Artículo publicado por Aitor Elizegi en su blog 'Licencia para aliñar' el 16/08/2017
No se entienden las dudas, los atajos, los trucos de verano, no hacía falta (y no hace falta) poner a prueba de nuevo la fortaleza de esta idea propiedad de todos cuantos la respetamos, no hacía falta despertar de nuevo y de forma gratuita un fantasma, un debate que debilita el grupo, el colectivo, que abre otra vía de agua en el maltrecho ideario, ¿quien necesitaba abrir el códice si no está dispuesto a escribir sus líneas negro sobre blanco?, no hay goles, no hay glorias que compensen la duda que desequilibra una delicada balanza.
Un rápido paseo por las remozadas instalaciones de Lezama es suficiente para certificar el esfuerzo realizado por la actual junta directiva en el entramado de la Escuela de fútbol rojiblanca, se ha invertido y se han mejorado notoriamente las alfombras verdes y las infraestructuras del espacio de formación del Txorierri.
Uno adivina un esplendoroso futuro en tanto área de confort deportivo, aunque en estas fechas se echa de menos el ruido infante, el nervio de los padres que esperan y desesperan y el aliento de los formadores.
Una tarde de verano, aún con baja actividad, entre los céspedes solitarios y el guarda de seguridad aburrido se adivinan cientos de jóvenes corazones trotando a ras de los verdes, devolviendo pelotas al primer toque, tirando líneas juntas y desmarques al destino, realizando carreras continuas hacia sueños de grandeza.
Los tiempos están apretando el fútbol de talón, a veces ni el que lo tiene más grande toca trofeo, y la lista de fracasos es bastante más larga que la de libros de estilo para seguir, cientos de proyectos se quedan en fuegos de artificio y especulación, cuando no desplifarro y varios juguetes rotos.
Nadie sabe el futuro del fútbol de corazón, como dice Julen Guerrero ahora que todos nos formamos fuera del barro y en el pase corto, pocos ejemplos quedan para el I+D del modelo fuera del fútbol de aldea de la franquicia de la Campa de los Ingleses.
El busto de Gainza, puro ADN rojiblanco, mira serio y profundo a los tiempos y al horizonte, pasado y futuro, esperanza puesta en cada nueva bolsa deportiva al hombro, a veces de mayor tamaño y peso que el alevín portador, no hablamos de color de piel ni territorio nativo, hablamos de quien te ha visto crecer con balón y en la vida.
El Arco recuperado, corona con acierto todas estas ilusiones, acompaña al viejo Zorro ojeando proyectos de futbolista desde hace unos años y certifica la ilusión del que llega y recorre con trabajo y tesón el largo camino hasta poder portar la zamarra mayor, de rojo y blanco.
Pero también levanta acta del esfuerzo de los que no llegan, pesa el escudo si esta entero y tienen que abandonar con más o menos justicia, cabizbajos la disciplina de la élite, a veces, muchos lo han demostrado, para regresar de la cesión con orgullo y muchas horas de carrera en solitario, otras para alimentar estructuras de fútbol de plata y bronce, y porque no, de cartón: todos contribuyen a sostener el delicado castillo del fútbol de origen, de cantera, en el que todos sabemos de qué color es nuestra camiseta por maltrecha que este en el armario, a sujetar torneos de fogueo, vestir las gradas de ánimo, escaleras al cielo, detrás de cada pelota en movimiento en nuestro territorio o los pocos territorios que alimentan y hacen crecer nuestra filosofía aparece un brote, unas piernas que empiezan, un elegido entre los nuestros que algún día podrá ser parte de nuestra historia centenaria, del equipo que nos representa aquí, a pie de campo en el nuevo San Mamés, y allá: por los estadios del mundo portando y contando nuestros colores.
Desde luego que el balón es de los dotados, la alineación de los que saben, el confort y la formación para los que tienen un don con el pelota entre los pies. Pero el ADN de este club está su testamento y en los que recogen los relevos.
No debemos olvidar, que los que amamos la escuela, los centenarios, los que portan carnets de socio y latido, de cuero gastado o plástico descolorido, los que retiran las cuotas al esfuerzo del trabajo del año, los que dan aliento cuando no queda oxígeno, los que lloran de colores, los que enseñan el camino, los juglares de las hazañas, los que están siempre y suman décadas orgullosos, cuantos ya no pueden volver a estar, los de los homenajes y las Peñas, los que hacen cientos de kilómetros donde nunca han estado: somos los que prestamos nuestra vieja pelota, nuestra camiseta a uno de los nuestros, a uno de casa, a uno que ha entrenado y soñado debajo del Arco o se le eriza la piel al pasar con la bolsa al hombro por primera vez al lado del busto del maestro Piru, esa es la diferencia, hasta ahora somos los mismos, en la grada y en el césped, todos los que hemos tenido el mismo sueño desde pequeños, por eso respetamos al que tiene el privilegio de tocar la pelota iluminado por los focos de la Catedral, a quien puede llevar flores a Pichichi, porque lleva en el pecho el Escudo de cuantos hemos tenido alguna vez el sueño de ser parte de la leyenda, la que cuentan del Athletic.
No hacía falta…