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domingo, 4 de junio de 2023

Andoni Zubizarreta, cerrajero del fútbol

Artículo publicado por Javier Gamboa en el número de Junio de 2023 del periodico Bilbao

Nació en Aretxabaleta, se hizo futbolista en Vitoria-Gasteiz, eclosionó en Lezama, triunfó en Barcelona y se consagró en Valencia. A pesar de todo ese recorrido, o gracias a él, Andoni Zubizarreta es un bilbaino por los cuatro costados. Vive en El Arenal, hace la compra en el Mercado de La Ribera y pasea por el Casco Viejo
Caricatura: Asier

Su hijo Markel está encantado con Bilbao. “Aita, aquí los chavales son como yo”, suele repetirle. Y a Andoni Zubizarreta, guardameta de leyenda, le gusta. Sigue siendo el futbolista con más partidos en la historia de Primera División con 622 encuentros, todos como titular. Campeón de la Copa de Europa, de la Recopa y la Supercopa, seis veces campeón de Liga, dos de ellas con el Athletic, y tres veces campeón de Copa, en su palmarés no es necesario contar los subcampeonatos. Guarda en algún lugar su Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo. Seguramente al lado de la Orden Olímpica, la distinción más importante que otorga el Comité Olímpico Español. Todo un caballero que podría presumir de un frac con el pecho tachonado de piezas brillantes pero que disfruta caminando hasta el Mercado de la Ribera para comprobar las condecoraciones que le trae el mar.

García Rivero

En contra de lo que se podría imaginar, la relación de Andoni Zubizarreta con la Villa es muy anterior a su fichaje por los leones. “Teníamos y tenemos familia en Bilbao por parte de mi madre. Tíos y primos. Mi tía Milagros vivía en García Rivero. Su marido, Antonio Alonso, era abogado del Ayuntamiento y también organista en la iglesia de Las Mercedes de Getxo”.

No olvida el olor de la carbonería que ocupaba la lonja que hace años se transformó en el asador Indusi. El aroma del carbón subía por el portal de la casa. “Zubi” habría cumplido cinco años. Aquellas sensaciones de la carbonería se extienden al total de la urbe de finales de la década de los 60. “Una ciudad gris, oscura, con la Ría marrón. Recuerdo ir a Deusto a ver el puente abrirse para permitir el paso de los barcos; era una de las atracciones de la ciudad. Publicaban en el periódico la hora a la que cruzaban. Cuando regresaba a Aretxabaleta se lo contaba a mis amigos: ¿Sabéis que tienen un puente que se abre para que pasen los barcos?”.

La familia vivía en la plaza del pueblo: Rosario, de allí mismo, Pedro Mari, de Eskoriatza, y sus tres criaturas. Vivían en la plaza, cerca de las escuelas. Pedro Mari trabajaba en Unión Cerrajera y posteriormente en AZBE. Algún sábado, Andoni le acompañaba al taller. Una familia vinculada a las cerraduras y las puertas. El destino del pequeño Zubizarreta.

El chico jugaba al baloncesto, muy a menudo a pelota y a cualquier otro deporte. Pero, sobre todo, al fútbol. “Desde siempre, Iribar me parecía mágico. Mi padre solía comprar La Gaceta del Norte con aquellas crónicas de José María Múgica y las fotos. Creo que entre eso, leer, imaginar, oír la radio... empecé a soñar. Pero se trataba de un deseo, si no de una ensoñación infantil. Aquello ocurría en ciudades lejanas. Yo jugaba por el hecho de jugar”, evoca.

Juegos al margen, se veía como bioquímico. Una de las condiciones que puso para que el Alavés le fichase para sus juveniles fue que pudiese estudiar. “Acabé COU con muy buenas notas, era muy buen estudiante. De hecho, mi profesora de químicas, María Luisa Mongelos, insistió en que era una pena que me dedicara al fútbol”.

Los militares

En esas, fue a la mili y le fichó el Athletic. Demasiado para compatibilizar también con los estudios. “Empecé en marzo del 81, quince días después del golpe de Tejero, así que todo el día haciendo guardias. Coincidí con Patxi Bolaños. Íbamos directamente del cuartel de Mungia a Lezama. Nos quitábamos el verde en el vestuario. “Los militares” era como nos llamaban los compañeros”.

Entrenaban con Manolo Delgado, con Javier Clemente, con Iribar y, el sábado, con todo el equipo. “La verdad es que no hice buenos partidos con el Bilbao Athletic, pero era normal, casi no podíamos entrenar juntos. A pesar de eso, Clemente confió en mí”, subraya. Y el cerrajero de Aretxabaleta se hizo con la portería. “La Liga 81-82 quedamos cuartos. En la siguiente pretemporada, Clemente nos dijo que seríamos campeones”, revela. Y así fue. Pudo ver Bilbao desde la Ría, a bordo de una gabarra. “Muy emocionante. Recuerdo niños con los ojos como platos, personas mayores llorando, trabajadores saludándonos vestidos con los buzos azules y cascos blancos en la mano, las fábricas... Bilbao seguía siendo gris, duro y difícil pero, en aquel momento, era una expresión de felicidad”. Explica que el portero es un futbolista paradójico: si el partido es muy bueno para el equipo, el guardameta ha participado poco o nada y, si participa mucho, es que el partido va mal. Aunque esté solo, el arquero no dispone de tiempo real para pensar en otra cosa que no sea el propio juego, los potenciales peligros, las características del rival.

“Cuando empiezas, crees que llegará el día en que domines el juego. Pero eso no es cierto. El juego, las circunstancias, son imprevisibles. Aprendes a conocerte a ti mismo, a controlar tus nervios, a mantener las ideas claras y la serenidad. Y eso es importante. Pero cuando ya te has controlado del todo, te tienes que retirar”.

Sonríe. Y habla de Valdano. Y de Messi. Y del Club de Fútbol Monterrey de México, del que es asesor. Y vuelve a hablar de Bilbao.

Bilbao, el área de ‘Zubi’

Cuando formó parte del legendario Dream Team del Barça comprobó cómo se produce el cambio de una ciudad triste a otra diferente cuando se abre al mar y gana luz: Barcelona del 92. “Al regresar a Bilbao, nos lo recordó. Vimos otros colores. Era una ciudad más ágil, más cómoda, más vivible. También es verdad que había perdido la potencia de los barcos y la industria”, afirma Zubizarreta.

Pero agradece que todo quede a cinco minutos. Desde la ventana, ve a los turistas que llegan con sus guías, palo en alto, al Arenal. Y los grupos que pasan por el Mercado de la Ribera.

“Está muy bien, pero soy de los que piensa que el del puesto de pescado quiere vender su género, no solo que lo miren”.