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lunes, 16 de abril de 2018

Volver a sentir

Artículo publicado por Arnau Segura en www.panenka.org el 13/04/2018


Decía un buen compañero de la redacción un día que recibimos una de esas biografías, innecesarias e inevitablemente incompletas, de futbolistas que todavía tienen 25 años que era una lástima que se dedicaran tantos libros a cosas de este tipo, más aún sabiendo que hay millones de historias que nunca conoceremos porque siempre se quedan sin espacio en los periódicos y en las editoriales. Y hoy, en medio de la frustración que supone descubrir la exagerada cantidad de artículos superfluos que aún tratan de vender su verdad absoluta acerca de si, cual gato de Schröndiger, el penalti de Mehdi Benatia sobre Lucas Vázquez fue tal o no; estas líneas no pretenden más que intentar caminar a contracorriente y escapar de la polémica, siempre tan aburrida e inacabable, para centrar el foco por unos minutos en la figura de Iker Muniain, que el pasado lunes, después de más de seis meses de baja por culpa de una inoportuna lesión en la rodilla derecha, por fin volvió a sentirse futbolista.

“Volver a sentir…”. Este es, precisamente, el mensaje que el delantero del Athletic Club quiso transmitir a través de sus redes sociales el martes, un día después del duelo contra el Villarreal que supuso su regreso a los terrenos de juego. Había que digerir bien todo lo que había sentido, por esto tardó un día en escribir. Antes de intentar verbalizar lo experimentado, tenía que detenerse a rememorar todas y cada una de las sensaciones que vivió cuando volvió a apreciar el tacto del balón, cuando volvió a notar el sudor en su frente, cuando volvió a oler el césped, cuando volvió a escuchar el griterío de las gradas.

Y es que, después de 193 largos días “en el taller de los sueños rotos”, según palabras del propio Iker, por culpa de una rotura en el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha, el navarro reapareció de la mejor manera posible. Saltó al campo en el último tramo del encuentro en sustitución de Markel Susaeta, y tan solo necesitó diez minutos para dejar su huella con la enésima muestra de su pillería. En el minuto 87, Muniain, el más listo de la clase, apareció en la frontal del área pequeña para cazar un centro-chut de Raúl García que había rebotado en Denis Cheryshev, anticiparse a toda la defensa local y a Sergio Asenjo, uno de sus grandes ejemplos a seguir durante el proceso de recuperación, y empujar el esférico a la red, culminando la primera victoria del Athletic en suelo castellonense después de 14 años y el mejor partido de la temporada del conjunto del ‘Cuco’ Ziganda. Tras recibir el abrazo de sus compañeros, Iker cerró los ojos y extendió los brazos como si flotara, sintiéndose liberado del peso que le había impedido disfrutar del balompié durante los últimos seis meses.

“Es un momento muy emocionante, tanto tiempo trabajando y deseando volver… Y hacerlo de esta manera, con la victoria del equipo en un campo complicado y marcando un gol… Estoy muy feliz, muy emocionado, y se lo dedico a toda la gente que me ha ayudado y a todos los aficionados. Es una noche para disfrutarla”, afirmaba en la entrevista a pie de campo el joven delantero del barrio pamplonés de la Txantrea, enormemente feliz por su vuelta y por haber podido constatar “el trabajo tiene su recompensa”. Y, tres días después de su brillante regreso a la competición, la alegría seguía presente en el rostro de un Muniain que aseguraba que había soñado “lo que pasó”. “Los sueños son para eso, para soñar a lo grande. He puesto muchas horas y he sacrificado muchas cosas para dar pasos por muy pequeños que fueran, pero ha merecido la pena”, concluía Iker.

Para Iker, todo se quebró el día 28 de septiembre de 2017. Corría el minuto 92 del encuentro contra el Zorya Luhansk ucraniano de la segunda jornada de la fase de grupos de la Europa League, cuando el ’10’ puso un centro a la desesperada para buscar el empate y, tras hacer un mal gesto, cayó al césped de un San Mamés que presenció cómo el que hasta el momento estaba siendo el mejor jugador de la temporada, el que, según escribió el periodista de El País Eduardo Rodrigálvarez, era“la única fuente de imaginación de un conjunto demasiado hidráulico”, abandonaba el campo anímicamente roto, llorando a lágrima viva en una camilla y haciendo evidentes gestos de dolor. El Athletic acabó perdiendo el partido por un sorprendente 0-1 en la que fue una de las primeras noches aciagas de una campaña repleta de ellas, pero no hay ninguna duda de que lo más doloroso de aquel choque fue la lesión de Muniain, que en las horas siguientes vio como se confirmaban sus peores pronósticos.

“Cuando me lesioné estuve dos o tres días hundido”, admitía esta semana el atacante rojiblanco, el mismo que justo después de descubrir el alcance de la lesión remarcaba que le sobraban “los motivos para volver a levantarme”. Después de agradecer las innumerables muestras de cariño, se sobrepuso rápidamente del golpe, comenzó a descontar los días que restaban para volver a calzarse sus botines y se fijó un único e inequívoco objetivo: “Volver esta temporada”, dejando en evidencia a todos los que se habían dado demasiada prisa en reproducir aquello de “se pierde todo lo que queda de curso”. Y es que, a pesar del duro revés encajado, Iker continuaba amando el fútbol. Continuaba necesitándolo para vivir. “Te quiero cuando me destrozas; te quiero con indecisión; te quiero con las alas rotas, aunque no haya explicación”, escribió en Instagram, citando Sincericidio, una de las canciones más conocidas de Leiva, para representar su amor herido hacia el balompié; y el 9 de octubre, tras someterse a la operación, se dispuso a empezar la rehabilitación con un enérgico “¡Empezamos!”.

En 2015, Muniain ya había sufrido la misma lesión en la pierna izquierda. Entonces estuvo de baja durante más de ocho meses, y aprendió “a valorar cosas cotidianas del día a día, como salir con tus compañeros a entrenar, tocar el balón, salir a correr… Son cuestiones que cuando estás bien no las valoras y que cuando estás fuera las echas mucho de menos”, según asentía el propio jugador en una entrevista en la que también dejaba meridianamente claro que “si me toca otra vez, me volveré a levantar”.

Dicho y hecho. Una vez superado el postoperatorio, Iker empezó la rehabilitación con dobles sesiones diarias de unas dos horas durante tres meses y medio, casi sin días de descanso y rodeado de los amigos de infancia, que se volcaron con el futbolista en unas semanas realmente complicadas para él. Todo esto a ritmo de Leiva y Joaquín Sabina, dos cantautores que amenizaron el proceso de recuperación de principio a fin y que, tal y como se puede comprobar en sus redes sociales, se convirtieron en dos auténticos referentes para Muniain mientras trataba de superar el percance que le había provocado un deporte que, parafraseando al artista madrileño, en ocasiones puede ser Terriblemente cruel.

Con todo, el carácter incansable de Iker hizo que la recuperación fuera mucho menos agria de lo que pueden parecer las letras de Leiva y Sabina. “Tras la primera lesión ya trabajó de forma espectacular, pero lo que ha hecho esta vez es una puta barbaridad. Él siempre te pide más. Si era un día de fiesta para el resto él te decía: ‘¡Eh!, que para nosotros no hay días de fiesta’. Le ponen cachondo esos retos de decir: ‘Hoy es día de fiesta, pero yo estoy aquí currando para volver a hacer lo que más me gusta'”, subraya la persona que le ha acompañado durante la recuperación de las dos lesiones, justo antes de recordar entre risas cómo el pamplonés “me venía descojonándose después de que, en las revisiones, el médico les dijera a sus ayudantes: ‘¡Este tío parece yugoslavo! Mirad cómo se recupera y qué calidad muscular'”.

Finalmente, después de varias semanas entrenando con el grupo con absoluta normalidad, los servicios médicos del Athletic Club le dieron el alta el pasado 27 de marzo y el ‘Cuco’ Ziganda pudo volver a contar con el “único jugador de la plantilla que, por el tipo de juego y por sus condiciones, tiene difícil recambio”. “Estoy muy feliz de poder ayudar a mis compañeros en estos partidos que quedan, muy contento por haber superado esta lesión y por estar bien de nuevo. Ha ido todo de maravilla. Ojalá pueda devolver desde el campo todo el cariño que me ha dado la gente”, aseguraba en unas declaraciones distribuidas por el conjunto bilbaíno Iker Muniain; un futbolista que en los últimos años “ha hecho un cambio brutal en su vida”, afirma el fisioterapeuta encargado de supervisar su rehabilitación. Y añade: “Es que cuando salió tenía 16 años, era un crío… La evolución que ha hecho es una barbarie. Después de la primera lesión, el tío maduró un huevo. A partir de ahí, el tío empezó a preocuparse por más cosas y por mejorar. Todos lo veían como una cabra loca, como un tipo al que todo le importa una mierda, y ahora es el que mejor entrena y el que mejor se comporta”.

Ciertamente, poco o nada queda ya de ese Iker Muniain que Eduardo Rodrigálvarez definió cariñosamente como “un mocoso con un desparpajo insultante” o “una lagartija imprevisible dentro y fuera del campo” y que debutó con el primer equipo del Athletic a los 16 años, siete meses y once días, en un encuentro contra el Young Boys suizo de la previa de la Copa de la UEFA de la temporada 08-09. Aquel habilidoso e imberbe muchacho saltó al césped de San Mamés en sustitución de Gaizka Toquero, que aún recuerda aquellos tiempos. “Me acuerdo mucho de cuando empezó a hacer pretemporadas con nosotros. Todavía era un niño, pero ya se veía que tenía muchísimo desparpajo, que era muy difícil quitarle el balón. No recuerdo exactamente qué le dije en ese momento, pero supongo que le di la enhorabuena y le dije que dejara atrás los nervios, que hiciera lo que había hecho para llegar hasta ahí. ‘Disfruta, enano’, o alguna historia de esas le diría”, señala el actual delantero del Zaragoza, que admite que se alegró “muchísimo por él” cuando vio el tanto de Muniain desde su casa porque “Iker es un tío que siempre está ahí, que nunca se esconde. Nunca ha bajado los brazos; ha trabajado y ha peleado día a día para poder volver cuanto antes a los terrenos de juego. El fútbol es su pasión. Él vive por y para el fútbol, y es un grandísimo profesional”.

“Es un puto loco del fútbol, le encanta. Siempre quiere mejorar, está en su mentalidad. Y no porque tenga aspiraciones de ganar más dinero, sino porque le gusta el fútbol y quiere hacerlo bien. Él mismo lo dice: ‘Yo soy un jugador del montón, hay muchísimos mejores que yo, pero a mí me gusta muchísimo esto. Es que sin un puto balón no puedo estar'”, añade, en la misma línea que Gaizka Toquero, el especialista que ha acompañado al futbolista del Athletic Club durante su rehabilitación. Y esta misma persona, que ha preferido no desvelar su identidad, también recuerda que “alguna vez que hablé con ellos, sus compañeros me decían: ‘Hostia, tío… Que vuelva ya, que le necesitamos. Él las pide todas, y está feliz todo el día…'”.

Con todo, debido al liderazgo que ejerce tanto en el terreno de juego como en el vestuario con su carácter extrovertido y luchador, se entiende perfectamente que sus compañeros corrieran a abrazarle cuando Iker anotó el definitivo 1-3 en el Estadio de La Cerámica. “Te mereces todo lo bueno que te pase hermano, que la vida te siga sonriendo. Juntos otra vez”, aseguraba en las redes sociales Iñaki Williams, el que seguramente es el habitante de Bilbao que más ha echado de menos al atacante de Pamplona; “la gente buena y trabajadora se merece todo en este mundo y para ti no iba a ser menos Muniain”, añadía el guardameta Iago Herrerín. Y Mikel San José sentenciaba: “¡Qué grande eres para lo poco que abultas! Te esperábamos”.

Y es que la evolución del pequeño león es una evidencia. Habrá que esperar a confirmar si el balompié, siempre tan caprichoso e impredecible, nos devuelve al mismo Muniain que nos robó hace seis meses, pero si lo hace podremos volver a disfrutar de un futbolista que ya no solo es ese correcaminos eléctrico, escurridizo e inalcanzable para los defensas veteranos, ese ‘19’ rebelde y socarrón que se sentía cómodo en el papel de Bart Simpson y que, cual Peter Pan, amenazaba con no acabar de crecer nunca, con convertirse en una eterna promesa. Ahora, después de dar un firme paso adelante, Iker es un ’10’ talentoso y elegante, el jefe de operaciones que, tras demasiados meses fuera de combate, regresa para volver a ser la brújula de un equipo que ha vagado por los campos de España y de Europa sin rumbo, con el rostro apenado por no poder contar con esa sonrisa valiente e inmarcesible que le hacía diferente.

Con el mismo hambre de fútbol que a los 13 años le hizo dejar atrás el barrio de la Txantrea e irse a vivir a Bilbao para cumplir el sueño de defender la elástica rojiblanca que tanto ha querido siempre, el futbolista más joven en debutar y en marcar un gol con el Athletic Club en Primera División, el mismo que lleva su último título tatuado en su piel, regresa para volver a ser la picaresca y el corazón de una manada que esta temporada se ha mostrado demasiado previsible e insulsa, demasiada fría sin él. Muniain regresa para ser el alfiler que cosa un equipo descosido; vuelve para intentar encandilar a una hinchada hastiada y desilusionada por el fútbol que han ofrecido los suyos en un curso verdaderamente decepcionante.

Porque Iker Muniain ha crecido; las desgracias en forma de lesiones le han obligado a ello. Ayer escuchaba Pereza; pero hoy siente con Leiva. No se engañen, como todos los que nacimos en los 90, seguro que continúa quedándose afónico cuando los altavoces de cualquier fiesta mayor de pueblo escupen Princesas a todo volumen; pero la diferencia es que ahora sabe que la verdad se encuentra en las letras de Leiva. Ahora ya no flipa cuando ve su cara en el As, ya no piensa siempre en que algo malo viene detrás. Consciente de que, Aunque sea un rato, el temporal siempre afloja, Iker Muniain afronta el futuro con la ambición de continuar sumando goles y encuentros como futbolista del Athletic Club, con el convencimiento de querer continuar evolucionando y con la tranquilidad de saber que, tal y como le aseguró su padre cuando se lastimó la rodilla por primera vez, todos los días hay un motivo para sonreír.