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martes, 1 de octubre de 2024
El día más grande
Fuente: Leyendas del deporte vizcaíno. (1995) Autor: Jon Rivas Albizu
Es difícil encontrar una fotografía de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, aquellos en los que Javier Clemente impartía clases de geometría en San Mamés, en la que aparezca el baracaldés con semblante risueño. No es la geometría, claro está, una asignatura proclive al divertimiento. Es más bien un campo árido. Tal vez por eso, el semblante circunspecto de Clemente en todas las instantáneas en las que se le ve evolucionar sobre el césped del coliseo bilbaino.
Es posible que la única foto en la que Clemente viste de futbolista y sonríe es aquella que le sacaron en su infancia, al lado de su hermana, con la camiseta del Barakaldo y un balón bajo su pie izquierdo. Era todavía un chaval que jugaba al fútbol por diversión. No el adusto profesional de su juventud truncada para la competición desde aquella entrada que le hizo Marañón en la Nova Creu Alta. Clemente siempre se tomó muy en serio su profesión y tal vez de ahí viene esa tendencia a aparecer siempre con rostro grave.
Pero no es esa su forma habitual de tomarse la vida. Javier Clemente es siempre extrovertido y hasta dicharachero y divertido si se encuentra a gusto. Si recibe críticas, que él considera injustas, prefiere encerrarse en sí mismo primero y responder después a los que le atacan.
Y desde que se hizo cargo de la selección española le atacaron a fondo, desde todos los flancos. Su salida por la puerta de atrás del Athletic tras el "affaire" con Sarabia, su posterior fracaso, que algunos consideraron fracaso personal de Clemente, en la final de la Copa de la UEFA a la que llevó al Español y unos cuantos intentos posteriores en diversos equipos, le hicieron mostrarse un tanto desconfiado con cierto sector de los medios de comunicación. Esos mismos que afilaron sus plumas en vísperas del decisivo España-Dinamarca de Sevilla, el partido que daba el pasaporte a uno de los dos conjuntos para el Mundial de Estados Unidos.
Javier Clemente ya se había tomado una pequeña revancha en Dublín, cuando España rompió la gran racha de la "Jirafa", Jack Charlton y la selección de la República de Irlanda, imbatidas desde muchos años atrás en la capital de su país y ante sus incondicionales. Pero las armas del rubio baracaldés dieron resultado y la selección española se quedó a un solo paso del Mundial.
Fue un día de nervios para el seleccionador ese 17 de noviembre de 1993. Pese a su carácter de hierro sabía que no todas las cartas estaban en su mano. Había planteado y replanteado el partido una y otra vez como a él le gustaba, es decir, jugando en función de lo que pudiera hacer el rival.
Tenía la mente en varios frentes: su propio equipo, el de Dinamarca con importantes figuras en sus filas, y, por supuesto, en Belfast. Allí se enfrentaban las dos Irlandas. Un resultado u otro podían modificar a última hora las necesidades de la selección española.
Existía una especie de consenso por esos días entre los medios de comunicación. Los ataques al seleccionador y sus métodos aguardarían a la finalización del partido. Todos ellos esperaban un buen resultado, pero algunos de los críticos de Clemente se debatían en un dilema interno. Deseaban la clasificación pero también ansiaban en lo más íntimo un fracaso de Clemente, que otra vez atribuirían personalmente al seleccionador. Las plumas estaban afiladas de verdad, aunque aparentemente no diera esa sensación.
El público del Sánchez Pizjuán, aunque volcado con la selección, recibió de uñas al técnico. La influencia de la prensa sobre los aficionados se notó nada más pisar el campo Javier Clemente. Lo hizo, una vez más, con ese aspecto serio de los grandes acontecimientos, con su preocupación profesional a cuestas, aunque a sabiendas de que todo dependía de los hombres que salían al campo vestidos de rojo, y a los que defendería contra viento y marea contra todas las críticas. Pese a todo, el de Barakaldo aún tuvo arrestos para sonreír y bromear, pero la procesión iba por dentro.
Y las cosas se pusieron mal de verdad a poco de empezar, porque uno de sus hombres de confianza, uno de los que siempre le había respondido, Andoni Zubizarreta, cometió un error imperdonable, pagado con la expulsión. Dinamarca tenía el camino expedito y tal vez a Clemente le pasó por la imaginación algún titular de esos que tanto odiaba y que muchos periódicos tendrían el dudoso placer de publicar al día siguiente. Las cosas, no obstante, cambiaron. España no jugó bien pero Hierro marcó en un corner y se abrió el cielo de la clasificación. Todo siguió igual hasta el final, porque los diez hombres que quedaban en el campo respondieron a las exigencias de su entrenador. Acabó el partido y aquello fue la locura. Sólo una persona conservó la calma de puertas hacia fuera: Javier Clemente. Como con las preocupaciones, todo le bullía por su interior, pero apenas dejó escapar una sonrisa de satisfacción. Era, con las Ligas y la Copa que consiguió con el Athletic, una de sus jornadas de más gloria, pero prefirio ser discreto.
Javier Clemente Lázaro
Nació en Barakaldo el 12 de marzo de 1950. Estudió en el Colegio de La Salle y jugó al fútbol en el Barakaldo, como juvenil, donde fichó a los quince años, Bilbao Athletic y Athletic. Comenzó a entrenar con el primer equipo rojiblanco a los 18 años y Gainza, técnico del Athletic, le hizo debutar el 5 de septiembre de 1968 en San Sebastián, en un encuentro amistoso junto a Igartua. Su primer encuentro oficial fue contra el Elche, en la primera jornada de Liga. Desde el 1 de diciembre, en San Mamés ante la Real -con Iriondo en el banquillo-, consiguió hacerse con la plaza de titular y ganó esa temporada el premio al jugador más regular. Esa campaña ganó su único título como jugador del Athletic: la Copa frente al Elche (2-1). Debutó como internacional en Sabadell frente a Italia (2-1), el 30 de octubre de 1969. Jugó otro partido más con la selección. Precisamente en Sabadell, sufrió la lesión que le apartaría del fútbol, al recibir una entrada de Marañón. Reapareció pero recayó de su lesión. Se retiró definitivamente en 1975. El Athletic le brindó un homenaje el 20 de agosto de ese año. Fue representante de una casa de deportes durante tres años y se hizo entrenador. Dirigió al Arenas, al Basconia. Después al Bilbao Athletic y más tarde al Athletic, al que hizo campeón de Liga dos veces y una de Copa. Después entrenó al Español, al que llevó a la final de la UEFA, luego al Atlético de Madrid y de nuevo al Athletic, del que fue despedido en 1991. En verano de 1992 fue elegido seleccionador.