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miércoles, 19 de febrero de 2025

El Athletic, un sentimiento

Artículo publicado por Sara Estevez en el número 30 de la publicación Athletic Club en 1985
Sara observa el saludo de Zarra y Churruca

Domingo 13 de diciembre de 1942. Jornada doce de la Liga y primera derrota del Athletic, frente al Coruña y en el mismísimo San Mamés. Dicen las crónicas que el Athletic dominó en la primera parte, pero sin efectividad. Al comienzo de la segunda, dos goles de Chao sorprendieron a jugadores y espectadores. Hasta entonces, el Athletic despachaba a sus rivales, en casa por goleada y fuera por la simple regla de marcar un gol más que el contrario y en ocasiones empataba; pero nunca a cero. Aquella temporada, 1942-1943, el Athletic ganaría la Liga y el primer Trofeo en propiedad. Pero aquel domingo 13 de diciembre de 1942 yo no podía saberlo. Me estrenaba como espectadora de un equipo de fútbol y casi como hincha de un equipo.

Sabía yo de la existencia del Athletic, como cualquier bilbaino que se precie de serlo, sabía de su vida y milagros, pero en la medida que se podía saber en una época en que la noticia más inmediata del resultado de los partidos nos llegaba gracias a la pizarra colocada en una de las ventanas de la sede del Club, ante la que permanecíamos en expectante vigilia. Todo lo demás era pura especulación y como quiera que nadie me había explicado en qué consistía el juego, y mucho menos sus reglas, yo militaba en las filas de los que, como dicen los clásicos, confunden el balón con una onza de chocolate. Aquel domingo, 13 de diciembre de 1942, pisé por primera vez La Catedral en el lugar reservado al pueblo llano, es decir en las gradonas de la General. Alguien, a quien sorprendía aquel ciego fervor mío, quiso que conociera al motor que lo impulsaba. Con tan mala fortuna, en juego y resultado, que abandoné San Mamés con un sentimiento de culpabilidad.

Este fue el principio. San Mamés sería ya el objetivo de muchas tardes de domingo. Desde dentro, siempre que la permitiera, o desde fuera, siguiendo la marcha del partido por los gritos de los espectadores. Algún año se producía la apoteosis, el correr detrás del camión que transportaba a los campeones, después de larga espera en el embudo de Achuri.

El proceso de mi hinchismo culminó el día en que se abrieron las puertas del Club a una nueva hornada de socios y conquisté mi carnet de «Abonada».

Si el Athletic era más que un Club, el carnet era más que el derecho a ocupar una localidad, era la aportación real y electiva de un empeño de muchos. Terminaban las largas esperas, de dos horas, a que se abrieran las puertas de San Mamés, y otras tantas hasta que asomaban los jugadores por el túnel de vestuarios y nos lanzábamos al abordaje de la privilegiada delantera en general

A caballo entre esta devoción y mi afición a la Radio, me encontré un día con la obligación de trasladar al papel mis sensaciones y lo hice con un estilo que sintonizó con el oyente porque yo escribía con más corazón que cabeza, aunque tratando siempre de someter la pasión a la objetividad. Era octubre de 1954 y en adelante, entre la decepción y la euforia, seguirían las crónicas de un tiempo en el que surgieron varias generaciones de jugadores. Entre la nostalgia y la tristeza del adiós al ídolo que fue y la ilusión por la nueva estrella que ya apuntaba en el horizonte. Fueron años en los que el éxito del equipo juvenil paliaba, en cierto modo, el fracaso de los profesionales, hasta llegar al victorioso estallido de la década de los ochenta.

En el camino quedan también recuerdos de viaje, como aquel ciertamente irrepetible, en el tren de «Tercer Hombre», a la famosa final de 1958. O el largo vuelo hasta Moscú, en copa de la UEFA, cuando hasta entonces, septiembre de 1973, yo me había negado especialmente a subir a un avión, lo que no deja de parecer un sublime disparate.

Alberto Camús dijo una vez: «Todo cuanto sé sobre el comportamiento de los hombres, al fútbol se lo debo». Cambiando lo cambiable, podríamos explicamos el porqué de esa rara unanimidad popular que se da en torno al Athletic y que llega, incluso, al olvido de supuestos agravios. Me sucedió a mí con ocasión del último recibimiento al Athletic como campeón de Liga y Copa 83-84. En el Ayuntamiento coincidieron tres ex-presidentes. Con uno estaba tan distanciada como para no cruzar ni un simple saludo de cortesía. Creo que a los dos se nos antojó que no era muy noble participar de aquella fiesta, que la alegría era incompleta, y ambos dimos el necesario paso al frente hacia la reconciliación en el Athletic».

En todos estos años que van desde aquel 13 de diciembre de 1942, San Mamés ha cambiado mucho y siempre conmigo dentro; unas veces en general, bajo la lluvia inclemente que calaba hasta el tuétano, por disciplina al ¡¡fuera paraguas!!; otras en el palco de prensa o en las cabinas de radio y hoy desde mi propia localidad de la tribuna alta. Ha evolucionado el estilo del equipo y pienso que no siempre para bien, pero las camisolas son las mismas y cuando saltan al césped, la emoción me pone un nudo en garganta. Porque el Athletic no es un Club de fútbol, el Athletic es un sentimiento.

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