Artículo publicado por Julen Guerrero en el diario El Correo el 04//02/2018
Las cláusulas de rescisión existen por algo y tienen su objetivo. Normalmente, en el fútbol no es otro que el de blindar a sus estrellas. Esta cantidad no es en absoluto arbitraria y responde a diferentes criterios, siendo el salario del jugador uno de los más importantes. Club y jugador, jugador y club, negocian una cantidad que se estipula en el contrato por la cual el jugador puede abandonar su equipo siempre que abone el precio marcado.
Estas cantidades no siempre serán las deseadas por ambas partes, pero en cualquier caso es un acuerdo entre adultos y los acuerdos están para ser aceptados y respetados en toda su dimensión. Cuesta entender por qué, en ocasiones, el club pone en el disparadero al jugador arrojándolo a la opinión pública como si de un proscrito se tratase, cuando éste viene con el dinero correspondiente y decide cambiar de aires. Quien otrora era vitoreado como héroe, se convierte en traidor a la causa en cuestión de minutos. ¿Acaso no está cumpliendo con lo que está pactado y firmado?
De igual forma, tampoco son aceptables las pataletas de algunos jugadores que, firmando un contrato por el que estaban encantados y aparecían sonrientes en el momento del acuerdo, exigen al club que rebaje la cláusula de rescisión y negocien con quien quiere hacerse con sus servicios. Una cosa es pedir e intentar llegar a un acuerdo -la mayoría de las veces se encuentra una solución positiva para todas las partes implicadas- y otra muy distinta es querer eludir tus responsabilidades, algunas de las cuales fueron precisamente adquiridas en el momento de la firma.
Estos gélidos días han venido acompañados por un mercado invernal frenético, calentito y poco habitual por estos lares. La renovación de Kepa parecía que iba a traer tranquilidad, pero la repentina marcha de Laporte al City ha acarreado unos últimos días de enero intensos, que han finalizado con la contratación de Iñigo Martínez y con el intento de fichar también a Mikel Merino. Este último es posible que en el pasado verano hubiese salido mucho más barato que a día de hoy. El tiempo dirá si hay un interés real por él y el coste de dicha operación, si finalmente fructifica.
Iñigo Martínez, en su presentación, calificó al Athletic como «un grandísimo club que ha peleado por títulos y que siempre está arriba, siempre ha dado guerra y lo va a seguir haciendo» y en el que «no vale quedar a mitad de tabla, sino que hay que ser ambiciosos y hay que ir siempre a intentar estar en la tabla lo más arriba posible».
Me alegra oír estas palabras de un jugador recién incorporado a la disciplina rojiblanca. Y no es algo que el primer día se lo hayan dicho o enseñado. Es una característica del Athletic forjada a lo largo de todos los años de existencia, que hay que seguir remarcándola y, como siempre se puede un poco más, mejorándola. El club que pierde ambición, cada cual con su filosofía, características y consciente de sus límites está perdiendo una parte muy importante de su identidad. El conformismo y la resignación no deben tener cabida en el Athletic, y es bueno que ese punto de exigencia nazca en origen de los jugadores y marque la esencia de la entidad.
El partido de hoy frente al Girona es un buen momento para hacer acopio de lo dicho. El catalán es un equipo que, a pesar de ser su estreno en Primera División, se está mostrando con la ambición necesaria para ser protagonista de la Liga. El equipo que prepara Machín lleva años trabajando en una línea que le permite tener un estilo claro y reconocible por todos sus miembros, incluidas las nuevas incorporaciones.
Sus penurias en aquellos fatídicos play-off de ascenso puede que fueran necesarias para llegar de una manera distinta a Primera. Además, el club, con una fuerte inversión, quiere consolidar su estructura de base y no convertirse en un equipo ascensor. De momento tienen un punto más que el Athletic en la clasificación y su temporada merece ser reconocida.
Sin duda, han llegado para quedarse.