Artículo publicado en el número 14 de la revista Athletic Club
(Diciembre 2007)
Izaskun Bilbao, Ex Presidenta Parlamento Vasco
El Athletic, para mí es razón, pero también es pasión, es sentimiento. Cualquiera que se acerque hoy al mundo de la alta competición deportiva valora cien años en la élite con el único sostén de la propia cantera. Eso es increíble en términos técnicos y deportivos y en el ámbito económico, una hazaña. Pero además desde la perspectiva del respeto a la propia cultura corporativa, una trayectoria que sólo está al alcance de grandes marcas como Rolls Royce u Omega. Ésos son los cimíentos del espíritu rojiblanco.
Pero además, para mí, el olor de San Mamés en día de partido, el arco de focos que radiografía la lluvia, el atasco junto al campo, la inquietud que bulle en torno a las taquillas cada domingo grande, el viento sur, las tardes de radio... añaden pasión al frío razonamiento que permite a cualquier observador imparcial respetar la historia y trayectoria del club de Ibaigane. Por eso nuestro equipo es para muchos un estado de ánimo que supera otras barreras sociales o ideológicas. Una facultad que podríamos exportar a otros terrenos más controvertidos. Algo mágico capaz de poner de acuerdo a un público entendido y justo, tanto que ha sido capaz de convertir un estadio de fútbol en una catedral.
De pequeña viví el Athletic junto al mar nuestro de cada día, en las crónicas de prensa, en las colecciones de la Liga, en los calendarios que colgaban en los bares y en las alineaciones repetidas de carrerilla. Recuerdo la pasión de mi amatxu con cada ¡gol, gol, gol, gol, gol, gol...! que multiplicaba por seis el valor de cada tanto en las retransmisiones de una radio que, de verdad, se veía. Había jornadas solemnes en torno a la televisión en blanco y negro cuando el símbolo de 'conexión' anunciaba el milagro. Eso nos parecia al menos poder ver desde Bermeo un partido de los leones que se jugaba a centenares de kilómetros de casa. Lezama es la antesala de aquella fábrica de sueños. Allí acompañé algunas veces a mi hermano mayor cuando se esforzaba por llegar al vestuario de San Mamés. Como muchos otros no lo consiguió. Pero allí respiré la filosofía que hace únicos a los rojiblancos en las enciclopedias del fútbol.
Me llegó igualmente hasta adentro el esfuerzo que se hizo por tratar de expresar estas cosas con un icono moderno y atrevido. La camiseta que diseñó Dario Urzay fue para mí un gol rotundo. Por eso mis sobrinos tienen a buen recaudo el recuerdo de un experimento que mereció mejor suerte y que quizá mañana se cotice como rareza de museo. Tal vez nos falte aprender a expresar lo que somos, efervescencia, pasión, historia, sueños, trayectoria, épica, coraje, obstinación, identidad y unas gotitas de orgullo, en el lenguaje del mañana. Porque necesitamos seguir siendo corazón y cerebro.