Artículo publicado por Alex Couto Lago en www.kaisermagazine.com el 03/04/2014
Tener la paciencia de saber esperar, mantener la calma en el momento decisivo, dominar el espacio, medir con la mirada la distancia del peligro y actuar en consecuencia, saber volar y sobre todo saber aterrizar, jugarse la cabeza a los pies de los caballos, sabiendo que lo importante no es precisamente tu cabeza, mandar, hacer callar, pedir y exigir que los pasos midan lo que deben, transmitir confianza y seguridad a pesar de que las rodillas tiemblen, manejar las manos, saber colocar los pies, entender la bisectriz, dominar el arte de la mirada hipnótica, intuir y acertar, ser consciente de que un máximo para uno es un mínimo para el resto, trabajar para no perder… Soñar con volver a jugar…
Para ser portero hay que ser especial
José Ángel Iribar es un tipo especial, por eso es portero. Empezó pronto a volar, en las playas de su Zarautz natal y extendió su fina estampa de caballero negro hasta ocupar la portería de los estadios más míticos del mundo, empezando por la de la Misericordia del viejo San Mamés para después desplazarse a paso tranquilo y elegante a la de los Capuchinos, al otro lado del santuario rojiblanco.
No fue Iribar un guardameta al uso, un gato capaz de las más inverosímiles piruetas, un loco dispuesto a tirarse delante de cualquiera o un excéntrico lleno de supersticiones y manías. Iribar fue un portero sobrio, como su ídolo, el gran Lev Yashin, de quien copió su negra indumentaria.
Todos los porteros vestidos de negro siempre mostraron un particular sentido de la estética, empezando por la gestión de sus manos y su capacidad de atraparlo todo, su imantada palma y sus dedos interminables para atrapar la pelota entre los pulgares y llevarla al pecho con ademán de mago.
De negro vistieron Yashin, Mazurkiewicz, Mayer en sus inicios, Carvajal, Tilkowski, todos ellos caracterizados por su capacidad para estar siempre colocados en el lugar adecuado y atrapar la pelota transmitiendo solvencia y frialdad, sin alardes, sin un ejercicio de egocentrísmo ni búsqueda de un protagonismo innecesario. Sobrios y seguros. Así era igualmente Iribar, tranquilo en las formas pero eficaz en el ejercicio de su arte.
Pronto empezó a destacar en la tarea de evitar el gol, primero en el colegio La Salle, como tantos otros antes, entre rezos y oraciones a San Juan Bautista, “ruega por nosotros”, para trasladar posteriormente su estampa infranqueable al equipo de los Antonianos y finalmente al juvenil del Zarautz C.F. Entre unos y otros, un foro inigualable, la playa de Zarautz, en donde, como un albatros, extendía sus enormes brazos y se lanzaba en pos de un blocaje perfecto para caer, extendido, sobre el sobaco, en la blanda arena con el balón atrapado, con los pulgares juntos, las palmas por detrás de la pelota y en busca de la seguridad suprema, amortiguando el golpe sobre el propio balón, que finalmente correrá buscando refugio directamente al pecho. Será allí, en la playa, donde José Ángel desarrolle y perfeccione su técnica más básica y en donde disfrute de la esencia más pura del arte del cancerbero, volar, interceptar y caer con la sutileza de una pluma con la presa bien agarrada y dispuesto a ponerla en juego nuevamente.
Esos vuelos de palo a palo, esa estética inmejorable, alargada, equidistante y equilibrada la trasladaría años después a los campos de fútbol de toda España.
Tras una prueba en el equipo más representativo de su provincia, La Real Sociedad, aún en edad juvenil, Iribar empieza a considerar el fútbol como algo más que un pasatiempo. Los nervios y la falta de experiencia y referentes cercanos hicieron que su paso por la Real Sociedad fuese efímero y poco fructífero, no siendo elegido finalmente para engrosar las filas del equipo Txuri Urdin.
Ello posibilitó que siguiese formándose como futuro tornero y mantuviese abiertas las expectativas de evolucionar hacia otras metas igualmente ambiciosas.
Su sensación personal, a pesar de todo, fue que había dejado pasar el tren más importante de su vida hasta ese momento, por lo que su pesar fue considerable.
Pero la suerte no le iba a ser esquiva y con dieciocho años es fichado por el Basconia para engrosar el equipo que por aquel entonces militaba en segunda división. Su enorme campaña posibilitaría que el Athletic de Bilbao, junto con otros equipos como el Valencia y el Zaragoza empezasen a tener interés en el joven Iribar. Finalmente y tras seguir los consejos de su padre, se produjo la elección definitiva, Iribar pasaría a formar parte en 1962 del plantel del equipo bilbaíno, tras ser pagado un traspaso récord para la época de un millón de pesetas.
Con tan solo 20 años pasaba a trabajar al lado de uno de los más míticos porteros de toda la historia del cuadro de los leones, Carmelo Cedrún, quien llevaba ocupando el marco rojiblanco por más de una década y mantenía viva la leyenda de grandes porteros tales como Lezama o Blasco.
El inicio, de suplente del mito, sirvió para que Iribar tomase conciencia de la importancia y la responsabilidad que conllevaba defender la portería del Athletic. Además le permitió conocer de pleno y a fondo el estilo y las formas de entrenamiento de todo un portero internacional como era Carmelo, una gran personalidad y un futbolista de marcado carácter.
El 23 de Septiembre de 1962 en el campo de la Rosaleda de Málaga se produce una situación poco habitual, Carmelo sufre un impacto contra uno de los postes y queda semiinconsciente, conmoción cerebral. José Ángel Iribar debuta en el campo malagueño pero no puede evitar la derrota de su equipo.
Tras probar las sensaciones de ser el portero del Athletic, Carmelo se recupera y relega nuevamente a la suplencia a Iribar quien tendrá que esperar hasta Abril del año siguiente para consolidarse como el verdadero dueño de la portería bilbaína. Ni más ni menos que contra el Real Madrid de Puskas, Di Stefano, Rial, Gento y compañía. Su debút oficial en el estadio de San Mamés.
La sensación de ver a Yuri Gagarin volar en el espacio es solo superada por el disfrute de parar un penalti [Lev Yashin]
Allí, en la portería de la Misericordia afrontaría su primer partido completo delante de su público en el encuentro más esperado del año, el que los enfrentaba al mejor equipo del momento, el todopoderoso Real Madrid comandado por su mítico presidente Don Santiago Bernabéu.
El partido se saldó al final con una derrota por la mínima, tras un penalty cometido sobre Manolín Bueno que ese día sustituía a un lesionado Paco Gento. Penalty acontecido fuera del área y que provocó un revuelo considerable antes, durante y después de su ejecución.
Tras este partido, dieciocho años y 614 encuentros contemplarían la trayectoria de Iribar, convirtiéndose en el jugador con más partidos jugados en la historia de la institución.
Si por algo se caracterizó la relación entre José Ángel Iribar y el Athletic de Bilbao fue por la fidelidad y el compromiso, no solo a unos colores sino a la causa defendida por la entidad representativa de un entorno muy marcado en lo identitario y en lo cultural. Euskadi mantenía firme sus costumbres frente a la poco evolutiva, rancia e intransigente dictadura del Generalísimo, a pesar del aperturismo de un joven Fraga que llenaba de rubias las playas patrias pero renegaba, como todos los demás, de sentires y sensaciones al margen del espíritu nacional, la doctrina y el sentimiento de mantilla y rezos que aún se respiraba en la España de la época.
Iribar, al igual que tantos otros, era una persona apegada a las costumbres de su tierra y sabedor de la existencia de una cultura alternativa, vasca, suya, que era necesario mantener. La tradición del club bilbaíno llevaba de la mano el respeto por las costumbres de su pueblo y su significación social iba más allá de un simple equipo de fútbol, el Athletic de Bilbao representaba, al igual que otras entidades deportivas o de carácter social, la identidad del pueblo vasco y el sentir diferenciador de una manera de ver la vida asentada en raíces antiquísimas.
Iribar, como representante y posterior estandarte de este club siempre llevó con la dignidad que requería el hecho, la representatividad de su club y de su persona a la par que la profesionalidad por el ejercicio de su deporte y por la defensa de un combinado nacional que siempre tuvo en el Athletic una fuente inagotable de talento.
Con la selección española hizo su debut nada más cumplir los 21 años, contra Irlanda, un 11 de marzo de 1964. A partir de ese momento se haría el dueño indiscutible del marco español, defendiendo el escudo de la selección en 49 ocasiones.
Su momento estelar se produjo relativamente pronto, en el mismo ejercicio 1964, al jugar la final de la Copa de Europa de Selecciones Nacionales en el estadio Santiago Bernabéu contra la selección de la URSS a la que vencieron por dos goles a uno con tantos de Chus Pereda y el mítico e inolvidable cabezazo de Marcelino.
Ese día en los lados opuestos del campo se encontraban Iribar y Yashin, de negro, poniendo cerco al más preciado espacio del terreno de juego y buscando con su aporte evitar la derrota, el resto de partícipes lucharon por la victoria y esta cayó del lado español, para gozo de todos y para disfrute de un sistema propagandístico que hizo uso de la victoria como si hubiesen jugado los hijos del régimen en vez de futbolistas de la más alta escuela.
Porque en aquella selección había nombres ilustres, figuras que brillaban al más alto nivel internacional a quienes hay que agradecer haber estado a la altura de las circunstancias en un partido en donde la presión insoportable y el ambiente de exigencia desaforada fue moneda de cambio común. Jugar en casa, en el santuario madridista, con el Caudillo y su cohorte mirando el evento y contra el diablo rojo, era para aquellos futbolistas una prueba de fuego, no de su españolidad, sino de su capacidad competitiva y de su valor como deportistas.
De todo se habló en aquella época, quizás de lo que menos fue de estos dos últimos conceptos mencionados, absolutamente ligados al talento y la personalidad de los protagonistas, saber competir con deportividad y ganar por haber estado a la altura del evento y del rival.
Jugaron aquel mítico partido los siguientes protagonistas:
ESPAÑA: Iribar, Rivilla, Calleja, Zoco, Olivella, Fusté, Amancio, Chus Pereda, Marcelino, Luis Suárez y Lapetra. | DT: José Villalonga.
URSS: Yashin, Shustikov, Shesternyov, Mudrik, Voronin, Anichkin, Chislenko, Ivanov, Ponedelnik, Korneyev, Kushianov. | DT: Konstantin Beskov.
Tras la Copa de Europa de Selecciones, Iribar adquirió una dimensión diferente como deportista y como portero. Dejó de ser un gran proyecto de futbolista para convertirse en un referente nacional e internacional. Esta situación vino dada principalmente por ser el portero de la selección campeona pero además, por sus particulares cualidades como guardameta.
Iribar vivió en una década en la que destacaron importantes porteros en el ámbito internacional, desde Gordon Banks en Inglaterra a Amadeo Carrizo en Argentina, Yashin en Moscú, Mazurkiewizc en Montevideo, Carvajal en Méjico, Albertosi en Italia, Ivo Viktor en Checoslovaquia, el yugoslavo Ivan Curkovic o el particularísimo portero brasileño de Club Nacional de Football, “Manga”, entre otros muchos.
De entre todos ellos, Iribar manejaba cualidades en las que todos los demás eran característicos, dominaba el juego aéreo con suficiencia, gestionaba su posición como ninguno, sabía estar colocado en el lugar idóneo para sacar el máximo partido del mínimo esfuerzo, evitando tener que realizar sobreesfuerzos innecesarios. Sus manos, lapas, tanto sin guantes como era costumbre en la época, como con los rudimentarios guantes que el “Txopo” vio en las manos de Gordon Banks y no paró de buscar hasta encontrarlos. La técnica de retención de la pelota era perfecta y su capacidad para desplazarse lateralmente a través del ancho de la portería era el de un coordinadísimo atleta. El dominio de los pasos, la manera de posicionar sus pies y sus desplazamientos cortos, semiflexionado y en disposición de intervenir era la de un maestro. Su técnica era depuradísima, pocos como él manejaban un bagaje tan grande de recursos implementados en una estética agradable a la vista y eficiente ante la resolución del problema. España dispuso durante toda su trayectoria deportiva de un portero del más alto standing mundial y así siempre fue reconocido por sus colegas.
Otra de sus características fundamentales era su despeje de puños, tanto en salidas a balones aéreos como ante golpeos a bocajarro los cuales desviaba con contundencia evitando incurrir en riesgos de rechaces peligrosos de cara a su marco.
En la suerte de los penalties, Iribar manejaba como pocos la velocidad de reacción para adivinar a tiempo el lugar elegido por el lanzador, interviniendo con la fuerza explosiva necesaria para tratar de incrementar sus probabilidades de éxito.
Su colocación, matemática. Los niños que acudían a San Mamés entendían perfectamente el concepto de la posición del portero como el lugar en el que se manifiesta la bisectriz del triángulo formado por el balón y los dos postes. Iribar siempre estaba colocado en su lugar, adoptando la posición adecuada en función de la cercanía o lejanía del balón.
Una vez blocado sacaba a relucir su inmensa visión de juego. En una época en donde las responsabilidades ofensivas de un portero era poner la pelota en movimiento, bien en saque corto, sencillo a un defensor cercano o bien con un golpeo largo para jugarse la suerte de la posesión a una probabilidad, Iribar manejaba el saque con la mano en corto, en envíos medios y en envíos largos como pocos, eligiendo el jugador mejor posicionado para iniciar el proceso ofensivo, siempre en situación de ventaja. Era habitual incluso que desde su saque preciso se montasen importantes contraataques que llevaban visos de gran probabilidad de éxito, dada la precisión del envío y el oportunismo de la elección.
A medida que fue transcurriendo su carrera, su papel dentro del equipo fue tomando mayor valor y trascendencia. A su lado fueron creciendo igualmente jugadores que con el tiempo representaron estandartes determinantes dentro de la historia más contemporánea del Athletic de Bilbao. Futbolistas del calado de Iñaki Sáez, Javier Clemente, Aranguren, Argoitia, Uriarte, Villar, Churruca, Chechu Rojo, (Rojo I), Lasa, Irureta, Dani, Carlos, Argote y un largo etcétera, quienes bajo las órdenes de míticos como “Piru” Gaínza, Iriondo, Ronnie Allen, Pavic o Koldo Aguirre llevaron los destinos del Athletic a mantener su privilegiada posición de clásico y a seguir disfrutando de ser el club con mayor número de Copas ganadas hasta ese momento.
Fue en la Copa del Generalísimo y posteriormente Copa del Rey en donde el equipo e Iribar cosechó sus mayores logros colectivos, consiguiendo el máximo galardón en 1969 y 1973 respectivamente.
Recordado es el partido jugado en 1966 contra el Real Zaragoza en la final de Copa en el que a pesar de haber perdido el encuentro por dos goles a cero, Iribar fue sacado a hombros del Santiago Bernabéu mientras el campeón festejaba su título, tal había sido la actuación del meta de Zarautz, que al final se institucionalizó el famoso cántico entre la afición:
“Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno”
Durante mucho tiempo santo y seña del vínculo estrecho entre el guardameta y su respetable.
Igualmente Aranguren sufrió en sus propias carnes las iras de una afición que glorificaba hasta tal punto a su ídolo, que en una cesión al portero, Iribar cometió un fallo garrafal que le costó el gol al Athletic y la grada se la tomo con el bueno de Aranguren, dado que no concebía abuchear o reprochar a quienes consideraban su máximo estandarte, José Ángel Iribar.
Uno de los momentos culminantes de su extensa trayectoria fue la final de la Copa de la Uefa jugada en 1977 contra la todopoderosa Juventus de Turin. Al final el título cayó del lado de la Vecchia Signora, por el valor doble de los goles marcados en campo contrario, pero el partido de vuelta jugado en San Mamés y ganado por 2-1, será recordado por siempre dentro de los grandes eventos disputados por el Athletic en dicho estadio. En ambas porterías dos jugadores míticos, Iribar y Dino Zoff.
En ese mismo ejercicio, otra final, igualmente perdida pasaría a la historia de la Copa del Rey, dado que Real Betis y Athletic se jugaron el desenlace en los penalties, siendo finalmente ambos porteros quienes tendrían de dilucidar el campeón con sus respectivos tiros. Esnaola acertó por el Betis, Iribar imitando la paradiña del experto Dani, falló por el Athletic y finalmente la Copa viajó hacia Heliópolis.
Durante 18 años la portería rojiblanca tuvo un único dueño, Iribar, solo unas fiebres tifoideas y una lesión de rodilla limitaron su presencia en el campo. En el último ejercicio, a las órdenes de Seferovich, Iribar decidiría preparar su salida del equipo, llegando a un acuerdo con su entrenador para que lo dejase de suplente y permitiese a su sucesor ir cogiendo tablas de cara a afrontar su sustitución con el mayor grado de eficacia posible.
Seferovich sabía que el mejor portero del equipo seguía siendo Iribar, pero asumió la petición del ídolo y permitió que sus sustitutos fueras ganando minutos de experiencia bajo la atenta mirada y la experta mano de quien regalaba desde su humildad el último servicio como jugador al club de sus amores.
Posteriormente Iribar sería parte del cuerpo técnico del Athletic, llegaría a ser primer entrenador y hoy es el presidente de honor de la Asociación de Veteranos.
Reconocida es su identidad con la cultura y el sentir del pueblo vasco y gráfica fue en su momento la decisión de ambos conjuntos referentes de Euskadi cuando en 1975, en Atocha, vetusto estadio de la Real Sociedad, Iribar y Cortabarría, como capitanes de ambos conjuntos, portaron por primera vez la Icurriña, prohibida en ese momento como emblema ilegal, dentro de un terreno de juego como signo de identidad de un pueblo no reconocido hasta ese momento por las fuerzas vivas del régimen.
José Ángel Iribar es historia viva del Athletic de Bilbao y del fútbol español y uno de los mejores porteros de Europa de todos los tiempos.
Su estilo ha mantenido la tradición de grandes porteros del Athletic, sustituyendo al gran Carmelo quien en su momento asumió la sustitución del mítico Lezama y a la vez dando alternativa a otros nuevos referentes como Andoni Zubizarreta.
Iribar es hoy el embajador corporativo más destacado de un Athetic lleno de historia y el garante del mantenimiento de todos los valores que ha de reunir un futbolista vasco destinado a defender los intereses de un equipo de su país.
Si hablamos de porteros en España, Iribar siempre aparecerá en un lugar de privilegio, el de su figura, el de su técnica, el de su fina estampa de caballero, vestido de negro, como los grandes de siempre.