte de ojo clínico, William Barnes tenía un pedazo de equipo. El pintor y caricaturista José Arrúe lo eternizó en un dibujo histórico que no ha dejado de reproducirse desde entonces. Pichichi y José Mari Belauste eran las dos grandes figuras, pero sería injusto no recordar al resto. A Luis Iceta, capitán e intérprete del técnico, un fuera de serie con una excepcional visión de la jugada y un gran toque de balón. A Seve Zuazo, pequeño, fibroso y guerrero, un buen goleador. A Ramón Belauste, un prodigio físico como su hermano, tremendo por su banda izquierda, todo un 'sportmen' y un hombre de extraordinaria biografía: abogado, corresponsal de 'El Sol' en Londres, reportero de guerra, viajero, ranchero en México... Un crack, en fin.
Cómo olvidar a Cecilio Ibarreche, un portero ágil e implacable por alto. O a la pareja de 'backs', Solaun y Hurtado. El primero tenía un impresionante toque de balón y era una centella en los cruces. Fue, de largo, uno de los mejores defensas de su época. Hurtado, por su parte, era un tipo durísimo, el soldado implacable con el que sueña todo entrenador. Muy distinto era Germán Echevarría, conocido como 'Maneras' por el garbo y donaire taurino con el que paseaba por Bilbao. En el campo rezumaba clase y centraba desde la derecha con mira telescópica. Apón era el cazagoles oportunista del equipo mientras que Eguía era una lapa, un operario concienzudo que secaba rivales con la misma entrega con la que ejercía su oficio de carpintero. En aquel equipo de jóvenes universitarios de buenas familias -los jugadores pagaban al club dos pesetas de cuota al mes-, era el único artesano.
La reacción
Con estos mimbres y algunos otros que no retrató Arrúe, caso de los centrocampistas Mestraitua y Cabieces y de los delanteros Zubizarreta, conocido como la apisonadora, y el gran Txomin Acedo, el Athletic conquistó la Copa de 1915. El formato del torneo fue el mismo que el año anterior, por lo que los rojiblancos, tras ganar otra vez el torneo regional, entraron directamente en semifinales. De nuevo, su rival fue el Fortuna de Vigo, al que eliminaron con autoridad: 0-0 en la ida y 5-1 en San Mamés. El pase a la final acabó de animar a la afición, a la que el fútbol del equipo había dejado bastante fría esa temporada. Los rojiblancos no acababan de jugar bien. Tras un partido en Irún, en su crónica de 'La Gaceta' José Marías Mateos lanzó al aire el dardo de una pregunta indignada: «¿Pero es que cada día se aprende a jugar peor?» Más de uno se preguntaba aquellos días si William Barnes hacía algo aparte de dar buenos masajes.
En la final, sin embargo, apareció el mejor Athletic. Su superioridad sobre el Español fue tan apabullante que el partido por el título no tuvo mucha historia más allá de una correosa polémica por la designación del árbitro. Juanito Arzuaga fue recusado por los catalanes dado su pasado rojiblanco y el siguiente trencilla designado, el madrileño Ruete, tuvo que volverse a casa rápidamente tras recibir un telegrama en el que se le anunciaba que estaba ardiendo un almacén de su propiedad. Al final, el suizo Walter Hermann dirigió el encuentro, disputado en Irún. No tuvo mucho trabajo. El Athletic arrasó (5-0) con tres goles de Pichichi y uno de Zubizarreta y Germán. La muerte de un joven seguidor rojiblanco cuando regresaba a Bilbao -se llamaba Agustín Cortadi y fue arrollado por un tren en la estación de Deba- hizo que se suspendieran todas las celebraciones.
Los mimbres de mister Barnes
Aunque la experiencia con mister Sheperd fue un rotundo fracaso y la autogestión de los jugadores estaba dando buenos resultados, en el verano de 1914 la directiva del Athletic creyó conveniente fichar un técnico. Alejandro de la Sota estaba convencido de que el magnífico plantel de futbolistas que tenía el Athletic podía mejorar sus prestaciones si se ponía en buenas manos. El elegido fue William Barnes (Londres, 1879), ex jugador de Sheffield United, West Ham, Luton Town y Queens Park Rangers. Barnes cumplía la mayor parte de los requisitos que exigía el presidente del Athletic. Era un hombre joven -35 años- y había desarrollado una larga carrera como futbolista, siempre jugando de extremo. Era, además, un tipo muy serio y responsable. Hijo de un capataz del muelle Victoria, había recibido una educación estricta. Pertenecía al Partido Laborista, como su hermano Alfred, que hizo una gran carrera política y llegó a ser ministro de Transportes del Gobierno de Clement Attlee entre 1945 y 1951.
Mister Barnes llegó a Bilbao en agosto y cayó bien en la plantilla. Aunque fijó los entrenamientos a las ocho de la mañana, todos entendieron que el madrugón merecía la pena. Al nuevo técnico no le convencía el 'passing game' escocés que practicaba el Athletic. Había que ir olvidando los pases cortos y el ritmo trotón. El futuro pasaba por la velocidad. Barnes la trabajaba a diario con sus pupilos, que se hincharon a hacer sprints y a ensayar movimientos rápidos al primer toque y disparos a gol sobre la marcha. «Yo introduje en el antiguo Athletic el juego rápido y de pases largos, llevando el balón de ala a ala, con chutadores en el centro», aseguró años después. Aparte de instaurar el clásico 'kick and rush' inglés, un estilo que ha definido desde entonces al Athletic, Barnes también introdujo la figura del masajista. Él mismo se encargaba de tratar los músculos de sus jugadores y se cuenta que tenía un ojo clínico extraordinario para determinar la duración de las lesiones. El ex presidente Pedro Astigarraga, que era médico, nunca dejó de sorprenderse con la exactitud de sus dictámenes.
Un equipo inolvidable
Aparte de ojo clínico, William Barnes tenía un pedazo de equipo. El pintor y caricaturista José Arrúe lo eternizó en un dibujo histórico que no ha dejado de reproducirse desde entonces. Pichichi y José Mari Belauste eran las dos grandes figuras, pero sería injusto no recordar al resto. A Luis Iceta, capitán e intérprete del técnico, un fuera de serie con una excepcional visión de la jugada y un gran toque de balón. A Seve Zuazo, pequeño, fibroso y guerrero, un buen goleador. A Ramón Belauste, un prodigio físico como su hermano, tremendo por su banda izquierda, todo un 'sportmen' y un hombre de extraordinaria biografía: abogado, corresponsal de 'El Sol' en Londres, reportero de guerra, viajero, ranchero en México... Un crack, en fin.
Cómo olvidar a Cecilio Ibarreche, un portero ágil e implacable por alto. O a la pareja de 'backs', Solaun y Hurtado. El primero tenía un impresionante toque de balón y era una centella en los cruces. Fue, de largo, uno de los mejores defensas de su época. Hurtado, por su parte, era un tipo durísimo, el soldado implacable con el que sueña todo entrenador. Muy distinto era Germán Echevarría, conocido como 'Maneras' por el garbo y donaire taurino con el que paseaba por Bilbao. En el campo rezumaba clase y centraba desde la derecha con mira telescópica. Apón era el cazagoles oportunista del equipo mientras que Eguía era una lapa, un operario concienzudo que secaba rivales con la misma entrega con la que ejercía su oficio de carpintero. En aquel equipo de jóvenes universitarios de buenas familias -los jugadores pagaban al club dos pesetas de cuota al mes-, era el único artesano.
La reacción
Con estos mimbres y algunos otros que no retrató Arrúe, caso de los centrocampistas Mestraitua y Cabieces y de los delanteros Zubizarreta, conocido como la apisonadora, y el gran Txomin Acedo, el Athletic conquistó la Copa de 1915. El formato del torneo fue el mismo que el año anterior, por lo que los rojiblancos, tras ganar otra vez el torneo regional, entraron directamente en semifinales. De nuevo, su rival fue el Fortuna de Vigo, al que eliminaron con autoridad: 0-0 en la ida y 5-1 en San Mamés. El pase a la final acabó de animar a la afición, a la que el fútbol del equipo había dejado bastante fría esa temporada. Los rojiblancos no acababan de jugar bien. Tras un partido en Irún, en su crónica de 'La Gaceta' José Marías Mateos lanzó al aire el dardo de una pregunta indignada: «¿Pero es que cada día se aprende a jugar peor?» Más de uno se preguntaba aquellos días si William Barnes hacía algo aparte de dar buenos masajes.
En la final, sin embargo, apareció el mejor Athletic. Su superioridad sobre el Español fue tan apabullante que el partido por el título no tuvo mucha historia más allá de una correosa polémica por la designación del árbitro. Juanito Arzuaga fue recusado por los catalanes dado su pasado rojiblanco y el siguiente trencilla designado, el madrileño Ruete, tuvo que volverse a casa rápidamente tras recibir un telegrama en el que se le anunciaba que estaba ardiendo un almacén de su propiedad. Al final, el suizo Walter Hermann dirigió el encuentro, disputado en Irún. No tuvo mucho trabajo. El Athletic arrasó (5-0) con tres goles de Pichichi y uno de Zubizarreta y Germán. La muerte de un joven seguidor rojiblanco cuando regresaba a Bilbao -se llamaba Agustín Cortadi y fue arrollado por un tren en la estación de Deba- hizo que se suspendieran todas las celebraciones.
La Copa de 1902 a punto de desaparecer
La primera Copa de España, la que ganó el Bizcaya en 1902, estuvo a punto de desaparecer para siempre de las vitrinas del Athletic por problemas económicos. Mediada la década de los años veinte, los acreedores embargaron el local social del Athletic en la Calle Nueva, donde se hallaba el preciado trofeo, que sin embargo fue ocultado por Alejandro Acha. La Copa, gracias a Dios, se salvó, pero se perdió su pista hasta que a la muerte de Acha el Athletic pidió a su familia que registrase todos los rincones de su casa en busca del histórico y preciado trofeo. Y hubo suerte, ya que dentro de un viejo baúl, esperaba el trofeo su viaje definitivo de vuelta a la sala de trofeos del club rojiblanco, donde hoy sigue "residiendo".
(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)
(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)
lunes, 6 de septiembre de 2010
Historias de la Copa (1914)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 25 de abril de 2009)
El genio y el gigante
Durante dos temporadas, el Athletic no celebró ningún título. A la gresca con los diversos estamentos federativos, el club no participó en la Copa de 1912, que fue un año de luto en Vizcaya, conmocionada por dos tragedias desgarradoras: la terrible galerna que se llevó a 115 arrantzales bermeanos y la avalancha del Circo del Ensanche, en la que murieron 45 personas, 41 de ellas niños. En la edición de 1913, disputada en Madrid, los rojiblancos cayeron en la final ante el Racing de Irún. Fue una sorpresa porque, tras merendarse al Real Madrid por 3-0 en la semifinal, eran los favoritos. Sin embargo, la cosa se torció. La final terminó 2-2, después de que al Athletic le anularan la friolera de seis goles. El árbitro implacable, que quizá tenga todavía el récord mundial de goles invalidados a un mismo equipo, se apellidaba Rodríguez. Al día siguiente tuvo lugar el desempate. Jugando la mayor parte del partido con un hombre menos debido a una lesión de Pinillos, los bilbaínos perdieron por 1-0.
Dicho queda que, durante dos años, no hubo que hacer sitio a un nuevo trofeo de Copa en las vitrinas. Ahora bien, el Athletic no perdió el tiempo. En realidad, hizo algo más importante que ganar un título: asegurar su futuro como club. Ello fue posible con la construcción de San Mamés, inaugurado el 21 de agosto de 1913. Y también con la paulatina consolidación de un equipo formidable en el que, por encima de todos, destacaron dos futbolistas legendarios, los dos primeros ídolos de la historia rojiblanca: Pichichi y Belauste. Sin desdeñar a sus compañeros, a los Hurtado, Laca, Ibarreche, Zuazo, Iceta, Sabino Bilbao, Ramón Belauste, Allende, Eguía, Germán Echevarría, Apón, Zubizarreta y demás leones -el apelativo se les puso entonces y quedó para siempre-, es obligado detenerse brevemente a recordarles.
Hijo de un abogado de Amurrio y sobrino de Miguel de Unamuno, Rafael Moreno Aranzadi, Pichichi, fue un genio, un futbolista adelantado a su época. El origen exacto de su apodo legendario no está del todo claro. Algunos sostienen que fueron unos chavales mayores que él los que, viéndole jugar en la Campa de los Ingleses y admirados de su talento, se preguntaron asombrados quién era ese 'pichichi'. Otras fuentes aseguran que el mote se lo puso un descubridor de talentos, que, tras observarle en un partidillo, pidió que alguien le presentara a ese 'pichichi'. Da lo mismo. Lo importante de verdad era que ese alumno de los Escolapios, al que su hermano mayor Raimundo pulió como un diamante para el fútbol, lo tenía todo: clarividencia en el juego, un disparo demoledor, dribling, un sexto sentido para el gol y carisma. Mucho carisma. El suficiente como para que San Mamés le adorara y le abucheara cuando pensaba que no rendía al máximo. De hecho, dos meses antes de su muerte a los 29 años -se dice que por unas fiebres tifoideas provocadas por unas ostras en mal estado- el mismo público que le elevaría rápidamente a los altares le pitó con saña sarracena tras ser expulsado en un amistoso ante el Sparta de Praga.
El pañuelo a la cabeza
José María Belausteguigoitia Landaluce era otra cosa, una fuerza de la naturaleza. 193 centímetros de altura y 95 kilos de músculo puestos al servicio del Athletic. Honesto y viril, famoso por el pañuelo de cuatro nudos con el que se protegía de una incipiente alopecia, prenda que popularizó como estandarte de un fútbol para hombres de una pieza, fue el mediocentro indiscutible, la columna imponente sobre la que reposó el equipo durante doce temporadas. Ganó seis copas y fue el capitán de la selección en los Juegos de Amberes. Fue allí donde parece ser que pronunció, en un partido ante Suecia, su famosa frase de «Sabino, a mí el pelotón que los arrollo». No deja de ser curioso, por cierto, que el héroe fundacional de la llamada furia española fuese un abogado nacionalista, militante primero del PNV y luego de ANV, euskaldunberri en un tiempo donde serlo era una excentricidad, que tuvo que exiliarse dos veces, la última y definitiva tras la Guerra Civil. Pero así se escribe la historia.
La cinta métrica
Aquel gran Athletic que conquistaría tres títulos consecutivos no tardó en desquitarse de la derrota en la final del año anterior. Una vez reparado el cisma entre los poderes del fútbol y creada la Real Federación Española, ésta decidió crear un nuevo formato en la Copa. La disputarían los cuatro vencedores de los campeonatos regionales. El Athletic arrasó en el suyo y se enfrentó en las semifinales contra el Vigo Sporting, al que también dilapidó, ni más ni menos que por 11-0, con cuatro goles de Pichichi y tres de Apón.
Se cuenta que, al término del partido, para el que se contrató por primera vez a un árbitro inglés, mister Rowland, el portero vigués Méndez pidió una cinta métrica para comprobar si las porterías de San Mamés tenían las medidas reglamentarias. Es de suponer que, durante la cena de confraternización entre los dos equipos en la cafetería La Alcazaba, que quedaba en los bajos de la sede del club en la calle Ayala, el 'goal keeper' gallego tuvo que soportar algunas bromas por su exceso de suspicacia. El partido de vuelta, ya intrascendente, terminó con empate a tres.
La final se disputó en Irún el 10 de mayo de 1914. La victoria del Athletic fue más ajustada de lo esperado. El España de Barcelona planteó un choque duro y áspero, sin concesiones y sin amilanarse ante la masiva presencia de hinchas rojiblancos en las gradas de Costorbe. Dos goles de Seve Zuazo en los minutos 20 y 29 encarrilaron el partido. Coletas marcó el gol del honor para el España en el minuto 89. El Athletic obtenía así su sexto título de Copa y su hinchada cantaba por primera vez el 'Alirón', tras adaptar a su antojo la letra de un cuplé que había popularizado Teresita Zazá.
El genio y el gigante
Durante dos temporadas, el Athletic no celebró ningún título. A la gresca con los diversos estamentos federativos, el club no participó en la Copa de 1912, que fue un año de luto en Vizcaya, conmocionada por dos tragedias desgarradoras: la terrible galerna que se llevó a 115 arrantzales bermeanos y la avalancha del Circo del Ensanche, en la que murieron 45 personas, 41 de ellas niños. En la edición de 1913, disputada en Madrid, los rojiblancos cayeron en la final ante el Racing de Irún. Fue una sorpresa porque, tras merendarse al Real Madrid por 3-0 en la semifinal, eran los favoritos. Sin embargo, la cosa se torció. La final terminó 2-2, después de que al Athletic le anularan la friolera de seis goles. El árbitro implacable, que quizá tenga todavía el récord mundial de goles invalidados a un mismo equipo, se apellidaba Rodríguez. Al día siguiente tuvo lugar el desempate. Jugando la mayor parte del partido con un hombre menos debido a una lesión de Pinillos, los bilbaínos perdieron por 1-0.
Dicho queda que, durante dos años, no hubo que hacer sitio a un nuevo trofeo de Copa en las vitrinas. Ahora bien, el Athletic no perdió el tiempo. En realidad, hizo algo más importante que ganar un título: asegurar su futuro como club. Ello fue posible con la construcción de San Mamés, inaugurado el 21 de agosto de 1913. Y también con la paulatina consolidación de un equipo formidable en el que, por encima de todos, destacaron dos futbolistas legendarios, los dos primeros ídolos de la historia rojiblanca: Pichichi y Belauste. Sin desdeñar a sus compañeros, a los Hurtado, Laca, Ibarreche, Zuazo, Iceta, Sabino Bilbao, Ramón Belauste, Allende, Eguía, Germán Echevarría, Apón, Zubizarreta y demás leones -el apelativo se les puso entonces y quedó para siempre-, es obligado detenerse brevemente a recordarles.
Hijo de un abogado de Amurrio y sobrino de Miguel de Unamuno, Rafael Moreno Aranzadi, Pichichi, fue un genio, un futbolista adelantado a su época. El origen exacto de su apodo legendario no está del todo claro. Algunos sostienen que fueron unos chavales mayores que él los que, viéndole jugar en la Campa de los Ingleses y admirados de su talento, se preguntaron asombrados quién era ese 'pichichi'. Otras fuentes aseguran que el mote se lo puso un descubridor de talentos, que, tras observarle en un partidillo, pidió que alguien le presentara a ese 'pichichi'. Da lo mismo. Lo importante de verdad era que ese alumno de los Escolapios, al que su hermano mayor Raimundo pulió como un diamante para el fútbol, lo tenía todo: clarividencia en el juego, un disparo demoledor, dribling, un sexto sentido para el gol y carisma. Mucho carisma. El suficiente como para que San Mamés le adorara y le abucheara cuando pensaba que no rendía al máximo. De hecho, dos meses antes de su muerte a los 29 años -se dice que por unas fiebres tifoideas provocadas por unas ostras en mal estado- el mismo público que le elevaría rápidamente a los altares le pitó con saña sarracena tras ser expulsado en un amistoso ante el Sparta de Praga.
El pañuelo a la cabeza
José María Belausteguigoitia Landaluce era otra cosa, una fuerza de la naturaleza. 193 centímetros de altura y 95 kilos de músculo puestos al servicio del Athletic. Honesto y viril, famoso por el pañuelo de cuatro nudos con el que se protegía de una incipiente alopecia, prenda que popularizó como estandarte de un fútbol para hombres de una pieza, fue el mediocentro indiscutible, la columna imponente sobre la que reposó el equipo durante doce temporadas. Ganó seis copas y fue el capitán de la selección en los Juegos de Amberes. Fue allí donde parece ser que pronunció, en un partido ante Suecia, su famosa frase de «Sabino, a mí el pelotón que los arrollo». No deja de ser curioso, por cierto, que el héroe fundacional de la llamada furia española fuese un abogado nacionalista, militante primero del PNV y luego de ANV, euskaldunberri en un tiempo donde serlo era una excentricidad, que tuvo que exiliarse dos veces, la última y definitiva tras la Guerra Civil. Pero así se escribe la historia.
La cinta métrica
Aquel gran Athletic que conquistaría tres títulos consecutivos no tardó en desquitarse de la derrota en la final del año anterior. Una vez reparado el cisma entre los poderes del fútbol y creada la Real Federación Española, ésta decidió crear un nuevo formato en la Copa. La disputarían los cuatro vencedores de los campeonatos regionales. El Athletic arrasó en el suyo y se enfrentó en las semifinales contra el Vigo Sporting, al que también dilapidó, ni más ni menos que por 11-0, con cuatro goles de Pichichi y tres de Apón.
Se cuenta que, al término del partido, para el que se contrató por primera vez a un árbitro inglés, mister Rowland, el portero vigués Méndez pidió una cinta métrica para comprobar si las porterías de San Mamés tenían las medidas reglamentarias. Es de suponer que, durante la cena de confraternización entre los dos equipos en la cafetería La Alcazaba, que quedaba en los bajos de la sede del club en la calle Ayala, el 'goal keeper' gallego tuvo que soportar algunas bromas por su exceso de suspicacia. El partido de vuelta, ya intrascendente, terminó con empate a tres.
La final se disputó en Irún el 10 de mayo de 1914. La victoria del Athletic fue más ajustada de lo esperado. El España de Barcelona planteó un choque duro y áspero, sin concesiones y sin amilanarse ante la masiva presencia de hinchas rojiblancos en las gradas de Costorbe. Dos goles de Seve Zuazo en los minutos 20 y 29 encarrilaron el partido. Coletas marcó el gol del honor para el España en el minuto 89. El Athletic obtenía así su sexto título de Copa y su hinchada cantaba por primera vez el 'Alirón', tras adaptar a su antojo la letra de un cuplé que había popularizado Teresita Zazá.
La Copa de 1907 se perdió por "deportividad"
El Athletic perdió la Copa de 1907, podría decirse, por "culpa" de la deportividad, algo que para el club del Botxo ha sido casi como una religión. En el encuentro ante el Vigo Sporting el árbitro, Sena, pitó un penalti claramente injusto contra el cuadro gallego. Protestaron los gallegos y, visto que el de negro hacía caso omiso y daba vía libre a lo que podía ser una auténtica injusticia, el bilbaíno Arzuaga, encargado de ejecutar la pena máxima, avisó que lanzaría el esférico fuera, como así sucedió. El Vigo, que agradeció vivamente tal cortesía, ganó sin embargo el "match" por 2-1 y el Athletic, que empató a puntos con el R. Madrid -por entonces se jugaba la Copa por el sistema de liguilla-, perdió el campeonato en el desempate. De todas formas dejó un gran sabor de boca la deportiva decisión de Arzuaga.
(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)
(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)
domingo, 5 de septiembre de 2010
Historias de la Copa (1911)
(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 24 de abril de 2009)
Lío en Jolaseta
El título conquistado en San Sebastián concedió al Athletic el privilegio de organizar la siguiente edición de la Copa. No se opuso a ello el Barcelona, que era el otro campeón de 1910, un año polémico en el que el torneo, debido al cisma que se produjo entre algunos clubes y la federación, tuvo dos versiones y dos ganadores. La temporada 1910-11 se presentó, pues, con un gran objetivo en el horizonte y la directiva rojiblanca decidió prepararla a conciencia. Tanto es así que contrató por primera vez a un entrenador, el inglés mister Sheperd. El técnico, cuya desorbitada afición al café con leche dejó asombrados a los que le conocieron, apenas duró mes y medio. En fin, que llegó, vio, bebió y se volvió. Su mayor contribución fue clavar palitos en el terreno de juego para que los jugadores, durante los entrenamientos, los sortearan conduciendo el balón y mejoraran así su dribling y sus movimientos de cintura.
Otra iniciativa de la junta directiva de Pedro Astigarraga fue buscar un nuevo campo para disputar la Copa. Lamiako era demasiado incómodo y, además, el Ayuntamiento de Lejona se había subido a la parra con el dinero que pedía por su utilización. Ante la imposibilidad de encontrar un terreno de juego en Bilbao, el Athletic aceptó que la Copa se jugara en Jolaseta, donde la Sociedad Terrenos de Neguri había construido un nuevo campo. La tercera idea de aquella temporada fue crear un segundo equipo en el que pudieran foguearse los futbolistas que no tenían un sitio como titulares en el Athletic. Para ello se resucitó al Bilbao.
Todo estaba preparado, en fin, para que la Copa de 1911 fuese la mejor de las organizadas hasta la fecha. Sin embargo, acabó sucediendo justo lo contrario. Lo que se vivió en Jolaseta entre el 9 y el 15 de abril de 1911 fue un lío monumental, comparable al que montó en 1904 el temible señor Avecilla. La culpa del desaguisado hay que buscarla en la dura rivalidad que enfrentaba al equipo bilbaíno y a la Real Sociedad. Los rescoldos de la final del año anterior no se habían apagado entre los dos grandes favoritos al título, que meses antes del torneo comenzaron una comedia de despistes, enredos y espionajes mutuos.
Los donostiarras no estaban dispuestos a que el Athletic volviera a ganarles por la mano, como lo había hecho un año antes reforzándose con Grapham, Burns, Veitch y Cameron. De este modo, los directivos de la Real comenzaron a olfatear el mercado británico. Estaban convencidos de que con dos o tres nuevos refuerzos, más los ingleses que ya tenían en sus filas (Simmons, Mac Guiness y un tal Goitisolo, presunto lekeitiarra afincado en Inglaterra que, sospechosamente, no hablaba una sola palabra de castellano o euskera), podrían tomarse la revancha. Enterado de las intenciones del enemigo, el Athletic hizo lo propio y salió a la busca de fichajes. Que el reglamento de la Copa obligase a que los futbolistas participantes tuvieran que acreditar una estancia mínima de seis meses en la ciudad de su club o de dos años en España no parecía importar mucho. Menudencias.
Participantes
Trece equipos se inscribieron en aquella Copa tormentosa. Nueve eran clubes de fútbol -Athletic, Bilbao, Fortuna de Vigo, Real Sociedad, Real Club de Santander, Barcelona, Deportivo de La Coruña, Gimnástica Española de Madrid y Español de Barcelona- y cuatro eran combinados militares, los correspondientes a las academias de Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros. Sólo faltaba el Real Madrid, que estaba en horas bajas y prefirió no acudir a Jolaseta.
El primer partido enfrentó al Athletic con el Fortuna. La victoria (2-0) de los rojiblancos movilizó a la Real, que no había podido concretar ningún fichaje y estaba con la mosca detrás de la oreja ya que su gran rival sí que había tenido éxito en sus gestiones y se había reforzado con Sloop y Martin. Los donostiarras impugnaron el partido por alineación indebida de los bilbaínos. La Federación, sin embargo, desestimó su recurso. En vista de ello, los guipuzcoanos abandonaron el torneo. Ahí comenzó la bronca. El resto de los equipos, salvo los militares, secundaron a la Real y amenazaron con irse si el Athletic no prescindía de Sloop y Martin.
La directiva bilbaína accedió a hacerlo. Lo que no aceptó fue tener que repetir el partido contra el Fortuna. El Barcelona anunció entonces su retirada. Fue una pantomima. La realidad es que la Federación le había expulsado por alineación indebida de su portero, Reñé, en el partido contra la Gimnástica. Confirmada la marcha del Barcelona, el Fortuna y el Santander también optaron por el abandono. La Gimnástica siguió su ejemplo, pero lo hizo de un modo surrealista: se presentó al partido y se retiró del campo cuando el Athletic le metió el 2-0. El capitán madrileño adujo que tenían que coger un tren a San Sebastián y, si terminaban el partido, no llegaban a tiempo a la estación. ¡Qué cosas!
Vítores al Español
Pese a todo, hubo final. El 15 de abril, el Athletic se enfrentó al único rival que le quedaba después de que los equipos militares fueran reclamados en sus regimientos y abandonaran también Bilbao: el Español de Barcelona. Su detalle al quedarse le sirvió para ganarse la simpatía de la afición bilbaína, que fue a vitorear a sus jugadores al hotel Arana, donde se hospedaban. Los rojiblancos ganaron por 3-1, con goles de Garnica, Allende y Vietch. Su superioridad fue incontestable. Sólo cinco futbolistas -el portero Luis Astorquia, hermano del gran Juanito, Arzuaga, José Mari Belauste, Iza y Veitch- permanecían del equipo campeón del año anterior. El lío no terminó con la conquista del título. La Federación desposeyó al Athletic de la Copa. Hubo que esperar meses para que se la volvieran a reconocer.
Lío en Jolaseta
El título conquistado en San Sebastián concedió al Athletic el privilegio de organizar la siguiente edición de la Copa. No se opuso a ello el Barcelona, que era el otro campeón de 1910, un año polémico en el que el torneo, debido al cisma que se produjo entre algunos clubes y la federación, tuvo dos versiones y dos ganadores. La temporada 1910-11 se presentó, pues, con un gran objetivo en el horizonte y la directiva rojiblanca decidió prepararla a conciencia. Tanto es así que contrató por primera vez a un entrenador, el inglés mister Sheperd. El técnico, cuya desorbitada afición al café con leche dejó asombrados a los que le conocieron, apenas duró mes y medio. En fin, que llegó, vio, bebió y se volvió. Su mayor contribución fue clavar palitos en el terreno de juego para que los jugadores, durante los entrenamientos, los sortearan conduciendo el balón y mejoraran así su dribling y sus movimientos de cintura.
Otra iniciativa de la junta directiva de Pedro Astigarraga fue buscar un nuevo campo para disputar la Copa. Lamiako era demasiado incómodo y, además, el Ayuntamiento de Lejona se había subido a la parra con el dinero que pedía por su utilización. Ante la imposibilidad de encontrar un terreno de juego en Bilbao, el Athletic aceptó que la Copa se jugara en Jolaseta, donde la Sociedad Terrenos de Neguri había construido un nuevo campo. La tercera idea de aquella temporada fue crear un segundo equipo en el que pudieran foguearse los futbolistas que no tenían un sitio como titulares en el Athletic. Para ello se resucitó al Bilbao.
Todo estaba preparado, en fin, para que la Copa de 1911 fuese la mejor de las organizadas hasta la fecha. Sin embargo, acabó sucediendo justo lo contrario. Lo que se vivió en Jolaseta entre el 9 y el 15 de abril de 1911 fue un lío monumental, comparable al que montó en 1904 el temible señor Avecilla. La culpa del desaguisado hay que buscarla en la dura rivalidad que enfrentaba al equipo bilbaíno y a la Real Sociedad. Los rescoldos de la final del año anterior no se habían apagado entre los dos grandes favoritos al título, que meses antes del torneo comenzaron una comedia de despistes, enredos y espionajes mutuos.
Los donostiarras no estaban dispuestos a que el Athletic volviera a ganarles por la mano, como lo había hecho un año antes reforzándose con Grapham, Burns, Veitch y Cameron. De este modo, los directivos de la Real comenzaron a olfatear el mercado británico. Estaban convencidos de que con dos o tres nuevos refuerzos, más los ingleses que ya tenían en sus filas (Simmons, Mac Guiness y un tal Goitisolo, presunto lekeitiarra afincado en Inglaterra que, sospechosamente, no hablaba una sola palabra de castellano o euskera), podrían tomarse la revancha. Enterado de las intenciones del enemigo, el Athletic hizo lo propio y salió a la busca de fichajes. Que el reglamento de la Copa obligase a que los futbolistas participantes tuvieran que acreditar una estancia mínima de seis meses en la ciudad de su club o de dos años en España no parecía importar mucho. Menudencias.
Participantes
Trece equipos se inscribieron en aquella Copa tormentosa. Nueve eran clubes de fútbol -Athletic, Bilbao, Fortuna de Vigo, Real Sociedad, Real Club de Santander, Barcelona, Deportivo de La Coruña, Gimnástica Española de Madrid y Español de Barcelona- y cuatro eran combinados militares, los correspondientes a las academias de Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros. Sólo faltaba el Real Madrid, que estaba en horas bajas y prefirió no acudir a Jolaseta.
El primer partido enfrentó al Athletic con el Fortuna. La victoria (2-0) de los rojiblancos movilizó a la Real, que no había podido concretar ningún fichaje y estaba con la mosca detrás de la oreja ya que su gran rival sí que había tenido éxito en sus gestiones y se había reforzado con Sloop y Martin. Los donostiarras impugnaron el partido por alineación indebida de los bilbaínos. La Federación, sin embargo, desestimó su recurso. En vista de ello, los guipuzcoanos abandonaron el torneo. Ahí comenzó la bronca. El resto de los equipos, salvo los militares, secundaron a la Real y amenazaron con irse si el Athletic no prescindía de Sloop y Martin.
La directiva bilbaína accedió a hacerlo. Lo que no aceptó fue tener que repetir el partido contra el Fortuna. El Barcelona anunció entonces su retirada. Fue una pantomima. La realidad es que la Federación le había expulsado por alineación indebida de su portero, Reñé, en el partido contra la Gimnástica. Confirmada la marcha del Barcelona, el Fortuna y el Santander también optaron por el abandono. La Gimnástica siguió su ejemplo, pero lo hizo de un modo surrealista: se presentó al partido y se retiró del campo cuando el Athletic le metió el 2-0. El capitán madrileño adujo que tenían que coger un tren a San Sebastián y, si terminaban el partido, no llegaban a tiempo a la estación. ¡Qué cosas!
Vítores al Español
Pese a todo, hubo final. El 15 de abril, el Athletic se enfrentó al único rival que le quedaba después de que los equipos militares fueran reclamados en sus regimientos y abandonaran también Bilbao: el Español de Barcelona. Su detalle al quedarse le sirvió para ganarse la simpatía de la afición bilbaína, que fue a vitorear a sus jugadores al hotel Arana, donde se hospedaban. Los rojiblancos ganaron por 3-1, con goles de Garnica, Allende y Vietch. Su superioridad fue incontestable. Sólo cinco futbolistas -el portero Luis Astorquia, hermano del gran Juanito, Arzuaga, José Mari Belauste, Iza y Veitch- permanecían del equipo campeón del año anterior. El lío no terminó con la conquista del título. La Federación desposeyó al Athletic de la Copa. Hubo que esperar meses para que se la volvieran a reconocer.
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