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lunes, 16 de agosto de 2010

Historias de la Copa (1910)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 23 de abril de 2009)

Gloria en rojo y blanco

Después de levantar las tres primeras Copas disputadas en España, el Athletic entró en crisis y se pasó un lustro entero sin volver a conquistar el título. Entre 1905 y 1910, la luz se apagó. El club vivió una época de desaliento, inquietud y dudas. A esta depresión contribuyeron una serie de factores que, unidos, tuvieron un efecto tan nocivo que hasta la propia supervivencia del club llegó a estar en entredicho. Para empezar, la escasez de partidos comenzó a desmotivar a los jugadores, que entrenaban poco y sin grandes ilusiones. Y eso que, desde la prensa, que ya comenzaba a tener en el fútbol uno de sus grandes bocados informativos, no se les dejaba de recordar su responsabilidad como representantes de la ciudad. Pero no había manera. Para jugar la final de 1905, por ejemplo, el Athletic tuvo que recurrir a jugadores de su sucursal en Madrid, ya que de Bilbao no viajaron suficientes para completar el once.

Foto histórica de uno de los equipos-tipo de la temporada 1909-10
La derrota ante el Madrid, que se repetiría al año siguiente por un contundente 4-1, acabó de extender el desánimo en una ciudad conmocionada por las inundaciones de agosto de 1906. El club perdía aficionados. La idea de resucitar al Bizcaya para reactivar el pulso de la hinchada no tuvo éxito. La Copa de 1907 cayó también del lado del Madrid. Por otro lado, el hecho de que las Copas se celebraran por decreto en la capital de España comenzó a irritar a los clubes de la periferia. Tanto es así que el Athletic no acudió a la edición de 1908, de nuevo ganada por el conjunto blanco. Sí lo hizo a la de 1909, la primera organizada por la recién creada Federación Española, pero tampoco entonces pudo alzarse con el trofeo. Fue el Club Ciclista San Sebastián, que en apenas un par de años se había convertido en el enemigo predilecto del Athletic, el que interrumpió cuatro años de dominio madridista.

Se entró así en 1910, un año que marcaría la historia del club bilbaíno. El 9 de enero, en un partido amistoso disputado en Amute contra el Sporting de Irún, el Athletic jugó por primera vez con la camiseta rojiblanca. El sorprendente cambio de indumentaria, de cuya razón poco o nada trascendió y fue aceptado sin mayores problemas, no fue una apuesta de la directiva sino una casualidad. Resulta que Juan Elorduy, un estudiante bilbaíno de Ingeniería de Minas que jugaba en el Athletic de Madrid, había viajado a Londres a pasar las Navidades. Antes de partir, recibió un encargo de la directiva del Athletic de Bilbao: la compra de 25 camisetas de fútbol. Las inglesas eran las mejores. Estaban forradas de felpilla y no desteñían. En el Athletic, por supuesto, las querían azules y blancas, como las del Blackburn Rovers.

Eran la Real

Elorduy era joven, rico y bien parecido. Supongamos también que poco previsor. Y convengamos que Londres ofrecía muchas distracciones para alguien como él. El caso es que dejó las cosas para el último día y, cuando fue a comprar las camisetas, en la tienda ya no quedaban. Así que tuvo que improvisar. Al llegar a Southampton, antes de tomar el barco que le devolvería a casa, compró 50 camisetas del club local, que vestía de rojo y blanco. Al fin y al cabo, eran los colores de la bandera de Bilbao. El Athletic, tras sopesar la situación, decidió quedarse con 25. La otra mitad la llevó Elorduy a Madrid. A la 'sucursal'.

El segundo hito de 1910 fue la recuperación de la gloria. El Athletic ganó su cuarta Copa y lo hizo a lo grande. En la semifinal superó al Madrid y en la final, a los vigentes campeones y en su propia casa, en el campo de Ondarreta. Que el nombre del rival fuese Vasconia Sporting Club no debe llevar a engaño. Se trataba de un cambalache. Los jugadores del Ciclista San Sebastián habían formado meses antes un nuevo club, la Real Sociedad, pero como éste no tenía el año de antigüedad al que obligaba el reglamento de la Copa decidieron competir bajo el pabellón de otro club de la ciudad que sí cumplía ese requisito, el Vasconia Sporting. Pero eran los campeones, los defensores del título. Un rival de cuidado.

El partido no pudo ser más vibrante. Tras cinco años de agitaciones y cambios constantes en su plantilla, el Athletic presentaba por fin un equipo solvente. Comenzaban a destacar futbolistas importantes como José Mari Belauste, Zuazo, Iza, Arzuaga o Iceta y, por si éstos jóvenes no fueran suficientes, el club se había reforzado para la ocasión con cuatro futbolistas británicos: Grapham, Burns, Veitch y Cameron. Un gol del gallartino Remigio Iza decidió la final. Los rojiblancos defendieron esa renta con coraje y oficio para desesperación de la hinchada local, que al final del partido se tiraba de los pelos. Un sector del público, el que ocupaba las localidades más populares, no soportó la afrenta y apedreó a los rojiblancos cuando se retiraban eufóricos a los vestuarios. Fue la primera vez que un derbi terminó como el rosario de la aurora, pero no sería la última.

Gran recibimiento

La victoria en San Sebastián provocó el primer recibimiento multitudinario al Athletic. Los anteriores habían sido emotivos, siempre con la banda de música de Garellano amenizando la fiesta y mucha pólvora en el aire, pero el público se limitó a unos pocos centenares de espectadores. En 1910, en cambio, la cosa comenzó a desbordarse. A las siete cuarenta de la tarde del 21 de marzo, 3.000 personas esperaban a los campeones en la estación de Atxuri. Fue una fiesta por todo lo alto. Cohetes, hachas de viento, sombreros al aire y hurras, muchos hurras. Los jugadores, con su capitán Arzuaga al frente llevando la Copa, desfilaron en carruajes por el Casco Viejo hasta la plaza del Arriaga, donde hicieron un alto antes de continuar por la Gran Vía y detenerse en la sede de la Federación Atlética. Desde allí hablaron a una afición que volvía a ser feliz.

sábado, 14 de agosto de 2010

Se tiraban del tren en marcha

Los primitivos "footballmen" que se desplazaban a la campa de Lamiako, el primero de los terrenos de juego del Athletic de Bilbao, bien a marcar los primeros "goals" del equipo o bien a presenciarlos, debían estar en posesión de un verdadero espíritu aventurero, pues según contaba Alberto Duñabeitia, padre del ex presidente del club, Beti Duñabeitia, y él mismo, aficionado primero y luego jugador de los tiempos heroicos, "íbamos a Lamiako en el tren de Las Arenas y nos tirábamos en marcha porque el maquinista, aunque no tenía parada allí, aflojaba la velocidad". Todo un "detalle" el del maquinista, que reducía el riesgo de los sufridos primeros "leones". Andando el tiempo, se pusieron en marcha trenes especiales con parada en Lamiako, en vista de que el número de "suicidas" se iba incrementando cada día más.

(Fuente: Athletic, orgullo de una afición)

Historias de la Copa (1904)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 22 de abril de 2009)

El temible señor Avecilla

Entre los 24 títulos de Copa que lucen en el palmarés del Athletic y brillan en sus vitrinas hay uno cuya conquista no permite ningún vuelo épico al ser recordada. Más vale despacharla, pues, con la frialdad de un trámite administrativo, de un papeleo de oficina. Se trata de la Copa de 1904, a la que el Athletic, lastrado por graves problemas económicos, con los acreedores aporreando la puerta de la sede del club, llegó tras salvarse 'in extremis' de la disolución en la histórica Junta General del 15 de noviembre de 1903.

El torneo fue organizado (es un decir) por la Federación Madrileña de Fútbol y resultó un desastre de principio a fin. Tanto es así que el Athletic acabaría llevándose el título sin jugar un solo partido y por su condición de vigente campeón. El lío fue de tal envergadura que merece la pena recordarlo. Al fin y al cabo, como chapuza no sólo fue ejemplar. También fue la primera en la historia del fútbol español, tan pródiga en ellas.

Las bases de aquella Copa estipulaban que sólo podía disputarla un equipo de cada región. El Athletic sería el representante del País Vasco y el Español lo sería de Cataluña. La duda estaba en la identidad del equipo madrileño. Había varios clubes dispuestos a hacerse con ese honor, por lo que hubo que organizar un torneo previo entre ellos. El que lo ganara se enfrentaría con el Athletic y el Español en un triangular, como en la edición del año anterior ganada por los bilbaínos. El reglamento del torneo fijaba claramente las fechas de la competición. Las eliminatorias de Madrid deberían estar resueltas antes del 23 de marzo y los partidos del triangular por el título comenzarían a disputarse el día 26 del mismo mes.

En un principio, sólo dos clubes de la capital de España se apuntaron a las eliminatorias para designar al campeón madrileño: el Español de Madrid y el Madrid-Moderno, un nuevo equipo formado tras la fusión del Madrid FC y el Moderno. A última hora, sin embargo, se permitió la inscripción de dos equipos más, el Moncloa y el Iberia. Ahí comenzó el lío.

Los dos últimos equipos en apuntarse fueron los primeros en enfrentarse. Lo hicieron el 13 de marzo en un terreno de juego habilitado en el campo de Tiro a Pichón de Madrid. El Moncloa se impuso por 4-0. El 19 de marzo les tocó el turno al Español de Madrid y al Madrid-Moderno. La batalla fue de época. El encuentro terminó con empate a cinco y 22 jugadores sin aliento, reventados por el esfuerzo. Tanto es así que los dos capitanes acordaron no disputar la prórroga. No se veían con fuerzas y ánimo para proseguir aquella batalla encarnizada de la que no parecía poder salir un vencedor y un vencido. Mejor jugar otro partido.

Un tipo listo

El problema surgió a la hora de determinar cuándo hacerlo. El Español quería jugar al día siguiente, sin más dilación, pero el Madrid-Moderno recordó que el reglamento impedía disputar desempates antes de que transcurrieran 48 horas. Las negociaciones se prolongaron hasta bien entrada la noche, pero no hubo forma de llegar a un acuerdo. El Español acudió al día siguiente a disputar el partido y su rival no apareció. Fue en aquel momento crítico cuando entró en acción Ceferino Avecilla, a la sazón presidente de la Federación Madrileña de Fútbol y del Español de Madrid. Un tío listo. El hombre no se anduvo con remilgos ni escrúpulos reglamentistas. Por lo visto, no iban con su carácter. Declaró vencedor a su equipo por incomparecencia del rival y aquí paz y después gloria. Lo que no pudo arreglar el señor Avecilla fue el desaguisado que había provocado en el calendario la inclusión del Moncloa y el Iberia. Todo se había retrasado una semana.

Ajeno a estas cuestiones, apoyado en el reglamento igual que Moisés en las Tablas de la Ley, el Athletic se presentó en Madrid el 25 de marzo. Al día siguiente, como estaba estipulado, debería jugar su primer partido. Nadie acudió a recibir a los bilbaínos a la estación de Chamartín, ni tampoco al hostal en el que se hospedaban, pero ese feo detalle no les sorprendió. Ya sabían lo que les esperaba. No iban a tener rival. El Español de Madrid y el Moncloa todavía no habían jugado su partido -iban a hacerlo el día 27- y el Español de Barcelona se había negado finalmente a participar en la Copa por desavenencias con la Federación Madrileña.

Así las cosas, cuando el 26 de marzo el Athletic acudió al campo de Tiro a Pichón no había allí enemigo a la vista. Eso sí, todo estaba previsto. Como tampoco era cuestión de volver a casa sin haber pegado unos toques y estirado los músculos, los bilbaínos disputaron un amistoso con los estudiantes de Ingeniería que jugaban en la 'sucursal' que el club tenía en Madrid, el futuro Atlético.

Más polémica

Al día siguiente, mientras la expedición del Athletic regresaba a Bilbao en tren, el Español de Madrid y el Moncloa disputaron su partido. Fue un choque polémico. La guinda de la estelar chapuza. El Español ganaba por 1-0 cuando uno de sus defensas, Hermúa, se rompió la tibia y el peroné en un lance del juego. El árbitro suspendió el encuentro y, para pasmo de los jugadores del Moncloa, dio la victoria definitiva al equipo de Ceferino Avecilla, que se frotó las manos y actuó con rapidez. Fijó la final para el 30 de marzo y, al no comparecer allí el Athletic, declaró vencedor del torneo a su club. La cacicada fue de tal calibre que no pudo sostenerse mucho tiempo. Enrique González de Careaga, el presidente rojiblanco, hombre cercano a Alfonso XIII, se aprestó a mover sus hilos en la Corte. No fue necesario. Los propios equipos madrileños se opusieron a la proclamación del Español como nuevo campeón y decidieron que, dado que el 26 de marzo, fecha prevista para la final en el reglamento del torneo, sólo estaba allí el Athletic, los bilbaínos retendrían el título.

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Artículo publicado en el número 3 de la revista Athletic Club
(Febrero 2006)

Julio Ibarra, periodista

Julio Ibarra
Mi Athletic se remonta como les pasa a tantos y tantos bilbainos, a la más tierna infancia porque el amor al Athletic lo mamábamos del pecho de amatxu.

Amatxu, vizcaina, no sabía distinguir lo que era un fuera de juego pero aprendió de amama que en la quiniela la casilla Real Madrid-Athletic era '2' fijo. Matriarcado a la sombra de Begoña.

Aita, de padre inmigrante y madre guipuzcoana, asentía con la cabeza y era además quien 'bic' en mano rellenaba el boleto.

La cuadrilla se dejaba literalmente la piel sobre todo de las rodillas. En aquellos interminables partidos a disputar en las 'piedrillas' de Santutxu, soñaba con emular a Dani colando el balón entre dos montones de jerseys apilados a modo de postes de portería.

Por la carretera general, sobre los túneles de Txurdinaga, pasaba el autobús de los leones victoriosos. Las casas del barrio se tiraban por la ventana llenando de banderolas los colgadores.

Jugando, jugando...una tarde de hace treinta y cinco años el tío David, zamorano, pero admirador de Zarra, Gainza y Panizo me llevó a ver el rojo y el blanco sobre el verde que faltaba. Acaba el partido y un Angel apellidado Iribar me da la mano con la que tocaba el cielo.

Estudiando, estudiando... no hay clases... la Copa, la Liga, el doblete... tienen que reescribir los libros de Historia, otra vez Athletic txapeldun.

Y llega la hora de trabajar.

Primera paga extra, no hay banco ni banquillo. A ingresar en Ibaigane. Primer carnet no impuesto de mi vida. Carnet de cuero, como el balón, carnet de socio del Athletic.

Desde entonces, domingo tras domingo a misa, a la Catedral, escenario de entrañables peregrinaciones como la del tío Julián, vendedor de la ONCE que llega de Cáceres a tribuna y acaba en el foso de la policía para poder 'ver la luz'.

Con luces y sombras, la vida, el partido continúa y el relevo está garantizado porque dos críos Itxaso y Julen, también tienen una amatxu que les amamanta en rojo y blanco y un padre que sigue poniendo '2' en la quiniela.

Pasado y presente, presente y futuro. Ya no hay campos de piedrillas, ya no hay postes de jerseys, ya no hay fosos de marrón... pero hay un sentimiento de cariño hacia lo nuestro que nos hace saltar los colores.

A veces mejores, a veces peores, pero siempre siempre diferentes y siempre, siempre un equipo de Primera.

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Historias de la Copa (1903)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 21 de abril de 2009)

La arenga de Astorquia

De la primera gran figura del Athletic, Juanito Astorquia, la información que ha quedado es muy escasa; apenas un puñado de detalles biográficos que no alcanzan, desde luego, para hacer justicia a un personaje fundamental en la historia del club. Se sabe que aprendió a jugar al fútbol en Manchester y que, ya en Inglaterra, destacó por su habilidad y dominio del balón. Tanto es así que, en el 'college' católico donde estudió inglés, lamentaron amargamente su regreso a Bilbao. Perdían a una de sus estrellas. Se sabe también que Astorquia fue una pieza clave para impulsar el fútbol en la capital vizcaína. Su entusiasmo contagioso prendió entre sus amigos y compañeros de tertulia en el Café García, Alejandro Acha, los hermanos Iraolagoitia, Luis Márquez, Enrique Goiri y Eduardo Montejo. Juntos comenzaron a jugar en la campa de Lamiako y juntos participaron en la creación del Athletic. Aparte de ser uno de los 33 padres fundadores del club, Astorquia fue el primer capitán del equipo y su presidente en 1903, año en el que el Bilbao pasó a formar parte del Athletic. Murió joven, en 1905, a los 33 años, sin llegar siquiera a sospechar la dimensión que iba a adquirir aquel club recién nacido.

Aparte de lo dicho, hay otra tipo de información añadida respecto a Juanito Astorquia que puede extraerse sin riesgo de equívoco observando simplemente algunas de las pocas fotografías que se conservan del Bizcaya y del Athletic. En ellas aparece siempre, con el pelotón en las manos o hundido entre sus piernas, un tipo de miradora retadora y ceño fruncido. Basta un simple vistazo para reconocerle como el jefe de la banda. Los demás miembros del 'team' posan sonrientes, serios, despistados o expectantes, a la espera de que el fotógrafo, tras meter la cabeza en el capuchón, active su cámara y suelte la humarada de magnesio. Astorquia, en cambio, ofrece una imagen imponente. Parece que te va a saltar al cuello. Viéndole, sus rivales sólo podían extraer una impresión: la de peligro inminente.

Una alineación de la temporada 1902-03. Juanito Astorquia, como siempre, posa con el balón
El liderazgo de Juanito Astorquia fue clave para que el Athletic lograse en 1903 su primer título oficial reconocido: la Copa del Rey. El organizador del torneo volvió a ser Carlos Padrós, que había quedado encantado con la experiencia del año anterior. Esta vez, sin embargo, las gestiones del futuro presidente madridista para encontrar equipos no tuvieron tanto éxito. La mayoría de los clubes a los que se cursó invitación declinó la propuesta. Llegaron negativas desde Vigo, Huelva, Salamanca, San Sebastián y, lo que es más sorprendente, también desde Barcelona. El subcampeón de la Copa de la Coronación no quiso intentar la revancha ante los vizcaínos.

Un triangular

De este modo, la primera Copa del Rey acabó siendo un triangular que enfrentó al Madrid FC, al Español de Barcelona y al Athletic Club. La competición se inició el 6 de abril con una clara victoria del Madrid sobre el Español (4-1). Al día siguiente, el Athletic entró en liza y goleó sin problemas al equipo catalán (4-0). Los bilbaínos, blanquiazules entonces, estaban de nuevo en la final. Y de nuevo, como el año anterior, llegaban al partido decisivo en el Hipódromo de Madrid sin tiempo para descansar, al contrario que su rival. La final desbordó todas las previsiones de asistencia: más de 5.000 espectadores. El fútbol comenzaba a convertirse en un deporte popular. Por el Athletic se alinearon Alejandro Acha de portero; Luis Silva y Amado Arana de defensas; Goiri, Cockram y Ansoleaga en el centro del campo; y Alejandro de la Sota, Montejo, Astorquia, Cazeaux y Evans en la delantera.

Eran un buen equipo, pero cuando comenzó el partido parecían tenerlo todo en contra. No sólo se trataba de que jugaran en territorio enemigo y arrastraran un mayor cansancio. Por si esto fuera poco, el sorteo de campos benefició al Madrid y los bilbaínos tuvieron que jugar la primera parte con un fuerte viento en contra. Los madrileños se aprovecharon de la circunstancia y con goles del marqués de Valdeterrazo y de Neyra en los minutos 15 y 40 parecieron decantar la final. Es lo que pensaba el público, que en el descanso se puso a celebrar el título de antemano e hizo rechifla de los jugadores del Athletic; una actitud que provocó algunas peleas en la grada y acabó de encorajinar a un hombre al que los goles en la portería de su amigo Alejandro Acha le habían sentado como dos puñales clavados en la espalda: Juanito Astorquia.

El grito de guerra

Como capitán -entonces no había entrenador-, el delantero bilbaíno se sintió en la obligación de dar un paso al frente. Aquello no podía seguir así. Antes de comenzar la segunda parte, reunió a los jugadores en torno a él y les lanzó una arenga de rey espartano. Su contenido exacto se desconoce, pero cuentan las crónicas que la terminó con un grito de guerra: «Por el Athletic y por Bilbao». Su mensaje surtió efecto. Y no importó que el viento amainara y el Madrid se beneficiara de ello. Los jugadores del Athletic combatieron en todas las trincheras del campo como si les fuera la vida en ello y remontaron con goles de Cazeux, Montejo y Alejandro de la Sota. Este último, futuro presidente del Athletic entre 1911 y 1917, culminó en el minuto 80 una bella jugada de Walter Evans, el 'wing' izquierdo del Athletic, quizá su futbolista de más talento. De la Sota entraba desde atrás, atento a las diabluras del inglés, y recibió un balón tan perfecto que sólo tuvo que empujarlo con el pecho a la red. «Lo metí con el corazón», dijo años después, recordando aquel gol histórico.

Historias de la Copa (1902)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 20 de abril de 2009)

Una cuestión de orgullo

En el principio fue una cuestión de orgullo, casi un lance de honor. La doble victoria del 'team' Bizcaya sobre el Burdigala de Burdeos los días 9 y 31 de marzo de 1902 fue un acontecimiento que no tardó en conocerse en los ambientes del foot-ball de toda España. Éstos eran todavía un reducto germinal con escasa implantación, pero entre los entregados a la nueva causa, jóvenes ricos y modernos, las noticias ya corrían como la pólvora. El gran triunfo de los vascos tuvo el efecto lógico: despertó la curiosidad y la envidia del resto de los equipos que entonces daban sus primeros pasos. Desde la capital catalana, el FC Barcelona y el Español lanzaron el guante del desafío. Ardían en deseos de enfrentarse a esa selección formada por jugadores del Athletic y del Bilbao que había sido capaz de merendarse (0-2 y 7-0) a los campeones del noroeste de Francia.

No hace falta decir que los jugadores del Bizcaya -¡buenos eran aquellos señoritos bilbaínos!- estaban encantados con la situación. Uno los imagina sentados en su rincón del café García, atusándose los bigotes, con la pipa en la mano y una sonrisa de condescendencia especialmente dedicada a aquellos incautos catalanes que habían osado cuestionar su dominio en los campos de foot-ball. De modo que les respondieron diciendo que estaban a su disposición para enfrentarse a cualquiera de ellos. Ahora bien, puestos a elegir, los bilbaínos reconocían que les hacía especial ilusión jugar contra el más poderoso de los dos, el Barcelona, que acababa de fusionarse con el Hispania y disponía de un plantel de futbolistas numerosísimo y disciplinado como la Guardia Suiza.

Alineación del Bizcaya, el primer campeón de la historia del fútbol español
El día, la hora y los padrinos de ese gran duelo acabaría poniéndolos, de forma involuntaria, Carlos Padrós, un barcelonés de Sarriá que vivía en la Villa y Corte y que, unos días antes, al mismo tiempo que el Bizcaya triunfaba en su primer compromiso internacional en tierras de la Gironde, había participado en la fundación de un nuevo club que daría bastante de qué hablar: el Madrid FC. Deseoso de que su equipo, que pocos años después alcanzaría la categoría de Real, se enfrentase a los mejores de España, Padrós decidió organizar un torneo aprovechando los festejos que iban a celebrarse en Madrid para celebrar el decimosexto cumpleaños y la coronación de Alfonso XIII. Consiguió que el Ayuntamiento le donara un bello trofeo, que le cedieran el campo de polo del Hipódromo de La Castellana para la disputa de los partidos y que se inscribieran cinco equipos: dos madrileños, el New FC y el Madrid FC; dos catalanes, FC Barcelona y Español; y un bilbaíno, el Bizcaya.

Cansancio

El 12 de mayo de 1902, todos los participantes estaban en Madrid. El número impar de inscritos obligó a que, al día siguiente, dos de ellos tuvieran que enfrentarse en una primera eliminatoria de cuartos de final. Les tocó la china al Español y al Bizcaya. No fue un buen presagio, ciertamente, ya que los vizcaínos estaban bastante justos de efectivos. De hecho, llevaban un mes y medio sin jugar juntos -el del Burdigala había sido su último partido- y algunos de sus futbolistas, caso de Careaga y Ramón Silva, estaban tocados. Los bilbaínos, sin embargo, salieron airosos de su primer compromiso con mayor facilidad de la prevista (5-1). Según dicen las crónicas, el Español notó en exceso la ausencia de jugadores extranjeros en su «eleven». Eran el único club al que entonces sus propios estatutos negaban la posibilidad de alinear foráneos. Dos horas después del Bizcaya-Español, el Barcelona se impuso por 3-1 al Madrid. Al día siguiente, mientras el escuadrón barcelonés descansaba velando armas para la gran final, el Bizcaya tuvo que desgastarse aún más haciendo los deberes ante el New madrileño, al que derrotó por un contundente 8-1. William Dyer hizo cuatro. Se lo pasó bien aquella tarde el delantero centro de Sunderland.

Un rival temible

El gran duelo estaba servido. Había llegado la hora del desafío. Era el momento de dilucidar una cuestión de orgullo, la primera supremacía del fútbol español. Hay que imaginar la foto que no se hizo antes de la final. A un lado, el Barcelona, con su plantillón de lujo. Tenía hasta 37 suplentes y una nómina escogida de extranjeros: los Morris, Parsons, Steinberg, Gamper, Meyer, Witty... Eran buenos, llevaban un mes y medio entrenando juntos a diario para la gran cita y, además, estaban frescos como lechugas. Ninguno de los titulares en la final había jugado contra el Madrid. Habían podido descansar, reservando fuerzas para concentrarlas en el único enemigo que les importaba.

En medio de la fotografía hay que situar a Carlos Padrós, que aparte de organizador, ejercía también de árbitro. Al otro lado estaba el Bizcaya. Sietes jugadores eran del Athletic (Larrañaga, Luis Silva, Amado Arana, Goiri, Cazeux, Astorquia y Ramón Silva) y cuatro del Bilbao (Luis Arana, Careaga, Dyer y Evans). Vestían de azul y blanco, lucían 'cap' inglés y bigotones decimonónicos, y gastaban botas manufacturadas por Germán, el zapatero de la calle de la Estufa. Estaban cansados, así que salieron como un vendaval. Dos goles de Astorquia y Cazeux sorprendieron al Barcelona, que sólo pudo acortar distancias en la segunda parte con un gol de Parsons. El primer torneo de fútbol disputado en España -o «concurso» como se lee en la inscripción del trofeo- llegaba así a Bilbao. Era una bella copa. Meses después de su conquista, Alejandro Acha, fundador y portero del primer Athletic, tuvo que acudir a rescatarla a la sede del club en la calle Nueva horas antes de que los acreedores la asaltasen. Gracias a su previsión, se la puede admirar en el museo del Athletic.

El fútbol según Pentland

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 25 de abril de 2010)

Mister Pentland adoraba el buen toque de balón, la velocidad, la correcta ocupación de los espacios y la inteligencia del futbolista

El Athletic homenajea estos días a mister Pentland, una leyenda. La disculpa de la exposición, abierta desde el pasado lunes en el museo del club, es un aniversario: los ochenta años del primer título de Liga obtenido por los rojiblancos, el de la temporada 1929-30, con el técnico inglés al frente de un equipo irrepetible. Pocas cosas más justas que este reconocimiento a Frederick Beaconsfield Pentland (Wolverhampton, 1883, Litchett Matravers, 1962), una figura clave en la historia del Athletic. En lo deportivo, desde luego, se hace muy difícil encontrar una personalidad equiparable a la suya en importancia. Y no lo decimos porque ningún otro entrenador rojiblanco haya alcanzado su palmarés -2 Ligas y 5 Copas-, sino por el decisivo papel que tuvo a la hora de forjar la personalidad futbolística del Athletic.

Cartel de la exposición sobre Mr Pentland que se encuentra en el Museo del Athletic Club
Pentland merece que vayamos más allá de las convenciones a las que le asocia una inmensa mayoría de los aficionados, más allá del bombín y del habano. Hay que conocer a Fred Pentland, por ejemplo, para poder hablar con propiedad sobre el estilo de juego del Athletic, un tema acerca del cual, ocho décadas después, aún se sigue debatiendo. La controversia parte de un malentendido que no ha podido ser erradicado. Lo comprobamos con frecuencia, mayormente cuando el equipo rojiblanco decide abonarse al patadón y el tentetieso, cuando desprecia olímpicamente el buen manejo del balón. Para muchos despistados, este tipo de fútbol cavernario es una seña de identidad del Athletic. Fuerza, garra y la inevitable tosquedad con la pelota de unos vascos muy brutos. ¿Entre cuántos aficionados se ha extendido la idea de que éste es el fútbol propio de los leones?

La realidad, sin embargo, es otra bien distinta. Y nada como recordar el magisterio de mister Pentland para entenderlo. El técnico de Wolverhampton llegó al Athletic por primera vez en 1922. Era ya un profesional de categoría contrastada. Había sido un delantero de primer nivel en el Blackburn Rovers, Queens Park Rangers y Middlesbrough, además de internacional con Inglaterra en cinco ocasiones. Como entrenador, había dirigido a la selección olímpica alemana, a la francesa durante los Juegos de Amberes y al Racing de Santander. El hombre tenía un caché y el conde de Vilallonga, presidente del Athletic, no tuvo otro remedio que rascarse el bolsillo para su contratación: 1.500 pesetas al mes de sueldo y la recaudación íntegra de un partido amistoso.

Mr Pentland ataviado con su clásico bombín
Era mucho dinero, pero el club no estaba entonces en disposición de grandes regateos. La marcha definitiva de mister Barnes en 1921 había dejado muy tocado al equipo y el experimento de una dirección técnica compartida entre los ex jugadores Juan Arzuaga y Luis Iceta y el capitán del equipo, Germán Echevarría, había estallado en las manos a los dirigentes del club. Lo cierto es que Barnes había sido muy importante para el Athletic y era lógico que su ausencia significara un trauma. Bajo su mando, los rojiblancos habían conquistado las Copas de 1914, 1915, 1916 y 1921. Y no sólo eso. El entrenador londinense fue el que introdujo en el Athletic el estilo inglés y decretó el final del 'passing game' escocés que el equipo había practicado hasta entonces. «Yo introduje en el antiguo Athletic el juego rápido y de pases largos, llevando el balón de ala a ala, con chutadores rápidos en el centro», declaró el propio William Barnes. Y así fue.

El sello inglés ya estaba, pues, instalado en el Athletic cuando Frederick Pentland llegó por primera vez a Bilbao. «Yo trato de enseñar a mis jugadores el fútbol que se practica en la Primera División inglesa», contestó, cuando los periodistas bilbaínos le preguntaron por su ideario. El nuevo míster, sin embargo, se encontró con un serio problema: la plantilla estaba cambiando y el equipo había perdido precisión en su juego. El viejo 'kick and rush' se había deformado, atacado por un virus letal: la falta de calidad técnica, el maltrato al balón. Pentland intentó solucionar este problema. Y es que sin calidad técnica, sin «jugadores completos» como le gustaba decir, su propuesta de fútbol no tenía sentido.

En su primera etapa en el Athletic, que se prolongó durante tres temporadas, Pentland consiguió a medias sus propósitos. Ganó la Copa de 1923, en una final histórica en la que el mister demostró ser mucho más práctico que dogmático. Contra el Europa, ante 30.000 aficionados que aullaban en Las Corts a favor del equipo barcelonés, no dudó en plantear un partido muy defensivo y, tras el gol de Travieso a la media hora, ordenar un cerrojo de tomo y lomo. Fue su único título en aquella primera aventura con los leones. La calidad del equipo no dio para más. Su trabajo, pese a todo, fue notable y, en gran medida, revolucionario. Son de sobra conocidas sus enseñanzas en cuestiones básicas como chutar con el empeine o la puntera o atarse bien las botas, para lo cual, decía, había que aprovechar hasta el último agujero y luego pasar los cordones por debajo de la suela. Aparte de ello, el técnico inglés estableció las sesiones de entrenamiento, con horarios estrictos, los martes y los viernes, e introdujo novedades como la de utilizar una portería móvil, de forma que el césped de las áreas no quedara destripado de cara a los partidos.

Ejemplo de profesionalidad

Además de ello, Pentland se hizo querer y respetar por una plantilla en la que comenzaba a debatirse la cuestión del profesionalismo. El inglés, ejemplo de profesionalidad, tenía muy claro cómo debía ser su relación con los jugadores. En la exposición abierta en el museo del Athletic se rescatan algunas frases suyas a este respecto. «El respeto del jugador se debe ganar demostrándole que se sabe más que ellos, no por exceso de severidad», dice una. «Es el momento de marcharme. Los jugadores ya son demasiado amigos míos», dice otra, de 1933. También hay una sentencia memorable que resume el exquisito sentido del 'fair play' que tenía el entrenador de Wolverhampton; una educación deportiva que, desde entonces, la afición del Athletic ha buscado, con mayor o menor fortuna ciertamente, en todos los inquilinos del banquillo rojiblanco. «Cuando se pierde un partido no se debe decir nada. Cuando se gana, menos».

Mister Pentland no hizo otra cosa que ganar y callarse como un caballero en su segunda etapa en el Athletic, entre 1929 y 1933. Fueron unos años gloriosos y definitivos para terminar de modelar la personalidad del Athletic. La filosofía del club, que venía insinuándose desde los años de la Gran Guerra, acabó de prender y extenderse con las victorias y hazañas goleadoras de un equipazo formado exclusivamente por jugadores vascos. También el estilo del Athletic quedó entonces definido para siempre. El gran equipo de los cuarenta, de hecho, vino a ser una continuación del de los treinta. ¿De quién habían aprendido Roberto Echevarría y Juanito Urquizu si no de su admirado y querido mister Pentland?

Se trataba de un fútbol directo, rápido y vertical, basado en una serie de mandamientos sagrados: velocidad, garra y ardor en la recuperación, balones largos bien medidos, buenas aperturas a las bandas, centros templados al área y muchos remates a gol. Todos los que fuera posible. ¿Un fútbol sencillo? Pues no. Lo único sencillo eran los conceptos. Su materialización, en cambio, era muy complicada. Obligaba, entre otras cosas, a tener una precisión de relojero con la pelota; algo al alcance de muy pocos. De ahí que tantas veces este tipo de juego, interpretado por malos futbolistas, se transforme en una burda caricatura de melonazos sin sentido. En la exposición de San Mamés puede verse un vídeo de 'Pichi' Garizurieta, rodado con motivo del Centenario, en la que 'El arquitecto' se enorgullece del magnífico toque de balón que tenían todos los componentes de aquel equipo campeón. El míster disfrutaba con ellos. De Garizurieta, por ejemplo, dijo que era un «artista del balón» y de Chirri II, una de sus debilidades, que era «un científico que cuando tenía su día se burlaba del Lord Mayor de Londres».

No al desorden

No es extraño que Frederick Pentland les diera libertad en el campo. Y eso que el míster estaba obsesionado con la correcta ocupación de los espacios, primero en torno al 2-3-5 y luego con el 2-5-3. No soportaba el desorden. Las piezas, pensaba, debían de estar en su sitio para que el engranaje funcionara. «La paciencia es la principal virtud del wing (el extremo)», llegó a escribir Pentland en su serie de artículos 'El arte de preparar un equipo de fútbol', que publicó en el diario 'As'. Se refería el técnico a la importancia de que el extremo no abandonara su sitio por un exceso de impaciencia, por ser incapaz de esperar a que le llegara la pelota. Ahora bien, una vez que el futbolista tenía la pelota en sus pies, le daba plena libertad. Bueno, casi plena. Tampoco le gustaba nada que el juego se ralentizara, salvo causa de fuerza mayor, de manera que a los 'wings' les daba otra consigna. «El extremo no debe pasar sino centrar. Sólo debe pasar cuando está muy adelantado respecto a sus compañeros». No hace falta decir que esta exigencia de velocidad y tensión es la que explica las goleadas siderales -el famoso 12-1 al Barcelona el 8 de febrero de 1931, por ejemplo- que consiguió aquel equipo. Y probablemente también que San Mamés, todavía hoy, continúe sin tragar las demoras en el juego, los adornos superfluos.

En realidad, lo que amaba el técnico inglés, casi tanto como la música -el hombre llegó a ofrecerse como director de la banda municipal de Bilbao- era la inteligencia en el terreno de juego. Ante un futbolista inteligente e imaginativo, Frederick Beaconsfield Pentland se quitaba el bombín o la txapela. Le ocurría con el pequeño de los Aguirrezabala. «Hay jugadores que tienen que jugar para los demás y otros a los que hay que dejarles jugar. No hay que cortarles la iniciativa. A Chirri II, la inteligencia del juego, ¿qué había que indicarle?», se preguntó una vez. También le sucedía con Guillermo Gorostiza, 'Bala Roja', un bandarra genial. «Yo no le tuve que decir nunca nada. Goros, mejor jugador del mundo. In dividualista, fenómeno. Cuando avanzaba, ni él sabía lo que iba a hacer. ¿Cómo se lo iba a indicar yo?».

Pentland, en fin, dejó un legado inmenso del que todavía disfruta el club rojiblanco. En los últimos ochenta años, el Athletic ha puesto en práctica distintos esquemas de juego, un poco al rebufo de las modas y los tiempos -del 2-5-3 pasó a la WM, luego al 4-3-3, al 4-4-2 o al 4-2-3-1-, pero hay algo que no ha cambiado. Siempre que el Athletic ha sido grande, la inspiración le ha venido del espíritu de mister Pentland.

domingo, 8 de agosto de 2010

Javier Clemente

Javier Clemente despuntaría como futbolista muy pronto en el juvenil de su pueblo fabril (Barakaldo). Pronto pasó al Athletic en idéntica categoría, y así alcanzó la primera plantilla después, para la temporada 1968-69, donde llegó a tiempo de ganar la Copa de S.E. el Generalísimo ante el Elche en Madrid.

Con 1,68 metros de estatura y 64 kilogramos de peso, Clemente se quedó desgraciadamente a las puertas de más triunfos colectivos y personales. Ya apuntaba muy buenas cualidades para el balompié cuando llegó a internacional en su etapa juvenil. Como futbolista profesional tuvo también sus tardes buenas, recibiendo, incluso, un original trofeo como era "La Hoja del Lunes" en plata por su calidad y regularidad. De la Final de Copa contra los alicantinos está el recuerdo de sus palabras de entonces: El quedar campeones de Copa supera todo lo imaginable.

Javier Clemente en su etapa como jugador del Athletic Club

Como jugador en activo del Athletic, en Primera División, sólo pudo participar en 47 encuentros de Liga (donde marcaría 6 goles en total), en 9 de Copa y en 6 de competiciones europeas. Muy poco bagaje para quien era llamado ya "el nuevo Panizo". Luego vendría el calvario de una tremenda lesión para un fino interior que formó pareja con Rojo I en la banda izquierda del ataque rojiblanco. Se frustró para siempre un chico que prometía magníficos instantes de buen fútbol. Fue en el estadio del Sabadell (23-11-69) cuando Marañon hizo una terorífica entrada. Resultado, le quiebra de un golpe la tibia y el peroné de la pierna izquierda.

Sólo a base de mucha fuerza de voluntad, después de numerosos viajes a Burdeos para ser tratado de su pierna dañada, con muletas primero y una cojera después, Javier Clemente volvió al fútbol. Lo hizo tras una etapa como representante de artículos deportivos, empezando como entrenador del histórico Arenas de Getxo. De ahí pasaría al Baskonia, y ya al Bilbao Athletic. Del filial, en una apuesta que muchos vieron arriesgada ante la juventud del rubio de Barakaldo, Beti Duñabeitia, presidente rojiblanco, se decidió por dar entrada a nuevos planteamientos técnicos, a un aire fresco. Clemente, lejos de "arrugarse", cortó por lo sano a veteranos ya gastados, dando entrada a jóvenes valores como Zubizarreta, Urtubi, Liceranzu, Luis de la Fuente, etc.

Nadie conocía mejor a las nuevas promesas que el de Barakaldo. Por ello, parecía el técnico adecuado para un Athletic que estaba en plena transición y que veía como un grupo de jugadores nuevos procedentes del filial estaban llegando a la primera plantilla. Un hombre de la casa que quería recuperar la identidad del club. Como comentó en su presentación como técnico del primer equipo del Athletic, “quiero furia y garra y que cuando vayamos por ahí se nos espere con respeto y temor”. El entrenador más joven de Primera, en lugar de traer nuevos aires a la liga, pretendía recuperar el discurso de la garra para volver a hacer competitivo al Athletic.

En la decisión también pudo influir la experiencia donostiarra, es decir, de la Real Sociedad. La entidad txuri urdin había confiado su futuro a un hombre de la casa –Alberto Ormaetxea- y a los jugadores formados en su cantera. La receta del de Barakaldo no iba a diferir mucho de la aplicada por el eibarrés en el banquillo realista. En realidad, era la receta de la época. Fútbol sobrio, seguridad defensiva y, ante todo, ganar, por lo civil o por lo criminal que diría Luis Aragonés. Una defensa en línea, que no era habitual en la época, que para funcionar correctamente necesitaba de una gran presión en el centro del campo. La mayor diferencia entre uno y otro pudo ser el mayor uso del envío en largo por parte del Athletic ya que la Real tocaba en el medio para buscar el espacio por el que abordar a su rival. Un gusto por el juego en largo que Clemente empezó a cultivar cuando pasó varias semanas en Inglaterra estudiando los métodos de trabajo y sistemas del Ipswich Town. En este apartado destacaba especialmente las diagonales que lanzaban Goikoetxea y Liceranzu desde el eje de la zaga. Dani y Argote eran los hombres de banda de la medular, pero buscaban constantemente el centro, dejando espacios para las incorporaciones de los laterales. Una fórmula en la que la estrategia, sobre todo los saques de esquina, cobraba un valor fundamental para Clemente, que aprovechó el talento sacador de Argote para explotar las cualidades rematadoras tanto de Goikoetxea como de Liceranzu. Un estilo no muy vistoso, pero eficaz, a pesar de algunas críticas de las que tuvo que defenderse el rubio de Barakaldo.

La mejora del Athletic con Clemente fue clara. Pasó de la novena posición a la cuarta, acabó a siete puntos de la Real Sociedad, aunque sus números en el apartado defensivo no fueron del todo satisfactorios. El Athletic encajó 41 tantos, más de uno por partido, pero, por el contrario, fue el segundo equipo que más goles marcó con 63. Con él también llegó el cambio en la portería. Clemente confió en un joven valor que en la temporada anterior había llegado al filial procedente del Alavés. Zubizarreta, que empezó la campaña con 20 años, disputó todos los partidos de la Liga, relegando al banquillo a Cedrún. También al primer equipo llegó Liceranzu, lateral izquierdo que había estado cedido en el Barakaldo y que iba a ser importante para Clemente y para la propia historia del Athletic. Esta temporada 81-82 supuso la reactivación del Athletic gracias a la consolidación de los nuevos valores del filial.

La Liga de la temporada 82-83 sera recordada por lo ajustada que fué. El R. Madrid llegaba la la última jornada con un punto de ventaja sobre el Athletic. Al Real Madrid le valía el empate en Valencia, pero visitaba a un conjunto que necesitaba un milagro para no perder la categoría. El conjunto blanco estaba cerca de la Liga y además estaba clasificado para la final de la Recopa y de la Copa del Rey. Alfredo Di Stéfano había formado un bloque competitivo, pero afirmaba en una tribuna abierta de El País que “no hemos logrado nada”. Por su parte, Clemente estaba tranquilo. El que va por detrás siempre cuenta con ello. Es el ‘otro’ el que debe hacer sus deberes, por lo que cuenta con la presión. A pesar de la calma con la que el de Barakaldo encaró la semana decisiva, Clemente sabía que el Athletic debía ganar y esperar que el equipo de un viejo conocido [Koldo Aguirre] diese la sorpresa en el Luis Casanova. Y la sorpresa se produjo en el minuto 39 cuando Tendillo batió al conjunto que dirigía Alfredo Di Estéfano. El Valencia necesitaba el triunfo. Durante toda la temporada había estado en el furgón de cola de la clasificación y la derrota podía enviarle a Segunda, categoría que todavía no conocía. El gol en Valencia ponía la Liga en bandeja al Athletic que jugaba en el Insular de Las Palmas. El choque no tuvo un buen inicio para los leones. En el minuto 3, De Andrés hacía el 1-0 en propia puerta. El Athletic no se puso nervioso. Sarabia igualó a los diez minutos y Dani hizo el 1-2 antes del descanso. Un tanto psicológico ya que los leones se marcharon a la caseta siendo campeones. Tendillo había adelantado al Valencia minutos antes al gol de Dani. Tras la reanudación, Sarabia sentenció con el tercero. A partir de aquí comenzó el festín del Athletic que se sabía y sentía campeón. Argote y Urtubi cerraron la cuenta mientras el Real Madrid era incapaz de empatar su partido. El Athletic volvía a ganar la Liga tras 27 años, lo que supuso un estallido de alegría en Bilbao y en toda Vizcaya. Los seguidores rojiblancos recibieron a sus jugadores como auténticos héroes. La afición aplaudió al plantel campeón que recorrió la ría en una gabarra llamada ‘Athletic’.

Clemente celebra desde el balcon del Ayuntamiento de Bilbao el último titulo conseguido

La Liga de la temporada 83-84 tuvo su punto algido en el último partido de liga, un derby Athletic - Real Sociedad en San Mamés.
La Catedral registró un lleno hasta la bandera, como se decía por entonces, ya que palpaba la importancia de esta cita histórica. La mayoría de los seguidores rojiblancos no habían podido disfrutar del último partido de la temporada anterior ya que se disputó en Las Palmas por lo que querían ver este partido que podía dar la segunda Liga consecutiva al equipo de Javier Clemente. El rubio de Barakaldo alineó al siguiente once inicial para recibir a la Real Sociedad: Zubizarreta, Urkiaga, Goikoetxea, Liceranzu, De la Fuente (Patxi Salinas, 33’), De Andrés, Sola, Urtubi, Dani, Noriega (Sarabia, 59’) y Argote. Enfrente, Alberto Ormaetxea formó con Arkonada, Sagarzazu, Górriz, Gajate, Celayeta, Zubillaga, Zamora (Diego Álvarez, 81’), Larrañaga, Uralde, López Ufarte y Begiristain.

El encuentro no pudo comenzar mejor. Minuto 18 y gol de Liceranzu, su sexto de la temporada cifra más que meritoria para un defensa. El gol también demostró el poderío aéreo y la pegada rojiblanca en el juego de estrategia. Los zagueros vizcaínos contribuyeron a esta pegada. Este tanto de Liceranzu quitaba esperanzas al FC Barcelona. En el minuto 68 Uralde igualaba el marcador en San Mamés, La Catedral se quedó helada. El Athletic estaba contra las cuerdas. Necesitaba un gol para revalidar el título de Liga. El encuentro de San Mamés entraba en la recta final Liceranzu cabeceaba a la red una falta lateral. Era su séptimo gol de la temporada y el tanto 3.000 de la historia del Athletic. Un tanto también histórico porque valía un título. El segundo de la era Clemente.

El último encuentro de la temporada iba a ser, como es habitual, la final de Copa. El Santiago Bernabéu volvía a ser el escenario elegido para dirimir el nombre del Campeón de España. Athletic y FC Barcelona iban a jugarse en tercer título de la campaña después de medir fuerzas en la Supercopa, que acabó en las vitrinas azulgranas, y en la Liga. El Barça llegaba muy presionado. El conjunto blaugrana necesitaba la Copa para evitar que la campaña fuese un fracaso.
Las jornadas previas contribuyeron a aumentar la tensión que rodeó al encuentro. En este capítulo destacaron las declaraciones cruzadas de Maradona y Clemente. El argentino, seguramente dolido todavía por la lesión de Goikoetxea, critió al conjunto rojiblanco y el de Barakaldo salió en defensa de los suyos. El caso que el pique contribuyó a aumentar la expectación que rodeó al choque. El bicampeón de Liga ante uno de los equipos más importantes del continente europeo que defendía el título copero que había logrado en la campaña anterior. Once canteranos vascos contra los rutilantes Schuster y Maradona. Tradición y cantera vs ambición y talonario. Por ello no es de estrañar que más de 45.000 seguidores del Athletic se trasladasen a Madrid para presenciar el partido o que el precio en la reventa de una entrada en Tribuna rondase las 30.000 pesetas de la época.
Javier Clemente alineó un once bastante defensivo. Zubizarreta, Urkiaga, Liceranzu, Goikoetxea, Núñez, Patxi Salinas, De Andrés, Urtubi, Dani, Endika y Argote. Volvía a relegar al banquillo a Manu Sarabia, dejando entrever la disputa que había entre el técnico y el delantero. El partido, como es de dominio público, fue muy bronco. El FC Barcelona estaba picado con el Athletic. Probablemente el hecho de que una plantilla de chavales vascos arrebatase la Liga por dos ocasiones a uno de los planteles más caros de la época jugó un papel importante en este pique. Pero, sobre todo, las lesiones de Goikoetxea a Maradona y Schuster tuvieron un papel crucial en la batalla en la que se convirtió el encuentro durante y después de su conclusión. Un gol de Endika dio al Athletic su vigésimo cuarta Copa. Todo lo que aconteció tras el tanto del Athletic fue una batalla y sus imágenes están presentes en la memoria de todos los aficionados de la época e incluso en la de los más jóvenes. El partido fue bronco. Lleno de malos modos y fatales entradas, capítulo en el que destacó de manera especial Bernd Schuster. A la conclusión, Maradona propinó un rodillazo a Sola y Migueli hizo honor a su apelativo de tarzán en la posterior tangana que se desencadenó sobre el césped del Santiago Bernabéu.

PALMARES

Como jugador:

1 Copa del Generalísimo (1968-69) Athletic Club

Como entrenador:

2 Ligas (1982-83, 1983-84), 1 Copa del Rey (1983-84), 1 Supercopa (1983-84) Athletic Club

Subcampeonato Copa UEFA (1987-88) RCD Espanyol

(Fuente: Crónica del Athletic de Bilbao 1994 - 1995 y Blog oncevsonce)

sábado, 7 de agosto de 2010

Athletic, punto de encuentro

Artículo publicado en el número 1 de la revista Athletic Club
(Octubre 2005)

Carlos Sobera, actor y presentador de tv

Carlos Sobera y su sentimiento Athletic

He discutido mil veces con mis amigos... por no querer ir a la misma disco... por no votar al mismo partido... por gustarnos la misma chica...

He discutido mil veces con mi chica... por no querer ir a ver la misma peli... por acelerar un poco más en la carretera... por no ir a cenar a casa de su madre...
He discutido mil veces con mi madre... por no ir al cole... por no querer hacer los deberes... por intentar volver más tarde a casa...

Ya sé que parece que me he pasado la vida discutiendo... Esto nos pasa a quienes tenemos pasión por la vida, como yo, que tengo además pasión por el Athletic. Y además, esto nos pasa a quienes amamos al Athletic, que podemos discutir. ¿Por qué? Porque al final, tras cada discusión, el Athletic es nuestro punto de encuentro... con mi madre, con mi chica, con mis amigos...

Y es que el Athletic es lo común a todos nosotros. Lo que sirve para reconocernos. lo que nos recuerda a casa cuando estamos lejos, lo que nos permite hablar con desconocidos cuando estamos solos...

Aunque pase el tiempo y la distancia, el Athletic es nuestra cara conocida entre tantas caras nuevas. Lo de siempre, lo que no falla, lo que está aquí... para nosotros, nuestro lugar en el mundo nuestra referencia, nuestra ilusión... en quien ponemos nuestra esperanza.

No es la pelota, ni el deporte, ni el campo, ni los títulos, ni siquiera el equipo concreto... es el Athletic... un sentimiento de unión, una prolongación de nuestra vida, una maravillosa excusa para sentirse vivo.

viernes, 6 de agosto de 2010

José Ángel Iribar

Cualquiera que bucee en la Historia del Athletic verá que la figura del Txopo es alargada, densa, exitosa. En efecto. José Ángel Iribar Kortajarena (Zarautz 1943) tenía 19 años cuando fichó por el equipo que entonces ubicaba sus oficinas en la calle Bertendona. El Baskonia de Basauri recibió un millón de pesetas por el traspaso, hoy en día poca cosa, pero en 1962 sí constituía una suma importante en el fútbol.

Comenzaba de ese modo su vinculación deportiva con el Club de los "Leones" de San Mamés, la que como jugador profesional en activo se prolongaría hasta concluir la temporada 1979-80. Tras de sí ha dejado una huella imborrable como portero y una lista de hazañas que aún muchos recuerdan. Todo ha quedado plasmado en escritos e imágenes de una época inolvidable. Es sin duda, el portero al que todos los jóvenes guardametas que pasan por Lezama admiran y desean superar.


Originario de Zarautz comenzó a jugar al fútbol en la playa y se le bautizó con el mote de "El Txopo", por su estilo bajo palos y su inconfundible figura.

Curiosamente cuando jugaba en el Zarautz juvenil, los "ojeadores" de la Real Sociedad acudieron a verle. Era una oportunidad única para Iribar de dar un gran paso en su carrera, pero al bueno de "El Txopo" le pudo la presión. Jugó muy nervioso y la Real, afortunadamente para los aficionados del Athlétic desestimó su fichaje y él, descorazonado, recordó después que "en aquel momento, me ví más tornero que nunca", puesto que tenía la sensación de haber dejado pasar el gran tren de su vida. Algo que como todos sabemos no fue así.

Tras su paso por el Zarautz ingresó en las filas del Baskonia donde no tardo en llamar la atención de varios equipos de Primera División. El legendario Gaínza se había hecho con sus derechos y tanto Valencia como Zaragoza estaban interesados en hacerse con sus servicios, pero su padre le aconsejó que firmara por el Athlétic. El conjunto vasco pagó por él un millón de pesetas en 1962. ¡Una cifra récord para la época!

Parada de José Ángel Iribar entrenando en Lezama

Llegó al Athlétic con la difícil misión de sustituir al querido y legendario Carmelo Cedrún, pero en su primera oportunidad "El Txopo" dejó constancia de que la cantera vasca es la mejor cantera de guardametas y puso el listón muy alto, a la altura de los míticos guardametas de la historia del fútbol. Su debut con la zamarra del Athlétic se produjo el 23 de Septiembre de 1962 en Málaga. Su primer partido en San Mamés fue el 30 de Septiembre del mismo año contra el Elche.

Aparte del histórico triunfo con España en 1964 al ganar la Eurocopa, en la historia de toda leyenda del deporte siempre hay una fecha clave. Titular indiscutible en su club y en la selección. La actuación memorable que abre las puertas de la inmortalidad para Iribar fue el 29 de mayo de 1966. Aquella tarde la historia cambió, el Athletic se jugaba el título de Copa ante el Real Zaragoza en el Santiago Bernabéu. El conjunto vasco llegaba a la cita diezmado por las lesiones, lo que obligó al técnico "Piru" Gainza a improvisar un once inédito. Enfrente, estaba el Zaragoza y todo apuntaba a que vapulearían a los leones, pero la lógica no contó con el factor Iribar. Los Maños se pasaron los 90 minutos bombardeando la portería defendida por el de Zarautz. El público del Bernabéu presenció un recital de paradas de lo más variado. Iribar volaba entre los tres palos convirtiéndose en un muro casi infranqueable. El Zaragoza se llevó el título al imponerse a su rival por 2-0, pero mientras los maños daban la vuelta con el trofeo... ¡Iribar salía a hombros del estadio madrileño! y fue aquí donde acuño el famoso canto de: ¡Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno!

Iribar se caracterizaba por emplear una indumentaria muy peculiar de color negro, en honor a su ídolo la legendaria "Araña negra" Yashine, maravilloso portero Ruso. Por su semblanza que siempre transmitía serenidad, su imponente altura, grandes habilidades y peculiar vestimenta Iribar rapidamente se convirtió en un ícono de las masas dentro y fuera de Euskadi.

En la temporada 1969-1970 se convirtió en el portero menos goleado de la Liga española y recibió el Trofeo Zamora al recibir tan solo 19 goles en 29 partidos disputados. En su carrera guarda un lugar de privilegio tres momentos con la camiseta del Athlétic, las 2 Copas conquistadas, en 1969, ante el Elche, y la otra en 1973, cuando el Athlétic se impuso al Castellón. El tercer momento es el de la temporada 1976-1977, cuando el Athlétic realizó un extraordinario torneo en Copa UEFA, perdiendo la final ante la Juventus de Turín. En esa misma temporada el Athlétic llegó también a la final de Copa, en la que cayó ante el Betis en la tanda de penaltis donde Iribar y Esnaola se batieron en un duelo épico que termino perdiendo "El Txopo" en muerte súbita. Por estas fechas Iribar llegaba a su partido 49 jugando con la Selección Española todo un récord en su tiempo, superando a la leyenda de Zamora.

Iribar siempre permaneció fiel al Athletic y tiene la increible marca de vestir la camisa zurigorri en 614 partidos oficiales. ¡Récord que parece inalcanzable hoy en día!

Otra fecha histórica para el guardameta Gipuzkuano fue el 5 de Diciembre de 1976. El Athletic visitaba a la Real Sociedad y los capitanes de ambos equipos, Iribar y Kortabarria respectivamente, salieron al campo de Atotxa sosteniendo la Ikurriña aún ilegalizada por el Franquismo. Probablemente, el derby mas emotivo del que se tenga memoria para el pueblo de Euskal Herria.

A finales de la década de los 70´s cuando la Euskal Selekzioa volvió a la actividad futbolística con jugadores como Villar, Dani, Rojo, Zamora, Satrustegi, Kortabarria, Alexanco, Escalza y Arkonada el capitán del equipo no era nada más y nadie menos que el "Txopo".

Con el paso de los años, Iribar fue el primero que se daba cuenta del peso que debería soportar su próximo sustituto, fuese quien fuese. Por lo que "El Txopo" prefirió pasar su última temporada en activo como suplente. Helmut Senekowistch, técnico de los leones, aseguró que "Iribar es el mejor portero que tengo en la plantilla", pero "el Txopo" había decidido prestarle su último servicio al Athletic como jugador, preparando su sucesión.

Iribar en el homenaje que tuvo lugar en San Mamés
Después de su retirada, pasó a engrosar el cuerpo técnico del club vizcaíno. Ascendió el Athletic B a Segunda A y se hizo cargo del primer equipo en la temporada 1986-1987 (la temporada que se tuvo que jugar el play-off del descenso). Iribar desde el banquillo demostró, como ya había hecho sobre el césped, sus conocimientos, su calidad humana y su amor por los colores del Athletic. Hoy en día es el entrenador de la Euskal Selekzioa y representante diplómatico del Athletic en cualquier evento en el que le requira el club.

Fue internacional con la Selección de fútbol de España en 49 ocasiones. Su debut como internacional fue el 8 de abril de 1964 en el partido Irlanda 0-2 España. Su último partido internacional fue el 24 de abril de 1976 contra Alemania Federal, con el resultado de 1-1. Fue el portero titular en la Eurocopa de 1964, donde España se coronó campeona.

Con la Selección española disputó la Copa Mundial de Fútbol de Inglaterra de 1966 jugando tres partidos contra Argentina, Suiza y Alemania Federal.


Informe Robinson: José Ángel Iribar




TRAYECTORIA y PALMARES

Athletic Club - 1963 - 1980 (Jugador)

Categorías inferiores del Athletic Club de Bilbao (Entrenador) 1980 - 1982
Bilbao Athletic - (Entrenador) 1982 - 1986
Athletic Club - (Entrenador) 1986 - 1987
Selección de fútbol de Euskadi - (Seleccionador) 1999 - actualidad

Internacionales: 1 Eurocopa 1964.

Nacionales: 2 Copas del Rey (Como jugador, Athletic 1969 y 1973)
Subcampeón de la Copa de la UEFA (Como jugador, Athletic temporada 76-77).

Individuales: 1 Trofeo Zamora (Athletic Club, temporada 69-70).

(Fuente: futbol-tactico.es y Crónica del Athletic de Bilbao 1994 - 1995)