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sábado, 4 de mayo de 2024

Patxi Salinas, tripulante de Gabarras

Artículo publicado por Javier Gamboa en el número de Mayo de 2024 del periodico Bilbao

Grumete de la primera gabarra con dicinueve años, marinero de la segunda con veinte y navegó en la embarcación que surcó la estela de la tercera con 61. Jugador defensivo, impuso su jerarquía en los campos de fútbol durante tres lustros con las camisetas del Athletic o el Celta
Caricatura: Asier

Patxi Salinas, el futbolista que fue santo y seña de las alineaciones del recordado Howard Kendall, atropella las sílabas al hablar. Extrovertido y sincero, asegura que ha vivido un abril “movidito”. Fue uno de los de las decenas de miles de personas que acompañaron al Athletic a ganar su 25ª Copa del Rey de fútbol masculino en la Cartuja sevillana. Y uno de los pocos privilegiados que navegó aguas arriba de la Ría junto a la famosa Gabarra, así con mayúscula. Barcazas y pontones hay muchos; Gabarra, solo una.

“Esto ha sido inolvidable; aunque luego puedan venir más triunfos. Esa semana que empieza en Sevilla, y termina en la Gabarra la vamos a recordar siempre. Ha sido maravillosa. Ojalá el equipo nos pueda dar más alegrías. De momento, nos ha dado una muy gorda”, resume el mayor de los hermanos Salinas.

Irrepetible

Ambos Salinas fueron pasajeros de la embarcación que más cerca acompañó a la Gabarra. En ella viajaban los jugadores y técnicos de la Gabarra originaria. La que se inventó para celebrar los triunfos de hace cuarenta años.

Dice Patxi que “lo que nosotros logramos es irrepetible. Ganar la Liga es difícil, no imposible. Si se dan ciertas circunstancias, el Athletic podría competir por el torneo de la regularidad. Aunque quitar una Liga al Madrid y al Barça es muy complicado”, reflexiona el exfutbolista y técnico. “Nosotros se la quitamos dos años”, remacha.

Se llevaron ligas por las que competía la Quinta del Buitre, “la mejor que ha dado la historia al Real Madrid, complementada con estrellas como Hugo Sánchez o Uli Stielike”. El Fútbol Club Barcelona contaba con el legendario Maradona y con Schuster, “además de nueve internacionales por España”. Otros clubes también sacaban al césped alineaciones de las que quitan el hipo. “El Atlético de Madrid tenía un equipazo; el Valencia, otro, con ‘El Matador’ Kempes; y la Real Sociedad, un equipazo que había ganado ligas; esa es la única alineación de la Real, de toda su historia, cuya alineación me aprendí de memoria”.

Con todo, “logramos un hito en 126 años”. Coincidieron muchos excelentes jugadores, pero Patxi tiene claro al máximo responsable. “Javi Clemente ha sido único. Ha habido muy buenos entrenadores en el Athletic, pero Javi ha sido el mejor, grandioso”.

El sendero que condujo a Patxi Salinas de su casa a embarcarse en la Gabarra, pasando por Lezama y San Mamés, no resultó sencillo. Y cruzaba una mina de hierro. All iron. “Vivíamos en San Adrián, en la calle Monte Eretza. Era de los primeros pisos de la zona. Había, como mucho, cinco barriadas más. Un quinto sin ascensor con dos habitaciones, cocina y baño”, recuerda Salinas. Su padre era empleado del Hotel Excelsior, que ocupaba el edificio de la actual sede de las Juntas Generales en Bilbao cerca de la plaza Circular. Su madre también trabajaba. Era preciso sacar la familia adelante. “Jugábamos todo el día en la calle porque había muy poquitos coches. Había campas y la mina de Miribilla. Estudiaba en San Francisco, en el Corazón de María, y bajaba por Zabala”.

Un camino duro

A los diez años, un técnico del Athletic vio a los hermanos Salinas durante un torneo de fútbol. Los seleccionaron para el vivero de Lezama. “En casa no teníamos coche, así que hasta los dieciocho años cogíamos el tren en San Nicolás para llegar a Lezama. Y a la vuelta, lo mismo. O regresábamos en el autobús que nos dejaba en Deusto. Con once o doce años, subíamos a las diez de la noche hasta San Adrián”, relata Patxi.

Mediados los años setenta “te encontrabas una manifestación, día sí, día no. Así que había veces que no podíamos cruzar el puente y teníamos que coger el tren de Deusto a San Nicolás y, como no teníamos dinero, nos colábamos, mirábamos dónde estaba el “pica” y nos metíamos en el vagón más alejado. Por acortar, atravesábamos San Francisco y Las Cortes a las once la noche, había mucha delincuencia, y luego, la mina. Pero éramos chavales y no teníamos miedo a nada, era nuestra vida. No era fácil”.

A los quince años empezó a ser internacional con España. Y lo fue con todas las selecciones. En Lezama, entrenaba con el grupo de una categoría superior. Dejó la escuela a los dieciséis años y se matriculó en Maestría Industrial, para lo que fue durante tres años a Barakaldo. A los diecisiete empezó a intuir que quizá pudiera dedicarse al fútbol profesional. “Mis padres, trabajadores que vivieron en la máxima humildad, de pronto, se encuentran con que sus dos hijos, con dieciocho años, llegan a ser jugadores del equipo de su vida, de su tierra. Yo vi la felicidad de mis padres cuando mi hermano y yo jugamos la final de Copa”, recuerda Patxi.

Después de aquellas Gabarras, Patxi y Julio siguieron saliendo por el barrio, jugando al mus y al tute con los amigos en los bares de siempre. Más tarde, el dios del fútbol quiso que se tuvieran que ir. Y también quiso que volvieran a remontar la Ría cuarenta temporadas más tarde.

Enamorado de Bilbao y de Vigo

La segunda parte de la carrera de Patxi Salinas transcurrió en el Celta. Y se enamoró de Vigo. Le gustan las ciudades que se puedan recorrer a pie o en bici, con el mar cerca y las estaciones del año marcadas. Bilbao y Vigo cumplen esos estándares. “Pero Bilbao ha pegado un gran cambio; una evolución tremenda y, en muy poco tiempo, ha quedado preciosa”, relata.

“De aquella Gabarra a la de ahora se nota el color del agua. Nada que ver. Igual que la zona de Zorrotzaurre, la entrada de Olabeaga, la entrada a Bilbao. La realidad de aquella Ría era otra cosa”.

“Hace cuarenta años fue una celebración improvisada, pero espectacular. Creo que a la Ría saltó todo el mundo que tuviera algo que flotase, hasta vi gente con una especie de bicicleta anfibia. Esta vez estaba todo muy organizado y medido”, valora Patxi Salinas.