Entrevista publicada por Álvaro Corazón Rural en www.jotdown.es
Javier Clemente: «En la calle aprendes a jugar al fútbol y en las escuelas aprendes a jugar a la pelota»
Muchos le recordarán siempre enfadado, pero Javier Clemente (Barakaldo, 1950) ha peleado a la contra casi toda su vida, desde que a los veinte años le reventaran la pierna en un campo lleno de fango. Tras un calvario y una retirada prematura, supo reinventarse como entrenador y se convirtió sin lugar a dudas en el mejor de España en los ochenta, aunque la prensa de gustos exquisitos no estuviera de acuerdo. Con la selección nos hizo soñar y llorar cada dos años con la precisión de un metrónomo. Pero antes de él no lo hicieron mejor; ni Camacho, su sustituto, superó sus registros. Es amante de un fútbol directo que puede hacer competitivo a cualquier equipo, no solo a los trufados de estrellas. Y lo defiende como se juega, sin paliativos ni florituras. Quedamos en Bilbao para repasar con él medio siglo de historia del fútbol español. No quiere café, solo bebe agua.
¿Cómo era un niño en el Barakaldo de los cincuenta y sesenta?
Entonces, con dos años ya incomodabas en casa. Te daban una patada en el culo y te decían: «venga, a la calle». Claro que la calle en Barakaldo era verde, a lo sumo pasaba un carro tirado por bueyes. No había camiones ni coches. Ahí transcurrió mi juventud, con mis amigos y el balón. Un tipo de vida que ya no existe. Mi cultura es la calle y manejar la calle es manejar a la gente. Ahora se está muy encima de los críos. Todo es «peligro», «prohibido», «no se toca». Nosotros teníamos unas restricciones que ahora me hacen gracia. Si se me rompían las zapatillas, me ponía un cartón; sabía que hasta el mes siguiente no podían comprarme otras. La bici la heredaba de mi primo. Era otra forma de vida, sencilla y barata. ¡Vivíamos de maravilla! Los críos de ahora están un poco perdidos porque se lo hemos dado todo hecho.
Su primer contacto serio con el fútbol fue en el colegio La Salle.
Al fútbol jugábamos en los recreos y después de clase y, de repente, me vi en la selección para jugar contra otros colegios. Luego me cogió el equipo del pueblo y después el Athletic. Ese fue mi proceso y ese era el límite, ahí estaba mi meta.
¿Qué tenía de particular la famosa cantera del Athletic?
El nivel de los futbolistas de antaño era mucho mayor que el actual. Esto es como estudiar, el que se pone diez horas al día saca mejores notas que el que estudia media hora. En el fútbol igual. En nuestra época, desde los seis años hasta los quince, que fue a la edad a la que entré en el Barakaldo, jugábamos todos los días del año unas cuatro horas diarias. No había otra cosa. Cada día era: fútbol, clase, fútbol, clase… y a dormir. Cuatro horas diarias de fútbol a la semana son veintiocho. Ahora no es así. En el recreo los niños de hoy no juegan al fútbol porque se rompen los zapatos. Salen de clase y se van a comer. Acaban el cole y tienen inglés, piano, kárate… y en la calle no pueden quedarse porque les pasa un camión por encima. ¿Dónde coño juegan? Nosotros teníamos horas deportivas infinitas, por eso teníamos más calidad que ahora.
Dicen que se nota cuando un jugador viene de la calle porque tiene más recursos comparado con los chavales que aprenden de forma más mecánica en las escuelas de fútbol.
No creo en estos métodos nuevos. En la calle aprendes a jugar al fútbol y en las escuelas aprendes a jugar a la pelota. En la calle tienes que ganar, cuatro contra cuatro. Un vecino contra otro. Y aprendes a hacer cosas que te sirven para ganar, porque no existe otra cosa. Ahora la cultura ha cambiado, el dinero ha cambiado y la prensa es gilipollas.
Miguel Muñoz decía que usted probablemente era el jugador más inteligente y de mayor calidad del momento. Le llamaban «Bobby Charlton».
Es que Miguel Muñoz era amigo mío. Me quería mucho. Y eso es lo más bonito que me han dicho. En aquella época el Manchester era el mejor equipo del mundo y Bobby Charlton una figura mundial. Como yo también era rubito y el Athletic era tan inglés, me pusieron Bobby Charlton. Luego me han llamado de todo, hijo de tu madre también.
Usted era un organizador, muy rápido. ¿A quién se parecería de los jugadores actuales?
Creo que estaba en la línea de Messi, en malo y zurdo. Aunque con un fútbol más vasco, donde el trabajo era más notorio. Pero más o menos tenía ese estilo de dámela, toma, dámela, reparto, doy, llevo…
Debutó en el 68 contra el Liverpool. ¿Qué recuerda?
Que corrí detrás de un tío de 1,92 durante cuarenta y cinco minutos, que son los que jugué porque sustituí a Txetxu Rojo, que se lesionó. Yo no jugaba de extremo, pero ese día me tocó y me acuerdo de que miraba para arriba a su lateral derecho y no se acababa nunca. Cada vez que él iba corriendo yo iba detrás, creo que llegué tarde a todas.
Ganaron la Copa del 69.
Otro día que también corrí muchísimo y que hacía un calor tremendo en Madrid. Ganamos al Elche. Ahora dices «Bueno, al Elche…». Pues no. El Elche de nuestra época era un pedazo de equipo. Tenían a Ballester, Iborra, Asensi… Me hizo mucha ilusión mi primer título. Siempre he dicho que los triunfos auténticos son esos en los que estás en el campo. Luego de entrenador he ganado dos ligas, la Copa, la Supercopa… y todo eso es una mierda. En serio, una mierda. Lo realmente bonito es jugar.
El entrenador manda y tiene que apretar, te cagas en su padre, pides lucha, cuesta hacer que todos se lleven bien, es complicado dirigir. Pero lo bueno, lo bonito del fútbol, es para el que juega, el que mete el gol, o se mata a correr en una final… Aquel día corrimos todos como bestias. Yo acabé extenuado. Me mareé después del partido.
¿Las leyes para poder jugar en el Athletic antiguamente no eran demasiado estrictas?
No. Mira Ernesto Valverde, que nació en Extremadura. O Merodio, que era de Santander. A los que han venido de niños se les ha considerado de aquí, lo que pasa es que algunos no eran buenos y está eso de «no me cogieron porque soy de fuera». Vete a la mierda, imbécil. No te han cogido porque eras un zoquete [risas].
Su carrera se truncó por una patada de Ramón Marañón.
El partido fue en Sabadell, un día de mucha agua. Ellos no estaban muy bien clasificados. Marañón era muy buen jugador, pero ya estaba a punto de acabar su carrera; yo tenía dieciocho. Fue un partido muy fuerte porque el campo estaba muy pesado, muy embarrado. Íbamos ganando 1-0 y en el minuto 44 de la segunda parte hubo un balón en el medio, fui a por él y Marañón me entró de costado. Me dio con los tacos arriba, con la mala suerte de que a mí se me engancharon los tacos en el barro y me cascó la pierna. Una entrada mala y mala suerte.
José Eulogio Gárate nos contó que en aquellos tiempos a él le daban pánico los jugadores sudamericanos. Usted comentó algo en la misma línea.
Todos los que venían de Argentina o Uruguay eran el terror. Daban un montón de leña porque el fútbol era otro. Ahora hay mucha protección arbitral y los jugadores habilidosos pueden hacer cosas que hace quince años no podían. Los marcajes eran mucho más fuertes, se permitía la entrada por detrás y ahora no. El tackle inglés estaba permitido, ahora te expulsan en el acto. Te driblan y tú no les puedes entrar. Es otro tipo de fútbol. Antaño la constitución física, el ímpetu, el espíritu, la entrega o la agresividad eran factores que determinaban la calidad de un futbolista. Ahora predomina la condición técnica.
Me recuerda a los toros. Antiguamente, los toros que lidiaban Joselito o Manolete eran unos pedazo de toros. Y las figuras los toreaban. Ahora, cuando los toreros destacan un poco, dicen «los toros de este tío no, quiero el torito dulce que se tome el café conmigo al mediodía» [risas]. Ha cambiado mucho: de torear se ha pasado al torero de salón.
El fútbol antiguo era correr, de carga, del barro, del invierno, del frío… ahora son todo moquetas. El balón pesa cuatrocientos gramos, no hay tackle, no hay cargas… Es toreo de salón. Antes había muchos que te hacían las cosas que hace Neymar. Esto de pasarse el balón de tacón por encima del contrario. Lo que le hizo al Celta el otro día yo ya se lo vi hacer a José María Argoitia en el Athletic. No te voy a decir que Neymar no sea un monstruo, pero lo tiene mucho más fácil que los de antes.
¿Por qué nunca se recuperó de esa lesión?
Me operaron mal. Antes de que se me cascara otra vez, me volvieron a operar. Luego vino una tercera operación para arreglar lo que se hizo mal en la segunda y luego una cuarta para arreglar la tercera. Estuve seis años operándome cada temporada. Al final la pierna estaba tan débil que el médico me dijo: «Tienes veintiséis años, no merece la pena que sigas jugando al fútbol porque esa pierna no te responde».
¿No tuvo problemas en la pierna también durante el servicio militar?
En la mili me entró una infección por la caña de la bota. Justo hice el servicio militar después de la primera operación y esa infección me la estropeó. En fin, tuve mala suerte.
Tuvo que ser duro retirarse tan pronto y por esa lesión tan larga y penosa.
Fue triste, pero estaba alegre en el partido de homenaje. Iba con las muletas y dije unas palabras que luego se cumplieron: «No puedo olvidar este homenaje tan bonito que me habéis dado y os lo agradeceré volviendo de entrenador». Y joder, volví de entrenador. A veces tengo fuelle y las cosas que digo se cumplen. Además, fuimos campeones. Pero es que era un equipo muy bueno. Lo mamé desde que ellos tenían diecisiete años, pasé nueve o diez de golpe al primer equipo, todos con veinte años, y monté un equipazo. Los periodistas, por supuesto, nos decían: «¿Cómo vais primeros si no jugáis ni hostias?». Jugábamos de la hostia, lo que pasa es que no querían reconocer que éramos buenos.
¿Por qué se decidió por entrenar?
Yo estudiaba para aparejador, pero cuando entré en el Athletic lo tuve que dejar porque me hice profesional. Al cabo de cinco años estaba casado, tenía dos hijos y me había roto la pierna. El Athletic no me cogió de entrenador. Sobreviví gracias a que Adidas me dio la representación, estuve vendiendo zapatillas por todo el norte de España. Tenía Logroño, Pamplona, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Iba con mi maleta y con el catálogo vendiendo. Mientras tanto, empecé a entrenar al equipo del barrio en Las Arenas. Trabajaba durante todo el día y entrenaba por las noches. Como cuando fui jugador. Después me fichó el Vasconia y, de repente, estaba en el Athletic. Ahí tuve que dejar Adidas, que me daba un buen sueldo, y me fui a Lezama ganando la mitad, pero en tres años llegué al primer equipo. No tenía un plan maestro. Fue casualidad.
Tuvo una especie de viaje crucial cuando fue a Inglaterra a aprender las técnicas de Bobby Robson con el Ipswich Town.
De ahí trajimos a España la defensa en zona o en línea, más bien. Hasta ese momento aquí había de todo, era un poco mezcla, pero básicamente se defendía al hombre. Vi aquello en Inglaterra y me gustó. Lo puse en práctica en el Bilbao Athletic. Cuando subí al primer equipo, los críos que había entrenado dominaban ese concepto defensivo y el Athletic empezó a jugar de esa manera. No pasó mucho tiempo hasta que los otros equipos empezaron a hacer lo mismo.
Dijo que quería recuperar el viejo estilo del Athletic, que había sido entrenado durante demasiado tiempo por extranjeros.
Tuvimos a Ronnie Alen, yugoslavos como Pavic, luego Artigas, que era español pero venía del fútbol francés. También un austriaco, Senekowitsch. Y el problema es que el Athletic es un club muy diferente. Me duele la cabeza de contarlo pero vamos allá una vez más [risas]: somos un equipo de gente de casa en una población de dos millones. Si nosotros aplicamos el fútbol de las escuelas de Madrid, las andaluzas o las catalanas, las que tú quieras, es un problema de números. Grosso modo: Madrid cuenta con seis millones de habitantes, Cataluña con siete y Andalucía con ocho. Nosotros en Vizcaya con uno. Si vamos al mismo modelo, a aplicar el mismo sistema, con tanta población nos barren. Esto sin contar lo que pueden fichar. Para ganar no podemos hacer lo mismo que hacen los demás. Yo no discuto eso que hacen ellos, el tiquitaca, pero tenemos que buscar un estilo propio en el que nosotros seamos superiores.
En 1983, llegó a tener a todos los Athletic en cabeza. Primero en primera, primero en segunda…
Era el entrenador del primer equipo y marqué la pauta.
Con el equipo ganando, llegó a manifestar: «Hemos pasado de ser el equipo más querido y respetado de España a ser insultados en cualquier sitio».
En aquella época la política se mezclaba con todo. Sobre todo en Andalucía, que no paraban de llamarnos etarras, terroristas, asesinos.
¿Cómo sentaba?
Bien. Sin ningún problema. Al contrario.
¿Os motivaba?
Sí, porque cuando te insultan te enardeces un poco. Y ese tipo de insultos… el público lo hace para intimidarte, pero conseguían que le pusiéramos más chispa al partido. No nos vino nada mal porque al final fuimos campeones. Y no de casualidad. Puedes ganar un año de chamba, pero al siguiente no solo volvimos a ganar la liga, también nos llevamos la Copa. O sea, que les dimos para el pelo a todos.
Di Stefano dijo que solo sabíais echar balones a la olla.
Alfredo era muy nuestro, hombre, le gustaba mucho el fútbol fuerte, viril, de ritmo y de velocidad, como el que hacíamos. Porque, ¿cuál es el objetivo del fútbol? Juegas para meter goles, pero para enchufarlos tienes que llegar arriba. Yo aplico un ejemplo que es el que mejor se entiende: si llego cien veces arriba, tengo más posibilidades que si llego tres. Claro, que para llegar cien veces no puedo estar dos minutos cada vez, porque cien por dos minutos son doscientos minutos y el partido tiene noventa. No podría ser. Y nuestras condiciones por tanto propiciaban más ese estilo que cualquier otro. San Mamés no era la moquetita que hay ahora, había que ver cómo era eso en invierno.
El otro que se quejaba de usted era Menotti, que estaba en el Barcelona.
Mira, yo respeto a todos ellos, pero Menotti vino a España y nos soltó un pregón en plan: «Vengo a España a entrenar porque estos chicos no saben nada». Pues no, qué quieres que te diga. Tú, Menotti, sabrás de lo tuyo, pero oye, primero aterriza y después igual coges otra vez el avión de vuelta. Los tontos no somos nosotros, no vengas aquí agrandado con tu fútbol y tus rollos.
Luego también me enfrentaron con Valdano. Crearon la dicotomía de o «el estilo Valdano» o «el estilo Clemente» y resulta que el modelo Valdano era el mismo que el mío, teníamos el mismo objetivo: ganar. Los entrenadores en España cuando empiezan a trabajar en un club se suelen poner a hablar de fútbol espectáculo. ¿Por qué? Porque está bien visto. La frase «hay que dar espectáculo» no paran de repetirla, pero están vendiendo una lechuga congelada en pleno invierno que no hay quien se la coma.
¿Fútbol espectáculo tú? Oye, mira, vete a la mierda. Fútbol espectáculo lo darán los jugadores. A ver, pon a mi padre a jugar, dile lo que tiene que hacer y a ver si das espectáculo. Si tienes a Neymar, a Messi… con esos pollos, pues hombre, con que no los estropees te van a dar el espectáculo solos. Todo eso son mentiras.
Pero si tienes un chaval que no es Messi hay que enseñarle a ganar. Porque no puede hacer lo que hace Messi, no tiene esas capacidades y no puede intentarlo porque va a hacer el imbécil. Mira, ¿sabes quién es Pedrerol?
Sí, creo que hace un programa en televisión.
Ese es el más tonto de España. Seguramente el más imbécil, pero es muy trabajador. Los americanos dicen que si alguien es tonto y trabajador no hay que darle trabajo porque lo jode todo… [risas] Pero si es vago y listo, dicen: «Vamos a ponerle a hacer lo que haga bien y que haga solo eso». Con los futbolistas es igual. Hay que decirles: «Tú, chaval, haz esto que sabes hacer y no quieras pegarle con el tacón, que te vas a romper un pie». Se pueden enfadar contigo, pero el objetivo es buscar once tíos que sean útiles en su trabajo. Eso es un equipo de fútbol. Esto es lo bonito. Por eso tengo sesenta y cinco años y el fútbol me apasiona, pero estoy fuera de toda la morralla que mangonea el fútbol. No digo lo que la gente quiere oír ni me doy el pico con los periodistas. Desde que era jugador he sido así con la prensa, desde que tenía dieciocho años. ¿Sabes por qué?
¿Por qué?
Porque soy de Barakaldo, que es un pueblo muy especial. Es un pueblo muy industrial, con mezcla de gallegos, extremeños, andaluces, barakaldeses… una mezcla de me cago en diez. En un pueblo de estos que para subsistir tienes que estar muy vivo. ¡Vete tú a robar una pera a Barakaldo!
¿Cómo vivió el incidente entre Goikoetxea y Maradona?
Hay partidos que se encabritan y luego hay figuras que se aprovechan de que lo son. Maradona se sobrepasó un poco con Goikoetxea y provocó que fuera excesivamente fuerte en esa entrada. Fue una mala entada, muy por detrás y eludible, pero nada más.
Le metieron dieciséis partidos, una sanción un tanto desmedida.
Ya, pero hay que tener en cuenta que si le tiras un petardo a un tío que va por la calle, te ponen una multa, pero si se lo tiras al ministro del Interior te vas veinticinco años a la cárcel. Y dices, ¡pero si he hecho lo mismo! ¡He tirado un petardo! Claro, pero depende a quién. Lesionar a Maradona era enfrentarse a toda la prensa de Cataluña. Fue una entrada muy mala al mejor jugador del mundo. De todas formas, la sanción de dieciséis partidos se quedó en ocho o nueve porque Goikoetxea jugaba en la selección e iba al Mundial.
Cuando el Athletic le ganó la Copa al Barça también se montó una buena.
Eso fue como lo del rico y el pobre. Cuando el rico gana al pobre de penalti injusto, bueno, el rico no lo ve mal. Pero cuando el pobre gana al rico, el rico no lo acepta. Y el Barça no lo aceptó. La impotencia de haber perdido les hizo enloquecer. Unas broncas, unas patadas… pura impotencia, que es algo humano, no digo que no, aunque perdieron los papeles. El primero, Maradona. Pero creo que la culpa de todo fue de Menotti; fue él quien perdió esa final porque sacó a Maradona y sacó a Schuster, que habían estado lesionados dos meses y no habían entrenado. Los sacó pensando que ellos solos iban a ganar el partido y no pudieron con nosotros. Metimos un gol nada más empezar y no hubo forma de que nos empataran. Y claro, eran tan favoritos que…
¿Tan favoritos? El Athletic iba a ganar la liga también ese año.
Aun así. Dijeron que habíamos ganado la liga por suerte.
Maradona, estrella del Barça, dijo que prefería que fuese campeón el Real Madrid antes que el Athletic.
Pero eso fue porque le había lesionado Goikoetxea.
Sobre la presión política de aquellos años, vivió el secuestro de Juan Pedro Guzmán por ETA, un directivo del Athletic.
Lo secuestraron en Navidades en Lezama. Habíamos estado todos juntos poco antes.
Usted se puso al frente y dio la cara para que lo liberaran.
Todos hemos formado parte y formamos parte de nuestra tierra, pero joder, ha habido cosas que no nos parecen bien. Y yo en todo lo que no me ha parecido que estaba bien me he manifestado en contra. O, mejor dicho, me he posicionado en contra cuando me lo han preguntado. Juan Pedro era un directivo nuestro, políticamente nada de nada, era un tío de fútbol acojonante. De familia bien, de Neguri, pero un tío del fútbol. Le secuestraron y nunca entendimos por qué. Como no estábamos de acuerdo nos manifestamos. Y no fue la única vez que lo hice. Ha habido otros que no lo han hecho nunca, pero bueno, en el Athletic siempre se ha respetado la opinión de cada uno.
Madrid y Barça habían invertido para ganar, pero no pudieron contra un Athletic que tiraba de gente de casa. Pero aquel proyecto tan bonito fue a estropearse por lo que les pasa a los grandes: que un jugador estrella se carga al entrenador.
Antes de ir a lo que pasó concretamente, es importante que explique lo que yo pienso del fútbol. Para hacer al Athletic campeón impuse una forma de convivencia. Y si tú en un grupo aceptas las prebendas, es decir, que el bueno viva mejor que el malo, que el bueno coma churros y el malo no, que el bueno sea un poco golfo y al malo le montas bronca en cuanto sale un día… si permites eso, estás muerto. Un equipo tiene que funcionar por grupo. En la selección hice igual y eran todos grandes figuras. Siempre he hablado en grupo, nunca he tratado diferente a un debutante que a Zubizarreta. El compromiso, la dedicación y el comportamiento tienen que ser los mismos.
En el caso que comentamos, para mí Manolo Sarabia era de las figuras del equipo. Técnicamente era el mejor. No era fundamental, pero la calidad que tenía no la tenía nadie. Cuando entré en el Athletic Manolo Sarabia estaba defenestrado. Con Koldo Aguirre era suplente. Yo consideraba que era un tío muy bueno, así que cuando llegué al primer equipo lo puse de titular. Era muy técnico, pero tenía un nivel físico horrible, unas pruebas médicas lamentables, pero el tío tenía mucho carácter; un carácter de ganador que le hacía esforzarse.
Claro que, cuando lo cogí, tenía ya veinticinco años. Jugó tres a un nivel muy alto, con mucho esfuerzo, y empezó a bajar. Seguía siendo igual de bueno, ¿eh?, pero cambié el concepto del equipo y, en vez de sacar a Manolo desde el principio, concebí un Manolo para las segundas partes. Íbamos muy bien clasificados, terceros, pero él no soportó no ser titular. Yo tenía problemas con un periódico de aquí, El Correo, con un tal Paco Crespo, que era un golferas nocturno y coincidían bastante en sus escapadas. Yo a palo limpio con el periodista y Sarabia con él por las noches. Cuando lo puse de suplente, empezó a hacer declaraciones reivindicando que él tenía que ser titular.
Nunca he tenido miedo a las declaraciones de los jugadores. Así que delante de veinticinco compañeros le dije: «Oye, Manolo, aquí pone: “No es justo que no juegue de titular”. ¿Has dicho esto?». Contestó que sí y seguí: «Pues díselo a aquel, al que ha jugado en tu lugar. Explícaselo a él». Y Sarabia: «No tengo que explicar nada». «¡Tú lo que tienes que hacer es callarte! Si no juegas pues te jodes. Somos veinticinco, hay once que juegan y catorce que no y tú te jodes y juegas cuando te toque».
La cosa siguió. Cada equis tiempo, declaraciones. Estaba harto. Entonces, en un partido contra el Hércules, puse a Sarabia en la convocatoria pero de suplente. El titular de El Correo fue «Sin Sarabia». Fuimos al partido, salió uno de los chungos, el Hércules nos dio guerra. Íbamos empate a cero. Necesitábamos marcar para seguir arriba y el público empezó «Sa-ra-bia, Sa-ra-bia». Y yo para mí: «Pues te vas a joder que hoy no te saco, me cago en su Dios, aunque me tiren botellas». Faltando cinco minutos, metimos un gol de casualidad, 1-0, y a la caseta. Ahí me di cuenta de lo que tenía que hacer en la siguiente jornada: no convocarle. Así el titular de El Correo no podría ser «Sin Sarabia». No le convoqué y nada, me echaron [risas].
Jesús Mariñas dijo en la Cope que era un asunto de faldas, que los dos pretendían a la misma mujer.
Y me querellé y le sentenciaron a indemnizarme con dos millones de pesetas, pero ¡se declaró insolvente! Una vergüenza [risas].
Sarabia acabó poco después en el Logroñés y el Athletic hasta 2015 no ha vuelto a ver un título.
Tuve a todo el equipo, a los veinticuatro, diciéndole al club que no me echaran, que no me podían despedir por no poner a Sarabia. Fue muy duro. Había hecho un equipo campeón y que te cesen porque ha venido un grano… Después de esto se acabó el buen ambiente del Athletic. Y Sarabia estaba acabado. Si yo le quitaba era porque, por muy bueno que fuera, si se enfrentaba a un central fresco no tenía nada que hacer. Solo podía con defensas ya cansados, pero no aceptó el cambio de rol y se montó la de dios.
¿No le hubiera gustado ser un Alex Ferguson del Athletic, estar muchos años con un proyecto sólido?
Sí, pero nunca han querido. Y sé por qué no quieren que entre. He intentado ser coordinador de Lezama tres o cuatro veces, pero no me meten porque si viene un periodista con una chorrada le mando a tomar por culo. Y si viene un directivo con una chorrada le mando también a tomar por culo. Pero traen a Bielsa. Y no quieren que siga pero la directiva le renueva porque la prensa dice que el Athletic juega de la hostia, y no juega a nada. Dio tres partidos muy bonitos, jugamos dos finales y en ambas el equipo muerto. Las dos finales las tira por la borda con lo difícil que es llegar. Al año siguiente continuó y por poco no bajamos. ¿Qué fútbol espectáculo vas a dar aquí? Con ese fútbol nos morimos de hambre.
En el 86 fichó por el Español y en competiciones europeas se cargó al Milan de Sacchi y al Inter de Trapattoni.
Esa es la anécdota, para mí el éxito fue el primer año que quedamos terceros. Fue un bombazo, teníamos un equipo como el Athletic, joven, casero… Nos íbamos a tomar todos una cerveza, a comer, si uno era suplente no pasaba nada. Todo era de muy buen rollo. El primer año fue genial y en el segundo la UEFA casi nos mata. No podíamos con todo.
Ese Milan era el que un año después le metió cinco al Madrid.
Eran el mejor equipo de Europa, pero ¿sabes qué pasa? Cuando jugaron contra nosotros vinieron muy agrandados. Al vernos se preguntarían, ¿y estos quiénes son? Solo conocerían al negro, a N´Kono, que había jugado en el Mundial de España. Ellos eran Maldini, Baresi, Ancelotti, Donadoni, Gullit, Van Basten. ¿Estos sabían quién era Josep María Gallart? ¿Y Job? Pero claro, empezaron a jugar y pum, gol de Zubillaga, 0-1, y pam, gol de Pichi Alonso, 0-2. Estupendo. En el partido de vuelta, cerrojazo que te crio, cayó agua a manta [risas] y a la calle el Milan.
Qué pena la desgracia de final contra el Bayer Leverkusen.
Era para nosotros. Ganamos en Sarrià 3-0. En el partido de vuelta íbamos 0-0 al descanso. Les dije: «Estad tranquilos, seguid igual, que vais bien con el 0-0». Nos metieron un gol en el minuto diez de la segunda parte, además por un fallo de N´Kono. El defensa le dijo «Tomy, cógela y chuta», apareció por ahí un chino y pum, gol. Desde ese momento desapareció el equipo. Acojonados todos. Muertos de miedo. Descompuestos. Nos metieron el segundo, el tercero… yo, en serio, creí que nos iban a caer cinco, pero al final aguantamos. Les di ánimos para la prórroga, lo hicimos bien, empatamos a cero y fuimos a penaltis. Y, joder… Teníamos a uno cedido del Madrid.
¿Losada?
Yo le llamaba Pipiolo. A Losada le puse Pipiolo y a Valverde, Txingurri. Pipiolo porque era un crío más majo que la leche, y muy bueno. Pero llegaron los penaltis y le digo: «Pipiolo, ¿tiras un penalti?». Y él: «¿Yo? ¿Y qué hago?». Le expliqué: «Pues qué vas a hacer, darle una hostia y ya está». Fue a tirar y sí, le dio una hostia. Yo no he visto un penalti igual en toda mi vida. Sacó el balón del estadio.
¿En serio?
Sí, el estadio estaba en obras y no estaba la cubierta de tribuna. Le dio una hostia al balón como si hubiera sacado de puerta, ¡qué hostia le dio! Desapareció la bola. Luego, en el avión, nos descojonábamos de risa. Pero fue muy triste.
Se comenta por ahí que Núñez estaba diseñando un equipo para usted, pero después del motín del Hesperia tuvo que traer a Cruyff para dar un golpe mediático. Y el holandés se puso a trabajar con un equipo en el que los fichajes eran suyos.
No, no fue así. A través de un amigo tuve unos encuentros con Núñez. Me preguntó por los jugadores vascos, los de la Real en aquella época eran estrellas. Txiki Beguiristain, Bakero. Le recomendé que los fichara porque un buen equipo se nutre tanto de buenos jugadores como de gente que hace grupo, y ellos daban las dos características. Sé que se dijo que había posibilidades de que yo entrenase al equipo, pero venía del Athletic de Goikoetxea. Eso por un lado, luego Johan Cruyff era una institución allí y las peñas, fundamentalmente ellas, le eligieron a él. Me pareció lo normal.
Entonces fue al Atlético de Madrid de Jesús Gil y Gil.
Jesús Gil era un tío cojonudo, pero no tenía ni puta idea de fútbol. Era su segundo año. Entrenar con él era un poco agobiante. Dormía muy poco y te llamaba de madrugada para preguntarte de todo. Un día, que íbamos segundos y perdimos 1-0, me llamó al despacho y me dijo «Ayer jugasteis muy mal en Pamplona, voy a cambiar el entrenador». Íbamos detrás del Madrid de Toshack, el que metió los ciento siete goles. Y me echó [risas].
Tuvo problemas con Baltazar.
Estaba acabado. El fichaje estrella era Futre y para jugar con Futre teníamos que hacerlo al contraataque, que era a lo que mejor jugaba el Atlético. Tenía a Futre y a Manolo, y al contraataque no podíamos jugar con un delantero centro muy lento como Baltazar; era un jugador de área y aquello era un contrasentido.
Un fichaje curioso para aquel Atlético de Madrid fue el de Agustín «Tato» Abadía.
¡Al Tato le fichó Jesús Gil! ¡Le encantaba! Yo le dije: «Jesús, ¿para qué vamos a fichar al Tato si no le necesitamos? Tenemos seis jugadores de medio campo». Y él [imitando a Jesús Gil]: «Ese es un pedazo de jugador». Lo que más le gustaba era la trayectoria de Abadía. El Tato era natural de Huesca, y su día a día era la huerta. Era campesino. Cuando acababa con el campo se iba a entrenar en el Binéfar o donde fuera. Y a Jesús le fascinaba que de la huerta fuera al Logroñés, a primera, destacara, y estuviera todo el rato corriendo. Pero el Tato era un chaval extraordinario. Cuando hablaba con él me decía: «Joder, tengo que estar agradecido de jugar en un equipo como el Atlético de Madrid, yo que he estado partiendo terrones en la huerta». Era un trabajador en el campo como pocos habrá habido, un jugador digno de admirar, pero el que lo trajo fue Jesús. Yo habría traído a otros que pensaba que tenían más nivel, pero a Gil le gustaba tanto que al final tuve que decirle: «Si te gusta tanto, ¡fíchalo!».
Se convirtió en seleccionador nacional y acabó con la Quinta del Buitre.
Con Martín Vázquez siempre me he llevado muy bien, pero tuvo una lesión de cruzados. Con Emilio Butragueño también me he llevado siempre bien, pero para el fútbol que íbamos a hacer no podíamos contar con él, aunque siguiera siendo el mejor jugador de área que había en España. El problema era que en aquella época no había delanteros centro españoles. Madrid, Barcelona, todos, hasta el Dépor, tenían un extranjero. El mejor español, que no jugaba, era Julito Salinas. Tuve que llevar hasta a Claudio Barragán porque era el máximo goleador nacional. Y lo que sí que teníamos era centrales a manta.
¿Y Míchel?
Con Míchel me llevé peor. Era titular en el Real Madrid y lo quité por Luis Enrique, que era su suplente. Imagina el conflicto. Creo que la Quinta para los partidos en casa en campo bueno todavía estaban bien, ¿eh?, pero cuando había que ir fuera y había hule ya no estaban para tantos trotes. Yo tenía claro que si fuera de casa jugaban los que echaban el resto, lógicamente en casa tenían que seguir jugando. Ese era mi criterio. Opté por una selección nacional mucho más fuerte, mucho más rápida, mucho más aguerrida y se me criticó fundamentalmente porque quité a la Quinta. Pero fueron mis mejores años; años de gozar del nivel, del ambiente. Hicimos un equipo de casta, de raza, identificado, de defender la camiseta, muy de la nacional.
Con la SER tuvo problemas desde el primer día.
Sí, porque no me hablaba con la SER. Cuando me fui del Atlético me hicieron una despedida algunos empleados. Llevaron una unidad móvil al restaurante, atendí a De la Morena. Fue una conversación tensa, él decía blanco y yo negro. Porque tengo jeta para aguantar todo lo que me echen. Y seguí: «Si estás en este puesto es porque se marchó García, y la audiencia de García es la que tienes. Empezaste haciéndole la pelota al director general de la SER, le llevabas poesías, le hacías los recados». Porque yo sabía un montón de su vida y milagros, ¿y qué ocurrió? No aguantó más y me cortó. Así que ocho años estuve sin hablar con él. Luego llegué a un acuerdo con Feito, que era amigo mío y lo había fichado De la Morena: si entraba en antena no me podían cortar. Y por fin tuvimos una conversación de dos horas. A lo que yo no iba a jugar es a que se hablase de mí sin estar presente. Si hablan de mi equipo, de por qué hemos perdido, bien, pero si se habla de mí, si me llaman imbécil, quiero dar mi versión.
¿Cómo planteó el Mundial de Estados Unidos?
Para quedar campeón. Porque tenía un equipo campeón.
Y el primer día, empate con Corea.
Nos quedamos con diez a cuarenta y cinco grados a las dos de la tarde en Dallas. Expulsaron a Nadal nada más empezar el partido y nos costó muchísimo. No podíamos, eran un embudo. Joder, cómo corrían. Nos metieron un gol, tuvimos que remontar, empatamos a dos al final, y luego Alemania.
El gol de Goiko desde su casa.
Gol de Goiko de churro, pero jugamos muy bien. La clave estuvo en el partido que hizo Rafa Alkorta. De mí decían que ponía muchos centrales. La gota que colmó el vaso fue el partido contra Eire que jugué con siete. Pero como comprenderás me tuve que partir el culo para tomar esa decisión en un partido contra Eire, que no habían perdido allí en ocho años, y si no ganábamos no nos clasificábamos para el Mundial.
¿Pensó que para ese partido era mejor un esquema defensivo?
¿Cómo defensivo?, ¡si teníamos que ganar!
Y se ganó 1-3.
Ganamos. Y un periodista, García Candau, antes del partido puso: «España juega a no perder en Eire». Se lo saqué luego en la rueda de prensa y le dije: «¿Estás de broma? ¿Cómo voy a salir a no perder cuando si no ganamos estamos eliminados?». Entendería que prefiriese otros titulares, pero yo salía a ganar. Jugamos el partido, Jesucristo se puso de nuestro lado y ganamos. El equipo jugó. Caminero se salió, Julio Salinas jugó un montón, Camarasa jugó la de dios, y luego me decía: «Míster, tenía que jugar bien porque como nos han puesto a parir teníamos que esforzarnos». Les dieron tanta hostia, les despreciaron, que salieron totalmente implicados. Aquella selección fue un camino de espinas, pero era un equipazo. Treinta y seis partidos sin perder, quedamos dos años máximos goleadores de Europa. Daban la cara, pringaban. Eran chavales acojonantes.
En Estados Unidos lo de Italia fue una tragedia.
Mira, cinco días antes estábamos viendo el Italia-Nigeria y nos marchamos del campo faltando diez minutos pensando que jugábamos contra Nigeria. Les estaban pegando un meneo los africanos… Al subirnos en el bus, gol de Italia. Empate. Prórroga y gana Italia.
Se metían con su modelo de juego pero Italia, haciendo lo mismo, todavía más atrás, llegó a la final.
Y Brasil también ganó el Mundial jugando así. Jugando a la contra. Allí también pusieron a parir al seleccionador porque les gusta el fútbol más flamenco y salían siempre amarrando. ¡Brasil amarró la de dios en el 94! ¡La final fue 0-0! Y ese partido nuestro contra Italia, si jugamos diez solo perdemos uno.
El fallo de Julio Salinas fue la mala suerte que nunca nos abandonaba.
No creo que fuese un fallo de Julio, la jugó bien. Salió faltando veinticinco minutos y así cuesta coger el ritmo. Pegó una carrera tan larga que cuando llegó al borde del área iba zurrado. Aun así la tiró bien, pero se la paró Pagliuca con la rodilla. En el rebote pegaron un pase largo y nos metieron el gol. Fue el 2-1. Luego llegó la jugada de Luis Enrique, que va a rematar de cabeza y le meten un codazo dentro del área que le rompen la nariz. El árbitro luego pitó la final. A Tassotti le echaron nueve partidos y al árbitro, que no había visto la cara de Luis Enrique chorreando sangre, le dieron la final.
¿Cómo se quedó el vestuario?
Mal. Pero hay que echarle pistón. Les tuve que animar. Les dije: ¡Que le den por el culo al fútbol! Porque esto es fútbol. Que le den por el culo. A mí no me mata. Hombre, aquí perdieron después de una paliza de cojones, ganando poco más de cuarenta duros tras quedarse sin vacaciones y con la prensa matándoles a hostias. Pero te toca un tío que es mejor que tú, que son unos animales, te gana y qué vas a hacer. ¡Darle la mano! Me cago en diez. ¿Por qué en el tenis pueden y en el fútbol no?
¿Qué tal fue entrenar a Guardiola?
Un día le tuve que decir: «Oye, Pep, se ha acabado el partido ya, ¿eh?». Estaba él hablando de dos fallos que había tenido. «Pep, déjate de los dos fallos que has tenido, que hemos ganado 2-1. Si has fallado mañana acertarás, tómate una cerveza y deja ya de darle vueltas. Que el fútbol es para reírse, joder».
¿Y Hierro?
Un monstruo. Muy profesional. Un tío positivo. Así como Pep piensa mucho en el fútbol, en cómo jugar, no piensa en que ha ganado y lo bonito que ha sido el tercer gol, sino que se queda lamentándose porque en el último minuto ha fallado un pase, Fernando es más positivo. Muy de levantar al vestuario. «Venga, joder, nos ha salido mal, pero el próximo día…». Es muy de grupo, como Zubi. También son analíticos y críticos, pero no como Pep [risas].
Eurocopa de Inglaterra. Penaltis. Otra tragedia.
No fue ninguna tragedia, porque España no volverá a jugar contra Inglaterra como jugamos ese día, ni de broma. Nos anularon un gol en la primera parte increíble, y con los penaltis, lo de siempre. Digo: «¿Quién tira?». Y todos: «Yo no», «Yo no», «Yo no». Me cago en diez, ¡que yo no puedo tirar! Al final Nadal, jugador todoterreno, tuvo que lanzar porque nadie quería. Y falló. Y Hierro al palo. Pues nada.
El siguiente Mundial, el de Francia, sí que fue una tragedia.
Contra Nigeria Zubi tuvo un mal día. Nos metieron goles que no era normal que se los metieran y perdimos. Del asunto de Zubizarreta también terminé agotado. ¿A quién iba a poner? ¿A Buyo? Buyo no podía ir a la selección.
¿Por qué?
Por la convivencia. Con él no había el ambiente que quiero en un vestuario. Era un buen portero, pero hacer una selección para mí es algo más que llevar a once jugadores que sean buenos. Hay muchos días, muchas victorias y muchas derrotas. El ambiente es fundamental. Un día hay que ir a dar una conferencia a Valladolid y alguien tiene que sacrificarse. Eso sin buen rollo es imposible. Mi selección tenía que ser un auténtico equipo.
En Francia incorporó a Raúl y Kiko.
A Raúl le hubiera llevado antes. Si no lo hice es porque consideré que había que proteger al futbolista. Empezó en el Madrid con diecisiete años. Ese verano no podía ir a los Juegos Olímpicos y a la Eurocopa. Me pareció que con su edad era mucho, había jugado todo el año con Valdano, los internacionales de la sub-21 y la fase final del europeo sub-21. Llevarle a la Eurocopa me parecía una barbaridad. Era muy joven para meterle esa metralla. Perdí un buen jugador, pero opté por no quemarle. Pero ese mismo año ya empezó en la fase de clasificación para el Mundial. Por cierto, en un partido en Valencia contra Yugoslavia que ganamos 2-0 y fue un partidazo acojonante, estaban Mijatovic y todos estos, eran un equipo increíble y no les dejamos ni moverse ¿No querían espectáculo? Aquel día lo dimos. Mi equipo sabía jugar y dar leña. ¿Había que cargar el camión? Lo sabían hacer. Era un equipo de la de Dios, pero nos mataron.
Y Raúl, en el trato personal y en la relación con el equipo, ¿qué tal?
Majo, lo que pasa es que es un chaval callado, muy introvertido. Comportamiento exquisito y humilde y a la vez profesional, ganador y peleón. ¿Cómo va de cabeza? Ni mal ni bien. Un 8. ¿Es rápido? No. ¿Es lento? No. Otro 8. ¿Qué tal chuta? Otro 8. ¿Carácter? Un 9. ¿Ganador? Un 9. Todo 8 y 9. No tiene ningún cero. Quizá la pierna derecha, pero a veces también le daba bien con esa.
Con Luis Aragonés trascendió otra versión de Raúl, que si hacía motines.
Todo eso yo también lo leí, pero no viví nada en mi etapa. A veces hay enganchadas tontas, quizá con que hubiera mediado alguien habría bastado.
Luis también se las vio con la prensa antes de ganar un título, casi peor que usted.
Hablaba con él por aquella época, le decía que estuviera tranquilo. Lo que pasaba es que si Luis no estaba de acuerdo con alguien se lo decía. Era bruto, como yo. La clasificación fue jodida y le fueron machacando. Diez meses dándote hostias son muchos meses. Estaban todos pidiendo su cabeza, pero fue al Europeo, porque Villar tiene dos huevos ahí, y salió campeón. Y todos los que le habían inflado a hostias «Hombre, don Luis, eres el número uno, eres mi padre, mi madre, la Roja, viva España y el sagrado corazón». Hablaba con él y me decía: «Valientes hijos de puta» [risas].
Su derrota contra Chipre…
Para mí fue una pena, pero por los jugadores, que ahí habían debutado tres o cuatro. A Eire fui con siete centrales, me pusieron a parir. A Chipre con seis delanteros, me pusieron a parir. Ya me contarás.
A Cañizares le metieron dos goles desde cuarenta metros por la escuadra. El tío que chutó no había tirado a puerta en su puta vida, pero le pegó tal hostia al balón que, pum, por la escuadra. Nosotros pegamos cuatro palos, tres veces delante del portero e imposible. Le dije a Cañete que no pasaba nada, que era un mal debut, pero que vendrían días mejores.
Ese día perdí la imbatibilidad de treinta y seis partidos. Pero al llegar a Madrid le dije a Villar que lo mejor era que lo dejara y que a esos hijos de puta de periodistas mejor que los aguantara otro. No era por mí, yo podía con ellos, era por él. Le iba a amargar dos años. Me dijo que sí, que era lo mejor. Hasta Esperanza Aguirre dijo en un periódico «Hay que cambiar al seleccionador». Y me cesaron, a ver si ahora ellos devuelven lo que se han llevado.
Dejó la selección y fichó rápidamente por el Betis de Lopera.
Lopera no sabía dirigir un equipo. Era un tío generoso, el alma del club, pero gastaba dinero sin control, comprar por comprar, sin sentido. Le canté varias veces la gallina. Me encontraba con pintadas de «Peseteros, no sentís al Betis» y los jugadores sabían hasta quién era el tío que las hacía [risas].
Cuando llegué íbamos los últimos con un equipo bastante bueno y lo dejé en mitad de la tabla. Lopera quería UEFA. Le dije que en ese momento no podía, pero que con cuatro fichajes, al año siguiente sí, pero no me hizo ni puto caso. Salí del club ese verano y al siguiente bajaron.
Hace poco me encontré a Lopera y le dije que era un forofo, que de fútbol ni idea. Le recuerdo un día rezando a las estampitas de la Macarena, pero jugábamos contra el Oviedo y le dije: «Tenga cuidado, que como ellos recen a la de Covadonga va a haber una pelea entre las vírgenes de la leche» [risas]. Era un hombre con sus creencias, muy devoto, pero un poco inculto. Con alguien que futbolísticamente lo hubiera sabido conducir podría haber llegado lejos.
Denilson.
No valía cinco mil millones ni de coña, pero tenía fama por las filigranas. Podía haber sido un buen jugador, pero nunca quiso dejar de hacer ese fútbol que no valía para nada. Luego igual cambió, pero con nosotros jugaba a su bola. Driblaba a un tío cuatro veces y luego le esperaba para una quinta. No podíamos con él. Los demás no le querían, aunque era buen chaval y paradójicamente un tío humilde. Tuvo demasiada presión, la prensa siempre le ponía alguna pega, y era un chaval que venía justo de cultura. Un día su intermediario dijo que el problema era que estaba poco entrenado. ¿Poco entrenado? Fui al vestuario y le dije: «¿Qué cojones es esto? ¿Estás poco entrenado? No te preocupes que mañana vienes también por la tarde», y él: «¡No!, ¡no! Son cosas de él, ¡nada que ver conmigo!» [risas].
A partir de ahí inició una etapa de entrenador-bombero de muchos equipos.
Y sigo de bombero. Acepto, como te he dicho antes, porque llevo muy mal no tener equipo. Me aburro. Estoy con la cuadrilla… ¿y al día siguiente? ¡Lo mismo! [Risas]. No puedo, necesito entrenar y, llegado cierto punto, acepto lo que me pongan delante.
Luego fue entrenador de Serbia.
El primero desde que se separaron Serbia y Montenegro. Tuve un equipo buenísimo, pero un problema: era serbio.
¿Cómo?
Los serbios son buenos contra los grandes y a los malos los desprecian. En aquella clasificación los primeros fueron Portugal y Polonia. No nos había ganado ninguno de los dos. Nos dejamos los puntos con ¡Kazajistán! Pero los serbios te decían: «Cómo vamos a jugar contra estos, son muy malos». Lo hicimos muy bien, no perdimos contra los buenos, ganamos a Finlandia y perdimos contra Bélgica, la última del grupo, 3-2. Esto, con lo de los kazajos: eliminados. Estos eran los serbios.
En Serbia es muy recordado por haber ido en coche desde Bilbao hasta Belgrado.
En taxi. Me caí de la bici y me rompí cuatro costillas y la clavícula. Las costillas me perforaron el pulmón, no podía ir en avión. Así que hice los dos mil quinientos kilómetros en taxi con una almohada. Creo que me salió por unas sesenta mil pesetas de entonces o incluso algo más.
Luego, cambio total: a Camerún.
Es lo más difícil que he tenido en la vida. Desde el primer día tuve problemas. Volvieron de Sudáfrica con un cristo del copón. Eto’o me contó que era tradición que el capitán llevase siempre a dos o tres de su cuerda. Cuando Samuel fue capitán, le dijo al entrenador cuáles tenían que jugar y este se negó. Salió a la luz la polémica, unos se rebelaron, otros acusaron a los rebeldes de no esforzarse. Todo con una afición muy peligrosa, están muy locos. Cuando hice la convocatoria, el ministro me dijo que cinco estaban vetados por el capitán. Le dije: «Eto’o, tienes treinta y dos años, eres el mejor jugador de África, ¿para qué te metes en estos líos?». Pero él estaba que no, que no y que no.
Fuimos a jugar a Mauricio, que es como jugar contra el tonto de la bellota. Son unos aficionados. Un campo como un patatal, ganamos 3-0. Siguiente, Congo, y nos llevaba a jugar al norte, porque en Yaoundé el público estaba enfadado con ellos. Nos vamos a tomar por culo. Agujeros en el campo, chabolas por todas partes, y, según llegamos, entra el cólera. Nos tienen que vacunar a todos el jueves, el partido era el viernes. Empatamos a uno y Samuel se lesiona. Había jugado con un amago de tirón, pero los negros son muy fuertes, no te dicen nada. En esas circunstancias le dije a Samuel que o traía a los otros cinco o no nos clasificábamos. Dejó que vinieran dos y perdimos contra Senegal, gol en el minuto 94, y ganamos a Congo 0-3. Luego en casa ganamos a Mauricio y nos la jugábamos contra Senegal. Íbamos empatados a cero, minuto 89, penalti para nosotros. Tira Eto’o y… fuera. No nos clasificamos. Luego el ministro me impuso a Ekkotto, el del Tottenham, que yo le había echado de la concentración por golfo. Pedí explicaciones y me dijeron: «Soy el ministro de Camerún, dirijo al ejército y a la policía, ¿no voy a poder meter un jugador en el equipo nacional?». Luego no les pagaron las dietas, se montaban unos pollos que te cagas.
Y después con Libia, ¿qué se encontró? Es un país devastado.
Llegué y el primer año ganamos la Copa de África. No habían ganado nunca nada, pero trabajaron como enanos, con ilusión y entusiasmo. Tenía todo chavales jóvenes, con una media de veintidós años. Les busqué buenos campos para entrenar, con poca hierba, rápidos, para que jugaran en velocidad. Trabajé a gusto, pero volvió la guerra. Teníamos que entrenar treinta días seguidos para que pudieran aguantar el partido. Todavía no saben competir contra equipos como Túnez o Marruecos. Se acojonan. No tienen seguridad. La historia es que acabé el contrato y me vino el presidente a decirme que no había dinero y quería buscar una forma de que lo dejara y ahorrarse la ficha. Yo estaba de acuerdo porque estaba muy cansado. Pero nos tocó Ruanda en la clasificación para el Mundial y 1-0 ganamos. Luego fuimos allí, partido televisado en Libia, y me decía mi ayudante, Ramón, «Joder, cómo estamos jugado». Y yo: «Esto es mentira, tiene que ser casualidad, no puede ser tanto». 1-3 les ganamos. Y ahora tengo más partidos, en septiembre que acabo contrato me volverán a decir que me quede, los jugadores me lo piden también, que les da igual no cobrar, me dicen que no me puedo marchar. Les contesto: «¡Que no nos pagan, que yo vengo desde España!». Y ellos: «Qué más da, ya cobraremos, yo qué sé». Y esa es la putada, que me da pena. [Clemente fue cesado de su cargo de seleccionador de Libia el 9 de octubre de 2016, después de esta entrevista, N. de R.]