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martes, 3 de marzo de 2020

El pícaro del gol

Artículo publicado por Asier y Javier en el periódico Bilbao (Marzo)

Daniel Ruiz-Bazán se dejó los apellidos y parte del nombre en cientos de campos de fútbol de arena. Expresivo, locuaz, inquieto, nadie diría que frisa las siete décadas. Nació y creció a orillas del Kadagua y lleva una docena de años viviendo en Orozko pero se siente de Bilbao. Y Bilbao le siente suyo. No en vano Dani es una de las leyendas de la historia del Athletic Club. El Gran Capitán. El último rojiblanco que levantó la Liga y la Copa
Dani ríe con ganas. Bromea con su voz grave. Es un hombre menudo que a los pocos minutos se vuelve gigante. Igual que cuando entraba en el área. Se quita y se pone las gafas de lectura, mueve las manos, gesticula sin parar. Es dinamismo puro. Y derrocha simpatía a pesar de su voz grave. Ha
dejado fuera su maxiscooter Honda 300.

“Siempre me han gustado las motos. Cuando era jugador profesional no podía tener, por contrato. Pero al día siguiente del finiquito, me compré una, con Javi Clemente. Una BMW 600. Javi cogió la misma. Después tuve una Kawasaki 750, otra Kawasaki 1.100, una Honda CBR. Todas se las he comprado a José Ángel Mendivil”.

Nació en Sopuerta. Pero a los pocos años la familia se mudó a Sodupe. Después, ha vivido en Las Arenas y en varios sitios de Bilbao. “Ahora vivo en Orozko. Desde hace doce años. Cuando yo jugaba al fútbol, viajábamos mucho en autobús y, al salir o volver por el puerto de Dima solía ver a los aldeanos en sus caseríos. Me prometí que algún día tendría uno. Así que, primero compré el terreno y después construí uno muy chulo. Corto la hierba, arreglo las cosas... hago de todo menos podar los frutales, porque no sé. Eso se lo dejo a José Mari ‘El Podador’. Esta tarde he quedado con él para que me pode los ciruelos. Me llama Capitán”.

Partidos de quince contra quince

El padre de Dani, Amancio, falleció con 100 años; su madre, con 99, vive. Eran tres hermanos, de los que uno falleció. Dani era el más joven. En Sodupe creció, fue a la escuela y jugaba todos los días al fútbol en el frontón.

“Eran partidos de quince contra quince y chavales de diez hasta dieciocho años. Yo era de los más pequeños. Y ahí fui aprendiendo la gramática del fútbol. También empecé a tener problemas porque volvía a casa a las diez de la noche y completamente sudado”.

En el Sodupe empezó a darle patadas a un balón como federado, aunque con su picardía. “El juvenil solía jugar los domingos por la mañana, con catorce años íbamos siempre otro amigo, Luis Mari, y yo a ver los partidos. Allí nos poníamos, apoyados en una valla. Hubo un partido en el que no sé si por enfermedad, lesiones, o no me acuerdo, el Sodupe juvenil solo contaba con nueve futbolistas. El entrenador, le llamaban ‘Botella’ porque tenía un bar, salió de la caseta y nos metió a Luis Mari y a mí dentro. “Ahí tenéis la equipación, vestíos, que salís”. Tuvieron que falsificar mi ficha, no tenía ni carnet ni edad para jugar en juveniles. Jugué de extremo derecho y corrí más que nunca en mi vida”, evoca Dani. Algo hizo bien. Siguió toda la liga con aquella ficha falsa. Manolo Larrubia, el entrenador del Sodupe mayor de la época, que estaba en regional, le subió al equipo absoluto siendo un mocoso. “Con dieciséis o diecisiete años. Yo no tenía más ilusión que jugar en el Sodupe, te conocían en el pueblo. Todo se paraba para ver los partidos. No recuerdo grandes ambiciones. Además, después de aprobar sexto de Bachiller y Reválida me contrataron para trabajar en el Banco Guipuzcoano”. El Gran Capitán se pudo perder en un infinito de pagarés, talones y letras de cambio.

El Athletic

Aquello lo arregló otra picardía. “Había un directivo del club, se llamaba Pozas, que trabajaba en Zaragoza. Le soltó a un periodista del Hierro que el Zaragoza estaba interesado en mí. Era mentira. A las 48 horas llamó el Athletic. Venancio y Julio Lamana me esperaban en el restaurante del padre del periodista Jon Uriarte, que tenía un altillo con mesas. No hubo ni negociación, ni discusión ni nada. Me plantaron delante el contrato tipo de los jugadores del Bilbao Athletic: cien mil ‘pelas’ por el primer año y 125.000 por el segundo”. Y ahí empezó la leyenda.

“Firmé, me cedieron al Sodupe, donde estaba jugando, y después di más vueltas que los de la isla esa de la tele. Estuve en el Getxo, el Barakaldo, el Villosa y el Bilbao Athletic. Jugando en el Villosa, que era el equipo de una fábrica de vidrio de Llodio, conocí a Anabel”. La esposa de Dani, que está sentada junto a nosotros, asiente. Le llama ‘Aita’.

Eso sucedió hace cincuenta años. Llevan 43 casados. “Estando en el Villosa nuestro entrenador era Martín Susilla Párraga, un fenómeno del fútbol. En sus tarjetas de visita ponía: entrenador de fútbol, primero de su promoción. Al terminar cada entrenamiento, decía: Dani, quédese. Y se lo pedía también al tercer portero. Y él centraba por la derecha, cien veces. Luego, por la izquierda, otras cien. Piensa en el balón de 1970 y el campo del Villosa, que era de arena, que se pegaba a la pelota. Doscientos impactos con la frente. Me metía a la ducha con la cabeza hecha un cirio. Pero aprendí”.

Máximo goleador

En el Barakaldo consiguió dos años seguidos ser máximo goleador con dieciocho tantos. Y en el Athletic siempre transformó entre catorce y dieciocho “bacalaos” por temporada. “Esa regularidad es importante en el fútbol de élite”, recalca. Un detalle: a pesar de que mide 171 centímetros, transformó la mitad de sus “chicharros” con la cabeza. Los doscientos centros por entrenamiento en el Villosa tuvieron que ver. “Pero es una cuestión de actitud, de anticipación y potencia de piernas. Esa décima de segundo en la que intuyes dónde te va a poner el balón el extremo”.

De los tiempos del Barakaldo se acuerda mucho de un lateral izquierdo del Racing. “Se llamaba Sistiaga y era muy duro. En el primer córner me abrió un párpado entero. Juanjo Campa, que también estaba en el Barakaldo, me vendó la cabeza y seguí jugando. En el descanso me cosió el párpado, me vendaron otra vez y terminé el partido”.

Un tipo duro. Pero con miedo al dentista. En cierta ocasión se sentó a que le realizaran un empaste; cuando estaba con la boca abierta, le pidió un minuto al dentista, se puso en pie, se marchó y no ha vuelto. Las radiografías de la boca le salen movidas. “No consigo quedarme quieto, es la ansiedad”, reconoce. Anabel se ríe con ganas.

“Para un delantero, el gol es la mayor satisfacción. Es tu meta. Supone materializar el trabajo del resto de los compañeros. Me acuerdo de uno que metí al Real Madrid, que supuso el 2-1 y tuvo su importancia para ganar la Liga; otro que le metí de vaselina a Dalessandro; y una jugada en la que terminé asistiendo a Noriega en Valencia para conquistar otra Liga.

Guarda buena memoria de quienes trabajaban para que el gol no llegara. “Me acuerdo de Panadero Díaz, Ovejero… Y Benito, qué duro, eso sí, fuera del campo un fenómeno. Íbamos de vacaciones juntos a Ibiza. San José, un lateral del Sevilla, muy fuerte, me molía a palos en el Pizjuán y yo le decía: ya vendrás a San Mamés. Hace tres años me llamó el presidente del Sevilla para contarme que le hacían un homenaje, el Sevilla homenajea cada temporada a una de sus leyendas. Fui con Anabel. Yo estaba sentado en primera fila. Cuando salió San José a pronunciar sus palabras de agradecimiento, me vio, se sorprendió, bajó y me dio un gran brazo. Nos emocionamos mucho los dos”.

No deja a un lado al rival por excelencia. “El mejor portero al que me he enfrentado ha sido Arconada; bravo, listo, siempre te jodía. Estudiaba mucho al contrario. Guardaba anotaciones con datos y estadísticas de zonas de disparo”.

Mira algo en su teléfono. Tropieza con una foto. Es un niño vestido con la equipación del Athletic. Golpea un balón con cara de pícaro. “Es Xabi, uno de mis nietos. Es un fenómeno. Este va a ser mejor que yo”. Se despide. Y sale saludando a todo el mundo en compañía de Anabel.

“No soy de Bilbao, pero soy de Bilbao”

“No soy de Bilbao, pero soy de Bilbao. Llevo toda la vida en esta ciudad. El 99 % de mis amigos son de Bilbao, mis hijos…”. Dani remacha que es de Bilbao. Y que no se quiso ir a Barcelona. “El Barça me quiso fichar cuando Duñabeitia. El presidente no quería y yo tampoco: tenía esa cosa de empezar y acabar en el Athletic”. Esa cosa debe ser Bilbao. Que ha cambiado. “Ha cambiado la vida y el mundo. El Athletic mantiene sus cualidades y su filosofía. No es que hayan cambiado los jugadores y la afición, es que ha cambiado la juventud. A mí me gusta la afición de ahora, está identificada con el Athletic”.

Asegura Dani que un nuevo título llevaría aparejada una gran celebración. “La afición es igual o mayor que entonces. Una celebración futura será más multitudinaria que la nuestra de cuando la gabarra, pero no podrá ser igual. Por motivos de seguridad. Yo fui preocupado durante todo el recorrido. Hay que pensar que hubo invasión de pista en el aeropuerto de Sondika; que en el tramo que hicimos en camión había que parar porque la gente se metía debajo de las ruedas; con personas subidas en las grúas al paso de la gabarra, monjas en las ventanas, zodiacs cruzando entre el remolcador y la gabarra. Habrá gabarra, pero todo será más seguro”.