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viernes, 28 de mayo de 2021

Greenkeepers: en busca del césped perfecto

Artículo publicado en marca.com en mayo 2021

Ángel Muñoyerro es el responsable del mantenimiento del terreno de juego de San Mamés, uno de los más legendarios de la competición, pero también de los más complicados de cuidar debido a la pluviometría y a la falta de la luz natural del campo: “La radiación solar de este estadio no es precisamente muy alta”. Frente a él se sienta el legendario exjugador del Athletic Club, Andoni Goikoetxea: "En el año 88, fuimos a jugar contra el FC Barcelona al Camp Nou y resulta que se suspende el partido en el minuto 70, porque había llovido muchísimo. Tuvimos que volver a los 15 días. Hoy en día eso sería impensable”. Ellos son los dos protagonistas del cuarto episodio del podcast 'LaLiga de Ayer y Hoy'.

El escenario sobre el que se desarrolla el mayor espectáculo del mundo tiene que ser, simplemente, perfecto. Algo nada sencillo y para lo que cada uno de los 42 greenkeepers de los equipos de LaLiga Santander y LaLiga SmartBank tiene que encontrar su propia fórmula. Por eso, Muñoyerro emplea toda la artillería tecnológica que tiene a su alcance para tener su césped siempre a punto. “En nuestro caso, las luces de crecimiento son fundamentales para suministrar al césped esa energía que necesita para seguir viviendo porque la radiación solar que tenemos en este estadio no es muy alta”, explica. “Qué maravilla, cuánta tecnología hay aquí metida”, se sorprende Goikoetxea mientras ve trabajar las luces de crecimiento y los cañones de aire sobre el campo de San Mamés.

A diferencia de lo que ocurría hace unos años, en los que los clubes podían aprovechar las condiciones del césped con fines tácticos contra el adversario, en la actualidad “da lo mismo jugar en casa que jugar fuera. Las medidas son exactamente iguales en prácticamente todos los estadios, que son 105 x 68 metros, el césped es igual…”, apunta Andoni. “Exactamente”, apostilla Ángel, "esa es una de las cosas que ha implementado LaLiga, que es ese protocolo para que todos los campos estén en condiciones similares”. El greenkeeper se refiere al Reglamento para la Retransmisión Televisiva de LaLiga en el que se establecen unos parámetros que todos los campos deben cumplir (de densidad, de altura del césped, etc.) para que la experiencia de los espectadores y el estado del terreno de juego sean siempre los mejores.


El calzoncillo del Athletic

Artículo publicado por Alejandro Fdez. Aldasoro en almabotxera.com el 26/05/2021

A nada que analices sus servidumbres, ser hincha de fútbol no es una cosa de la que uno debería estar demasiado orgulloso. Se pierde más de lo que se gana. Y linda con la tara mental. ¿Pero qué puedes hacer? Nada.
Sufrimiento a flor de piel // Asier Eguren

No me cae muy bien Joaquín Sabina (no soporto en general a la gente que se ríe de sus propias ocurrencias como sorprendida una y otra vez de su genialidad), pero hay que reconocer que a menudo es realmente brillante. En una de esas, el músico de Jaén, conocido aficionado a los toros, dijo que él no discute nunca con los antitaurinos porque tienen razón. A mí me pasa exactamente lo mismo con los que critican el fútbol y su burbuja económica, y su narcótica utilidad para el sistema, y su tribalismo idiota, y su neurótico protagonismo en la sociedad.

Cuando alguien ajeno a esta locura comenta en mi presencia, con esa molesta condescendencia de cultureta, lo ridículo e insultante que resulta la gravedad con la que los medios de comunicación y decenas de miles de infelices se toman lo que hacen once tíos corriendo en calzoncillo detrás de un balón, y el resto de clichés asociados, yo me digo para mis adentros: joder, ya estamos con lo de siempre, qué plasta, pero casi mejor me callo, total, la verdad es que tiene razón.

Sin embargo, qué fácil es hablar cuando no has sido envenenado.

A los que nos llevaron de niños a San Mamés nos jodieron la vida pero bien. Recuerdo la primera vez como si hubiera pasado esta misma mañana. Cuando entré en el estadio de la mano de mi padre y me llegó el olor a hierba húmeda mientras caminaba bajo la tribuna superior por la galería de acceso a nuestra localidad, (incluso antes de ver ese increíble césped fosforito, ya me golpeó el olor, como un adelanto de la compleja y adulterada vida adulta), cuando me cegaron los focos de la tribuna este, cuando me senté en un banco corrido junto a una señora mayor que me preguntó el nombre, me acarició el pelo y me regaló unos cacahuetes para pasar el rato mientras empezaba un juego que no sabía muy bien cómo iba pero que provocaba en todo el mundo reacciones asombrosas, cuando escuché el himno apretado entre piernas agitadas, cuando respiré el humo de un puro abandonado entre los dedos de un señor muy enfadado que gritaba algo desagradable a otro señor que estaba dentro del campo, muy lejos, y que evidentemente no podía oírle, cuando abrí en el descanso el bocadillo que me había hecho mi ama y me lo comí en silencio mientras miraba, alucinado, a tres chavales que le tiraban bolas de aluminio a un hincha que estaba en la primera fila con una txapela enorme llena de insignias y que se giraba enfadado y juraba dirigiéndose a toda la preferencia, ya que no podía identificar a sus agresores, los cuales se aguantaban la risa a mi lado y le tiraban más bolas al hincha insigne en cuanto volvía mirar hacia delante. Cuando viví todo eso, ya estaba atrapado.

Como dice Eduardo Ranedo, el Athletic está metido en la vida de cada aficionado. Se te mete dentro de verdad y no lo sacas por más disgustos que te dé. No puedes.

Qué bien se debe vivir sin esta servidumbre. Sin tener que pedir que cambien la fecha de una comida familiar porque hay partido en San Mamés y sin tener que volver a quedar como un anormal delante de la suegra. Sin mirar el calendario para que el fin de semana de tu boda no coincida con un partido en casa (lo hacemos mejor el siguiente, cariño, el 24 de mayo, a ti qué más te da, que este año UEFA posible). Sin tener que conducir por la autopista de vuelta a casa, un lunes de febrero a la una de la madrugada, bajo el granizo, después de un empate a cero contra el Levante, por ejemplo, pensando: pero qué coño haces aquí, chaval. Sin tener que fingir que estás harto y no quieres saber más y pirarte a pasar el domingo a la montaña, pero mandar un wasap en cuanto recuperas la cobertura en que suplicas información: ¿qué hemos hecho? Y sin tener que sufrir un trance como el del pasado mes de abril, que te quieres morir y te mueres un poco en realidad.

Por más que el juego se haya dignificado mucho estos últimos años con la publicación de sofisticados y elegantes libros sobre el tema y con congresos sobre letras y fútbol, cualquier adulto mínimamente lúcido es consciente de que esto no puede ser, de que esta afición incondicional es un disparate que debería avergonzarnos más que otra cosa. Yo no he llegado a tener un pijama del Athletic, ni una colcha, ni un calzoncillo (ni siquiera cuando Yeste enseñó el suyo después de su gol al Trabzonspor): ese pudor y ese distanciamiento estético son el único cortafuegos que me han separado de ser un auténtico tarado. Bueno, ese pudor, y tal vez alguno de esos títulos que se nos han escapado esta temporada de nuevo, como si hubiera una terrible maldición sobre nosotros.

Porque ya os digo yo que, de tener otra Copa, lo mismo andaba yo por Bilbao con un slip oficial del club y una justificación mientras lo enseño en plan: esto es para mantener un alto porcentaje de posesión. O uno de esos otros para ir de área a área, lo que viene siendo un boxer to boxer.

Alejandro Fdez. Aldasoro

Alejandro Fernández Aldasoro nació en el mismo centro de Bilbao en 1970 pero vive en Donostia desde 1997, bastante cerca de la playa, con lo cual ha ganado en calidad de vida pero se ha vuelto un blandengue. Lleva 20 años trabajando como redactor creativo en distintas agencias de publicidad, así que conoce muy bien lo difícil que resulta tener que ser siempre y por obligación ocurrente. Ha publicado dos libros gamberros sobre las aventuras de un peligroso aunque desgraciado insecto, "Asaltamontes, un bandolero del montón" y "Asaltamontes contra Saporulento", y tres novelas, "Un viajante" y "Tal vez sea suficiente", ambas finalistas del Premio Euskadi, y, más recientemente, "El oso Ondo". También es autor del libro de relatos "Aversiones".

miércoles, 26 de mayo de 2021

El infierno feliz

Reportaje publicado originalmente en la revista Panenka nº 08 de mayo de 2012 por Eduardo Rodrigálvarez

En Bilbao, la pasión por el Athletic no se discute. Es como hablar de meteorología, una pérdida de tiempo, porque la lluvia llega sin avisar. Por mucho que la ría corte la ciudad en dos, el sentimiento rojiblanco es propiedad de todos, sin distinción. El Athletic es pasión, pureza e identidad. Un árbol cuyas raíces traspasan lo futbolístico de una forma obsesiva y trepidante.
Dice el teólogo Tamayo que la Iglesia actual da respuestas a preguntas que nadie se hace. Por lo tanto habría que preguntarle a la Iglesia por qué se es del Athletic, algo inexplicable y que nadie se pregunta. En Bizkaia, al menos, se da por descontado que cuando nace un niño o una niña nace un seguidor rojiblanco aunque no le acabe gustando el fútbol, aunque lo odie incluso: será un seguidor o seguidora del Athletic que odiará el fútbol pero con el rabillo del ojo buscará el resultado del partido de esos muchachos sin que nadie le vea. Ya querría la Iglesia en sus respuestas sin preguntas tener una feligresía tan indiscutible como la del club que apadrina San Mamés, el santo echado a los leones.

Hay quien piensa que el Athletic es fruto de eso que se llama filosofía y que consiste en jugar al fútbol con la gente de casa, en una autarquía moral y deportiva irreverente, atrevida, hasta insolente. Puede ser. Puede que la dificultad de ganar, incluso la renuncia a ganar, congregue más fieles que la costumbre de ganar, lo que vendría a ser una disputa entre el cielo de la victoria y el infierno feliz. Son más los que se apuntan al cielo y se olvidan del calorcito de ese infierno en el que se vive la fe entre rescoldos del pasado, muy glorioso, y el sueño lejano de celebrar un título aunque sea muy de vez en cuando.

Kubala, el gran Kubala, decía que siempre que venía a Bilbao “olía a fútbol”, un olor que iba más allá del linimento, del césped recién cortado, de la lluvia sobre la hierba o del aroma a barro. En Bilbao huele a fútbol porque el Athletic está por todos los lados, con una presencia a veces obsesiva, siempre trepidante. Una especie de locura colectiva que estalla y se desparrama en momentos singulares: las peregrinaciones rojiblancas en las finales o en los duelos importantes, como las vividas estos últimos meses son como excursiones que parten desde el pequeño infierno con la ilusión de tocar el cielo.

El fútbol cambia, pero el Athletic permanece. Es cierto que hace pequeñas modificaciones, como ligeras variaciones de decoración, pero su entraña se mantiene intacta. Es lo bueno de tener una filosofía deportiva muy acusada y que sin embargo, no esté escrita en papel alguno. Es como una filosofía oral que posiblemente, si un día apareciese escrita en un legajo desataría la tentación de alterarla. De hecho, entre los primeros futbolistas figuraban varios ingleses. Como dijo el expresidente José Julián Lertxundi, “el Athletic no trajo a los extranjeros, trajo el fútbol”, porque el fútbol era inglés y Bilbao en el siglo XIX tenía aire de colonia británica de ultramar por la explotación de las minas.

EL EQUIPO DE LOS ONCE ALDEANOS

Se le ha dado muchas vueltas a ese asunto de la llamada filosofía. Unos lo han querido unir al nacionalismo, -algunos como crítica, otros como alabanza-, al racismo. Se ha escrito mucho sobre ese asunto, es decir se ha hablado y se ha escrito mucho sobre algo que no existe, sino que es. En este infierno feliz también se han producido algunas revueltas. Cada vez que el Athletic se ha asomado al abismo del descenso, la filosofía ha salido algo chamuscada. No olvidemos que haber jugado siempre en Primera División se ha convertido en un baluarte, en un título honorífico y casi real para un club que alcanzó sus últimos éxitos en los años 80 tras un desierto de casi 30. Por eso el abismo del descenso es más trascendente que la pura tristeza deportiva o el riesgo de ruina económica que sobrecoge a otros clubes.

Ahí renace, entonces, el débil debate sobre la oportunidad de mantener la filosofía oral de jugar con lo de casa. El eterno debate entre si esa filosofía le da fuerza o se la quita. Siempre gana la teoría de la fuerza porque ciertamente el Athletic no se reconocería como un club más, dejaría de inundarlo todo, de oler a fútbol. Perdería la fe y tendría que abandonar su infierno feliz en el que habita hace ya tantos años.
Fotografía de Alberto Estévez

Otro estigma que le persigue afecta a su estilo. Otra fantasía que emparenta con la tradición más lejana y por lo tanto con los éxitos deportivos, esa colección de Copas y Ligas que tocaron a su fin en la década de los 50. El Athletic parecía sociológicamente condenado a ser el equipo de los once aldeanos como los bautizó Mr. Pentland, el inglés del bombín, e irremisiblemente orientado a la entrega, a la lucha, al fútbol directo. Y sin embargo el fútbol ya se movía por otros lados. Tácticamente evolucionaba de forma constante y en el entorno del Athletic había como una resistencia innata a cambiar de receta. La aspirina era obligatoria, habida cuenta de que el balón estaba más veces por los aires que por el piso. Una mística ruinosa que olvidaba que por San Mamés vestidos de rojo y blanco habían pasado futbolistas sutiles y mágicos como Panizo, Gainza, Fidel Uriarte, Lavín, Txetxu Rojo, Argote, Sarabia, Amorrortu, Guerrero y tantos otros que tenían el balón por un amigo y no por un enemigo al que quitarse de encima.

Era cierto que por su particular idiosincrasia el Athletic ha necesitado siempre ‘poner un poco más’ para ganar al contrario, como recordaba a menudo Txema Noriega, delantero del último equipo campeón de Liga en los 80. Es lo que se resume en una sola palabra: compromiso. Y ese compromiso ha sido compartido de la misma manera por futbolistas recios como Goikoetxea o artísticos como Iker Muniain. La función en el campo nunca ha alterado ese compromiso que inevitablemente hace que el equipo ponga siempre un poco más de lo que puede. De ahí a condenarse al fútbol de otro siglo va un abismo.

CAMBIO DE CARRIL, REVOLUCIÓN

Probablemente fue el alemán Jupp Heynckes el primero que le enseñó al Athletic la pausa y le exigió el toque. Curioso que fuera un alemán quien le cambiara de carril. Un trabajo que luego continuó Ernesto Valverde y que ha adquirido su máximo esplendor con la llegada de Marcelo Bielsa, un argentino que ha exprimido el compromiso y ha convertido en religión su pasión por la pelota. “Si Marcelo Bielsa busca compromiso, desde luego ha ido al lugar adecuado”, afirmaba el seleccionador sub 21, Luis Milla, cuando se enteró del fichaje del ‘Loco’ por el Athletic.

Ahora mismo se puede hablar sin temor a exagerar de la revolución Bielsa. Nunca San Mamés había visto tantas jugadas al primer toque, tantos automatismos, tantos regates, tantos taconazos como en la presente temporada. Y eso que ‘El Loco’ llegó a Bilbao con una mezcla de expectación y temor. Era el primer argentino que entrenaba al Athletic y el segundo sudamericano, tras el brasileño Martim Francisco. El fútbol argentino no ha gozado en Bilbao de los favores de la afición. Más allá de estilos, prevalece en el subconsciente rojiblanco la pelea contra los oriundos que se desató cuando el futbol español abrió las fronteras a los jugadores extranjeros. Cierto que el tema de los oriundos fue un coladero por donde el Athletic veía alterada su jerarquía en el fútbol.

Primero temió la abolición del derecho de retención que le dejaba al albur del mercado. Ciertamente, se trataba de una esclavitud nada encubierta que no podía resistir el paso de los años y menos aún en un sistema democrático. La política de los oriundos fue una chapuza nacional, pero en Bilbao se vivió con una intervención social más que importante. Los coches lucían pegatinas contra los oriundos. Pero era una batalla perdida. Un tránsito hacia la ley Bosman que necesariamente debía liberalizar el mercado globalizando el fútbol y empequeñeciendo el infierno rojiblanco. Sin embargo, este revolucionario cambio legal no resultó tan traumático para este club. La apertura de fronteras hizo que el resto de equipos mirasen para otro lado a la hora de contratar futbolistas.

La herida sudamericana dejó de sangrar hace tiempo, pero en los sectores más recalcitrantes aún supura. Por eso la llegada de Bielsa, además en una campaña electoral, tuvo una mirada inicialmente no muy frontal. Eran muchos años de entrenadores europeos y era un perfil demasiado complejo para un club tan tradicionalista. Hoy Marcelo Bielsa es un ídolo y la afición pone velas para que el técnico rosarino continúe la próxima temporada, algo que aún no ha decidido.

EL EQUIPO DE TODOS

Sin lugar a dudas, la regeneración futbolística del Athletic le ha devuelto aquella antigua condición del equipo de todos por su romanticismo, por su asunción de la inferioridad, por su culto a la dificultad. Los conflictos políticos y sobre todo la presencia brutal del terrorismo le arrebataron esa condición y le llevaron al otro extremo del péndulo. Lo que antes era virtud, alguien lo convirtió en oprobio. La sociología futbolística es demasiado frágil, muy volátil.

La desaparición de la banda terrorista ETA le ha borrado un estigma que nunca tuvo, que se lo colgaron en el fragor de la contienda política de más baja estofa. Porque el Athletic ha sabido mantener siempre la pluralidad. Bajo las camisetas rojiblancas que colorean San Mamés (probablemente es el club donde más culto se rinde a la zamarra) se esconden muchos votantes nacionalistas, socialistas, populares, abstencionistas. Un club que fue gobernado durante muchos años por la casta de Neguri –la de las grandes fortunas-, por nacionalistas del PNV, por no nacionalistas, sin que el cántico tuviera distintas voces.

Pero las amenazas se incrementan. La coraza rojiblanca tiene algunas abolladuras. Hace unos años, el Athletic tuvo que prohibir a los integrantes de sus categorías inferiores que acudieran a los enfrentamientos con camisetas de otros equipos, vista la proliferación de messis, cristianos y demás ídolos mediáticos que ensombrecían el color del club.

Ahora se ha reconstruido el mito. Las andanzas del Athletic por Europa, especialmente en el partido de Old Trafford frente al Manchester United, pero también el memorable partido frente al Barcelona en San Mamés, el del Schalke 04 y tantos otros, han colocado en el mapa a un club demasiado acostumbrado a vivir del pasado, a mirarse el ombligo y a embelesarse con su historia. Le faltaba mirar al futuro, vencer su espíritu agonístico, el fatalismo de estar condenado a no obtener título alguno por la diferencia sideral frente a los grandes rivales.

TALENTO NARCOTIZADO

Hoy se sueña con ganar y quedar segundo en algo se estima como un fracaso. Es el espíritu dormido del Athletic que ha despertado Marcelo Bielsa con un sistema muy sencillo: si el jugador cree que es bueno, el jugador cree que va a ganar. De lo contrario, la victoria es imposible. Esta transformación del Athletic ha sido inmediata, lo que demuestra que el talento estaba dormido, narcotizado por la fuerza de un estereotipo que le condenaba a vivir del pasado y en el pasado. En cierto modo Bielsa ha sido el redentor de la Iglesia rojiblanca, algo así como su particular teólogo de la liberación. Pero no es menos cierto que este equipo tenía mucho talento, estaba formado por futbolistas acreditados que solo necesitaban que les quitaran la pesada carga que soportaban. Cuando en las últimas citas internacionales, nueve jugadores se pusieron la camiseta de su selección (española absoluta, sub 21 y venezolana), se produjo un hecho histórico. Era como la confirmación de la fe, como la respuesta a una pregunta que la gente empezaba a formularse: “¿pero qué le ha pasado a este Athletic?” No se sabe si ganará la final de la Copa del Rey, si levantará su primer título europeo, si quedará el cuarto o el décimo en la liga española. Pero en el infierno la fiesta dura todo un año y eso es mucho más de lo que se podía pedir. Incluso de lo que se podía soñar.

sábado, 15 de mayo de 2021

“Al leer lo de la Superliga aún me siento más orgulloso de ser del Athletic”

Entrevista publicada por Arnau Segura en panenka.org el 14/05/2021

"Si aquella gente que me llamó tan gratuitamente yonki o drogadicto viera cómo lo hemos sufrido quizá se lo pensarían dos veces", afirma Carlos Gurpegui
Fotografía de Imago.

Me reí, con la misma risa de cada vez que, de niños, escuchábamos la palabra polla. Pero al cabo de unos días empecé a pensar en que quien estaba al otro lado de aquel eres un yonki, Gurpegui, eres un yonki de una parte del Camp Nou y de tantos otros estadios debía ser una persona con sentimientos como cualquiera, con más sentimientos que aquellos que le insultaban porque supongo que ver arder y llorar a los jugadores nos acerca e incluso nos iguala a ellos; ya que nosotros no podemos ser tan felices como ellos que ellos sean tan infelices como nosotros. Hoy Carlos Gurpegui (Andosilla, Navarra; 1980), el 22º jugador en la clasificación de jugadores con más partidos con el Athletic (393), y uno de sus grandes referentes en las dos últimas décadas, se considera un superviviente de todo aquello y mira hacia atrás con orgullo y con una sonrisa; sobre todo al revivir y rememorar aquella tarde de hace justo cinco años en la que colgó las botas, bajo una atronadora ovación de su afición y entre aplausos y abrazos tras dejar al equipo en Europa League.

Enamorado del Athletic, cuenta que “es como que te falta algo”, y admite que en cierto modo un futbolista es, a los 40 años, como un abuelo que mira más hacia atrás que hacia adelante. Pero solo en cierto modo.“Ya van cinco años, aunque lo cierto es que pasan más rápido cuando juegas. Cuando eres futbolista todo va a toda leche. Echo de menos muchas cosas del día a día, pero de la competición no echo en falta nada en absoluto. He competido todo lo que tenía que competir, y ahora hago deporte sin exigencia. Incluso he corrido una maratón. Tranquilo, para disfrutar, sin tener que correrla en menos de x tiempo y sin mirar el reloj”, asiente, feliz; y sin mirar el reloj habla durante más de una hora sobre una carrera única, tan única como el sentimiento que le ha unido al Athletic.

¿Qué recuerdas de Andosilla?

Balón, balón y balón, e infancia. Recuerdo salir del cole e ir directos a jugar en la calle, y pasarnos todo el recreo jugando al fútbol también. Lo de llegar a profesionales lo veíamos muy lejos, pero nos divertíamos mucho. Todo era diversión. He tenido la suerte de conocer y de vivir el mundo del fútbol de élite, pero la infancia en Andosilla no la cambio por nada. Quizás al revés se podría decir lo mismo, pero nacer en un pueblo pequeño te da cosas que la ciudad no te da. Mi madre tenía una pescadería y enfrente había una carnicería, y con el hijo de la carnicera y mi hermano, que llegó a jugar en Osasuna Promesas, nos pasábamos horas jugando en aquella calle. La portería era una puerta de madera de la pescadería. No teníamos ni consolas ni móvil. Vivíamos en la calle. En verano salíamos a las 9:00 y no regresábamos a casa hasta la hora de cenar. Solo para comer. Hoy veo carteles de prohibido jugar en plazas y me duele. Es lo más sano y lo más bonito que hay en el mundo. Solo necesitas un balón y dos amigos, o ni eso: con algo que ruede y dos personas, sean o no sean amigos, basta. Esos carteles y las plazas vacías de niños son como una puñalada a la infancia.

¿Cómo llegó el Athletic a ti?

Yo comencé en el equipo del pueblo, el River Ega, y con 16 años me fichó el Izarra. Entonces era un club convenido del Athletic y de vez en cuando subíamos a Bilbao a entrenar, pero yo era un desastre absoluto. Veía imposible que me ficharan. No me enteraba de nada. Pero de repente llegó la posibilidad. Por cercanía siempre había visto a Osasuna y había estado varias veces en El Sadar, pero cuando llegó la llamada del Athletic Club porque les había quedado un hueco en el centro del campo del juvenil con la marcha de Mikel Alonso no tuve dudas. Cuando empiezas a ver fútbol ya eres consciente de que el Athletic es diferente, porque te llama la atención que sean todos de la tierra, de casa, y ver cómo compiten contra el mundo, y cuando llegué a Lezama conecté del todo con la esencia y el espíritu del Athletic. Su filosofía me entró en las venas. Llegué con la ilusión de un niño, y aún recuerdo que mi padre me decía ‘tú entrenas bien, y si al año te tienes que volver aquí todo eso que habrás aprendido’, y aquí estoy todavía, 23 años después, hoy dando una mano en el tema de la metodología en los entrenamientos específicos de los juveniles, y lo vivo como un sueño.

En tiempos de Superliga todavía cobra más valor la filosofía del Athletic.

Estos últimos días han sido duros, porque venimos de perder dos finales, pero al leer todo esto de la Superliga todavía es más motivo de orgullo formar parte de un club tan y tan especial. De un club que entiende el fútbol de una manera diferente. No es ni mejor ni es peor, es diferente. Y es la nuestra, y siento que es una maravilla. Tenemos que ser exigentes y ambiciosos, y aceptar que el equipo no ha estado bien en las dos finales, seguir en la línea de los últimos 12 años, en los que se ha llegado a ocho finales, y trabajar muy bien en Lezama para que los jóvenes lleguen preparados al primer equipo, pero estos días es un motivo de orgullo saber que los equipos grandes están pensando solo en el dinero, y que nosotros continuamos aquí con nuestra filosofía como bandera. Lo bonito del fútbol es, por ejemplo, que Huesca, Valladolid o Elche estén peleando por sobrevivir en Primera, que falten cinco jornadas y no se sepa quién va a ganar la liga, quién irá a Europa y quién va a descender. Eso es el fútbol, joder. Lo demás es desvirtuar el deporte, aunque también me parecen un poco hipócritas ciertos discursos de cierta gente. Porque el fútbol hace años que está perdiendo su esencia y que ese encamina más hacia el negocio que hacia el deporte y el aficionado. Esto no es de ahora.

Queriendo ser del mundo, muchos equipos han dejado de ser de su casa.

Aquí sabemos que llevamos mucha gente detrás, y es un orgullo. Es un presión añadida, sí, pero es muy bonito. Muchos miran mucho hacia el mundo y se olvidan de su tierra, pero nosotros no podemos ni queremos alejarnos de nuestra gente. Te arrastran, te empujan a dar un plus, y todo esto hace que ganar un título con el Athletic sea incomparable. Yo tuve la suerte de levantar la penúltima Supercopa en el Camp Nou y, joder, la satisfacción es increíble, y doble por la dificultad que conlleva. Se saborea mucho más. También he perdido cuatro finales de Copa, y el golpe es muy duro, pero si ganas, la satisfacción de ver y hacer feliz a tanta gente, y además a gente que es tu gente, gente de tu tierra, es una pasada.

393 partidos con el Athletic. Casi nada.

Me acuerdo de que el último año le decía a Ernesto [Valverde] que hasta que no cumpliera los 400 no me movería nadie de ahí. No lo logré, pero me siento contento, y me quedo más con todo lo que he pasado y superado para llegar hasta esa cifra que con la cifra en concreto. Suena a tópico, pero es así: ni en mis mejores sueños podía soñar con algo así cuando llegué al Athletic; igual que es cierto que si hubiera podido escoger mi adiós no habría sido tan bonito.

Incluso tus compañeros lloraban. ¿Aún guardas la camiseta?

Está guardada en una pequeña caja con todas las camisetas especiales excepto la del Villarreal-Athletic del debut, con el ’39’, que está colgada en el salón de casa de mis padres. El día de la despedida fue increíble, perfecto. Es uno de los recuerdos más bonitos que me ha dejado el fútbol, junto al día que ganamos la Supercopa. Estaba ahí todo el mundo. Mis padres. Mis hermanos. Mis amigos. Mi mujer. Mis hijas. Toda mi familia. Compañeros, excompañeros. No faltaba nadie. Incluso estaba mi mejor amigo del pueblo, que tenía una enfermedad que se lo llevó al cabo de un año. Tengo fotos con él en el campo de ese día. Fue una alegría muy grande. Por él. Y por todo. Por decir ‘hasta aquí he llegado, he hecho todo lo que he podido, me he entregado en cuerpo y alma, y me voy con la conciencia tranquila, en paz’.

El contador nunca superó los 400 por las lesiones, en parte.

Son lo peor del fútbol. La parte más dura. Yo siempre intentaba recuperarme antes del plazo fijado, y siempre me intentaban frenar diciéndome que era mejor perderme un partido que un mes. Si es que yo ya lo sabía, pero quería estar en el campo cuanto antes. Porque tú sabes que tienes x años en Primera. Pueden ser dos, diez o quince, pero cuando te quitan un año sientes que te están quitando algo que te pertenece y que es muy limitado, que no es infinito, y es difícil convivir con esa realidad, por mucho que te convenzas de que incluso de cosas tan complicadas como pasar por una lesión tienes que intentar sacarle, mínimo, un aspecto positivo.

Han pasado los años, pero ese castigo de dos años por dopaje, por ese positivo en 19-norandrosterona, y los juicios, sentencias, recursos, suspensiones y suspensiones cautelares de suspensiones siguen doliendo.

El proceso fue una auténtica chapuza desde el primer día. Recuerdo que el abogado me decía que era imposible que me cayeran dos años porque estaba todo plagado de irregularidades, pero me los tragué, y aquello me va a perseguir toda la vida. El calvario empezó con 22 años, y al principio me costaba mucho convivir con ello. Fueron momentos muy complicados. Como deportista entiendes que las lesiones son parte de la ecuación, de la lógica del deporte, pero eso era diferente. No entendía nada de lo que estaba pasando. Veía mi nombre por todos sitios, y fue muy duro, tanto a nivel individual como familiar. Mi familia lo ha pasado muy mal. Sufría mucho por ellos, y sentía mucha rabia. Si toda la gente que me llamó tan gratuitamente yonki o drogadicto viera cómo lo ha pasado la gente de mi alrededor creo que se lo pensarían dos veces. Yo no tengo muchos enemigos, pero lo que yo viví y lo que vivimos entonces no me gustaría que le pasara a nadie. La impunidad y la facilidad con la que me decían de todo era increíble. La persecución era una locura. A medida que vas creciendo y madurando y vas ganando serenidad, te alteras mucho menos y ves las cosas diferente, y llegas a acostumbrarte, pero si la solución es que se acostumbre al que insultan mal vamos. Lo único que me aliviaba y me consolaba era tener la consciencia tranquila, y saber que yo no había utilizado conscientemente ninguna sustancia para mejorar mi rendimiento porque, primero, si tenía algo bueno es que físicamente era muy fuerte y no lo necesitaba y, segundo, porque no lo hubiera hecho nunca porque tengo una ética y una manera de entender la vida en las que no caben esas conductas, y con esa consciencia tranquila y el apoyo de mi gente y de la gente del Athletic fui tirando, y ahora me quedo con que después de dos años sin jugar fui capaz de darle la vuelta a la tortilla.

En medio de la suspensión, pasaste unas semanas en Perú.

Fue una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida, en un barrio marginal, de la periferia de Lima. Fui el verano después del primer año de sanción, para tratar de encontrarme por dentro, y al año siguiente volví. Son experiencias que te cambian. Porque ves una realidad muy diferente a la de tu día a día. Me enseñó lo feliz que es la gente teniendo poco o casi nada. Casi no tenían de comer y nos preparaban felices la comida a mí y al chico de la oenegé con el que fuimos ahí. Aquí, que tenemos todo, somos incapaces, primero, de darles algo a los demás y, después, de ser felices.

domingo, 9 de mayo de 2021

Resumen Jor. 29: Athletic Club - Real Sociedad

Fuente: Canal YouTube Athletic Club


Sagas de hermanos en el Athletic: Los Williams emulan a los Salinas

Articulo publicado por Alfonso Herrán en el diario As el 06/05/2021
(AFP7 vía Europa Press)

El Athletic ha tenido en su historia unas cuantas parejas de hermanos, unos más ilustres que otros. La que ahora ocupa las portadas de los periódicos es la que forman Iñaki y Nico Williams, que coincidieron el día 28 de abril ante el Real Valladolid. "Es un sueño hecho realidad", remarcó el mayor. "Que haya dos hermanos de raza negra en este equipo por primera vez no es coincidencia, llega por algo", agregó. Nico, con cara de pillo, no cabía de gozo: “Es una alegría inmensa, no puedo expresar lo que siento por este club”. Lo más importante para la entidad es que la cantera sigue funcionando, un motivo para encontrar consuelo tras la amargura de las dos finales de Copa.

Nico es, a sus 18 años, la perla de Lezama junto con su tocayo Nico Serrano, arrebatado al Villarreal. El debut del pequeño de los Williams, el primer nacido en el Siglo XXI que juega en el primer equipo bilbaíno, ha sido la guinda a la confirmación de la calidad que se les presumía a otros jóvenes como Morcillo (22 años) y Sancet (21). Más acreditados estaban ya Vencedor (20) y Villalibre (23), el primero habitual en el once titular y el segundo casi incomprensiblemente eterno suplente de Raúl García y el mayor de los Williams ante su rendimiento saliendo del banquillo.

El pequeño de los Williams actuó en su estreno en la élite escorado a la banda derecha tras pasar por todos los puestos de ataque en su formación. Se ha desatado como gran goleador y asistente en el Bilbao Athletic, además de muy vertical, desafiante ante el defensor y buen rematador. La previsión es que alcance la misma punta de velocidad que su hermano. ¡Que suene la trompeta de Villalibre con la nueva promesa!

Para encontrar la anterior pareja de hermanos que jugó en el Athletic hay que remontarse 35 años atrás, los Salinas. Compartieron vestuario entre 1982 y 1986 y coincidieron por última vez en un partido del Calderón. Su padre era socio y los chavales se aficionaron al Athletic. "El hecho de ir a Lezama tanto tiempo y poder jugar juntos fue un subidón. ¡Y en aquel equipo, en el que era muy difícil de entrar, de los más complicados! Un conjunto campeón y todo el mundo se sabía de memoria esa alineación.", sostiene Julio en ETB. "Que llegue uno es complicado, que lo hagan los dos hermanos, aún más. Cuando llegas no es porque te ha tocado, hay un trabajo previo de muchos años y muchos técnicos", apostilla Patxi. El exdelantero admite que en el fútbol de antes, el que les tocó, "se ‘cascaba’ mucho" mediáticamente "no como ahora, que no hay ni ruedas de prensa". "Los periódicos te puntuaban cada domingo, a los tres mejores jugadores. Mi madre miraba el diario todos los días y sufría muchísimo", agrega.

Patxi esgrime que "cuando las cosas van bien, es un orgullo para los padres, pero cuando no es así, las críticas son bestiales hacia ellos; si no les cae el chorreo por un hermano, por el otro", y Julio apostilla que encima ellos han sido muy criticados "sobre todo yo, por mi forma de jugar". "No sabes lo que tuvo que sufrir mi madre con mi salida de Bilbao. ¡Menudos palos cayeron!", sostiene el exazulgrana. "Es la vida, para disfrutar primero te tienen que criticar, no puede ser todo bueno en la vida, el que no esté preparado para la crítica, está jodido", remata el exceltiña. Este conoce bien a Nico Williams, ya que le dirigió unos pocos partidos el año pasado con el Basconia, el segundo filial del Athletic, y, al igual que Serrano y el meta Agirrezabala, todos ellos del filial, "es evidente que van a llegar arriba, no sé si dentro de un mes o un año, pero lo harán".

El actual técnico de cantera detalla más cosas de Nico Williams, o ‘Williams Jr’ como puso en su estreno como león, con el dorsal 30, como Iñaki hace siete años: “Tiene unas condiciones brutales. Es muy joven, te alegras cuando un chico simpático llega. Se lo merece. Tiene unas condiciones muy buenas, siempre está feliz. Su mayor virtud es la velocidad. Cuando tiene la mínima oportunidad, te encara, destaca por el desparpajo. Es atrevido y tiene muy buena finalización. También es buen asistente. Va a marcar una época en el Athletic. Es el relevo que van a dar a dos o tres que están ahí”. Julio coincide en que “tienen que marcar una época los dos Williams”. “Me decía Patxi cuando Nico estaba en juveniles que debería subir al Bilbao Athletic directamente, sin saltar al Basconia. Ahí se distinguen los grandes equipos. Ahora Iñaki va a por el récord de partidos seguidos en Liga. Tras la marcha de Aduriz, es ese delantero centro que debe decir: aquí estoy yo’. Y que dos hermanos logren llegar y mantenerse es complicado, luego se trata de demostrar la ambición y que no se van a acomodar. Ojalá lo consigan”. Patxi lanza el reto en tono de broma: “A ver si nos igualan. Ya tienen la Supercopa, que nosotros ganamos en los 80, ahora les falta las dos Ligas y la Copa, jajajajaja”.

Piru Gainza ha sido uno de los mejores delanteros que ha visto San Mamés jamás, autor de 152 tantos. Miguel era el hermano de Agustín y jugaba de defensa. Antes que los Salinas, jugaron en el Athletic los Rojo, el mítico extremo Txetxu y el centrocampista José Ángel, entre 1971 y 1977. Entre ambos actuaron en 727 compromisos con la zamarra rojiblanca. Los delanteros Eneko y Antón Arieta tomaron la palabra entre 1964 y 1966, y firmaron 253 goles. Piru Gainza ha sido uno de los mejores delanteros que ha visto San Mamés jamás, autor de 152 tantos. Miguel era el hermano de Agustín y jugaba de defensa. Ambos coincidieron entre 1945 y 1949. Otras sagas en el club bilbaíno fueron los Unamuno, Sena, Silva Abaitua, Etxebarria Usaola, Belauste, Arana Mendivil y Eguren Goiri.

Medalla de campeón de Copa (1921)

Fuente: Boletín del partido Athletic Club - CA Osasuna (08/05/2021)

El 8 de mayo de 1921, hace hoy 100 años, el Athletic ganó en San Mamés su noveno título de Copa
Con tal motivo a los componentes del Athletic del equipo campeón se les entregó esta medalla de oro. El motivo de la misma (una disputa aérea de un balón) está inspirado en el célebre cartel de Aurelio Arteta con el que se anunciaban los partidos del Athletic en San Mamés en la década de 1910. En el reverso apunta “RFEF. Campeón de España 1920-1921”.

La de 1921 (Athletic Club 4 - Atlético de Madrid 1) ha sido la única final de Copa que se ha disputado en San Mamés, y la segunda en Bizkaia tras la celebrada en 1911 en Jolaseta (Getxo), y que también ganó el Athletic.

Resumen Jor. 35ª: Athletic Club - CA Osasuna

Fuente: Canal YouTube LaLiga Santander


miércoles, 5 de mayo de 2021

“Bilbao no tiene comparación”

Artículo publicado por Tomás Ondarra en el número de Mayo de 2021 del periodico Bilbao

Andrés Cañada, trabajador de Tecnalia
Andrés Cañada nació en el centro Bilbao en 1988. Inició sus estudios en el Colegio Francés y los continuó en Urdaneta. Sus primeros recuerdos los sitúa en el parque donde se encontraba la antigua fábrica y cervecera de La Salve; y sus segundos recuerdos, en el parque de los patos, también llamado parque de Doña Casilda. De Andrés también se acordarán los patos. Recuerda cómo les daba pan y, cuando los patos devoraban las migas, él les agarraba con sus manos, se los colocaba en su regazo y los acariciaba mientas el pato asustado parpadeaba sin parar. Recuerda los fines de semana con la cuadrilla por Olabeaga, y las visitas a los cines Ideal y Capitol.

Andrés Cañada dejó su Bilbao para ir a Vitoria a estudiar Farmacia en la Universidad del País Vasco (UPV-EHU); de Vitoria a Madrid, de Madrid a Bilbao, y vuelta a Madrid, donde realizó entre 2016 y 2018 un máster MBA en el IESE Business School de Madrid. A día de hoy, Andrés trabaja para la empresa vasca Tecnalia.

Si no fuera bilbaino, Andrés sería romano. Desde el Erasmus en Roma, Andrés vuelve dos y tres veces al año a la capital de Italia; allí se encuentra como en casa y reconoce que “estar en Roma es como estar dentro de una película; además, cada vez que llegas es una sensación distinta y maravillosa”.

“Cuando vuelvo a Bilbao visito La Viña, qué buen txangurro; el Górliz, para comerme la mejor tortilla y… una cerveza de La Salve”. En esta etapa pandémica que nos está tocando vivir, Andrés tiene clarísimo las dos cosas que le gustaría hacer cuando la vida vuelva a la normalidad. Lo primero volver a San Mamés a ver a su Athletic; la segunda, volver a disfrutar con su cuadrilla de toda la vida de las mejores fiestas del mundo, nuestra Aste Nagusia. “Estar con la cuadrilla de txosna en txosna no tiene nombre”. Se le ve feliz cuando lo dice y orgulloso de cómo las fiestas de su ciudad enamoran a los visitantes.

“Lo del Athletic es un sentimiento”. Recuerda cómo de niño fue abonado en la esquina infantil de la Tribuna Norte con Preferencia, y muy pronto pasó a ser socio, también, de la Tribuna Norte. Le gusta ver los partidos en solitario, lo pasa mal, muy mal y recuerda como en la anterior Supercopa que ganaron los rojiblancos el partido de vuelta lo vió en Bangkok de madrugada, en solitario y pidiendo a los bares que le pusieran el partido en la televisión. “Cuando marcó Aduriz, me fui al hotel, cerraba el bar y ya no tenía donde verlo”.

A Andrés el Athletic le acompaña allí donde esté, y también su ciudad. “Madrid tiene muchas cosas para mucha gente; Bilbao tiene muchas cosas para poca gente. Eso es calidad de vida”, define Andrés a las dos ciudades.

Un bilbaino busca el bilbainismo allí donde se encuentre y Andrés es uno de los pocos afortunados que en Madrid disfruta de un txoko, un txoko que comparte también con la peña del Athletic Somos diferentes, una de las más recientes, cuyo padrino es Aritz Aduriz. Comenzaron en 2016, llevados por la euforia de la Supercopa y la cuadrilla continúa con sus actividades. Desplazamientos a partidos, conferencias con ex entrenadores y ex jugadores… Marketing moderno y creativo, son diferentes. “A la gente que visita la peña y que no es del Athletic le sorprenda que nos visiten jugadores o ex jugadores. En sus equipos esto sería impensable. Por eso, entre otras cosas más, somos diferentes”.

Andrés el sábado volvió ver la final contra el Barcelona en el txoko madrileño, esperando que sea la última final del Athletic que tenga que ver por televisión.

Entrevista a: Sophie Istillart

Fuente: Canal YouTube Athletic Club