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martes, 28 de abril de 2020

El fútbol sin Ainhoa

Artículo publicado por Andrea Menendez Faya en Patreon.com el 28/04/2020

Hay una frase que acompaña siempre a esa leyenda negra de los modestos: el fútbol no es justo. A los que nos late sobre el pecho algún escudo marcado por desgracias deportivas, esas palabras siempre nos sacan una sonrisa triste. Las hay, sonrisas tristes, igual que hay una retahíla de injusticias atadas a una pelota que se han convertido durante décadas en millones de conversaciones de bar que arrancan con esa frase y cuentan finales perdidas en el descuento, árbitros que se equivocan y anulan un gol, lesiones fortuitas que rompen una carrera… desde este momento, cuando me hablen de lo injusto que es el fútbol, contaré la retirada de Ainhoa Tirapu.


Ilustración: Belén García

Hay una cosa a la que llevo dándole vueltas unos meses, y es que nunca sabemos cuándo es la última vez de nada, y así es imposible disfrutar las cosas al máximo. Sí, claro, nos repetimos que tenemos la obligación de hacerlo, pero por desgana costumbre o necedad no lo hacemos: nunca disfrutamos las ocasiones finales como si fueran la primera, y eso es de obligado cumplimiento. Y con Ainhoa nos pasó un poco eso, sabíamos que se acercaba el momento, pero no teníamos ni idea de que aquel partido frente al Espanyol iba a ser el último partido. No teníamos constancia de que aquella parada en el derbi contra la Real Sociedad (¿cómo fue?) era la última. Ni siquiera tenemos, gracias a la guerrilla de derechos televisivos, aquellos encuentros de esta última temporada para guardarlos como guardábamos de pequeños los VHSs históricos. Sin duda, la situación lo merecía, pero no estábamos preparados para ella, todo se ha precipitado en una cadena de infortunios, casualidades y mala suerte.

Bilbao es una ciudad donde el fútbol se respira de forma diferente. Ainhoa tuvo la suerte de llegar allí hace quince temporadas a defender la portería de Lezama y a convertirse, poco a poco y sin darle importancia, en un referente no solo para el fútbol vasco o el español, sino para todo el fútbol femenino mundial. Su carrera deportiva ha sido intachable, pero el legado que deja fuera del campo ha marcado la vida de las jugadoras presentes y futuras, y dio honra al trabajo de las pasadas, con las que compartió campo y pasión. Es la portavoz de una generación de futbolistas que han luchado por sus derechos laborales y sociales hasta verlos reconocidos, y no me he encontrado en este camino a ni una sola compañera a la que le saques su nombre en conversación y no hable de ella como un referente de vida. Es de esas que caen bien, que no vuelven a escuchar sus entrevistas por vergüenza, que no tiene problemas en contestarte a lo que le sueltes, que ama a su club y a lo que representa, que dignifica la profesión desde todos los ángulos.

Y luego, por supuesto, está lo del campo. Ser portera es algo que lo convierte todo en distinto. La concentración de estar 90 minutos esperando a esos tres segundos en los que no puedes fallar, la preparación física que te permita saltar a donde nadie salta, estirarte a donde solo la pelota llega. Responder en un abrir y cerrar de ojos a la velocidad del disparo que se acerca. Hacer todo eso al máximo nivel quince temporadas en un club con la exigencia consabida del Athletic de Bilbao no es que no sea fácil, es que está a la altura de muy pocos elegidos. Ainhoa se va con 358 partidos jugados. La lesión le privó de varios al inicio de temporada y esta extrema situación del Covid-19 y la cancelación de la competición le quita la oportunidad de sumar los del final. También le roba una semifinal de Copa de la Reina, una posible final, y tal vez levantar por fin ese trofeo que se le resistió en 2012 y 2014, una Copa que no quería dejar atrás para completar un palmarés en el que luce dos ligas, una casi a su llegada y otra cerca del final de su carrera.

Nos deja el 30 de junio, pero no dejará al Athletic, eso seguro. Supongo que el Athletic es de esas cosas que no puedes dejar sin más, te acompaña siempre. No es una cuestión de costumbre, sino de lazos. Han sido días duros, de darle vueltas al coco, aunque la decisión lleva mucho tiempo tomada, pero retirarse desde casa la ha vuelto gris. No se lo merecían ni el Athletic ni ella. Es lo que toca, pero no es plato de gusto. Ainhoa era la cabeza de un león que hoy se queda un poco huérfano de batuta, con jugadoras inmensas, forjadas en la casa que es Lezama, que dejarán de encontrarse a la figura impasible que guardaba su puerta. Quedan en buenas manos, en la de otras veteranas y niñas que deslumbran, porque el futuro en esta santa institución está siempre garantizado y viene con los valores aprendidos, se vaya quien se vaya, y quién sabe si será Ainhoa desde otra línea de cal, la que separa el campo del banquillo, la que grite algún día las consignas necesarias para sacar los partidos adelante, a la que le brinden un trofeo más, una Copa que no tuvo. Lo bueno que tiene el fútbol es que si estás en el sitio adecuado no se acaba cuando guardas los guantes por última vez en la taquilla.

El fútbol no es justo. Si esto fuera una película, a ningún guionista se le ocurriría permitir que una futbolista que ha entregado su vida a hacer mejor este deporte se retire desde el sofá a la misma hora en la que debiera estar escuchando a su público rugir sus paradas. Nadie que ame este deporte quiere esto para uno de sus mayores referentes, para el nombre al que apuntan las niñas desde la grada con la boca abierta y los ojos chispeantes de ilusión. Bilbao es especial, Lezama es una isla en medio del universo del fútbol, y su gente se merece despedir a su capitana en un campo, no desde las redes sociales o las páginas de un periódico. Pero no me parece apropiado buscar culpables a una situación devastadora que nos ha desbordado a todos y en la que había que tomar medidas excepcionales, y mucho menos culpar al fútbol. El fútbol no es el villano que lo convierte todo en injusto, por raro que pueda parecer. Volviendo a nuestra película, me imagino más bien al fútbol femenino como ese ente desconocido, menospreciado, insultado, vilipendiado, cuestionado durante décadas. Imagínenlo ustedes también como a un perrillo sin collar que ha ido poco a poco haciéndose a la gente del pueblo en el que fue a parar, huyendo de los palos, robando comida para sobrevivir, durmiendo al calor de un humeante callejón oscuro con la mirada apagada. Ese perrillo sin collar que no se fiaba de nadie encajó, vaya usted a saber por qué, con una muchacha de Pamplona. No se hicieron daño, crecieron juntos, se cuidaron, se quisieron, y, un día, cuando el perrillo ya no se parecía a la sombra de lo que fue gracias a aquel amor incondicional, la muchacha dejó de salir a su encuentro cuando la esperaba, como cada mañana, en la entrada de acceso a una ciudad deportiva, con la cola oscilante y la lengua caída, preparado el salto para recibirla en ese gesto tan tierno que tienen los perrillos cuando se ponen felices por la más mínima tontería o por la presencia de quien les hace sentir el ser más mimado de la creación. Por cosas que se nos escapa controlar, nadie dejó que se despidiera de él. Simplemente, no llegó.

Qué tristeza pensar en el fútbol esperando a que Ainhoa vuelva.