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lunes, 15 de noviembre de 2010

Historias de la Copa (1956)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 9 de mayo de 2009)

Una promesa cumplida

Fernando Daucik había prometido el doblete. Objetivamente, se trataba de una bilbainada y de las buenas. Porque una cosa era ganar la Copa, algo factible para un equipo al que le iba como anillo al dedo el fútbol a dos asaltos, y otra, muy distinta, soportar en la Liga la presión constante de dos escuadrones de élite como el Real Madrid y el Barcelona. Y, sin embargo, Daucik cumplió su palabra. Pese a los cambios y trucos de pizarra a los que era tan aficionado el técnico eslovaco, su equipo demostró una regularidad asombrosa y terminó superando al Barça en la última recta de la Liga, a tres jornadas del final, tras ganarle por 1-0 en San Mamés. En la Copa, como tantas otras veces, los rojiblancos avanzaron con botas de siete leguas. Pasaron por encima de la Cultural Leonesa y de Osasuna y, en semifinales, superaron al Real Madrid. Fue una soberbia eliminatoria en la que tuvieron un especial protagonismo, con sus goles, dos futbolistas contrapuestos que mezclaban a la perfección: Artetxe y Arieta, clase y potencia, poesía rebelde y prosa contundente.

Gainza eleva al cielo de Madrid la Copa conquistada en 1956. Una imagen para la historia
La final se disputó el 24 de junio de 1956 en el Santiago Bernabéu. Era una tarde calurosa y gris, de cielo encapotado. Dos horas antes del partido que enfrentaría al Athletic con el Atlético de Madrid, descargó un estupendo chaparrón. Dieron ganas de aplaudirlo. El estadio reventaba con más de 100.000 espectadores. Hasta 120.000 llegaron a contabilizar algunos periódicos. Era un aforo enorme, pero aún así hubo un problema de mil demonios con las entradas. En Bilbao sólo se vendieron 10.000 y las quejas de los hinchas atronaron en la sede del club en la calle Bertendona. Los privilegiados que pudieron hacerse con una entrada la disfrutaron a conciencia. Celebraron el vigésimo título de Copa del Athletic. Ni más ni menos.

Fue un partido seco y correoso como un filete duro, la típica final en la que los nervios y la tensión impiden cualquier lucimiento. Por galones, el Athletic salió de rojiblanco y con el equipo de gala, el once de Daucik que toda la España futbolística había aprendido ya de memoria. Ahora bien, aquella vez, como otras muchas, se produjo un cambio de posiciones. Los afectados fueron Artetxe y Uribe, que había estado con gripe en vísperas del partido pero finalmente fue de la partida. Cosas del mister. El Atlético, entrenado por un buen conocedor de los leones, el getxotarra Antonio Barrios, tampoco tenía bajas en su equipo, un bloque muy serio en el que destacaba su banda izquierda formada por Peiró y Collar. Pero aquel no era el día de los 'colchoneros'. Para empezar, tuvieron que jugar con un uniforme espantoso: camiseta blanca, pantalón azul y medias rojiblancas. Y no sólo eso. Los 'colchoneros' también tuvieron que tragarse el sapo de presenciar el homenaje que se le tributó al Real Madrid, reciente campeón de Europa, antes del partido.

Gol anulado

La igualdad presidió el choque. El Atlético de Madrid se adelantó en el minuto 25 con un gol de Molina y los campeones pasaron un mal rato. En realidad, no reaccionaron hasta casi el final de la primera parte, cuando Arqué anuló un golazo de Mauri por una supuesta falta de Arieta a Pazos en el salto. Era el minuto 37 y la injusticia espoleó a los bilbaínos. Un minuto después, Artetxe cabeceó a la red un centro de Gainza. El gol de la victoria llegaría en el minuto 70. El capitán rojiblanco, que se encaminaba hacia su quinto título, sacó con maestría una falta a la cabeza de Maguregui, que bien desmarcado hizo el 2-1 definitivo.

El título de 1956 dejó para la posteridad una imagen inolvidable. Es necesario referirse a ella porque resume, por sí sola, con el poder de seducción de las grandes fotografías, toda la década de los cincuenta. Su autor fue José Ramón Orio, Claudio hijo, Claudito para los amigos. Había terminado la final y el fotógrafo de este periódico estaba en el sitio y el lugar adecuados con su Rolle i Flex de 6x6. Piru Gainza había recibido la Copa de manos de Franco y bajaba con ella al césped, donde le esperaban sus compañeros.

El efecto colateral

El encuentro fue un delirio. Todo sucedió muy rápido hasta que surgió la instantánea histórica. Eneko Arieta alzó al gran capitán sobre sus hombros mientras Artetxe, escoltado por Mauri, cogía la peana de la Copa y la levantaba. La pierna izquierda de Gainza fue venerada entonces como una reliquia. Sin quitarse los guantes, Carmelo colocó unas de sus manazas sobre ella, a la altura de la rodilla. También Fernando Daucik, impecable con su traje y su sombrero gris, agarró a Piru por la espinillera. Y lo mismo hizo un joven aficionado que, presa del entusiasmo y cámara en ristre, saltó al campo y se incorporó al grupo. Gainza levantó la Copa hacia el cielo de Madrid y Claudio hijo se preparó para pulsar el disparador. Ignacio Uribe se le cruzó por delante, pero no lo suficiente como para taparle la sonrisa radiante de Eneko Arieta. Click.

La imagen es un homenaje a un equipo espléndido que fue capaz de competir de igual a igual, tan sólo con jugadores vizcaínos, once aldeanos que dijo un cronista, con dos de los mejores equipos del mundo de la época. Este gran mérito no sólo sirvió para que Vizcaya reventara de orgullo y nacieran peñas rojiblancas por toda España. También tuvo otro efecto colateral: radicalizó la filosofía del Athletic hasta el punto de que, en los años siguientes, el club se negó a fichar a tres grandes futbolistas formados en Vizcaya, Chus Pereda, Miguel Jones y José Eulogio Gárate, por el simple hecho de haber nacido fuera del País Vasco.