(Artículo publicado por Alfredo Relaño en el Blog de deportes de El País el 02/12/2012)
Ferdinand Daucik, Fernando Daucik entre nosotros, nació en el Imperio Austrohúngaro. Lo consigno porque es el único señor que he tratado venido al mundo bajo el imperio de Francisco José. Su localidad de nacimiento, la tranquila Sahy, a orillas del Ipel, fue luego Checoslovaquia, hoy es Eslovaquia. Su padre había sido futbolista, sus hermanos lo fueron, y él también. Empezó de delantero, pero cuando llegó al Slavia Bratislava se vio obligado a jugar de defensa y triunfó. En esa posición fue internacional en los Mundiales de 1934 y 1938. Tras la guerra, y cuando ya era entrenador, fue uno de tantos que se fugaron, como pudieron, en busca del profesionalismo del fútbol de la Europa Occidental. Fue el entrenador del Hungaria, el equipo de prófugos en el que jugaba Kubala (casado con la hermana menor de Daucik) y que tan grandes exhibiciones dio. Cuando el Barça fichó a Kubala, éste impuso a su cuñado como entrenador. Y como no era cosa de decirle que no…
Y Daucik fue un éxito. Bajo su mano, el Barça ganó en cuatro años dos Ligas, tres Copas y una Copa Latina, entre otros trofeos. Aquel fue el Barça de las Cinco Copas, el de la delantera que cantó Serrat. Y ya ahí lució una habilidad que luego se haría célebre: la de encontrar para determinados jugadores un puesto distinto del que habían ocupado hasta su llegada. A Seguer, interior derecho, le bajó a defensa derecho; a Gracia, extremo izquierda, le bajó a defensa lateral de ese lado. Los dos fueron internacionales en sus nuevos puestos.
Del Barça saltó al Athletic de Bilbao, que necesitaba una renovación tras el declive de la fenomenal generación de los Zarra, Iriondo, Panizo y demás, de los que ya sólo quedaba verdaderamente en pie Gaínza. Un gran equipo se había hecho viejo. El Athletic fue a por Daucik, que pronto hizo de las suyas. Con Mauri, un extremo derecha, y Maguregui, interior izquierdo, hizo una línea media legendaria. También iría tirando para arriba de jugadores jóvenes, hasta conformar un equipo nuevo que sale tercero en la Liga y recupera la Copa. Con más genialidades: en la semifinal, ante el Barça, se lesiona Canito, al que deja arriba, de palomero. Arteche, fenomenal extremo derecha, cubre el puesto de lateral izquierdo. Canito, falto de atención de los defensores, marcará un celebérrimo gol del cojo, suerte ya desaparecida por los cambios. Arteche secará perfectamente a Basora. Tan fue así que en la final, ante el Sevilla, Daucik insiste no sin escándalo en repetir a Arteche como defensa izquierdo, dejando su puesto (del que también era propietario en la selección) a Azcárate, un batallador del medio campo. El Athletic gana 1-0 y es campeón.
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Carmelo jugando en el Athletic....como delantero (Fuente: Diario AS)
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En San Mamés, los clásicos empiezan a torcer el gesto ante nuevas originalidades de Daucik, que en su segunda temporada llega a alinear a Garay como extremo ante Las Palmas. Garay era un central imponente, con la calidad de los líberos de 30 años más tarde, pilar de la parte de atrás del equipo. La primera vez que Garay sale de extremo marca dos goles a Las Palmas: “Saco en cada partido el equipo más idóneo”, explica Daucik, que disfruta con la polémica. Le avalan los resultados: “El primer año ganaremos la Copa, el segundo ganaremos la Liga y la Copa”. Y cumple. El segundo año, en el que ha permitido que Iriondo, Zarra y Panizo pasaran al Indauchu, en Segunda, gana la Liga y la Copa, ésta con final en Madrid ante el Atlético. Y con todos en su sitio, con una alineación que aún se repite de memoria: Carmelo; Orúe, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe y Gaínza. El Athletic de ese año es tan grande que se da el caso de que el partido en Vitoria ha de aplazarse un día, porque acude tanto público al campo del Alavés que las gradas desbordan y es imposible jugar.
El tercer curso empieza bien, con el Athletic presente, como campeón de Liga, en la segunda edición de la Copa de Europa. (El Madrid también participa, como campeón de la primera). El Athletic elimina sucesivamente a Oporto y Honved (el de Puskas, Kocsis y Czibor) y en cuartos gana 5-3 al Manchester United en un San Mamés nevado, en tarde inolvidable. Pero a la vuelta pierde 3-0 y Daucik ha vuelto a hacer de las suyas, alineando a Etura (central o medio defensivo) de delantero centro. Decepción. El Athletic sale tocado. Nuevos experimentos (otra vez Garay de siete) y el equipo se retrasa en la Liga, que pasa de comandar a acabar cuarto. Y en la Copa, cae a la primera, ante el Espanyol. Derrota por 3-0 en Sarrià y empate a cero a la vuelta en San Mamés, con Garay este día como delantero centro. El aficionado está ya que echa humo con tanto experimento.
El club consume lo que queda hasta las vacaciones de verano con varios amistosos. El 30 de mayo, el mismo día que el Madrid juega (y gana) la final de la segunda Copa de Europa ante el Fiorentina en el Bernabéu, San Mamés recibe al Burnley, inglés. La idea es probar a algunos elementos nuevos: el defensa Sertucha, el medio Santamaría, los extremos Julito y Bilbao. Al descanso se llega 1-3. Hay varios cambios. Carmelo, el entusiasta y queridísimo portero del equipo, que le disputa el puesto de la selección a Ramallets, deja su sitio a Lezama. Hasta ahí todo bien. Se queda en el banquillo, por si su sustituto se daña y hay que salir. Pero el que se lastima, a 10 minutos del final, es Canito, que no puede seguir. Daucik le pide a Carmelo que baje al vestuario para que alguno de los que ya se han retirado vuelva y juegue lo que queda. Carmelo baja, pero todos están duchados y vestidos, así que regresa y se ofrece. Daucik dice que sí y allá que sale Carmelo, con el 11, para jugar primero de extremo derecha (Bilbao, que estaba en esa posición, baja al lateral izquierdo) y finalmente de delantero centro.
Aquello ya es demasiado. El Burnley marca el quinto. Entre el 1-5 y el espanto de ver al mismísimo Carmelo, santo y seña de la portería, pasando afanes como delantero centro y con el número 11 a la espalda, San Mamés juzga que ya ha aguantado bastante y la repulsa a Daucik es unánime. El día siguiente es fulminantemente destituido.
No se arredró. En su siguiente club, el Atlético de Madrid, bajaría al delantero Callejo a defensa, haría con otros dos, los jovencísimos Peter y Chuzo, una estupenda línea media, y con la lesión de Peter bajaría a ese puesto al goleador Rafa. Y de Rivilla, interior derecho, y Calleja, interior izquierda, haría la pareja de laterales para muchos años, en el Atlético y en la selección, con la que ganarían la final de la Eurocopa de 1964.
Eso sí: nunca más se atrevería a colocar a un portero como delantero. La repetición de tal osadía quedó reservada para Javier Clemente, que el día de autos era un niño de Barakaldo de siete años, y que en 1996, siendo seleccionador nacional, hizo debutar al meta Molina como extremo izquierda ante Noruega. Pero esa es otra historia.