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viernes, 24 de mayo de 2013

El Athletic Club (desde mis gafas de pasta) (II)

Artículo publicado por Lartaun de Auzmendi en jotdown.es

(Al escribir esta pieza no pretendo pontificar, provocar adhesión, empatía, coincidencia, alterar los ánimos, ni siquiera una identificación con el texto. La única razón que me mueve a escribir este artículo es la de poner luz sobre qué es para mí el club de mis amores. Otra luz. Un foco tan válido, o no, como tantísimos otros que durante los más de 114 años de historia se han publicado sobre el Athletic Club. Nada más.)

Por fin se fundó la Liga en 1928 y diez fueron los clubes fundadores y participantes en la primera edición de la competición. Cuatro equipos vascos —el Athletic Club entre ellos—, tres catalanes, dos madrileños y uno de Santander. Comenzaba así una época en la que convivían los torneos regionales, la Copa de España y la flamante y nueva Liga. Desde entonces, y como por todos es sabido, solo tres de aquellos clubes han acudido —sin fallo y por mérito propio— a su cita con la Primera División: el Athletic Club, el Real Madrid C.F. y el F.C. Barcelona.

La primera Liga (28/29) se la llevó el Barcelona siendo para los vizcaínos las dos siguientes, la primera de ellas invicto y logrando los dos primeros dobletes de la historia en España. Eran años de dominio bilbaíino en los que lo habitual era que Liga o Copa llegaran a la vitrinas del club vasco casi cada temporada. Estaban dirigidos por Mister Pentland, el coach del bombín que dejó para siempre el apelativo de “míster” en el fútbol español para referirse a los entrenadores.

Para entonces los rojiblancos no solo contaban con una sala de trofeos envidiable, sino que habían tenido en sus filas jugadores que pertenecerían por derecho propio a la historia del balompié nacional. Los Rafael Moreno “Pichichi“, el goalkeeper Gregorio Blasco, José Mari Belausteguigoitia “Belauste” (a mí, Sabino, el pelotón que los arrollo), Ignacio Aguirrezabala “Chirri II”, Victorio Unamuno, Agustín Sauto “Bata”, José “Chato” Iraragorri o Guillermo Gorostiza “Bala Roja”, siguen siendo aún muy renombrados muchas décadas después.

El alzamiento franquista y la posterior contienda entre los bandos en que se dividiría España provocaron que la Liga 35/36 (ganada por los rojiblancos) fuera la última disputada hasta el restablecimiento del torneo liguero tras la guerra. Muchos fueron los futbolistas de todo el país que se vieron obligados a luchar en el frente, si bien los mejores de entre los vascos salieron de España enrolados en la selección de Euzkadi camino de Europa. La selección emprendió así un éxodo promovido por el entonces Lendakari José Antonio Aguirre, exjugador del Athletic Club, con el fin de recaudar fondos para ayudar la causa republicana en la cruenta contienda española.

Entre los seleccionados que pudieron salir en 1937 para defender los colores de Euzkadi destacaban: Gregorio Blasco, Ángel Zubieta, “Chato” Iraragorri y Guillermo Gorostiza (Athletic Club), Serafín Aedo (Betis), Pedro Areso (Barcelona), Emilín Alonso y Luis Regueiro (Madrid), Isidro Lángara (Oviedo) y Chirri II (ex del Athletic Club pero entonces sin equipo). El entrenador era Pedro Vallana, exfutbolista del Arenas, único jugador en la historia de España que participó en tres JJ. OO. y que acabaría como colegiado de Primera.

Durante el 37 y el 38 recorrieron el viejo continente jugando contra equipos y selecciones, sobre todo de la Europa del Este, con grandes resultados a favor. Baste como muestra que su último partido del periplo acabó con una gran goleada a favor (11-1) con la selección danesa como víctima. Una vez caído Bilbao del lado del bando nacional, los componentes de Euzkadi tomaron rumbo a América donde harían grandes campañas. En México y en Cuba se impusieron a prácticamente cuantos rivales se les pusieron enfrente.

La selección vasca llegó a disputar una de las dos ligas más pujantes del país azteca bajo la denominación de Club Deportivo Euzkadi en la temporada 38/39. Según contaron los participantes vascos, ganaron el campeonato, aunque si hacemos caso a los apuntes de la Federación Mexicana de Fútbol, el C.D. Euzkadi fue segundo tras el Asturias F.C. Un éxito en cualquier caso. Aquella selección en el exilio contaba con siete jugadores del Athletic Club y Chirri II. Formaban la columna vertebral del combinado.

Acabada la guerra hubo rojiblancos que se quedaron, con gran éxito, en América como fueron los casos de Zubieta, Iraragorri y Blasco, y Chirri II o José Muguerza —tío del también eibarrés José Eulogio Gárate— (estos dos últimos para retirarse). Otros regresaron a España como Gorostiza y Roberto Echevarría para seguir jugando algún año más en Bilbao antes de pasar al Valencia y la Real Sociedad, respectivamente.


El fútbol volvería a disputarse de manera organizada en España en la temporada 39/40 y el Athletic Club tuvo que pescar en los clubes vecinos para formar un equipo de garantías. A la vuelta de los veteranos Gorostiza y Unamuno, se unieron las llegadas de jóvenes como Lezama (procedente de la liga inglesa), Zarra, Iriondo, Panizo o Gaínza. Costó, pero se aseguró el relevo.

La temporada 42/43 resultó todo un éxito para el Athletic Club, a la habitual Copa se sumó la consecución de la Liga para lograr otro doblete. Este grupo de jugadores a los que se sumaron Venancio y un veteranísimo Iraragorri, vuelto de hacer las Américas para jugar del 47 al 49 y entrenar al equipo nada más retirarse, fue capaz de llevarse además las Copas del 44, 45, 50 y 55. La segunda delantera histórica del club (Iriondo, Venancio, Zarra —récord no superado de seis “Pichichis”—, Panizo y Gaínza), heredera de la primera de los 30 (Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri II y Gorostiza), pasarían a la historia del fútbol español como icono futbolístico del balompié de la postguerra.

Agustín “Piru” Gaínza, 19 temporadas en el primer equipo a gran nivel, sirvió como enganche entre la generación de Zarra y la de los Carmelo, Orúe, Canito, Garay, Mauri, Maguregui, Artetxe, Markaida, Arieta, Uribe y el propio Gaínza. El equipo de “Los once aldeanos” como lo bautizaría el presidente Guzmán después de imponerse al Madrid de las Copas de Europa en la final de Copa del 58 en el mismo Chamartín. Aquellos chavales fueron capaces de lograr una Liga (55/56) y dos Copas (56 y 58) y por consiguiente otro doblete. En 1959 “Piru” decía adiós y con él se cerraba definitivamente un época dorada del fútbol en el Botxo. Su envidiable palmarés mostraba la consecución de dos Ligas y siete Copas, tan solo comparable a las del athlético más laureado, el “Chato” Iraragorri de las cuatro Ligas y cuatro Copas.

Los años 60 vieron el nacimiento de otro mito rojiblanco. Un portero tan solo comparable a gigantes como Ricardo Zamora, Luis Arconada e Iker Casillas en la historia del fútbol español: José Ángel Iribar, “El Chopo”. Formado en el fútbol playero de Zarauz y fichado del Basconia, Iribar fue el portero más importante de la segunda mitad del siglo XX en España. El “Iribar es cojonudo” se hizo más famoso que el Porrompompero de Manolo Escobar, y es que el efecto que supuso la llegada del meta guipuzcoano trascendió más allá del ámbito rojiblanco. Con él, un Athletic Club al que cada vez le costaba más competir contra los grandes rivales que contaban con los mejores extranjeros y el famoso coladero de los oriundos, se consiguieron dos Copas (69 y 73), dos subcampeonatos coperos (66 y 67), la pérdida de una Liga que ya se veía bilbaína en la temporada 69/70 y un subcampeonato de la UEFA (77), el mismo año que se perdía otra Copa más, esta a penaltis contra el Betis de Rafa Iriondo. Fueron 18 temporadas de indiscutible titularidad en las que contó con compañeros tan ilustres como Fidel Uriarte, Antón Arieta, Chechu Rojo, Ángel María Villar o un excelente interior zurdo al que las lesiones le apartaron demasiado pronto de la práctica deportiva, Javier Clemente. Asimismo, fue campeón de la Eurocopa de 1964 con la selección española.

Iribar hizo de puente entre “Los once aldeanos” de los últimos 50 y primeros 60 y los leones de Clemente de los primeros 80. El rubio de Baracaldo, un entrenador sin más experiencia que la de dirigir al Arenas, el Basconia y el Bilbao Athletic, llegó al primer equipo del club para dar la vuelta a la mentalidad de una plantilla cuyos integrantes gozaban de una mezcla de experiencia (provenientes del Athletic de la “Operación retorno” de los 70) y bisoñez —no exenta de calidad— surgida de un equipo filial en auge. Así los Rojo, Guisasola, Goikoetxea, Dani, Sarabia y Argote veían cómo iban a compartir caseta con integrantes de una generación como la de los Zubizarreta, Cedrún, Liceranzu, De la Fuente, De Andrés, Gallego, Sola y Urtubi. Pronto asomarían también los hermanos Salinas, justo a tiempo.

El equipo base lo conocíamos todos de memoria: Zubizarreta, Urkiaga, Goikoetxea, Liceranzu, De la Fuente, De Andrés, Gallego, Urtubi, Dani, Sarabia y Argote. Con Núñez, Sola y Noriega como recambios más frecuentes en unos tiempos en los que no existían las rotaciones y solo se permitían dos cambios por partido. Clemente era un treintañero muy echado para delante, conocedor del club, excelente motivador, exprimidor hasta el límite de sus plantillas y listo como los ratones colorados. Polémico, defensor a ultranza de lo suyo y su plantilla, provocador… quizá pueda recordar, siquiera levemente, a alguien de hoy en día. Con él, aquel aguerrido y extramotivado plantel fue capaz de ganar la Liga 82/83 (27 años después de la última), lograr el doblete de Liga y Copa en la 83/84 y llegar a la final copera el año siguiente. Todo ello frente a rivales como la Real, que venía de ganar dos Ligas consecutivas con Arconada, Zamora y Satrústegui, el Barcelona de Schuster y Maradona o el Real Madrid de Stielike, Juanito y Santillana.

El citado trienio de Clemente, de una trascendencia y mérito tremendos para Bilbao, fue un legado excelente dejado por el rubio. Esa fue la de cal. La de arena, hasta el punto de que resquebrajó por la mitad la armonía de la hinchada rojiblanca y dejó una enorme herida social que tardó años en cerrar, fue la obstinación del técnico vizcaíno por prescindir de Manolo Sarabia por razones tan extradeportivas como ignotas, o al menos no explicadas con sinceridad.

El traumático cese del joven técnico y la más tardía salida de Sarabia del club dieron paso una época más bien gris en la que solo la llegada de tres técnicos (Howard Kendall, Jupp Heynckes —en su primera etapa— y Luis Fernández) pusieron al Athletic Club en puestos de cierta relevancia. Tres momentos concretos en un lapso de casi 15 años que llevarían al equipo a la UEFA en alguna ocasión y a la Champions League tras hacerse con el subcampeonato liguero en la 97/98, el año del centenario de la institución.

Hay que destacar asimismo dos temporadas negras antes de cerrar el repaso al siglo XX. El año de Iribar como técnico (86/87) y la campaña 95/96, con Dragoslav Stepanovic. En ambas se vivieron flirteos con el descenso, situaciones nuevas para el aficionado bilbaino, sin duda.

El tránsito entre siglos vio cómo en el verde de San Mamés crecía el que ha sido el último gran ídolo de la parroquia bilbaína: Julen Guerrero. Con una primera mitad de carrera de primerísimo nivel internacional y una segunda etapa de doloroso y pronunciado declive, Guerrero resultó un jugador cuya impronta no quedaba marcada de una forma tan indeleble entre la afición de San Mamés desde la irrupción del genio de Sarabia en los ochenta.


[Continuará]