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viernes, 19 de enero de 2018

Un brasileño en San Mamés

Artículo publicado por Arnau Segura en www.panenka.org el 19/01/2018


El Athletic es algo singular, es algo que se desvía completamente de los estándares actuales del balompié. Quizás suene exagerado, pero para muchos es así: están todos los clubes y luego está el Athletic. De hecho, por su peculiar idiosincrasia y por su particular política deportiva, hinchas de todos los rincones del universo futbolístico lo adoptan como su segundo o su tercer equipo. En algunos casos lo hacen de cara a la galería; en otros, por la necesidad de sentirse parte de una institución que, al contrario de lo que hacen la mayoría, no maltrata su pasado.

Con todo, tal y como asegura Eduardo Rodrigálvarez en Un soviético en la Catedral, un libro escrito en pasado que sirve perfectamente para explicar el presente, “la condición de aficionado del Athletic no venía única y necesariamente por vía vaginal, no era fruto del placer, primero, y del dolor, después; sino que podía ser adquirida como se aprende a hablar inglés”. “Aprendimos que había gente que no había nacido en Bilbao, ni vivía en Bilbao, y sin embargo era del Athletic”, añade unas líneas antes, retratando, con nostalgia, cómo vivieron la expansión del conjunto de San Mamés los aficionados de toda la vida.

En definitiva, “el Athletic no es diferente para ser diferente sino porque es diferente desde el principio”. Para ser más exactos, el cuadro bilbaíno empezó a ser diferente del resto en 1912, cuando dejaron el Athletic los últimos británicos que todavía permanecían en el club que habían ayudado a fundar catorce años antes, en 1898. A partir de entonces, se adoptó una costumbre que terminó convirtiéndose en una política -más o menos- inequívoca: la camiseta rojiblanca tan solo podía ser defendida por futbolistas vascos o por jugadores formados en equipos de Euskadi o Navarra.

Aun así, la norma no siempre se ha aplicado con la misma rigurosidad, provocando así una interminable serie de polémicas que, como apunta el periodista de El Correo Jon Agiriano, se condensan en una expresión: “¿Pero ese puede jugar en el Athletic?”. En este sentido, hace cincuenta años, hubiera sido impensable el fichaje de Cristian Ganea, un lateral izquierdo nacido en Rumanía y criado en Bizkaia que se incorporará al club en el próximo verano.

Pero lo cierto es que Ganea no será el primer foráneo en jugar con los leones. Antes que él, ya lo hicieron los franceses Bixente Lizarazu y Aymeric Laporte -aún en el equipo-, el mexicano Javier Iturriaga, el venezolano Fernando Amorebieta… y el portero brasileño José Vicente Fernández Biurrun, el primero de los seis jugadores que desde 1912 han cuestionado aquel eslogan, extremadamente desacertado, que se podía escuchar en los bares de Bilbao hace unas décadas: “Dios solo creó un equipo perfecto, a los demás los llenó de extranjeros”.

Como sugiere su nombre, Vicente Biurrun nació en tierras brasileñas -en Sao Paulo, concretamente- de forma circunstancial, ya que sus padres, inmigrantes vascos, se habían trasladado allí por motivos de trabajo. De hecho, a principios de los 60, cuando él tan solo tenía cinco años, la familia regresó a Guipúzcoa y se estableció en San Sebastián. “Cada uno nace donde le echan… No tengo más recuerdos que alguna foto que me enseñan. Ni he vuelto a Brasil”, recordaba el propio Biurrun en una entrevista en El Correo Vasco.

Como tantos otros niños de San Sebastián, Biurrun empezó a forjarse como futbolista en las playas donostiarras. Y, en 1981, tras pasar por el Danak y el Sanse, el joven guardameta cumplió el sueño de llegar al primer equipo de la Real Sociedad. En Anoeta, el guardameta pudo disfrutar de la época más brillante del conjunto ‘txuri-urdin’, ganó sus dos únicos títulos, una liga (81-82) y una Supercopa de España (82), y alcanzó las semifinales en la Copa de Europa. Pero Biurrun no estaba contento. “Se me convirtió en una especie de cárcel, muy bonita porque éramos un equipo campeón, pero aquello no me satisfacía”, reconocía en 2016.

El problema del arquero brasileño tenía nombre y apellidos: Luis Miguel Arconada. Y es que, cuando Biurrun llegó a la Real con la intención de comerse el mundo, se topó de frente con uno de los mejores porteros de la década de los 80 en Europa y no pudo disputar ni un solo partido oficial en dos cursos que debieron hacérsele eternos. “Arconada… es Arconada”, respondía, con resignación, en una entrevista en el Mundo Deportivo del año 1982 en la que le preguntaban por qué todavía no había debutado como ‘txuri-urdin’. Y añadía: “Soy una persona ambiciosa y lo que tengo muy claro es que acabaré triunfando en la Real… o en cualquier otro sitio. Tengo todo el tiempo del mundo por delante”. En la misma línea, hace poco más de un año, admitía en El Correo Vasco que lo que “necesitaba era jugar y no era satisfactorio estar sin poder hacerlo. Aprendí mucho al lado de aquellos jugadores excepcionales y me llevé una lección muy bien aprendida. Pero mi camino iba por otro lado”.

La siguiente parada del camino de Biurrun fue Pamplona, donde encontró una oportunidad para demostrar la valía que se le presuponía. Ciertamente, para el Osasuna era una apuesta muy arriesgada, ya que, tras dos temporadas sin tener minutos, el rendimiento del guardameta era toda una incógnita. Aun así, el mero hecho de haber vivido a la sombra de Arconada -y de Pedro Ochotorena- le dio el crédito suficiente para convencer a los dirigentes de El Sadar.

El día 6 de setiembre de 1983, en un encuentro contra el Salamanca que terminó con empate a cero, Biurrun volvió sonreír. Por fin había podido cumplir otra meta: estrenarse en Primera División. Sin embargo, parecía que, de nuevo, la felicidad no podía durar demasiado en la vida de este donostiarra nacido en Sao Paulo y, tras seis jornadas en el once del Iván Brzić, un grave error le hizo perder la titularidad en beneficio de Francisco Vicuña.

Finalmente, en el curso 84-85 Biurrun pudo conseguir la regularidad y se consolidó como uno de los mejores guardametas de la escena nacional. No empezó la temporada de titular, pero una grave lesión de Vicuña permitió que Pitinho, el sobrenombre con el que los osasunistas conocían a Biurrun por haberle parado un penalti al exjugador brasileño del Sevilla y por su buen dominio del juego con los pies, regresara a los esquemas del técnico serbio y que, con sus paradas, contribuyera decisivamente a que el Osasuna pudiera clasificarse por primera vez por una competición europea al terminar en el sexto lugar de la tabla.

Después de tres campañas en El Sadar, en 1986, Biurrun cambió el Osasuna por el Athletic Club como fruto de una operación rocambolesca. Tal y como explicaba el protagonista en El Correo Vasco: “Estaba a punto de irme al Atlético de Madrid y, de repente, [Fermín] Ezcurra me dice que tenemos que ir a Zaragoza a negociar mi fichaje por el Athletic. Yo le dije que no quería porque estaba Zubizarreta y me podía pasar como en la Real con Arconada, que no jugara un partido. Pero allí estuvimos los tres clubes y el Barça se llevó a [Andoni] Zubizarreta desde Bilbao y yo entré en el Athletic”.

El origen de todo el embrollo fue que el Barcelona quería incorporar a Zubi al precio que hiciese falta. Pero para dejarle marchar, aparte de una gran suma de dinero, el Athletic quería que el conjunto culé le proporcionara un sustituto de garantías. Este, además, tenía que cumplir con los complejos parámetros de la entidad bilbaína en materia de fichajes. El hecho de que Vicente Biurrun fuese el elegido complicó aún más las cosas, ya que cuando la Real traspasó al guardameta a Osasuna en 1983 se acordó que los ‘txuri-urdin’ tendrían derecho a cobrar el 50% de un futuro traspaso. Por lo tanto, la operación, más típica de la NBA que de la Primera División española de los 80, tenía la difícil tarea de contentar hasta cuatro equipos diferentes, incluidos los tres grandes del fútbol de Euskadi y Navarra.

Con todo, a pesar de las protestas de la Real Sociedad por haber recibido menos dinero del que correspondía, San Mamés encontró un digno sustituto de Zubi en Vicente Biurrun, “un portero potente de piernas y con buenos reflejos, un tanto alejado del paradigma de metas clásicos de la historia del Athletic”, destaca Ángel Iturriaga en el extenso Diccionario de jugadores del Athletic Club. El arquero brasileño debutó con la casaca rojiblanca con una derrota contra el Sporting de Gijón, pero en Bilbao vivió los mejores años de su carrera futbolística.

De hecho, en tan solo cuatro campañas, Biurrun llegó a disputar hasta 173 encuentros con el Athletic, una cifra significativa teniendo en cuenta los fantasmas que, según subraya Eduardo Rodrigálvarez en Un soviético en la Catedral, rodean a los guardametas del Athletic: “Desde que se retiró Iribar, cada nuevo portero es recibido con aplausos, pero en su primer fallo, en su primera duda, en su primer asomo de inseguridad, el runrún corre por La Catedral como un botafumeiro de incienso revenido. Todos y cada uno de los porteros que han sucedido a Iribar lo han sufrido en mayor o menor medida”. En este sentido, uno de los que salió bien parado de este “estricto control de calidad” fue, precisamente, el brasileño.

Al término de la temporada 89-90, el portero se despidió de San Mamés y firmó por el Espanyol con el propósito de relevar a un referente de la afición blanquiazul como el camerunés Thomas N’Kono, que había fichado por el Sabadell. Según cuenta la leyenda, el Athletic vendió a Biurrun porque necesitaba dinero para financiar la incorporación del barcelonista Ernesto Valverde. En todo caso, los caminos de uno y otro se unieron al cabo de unos años, cuando, tras su retirada, el portero fundó una empresa de representación de jugadores y entrenadores que ahora trabaja, entre otros, con el actual técnico del Barcelona.

En sus dos primeros cursos en Sarriá, Biurrun fue un fijo para Luis Aragonés, Ljubomir Petrovic, Jaume Sabaté y Javier Clemente, los cuatro técnicos que se sucedieron en el banquillo del Espanyol. Sin embargo, en las dos campañas siguientes perdió la titularidad y decidió volver a cambiar de ciudad. En un bello giro de los acontecimientos, once años después de salir de la Real Sociedad, le salió la opción de regresar y retirarse en su equipo. “Me llamó [John Benjamin] Toshack y me dijo que necesitaba tenerme en el equipo, porque no sé si se fiaba en aquel momento con Alberto [López Fernández] y [Javier] Yubero, pero la verdad es que luego Alberto lo hizo fenomenal y sólo jugué seis partidos”, reconocía en 2016.

Ciertamente, tan solo disputó seis encuentros oficiales con la Real antes de retirarse en 1995, pero tampoco debió importarle demasiado a un tipo que, a los 34 años, alcanzó aquello con lo que soñaba cuando regresó de Brasil y empezó a jugar a fútbol en las playas de San Sebastián: disputar un partido con el primer equipo ‘txuri-urdin’.

Para muchos, quizás José Vicente Fernández Biurrun fue un jugador más de los 80 y los 90. Pero, cuando se arroja un poco de luz sobre su figura, se descubre que, además de destacar por disputar hasta 296 en Primera División y por los coloridos jerséis que le cosía a mano su tía Pauli, Biurrun es alguien diferente y que forma parte de dos grupos extraordinariamente selectos: el de los extranjeros que han jugado con los leones y el de los futbolistas que han defendido las camisetas del Athletic, con la Real y con el Osasuna. Y además, como admitía en 2017 en las páginas del Mundo Deportivo, guarda buen recuerdo de los tres: “Soy de la Real, pero el equipo que más me tira es el Athletic. En Bilbao viví los mejores años de mi carrera y allí, todavía hoy, me siento querido y apreciado. A Osasuna siempre le agradeceré que me diera la oportunidad de debutar y jugar en Primera”.