Translate
jueves, 13 de febrero de 2025
Los quintetos de la gloria
Artículo de M. Sarmiento Birba en la publicación Athletic Club de 1985
Corrían los días del año 1923. Los aficionados del cuadro del Athletic ya sabían lo que era ser campeón de España de Copa en ocho ocasiones. Por Abando, por el puente del Arenal, por la Gran Vía de López de Haro, la afición se había acostumbrado a una letanía, a un cántico casi matemático, donde con estilo medio gregoriano se decía Echevarría, Sesúmaga, Travieso, Carmelo y Acedo. Era el primer canto a un quinteto que supuso mucho, pero que no hizo la suficiente historia. Quizá porque no había tanta difusión como años más tarde. O porque no había suficientes «cantores» para que lo jaleasen.
Hace ya muchos años, Ramón Mandiola, mi querido colega «Monchín», con añoranzas contínuas de Lejona y que ahora andará por el cielo haciendo conjeturas sobre posibilidades del Athletic, me dijo inopinadamente:
-Sarmiento, de lo que viste, de lo que oíste, de lo que te han dicho, de lo que leíste, ¿quién es para ti el genio atacante del Athletic en todas las épocas?
Me quedé en silencio, miré al azul Mediterráneo que estaba a nuestros pies, vi por el rabillo del ojo que «Monchín» estaba expectante. Sus ojos se abrieron como platos, su alegría fue grande y su complacencia máxima, cuando dije sin dudar un nombre de tres sílabas: PA-NI-ZO. Ahí, comenzó todo.
Y si el quinteto de 1923 (Echevarría, Sesúmaga, Travieso, Carmelo y Acedo) no traspasó los límites de lo superconocido, allá por 1930 aparecieron por lontananza, unidos por afectos, ideas y deseos, cinco zagales vascos. Respondían también en cantinela popular, con música celestial de goles para el Athletic. Se llamaban LAFUENTE, IRARAGORRI, BATA, CHIRRI Y GOROSTIZA. Y los niños de toda España en edad escolar supieron de sus nombres como si de relación de provincias se tratase. Y los adversarios supieron de ellos por los goles recibidos. Lafuente era fuerte, listo y con gran disparo. Tenía una risa chillona y contagiosa. El «Chato» Iraragorri lo era todo. Con Panizo, el gran arquitecto de toda la historia atacante rojiblanca. Bata, era el yunque. Chirri -don Ignacio- inteligente y sabio, señor y categoría. Gorostiza la velocidad, la alegría, la bohemia, el disparo. Fue el primero de la internada hacia el palo y el que abrió el surco donde germinaron a la vida de extremos, Gaínza y Paco Gento. Nunca una grada, como la de Capuchinos, disfrutó tanto. Nunca un gol, como el de la Misericordia, jaleó más. Eran los días de un coqueto San Mamés, devorado hoy por el cemento, aunque la hierba siga creciendo en su esplendor para nuevas generaciones de cachorros. De aspirantes, de suspiros blanquirrojos.
Y vino la guerra en España y se rompió el quinteto. La edad y las ausencias, lo golpearon. De todos ellos, sólo pervive Bata pero debo creer que los cuatro restantes, allá arriba, hicieron coro en estos dos años que la gabarra surcó el río.
Y con la paz, llegó Panizo. Era un imberbe. Y con él, un chavalete con un mechón de pelo sobre la frente, de Dos Caminos, de apellido Gaínza, que acudía a entrenar a San Mamés saltando los escombros que reflejaban una pasada guerra.
Y cuando Victorio Unamuno no pudo más, ocupó el puesto en propiedad el hijo del jefe de estación de Mungía. Atendía por Zarraonandía, pero se quedó en Zarra. Un rapaz vivo, rápido, de buen toque de pelota, procedente de Guernica y de apellido Iriondo, fue el exterior derecho. Los cuatro, en propiedad, hicieron que algunos que permanecían, emigrasen o se fueran por el escotillón de las suplencias: Macala, Elices, el mismo Gorostiza. Volvió un día Iraragorri y formó esporádicamente. Pero el quinteto se consolidó cuando un mocetón de Baracaldo, llamado Venancio, de potencia singular, de poca técnica, de buen juego de cabeza, se enquistó como interior derecho. Y desde ese día, IRIONDO, VENANCIO, ZARRA, PANIZO Y GAINZA cogieron el relevo de los geniales de 1930. Para alcanzar la gloria y el reconocimiento de la historia. Para que siga siendo letanía su relación. Como los otros.
En las tardes de lluvia, cuando se juegue en San Mamés y la bruma se aplaste, se pegue, sobre la ría, seguirán gritando gol en los graderíos. Son los sucesores de los admiradores de los quintetos gloriosos. Ahora ya tienen orfeón para. como en los viejos tiempos, entonar un alirón que enerva, que contagia. Todos ellos, anduvieron un día con la casaca roja de España.