Artículo publicado por Igor Santos Salazar en www.losotros18.com el 17/01/2018
Si caminando por las calles de Bilbao preguntáis por la primera final europea del Athletic, el caudal de memoria que habréis evocado terminará por confluir, con total seguridad, en el recuerdo de los partidos jugados en la primavera de 1977 contra la Juventus. El 1-0 del Olímpico al que siguió, dos semanas después, un 2-1 en San Mamés (entonces las finales no eran a partido único). Un resultado insuficiente para que el conjunto rojiblanco pudiese levantar su primer título continental. Como si de una oración se tratase muchos os recitarán Iribar, Villar, Irureta, Dani, Rojo… Santos laicos que no pudieron contrarrestar al equipo del abogado Agnelli, aquel formado por buena parte de la selección italiana: Zoff, Gentile, Cabrini, Scirea, Tardelli, Bettega…
Los más jóvenes, sin embargo, dirán que de aquella final conservan pocas imágenes, todas filtradas a través de una televisión o de un vídeo colgado en internet. Y quizás prefieran compartir con vosotros sus recuerdos de otra final europea. De otra derrota. Bucarest 2012.
Muy pocos, casi ninguno, habrán respondido correctamente a vuestra pregunta inicial. Pues la primera final europea del Athletic no coincide en el calendario con el año 1977. Es necesario escalar por las paredes del tiempo y hollar el amarillo que tiñe las páginas de viejos cotidianos y de antiguas fotos para llegar a las alturas de oxígeno enrarecido de una España triste, en blanco y negro; para adentrarse en la aventura de la primera final europea del conjunto bilbaino: la Copa Latina disputada en Milán un 3 de julio de 1956, pocos meses después de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez, poeta en el exilio.
Una copa en la posguerra
La Copa Latina fue creada en 1949 tras alcanzar un acuerdo las federaciones de fútbol de Portugal, España, Francia e Italia – la Uefa nacía como institución solo en 1954. A la nueva competición debían concurrir los campeones nacionales que, con la temporada de sus respectivos países concluída, se enfrentaban en el campo de uno de los cuatro equipos participantes siguiendo la fórmula de dos semifinales y final, como en la actual Euroliga de Basket. Además cada cuatro años se proclamaba a la federación ganadora en base a los puntos conseguidos por sus equipos durante los años anteriores (cada temporada el campeón recibía 4, el subcampeón 3 etc.).
La Copa se caracterizó muy pronto por desajustes organizativos. A la renuncia de algunos campeones a participar en ella, como la Juventus, el Inter o el Benfica en las ediciones de los años 1950, 1953 y 1955 se unió su suspensión en 1954. Un parón justificado por la coincidencia en el calendario con el Mundial de Suecia. La creación de la Copa de Europa en la temporada 1955/56 iba a representar su condena a muerte, y ello a pesar de que durante dos años (56 y 57) se disputó de forma conjunta, siendo el Real Madrid campeón en la edición de 1957. El conjunto blanco se hacía así con un curioso doblete, Copa de Europa – Copa Latina. Como muchos ya habían intuido, tras la pausa provocada por la celebración del Mundial de 1958, la Copa Latina dejó de existir, confluyendo definitivamente todas las federaciones europeas en la Copa de Europa.
Se seguía así la voluntad de agregación institucional y competitiva que caracterizó la acción política del secretario de la Uefa, Henry Delaunay. Una historia en parte diferente a la que vivió la más veterana Mitropa Cup, creada en 1927 entre los países de la Europa Central e Italia. Suspendida tras 1940 por el caos en el que sumió al continente la II Guerra Mundial, motivaciones políticas dictadas al calor de la Guerra Fría provocaron su refundación en 1955. Nunca pudo sostener la competencia de la nueva Copa de Europa a pesar de mantenerse con vida, si bien con un prestigio muy menor, hasta 1992, año de su definitiva supresión.
En el caso de la Copa Latina, repasar su palmarés basta para demostrar la importancia relativa de la competición: los equipos que se alzaron con ella siguen siendo protagonistas del fútbol europeo (Barcelona, Milan, Real Madrid…) y muchos de sus participantes, desde el Torino inmediatamente posterior al desastre de Superga, al Athletic o al Stade de Reims, han escrito páginas épicas de la historia del balompié europeo.
Arena Cívica, 3 de julio de 1956. El inicio de una tradición
Tras una temporada triunfal en la que el Athletic dirigido por Ferdinand Daučík había ganado la Liga y la Copa, el equipo rojiblanco llegó a una Milán sumergida en el bochorno estival tras 33 horas de viaje ferroviario (vía Barcelona y Niza). Al menos esto es cuanto relata José María Unibaso Landa (en arte Joma), el periodista deportivo de la Gaceta del Norte que acompañó al equipo durante buena parte de aquel viaje a Italia. Tras el sorteo de las semifinales, la tropa bilbaina supo que debía eliminar en la semifinal al Niza, en busca de una final en la que su oponente saldría del encuentro entre el Milan (la Fiorentina, campeona de Italia, había renunciado) y el Benfica (el Oporto, campeón luso, había hecho lo mismo). Es interesante observar como la prensa italiana consideraba entonces al Athletic como principal favorito para alzarse con la victoria en el torneo. Periodistas que veían también en Maguregi al “mejor medio del continente”.
El escenario elegido no fue San Siro, terreno de juego entonces propiedad del Milan. Los partidos se jugaron en la Arena Cívica, dotada de iluminación para los partidos nocturnos. Era, y aún es, un espectacular anfiteatro neoclásico inaugurado por Napoleón Bonaparte el 18 agosto de 1807. Un espacio en el que se desarrollaban multitud de actividades deportivas, desde los partidos del Inter al lanzamiento de jabalina, y que a veces había servido también para disputar naumaquias en la más pura tradición de la Roma clásica. Una pieza fundamental en el horizonte futbolístico de la ciudad de San Ambrosio que pasa siempre inadvertido a las multitudes turísticas que cada año invaden las calles de Milán y que aún hoy es sede de los partidos como local del Brera Calcio.
En aquellos días la Arena fue testigo de todos los partidos de la competición. Ya en las seminifinales, los presagios de la prensa se fueron confirmando con la victoria del Milan sobre el Benfica (4-2) y del marcador (2-0) con el que el Athletic se impuso al conjunto francés, goles de Marcaida y Arieta, en una primera parte de juego sensacional (la crítica fue unánime) de los “leones”.
De este modo se llegó al día de la final. El encuentro entre los rossoneri y los zurigorri, previsto para las 21.30 de la noche, se retrasó hasta las 22.20 para dar espacio a la prórroga que dilucidó el tercer puesto del Benfica. Solo entonces el once inicial del Athletic compuesto por Carmelo, Orue, Garay, Canito, Mauri, Maguregi, Artetxe, Marcaida, Arieta, Uribe y Gaínza entró en el terreno de juego para enfrentarse al equipo anfitrión ante más de 40.000 espectadores. A pesar de un relativo dominio territorial del conjunto vasco, el Milan marcó primero, por obra de Bagnoli, el mismo a quien el tiempo tenía reservado un lugar especial en la historia del “calcio”: conseguiría sorprendentemente el “scudetto” en 1984 como entrenador del Hellas-Verona.
Ya iniciada la segunda mitad, Artetxe empató el partido. Parecía que el equipo bilbaino iba a confirmar los pronósticos. Nada más lejos de la realidad. Un ordenado Milan consiguió primero el 2-1 mediante Dalmonte y a cinco minutos de la conclusión Schiaffino batió de nuevo a Carmelo para situar el definitivo 3-1 en el marcador. El Milan de Maldini padre, Liedholm y el portero Buffon (Lorenzo, no Gianluigi) se adornaba con la segunda Copa Latina de su historia.
Tras la derrota, los jugadores, técnicos y directiva del Athletic continuaron su viaje por Italia: destino Roma. En el Vaticano iban a ser recibidos en audiencia privada por papa Pío XII. Aquella bendición apostólica no iba a impedir que el Athletic inaugurase en un verano en blanco y negro una pequeña, desafortunada tradición. La de la derrota en las finales europeas. En las tres finales europeas: 1956, 1977, 2012.
Antes o después las tradiciones terminan. La utopía rojiblanca continúa.