Artículo publicado por César Ortuzar en el diario Deia el 29/04/2014
A un paso de la Champions, se cumplen treinta años del último título liguero del Athletic
"Fuimos campeones porque éramos los mejores"
La hazaña del último Athletic campeón, el magnífico equipo que abrió la vitrina hace treinta años en dos ocasiones con el laurel de la Liga y trofeo de la Copa, se condensa en la rotundidad y la normalidad de esa frase. El relato que conduce a esa máxima posee, sin embargo, más matices, aunque el hilo argumental que sostiene el recorrido de un equipo de fábula no tiene discusión. "Teníamos un equipazo. Lo teníamos todo. Sin eso es imposible ser campeones", coinciden Andoni Goikoetxea, Miguel de Andrés y Manolo Sarabia, estupendos mosqueteros de un Athletic que alcanzó la gloria, la mayor cumbre en tres décadas de un club que acumula varios tomos de incunables en la librería de Ibaigane, en la memoria de San Mamés y en el recuerdo de la afición. "Quien nos vio jugar sabe que éramos muy buenos", subraya Manolo Sarabia, aquel fantástico e imaginativo delantero de un equipo irrepetible. "Jugábamos muy bien. Lo nuestro era fútbol total. Atacábamos muy bien y defendíamos estupendamente, éramos muy fiables", desgrana Miguel de Andrés, el compás, la clave de bóveda, de un equipo "tremendamente equilibrado" y con una extraordinaria mentalidad ganadora. "Jugábamos para ganar". "Y ganábamos donde teníamos que hacerlo, algo que no es nada sencillo", matiza De Andrés sobre el espíritu de aquel equipo y su capacidad competitiva.
Solo los grandes equipos son capaces de agigantarse cuando lo exigen los retos. Eso les diferencia. El Athletic tenía ese sello, que no se reparte en una tómbola. Hay que ganárselo pulgada a pulgada. Nadie se lo regaló. "Mentalmente éramos muy fuertes, muy competitivos. Un equipo con carácter, que sabía muy bien lo que tenía que hacer en cada momento. Sabíamos a qué jugábamos", reflexionan los protagonistas de aquella fantástica época repleta de champán, triunfo, vértigo y éxtasis de comienzos de los 80, la edad de oro del Athletic. "El nuestro era un fútbol rápido, directo, entrábamos mucho por banda porque teníamos unas bandas espectaculares", dice Andoni Goikoetxea. Destaca el central que el Athletic jugaba con las líneas juntas, que la defensa empujaba y que "jugábamos en un espacio reducido". El Athletic de Clemente, una escuadra compacta, partía de un 4-3-3 muy definido en el que se mezclaban las cantidades exactas de trabajo, esfuerzo y el talento. "Teníamos mucho talento. Sin calidad no se puede ganar tanto como ganamos", responden al unísono De Andrés, Goikoetxea y Sarabia sobre una era que dejó dos títulos de Liga, una Copa y una Supercopa en las arcas del club.
La melodía de San Mamés
El pentagrama de La Catedral se resumía a una descarga eléctrica, al centelleante rock&roll de un equipo que jugaba a todo trapo, al galope. "En San Mamés salíamos a atacar, atacar y atacar", dice De Andrés, el mariscal de campo rojiblanco, un tipo que gobernaba la parcela ancha con la cabeza siempre alta, una efigie griega con la pelota y que "robaba cientos de balones", establece Sarabia. El Athletic era "pura dinamita" en la delantera: pegaba con la crudeza de un peso pesado, con la mano de piedra, y lanzaba golpes con la velocidad de un peso ligero. "Teníamos mucho gol. Ahí estaban futbolistas como Dani, que se las sabía todas, Estanis Argote, una de las mejores zurdas que he visto en mi vida, y Manolo Sarabia, que era un artista, pura calidad", lanza De Andrés. "Hacíamos muchísimos goles porque en el equipo había calidad. Además de los delanteros, los centrocampistas también llegaban y marcaban. Urtubi tenía un cañón, pegaba a la pelota de cine. Los defensas también aportábamos, sobre todo, a balón parado. Íbamos muy bien de cabeza", recuerda Andoni Goikoetxea, uno con una capacidad goleadora sobresaliente. Dos goles de cabeza de Liceranzu, su pareja como central, frente a la Real Sociedad en San Mamés otorgaron a los bilbainos el último entorchado liguero. "En la estrategia el equipo era tremendo. Teníamos unos lanzadores excepcionales y unos extraordinarios rematadores. Con la estrategia logramos muchos goles que sirvieron para ganar partidos". No existe mejor combinación para rentabilizar la pelota parada. No hay pizarra que resista esa suma. "Argote siempre te ponía la pelota con ventaja. Era una maravilla", desgrana Sarabia sobre el extremo izquierdo rojiblanco, que manejaba una zurda de seda.
El Athletic diseñado por Javier Clemente, transitaba, principalmente, por las bandas. El equipo construyó autopistas por los costados y buscaba con celeridad el área rival. Desde allí se buscaba a los rematadores en una época en la que el "fútbol no era tan combinativo como ahora, no se jugaba tanto en el centro del campo y las segundas jugadas pesaban mucho", advierte De Andrés, un equipo que derrocó a todos. "Éramos muy directos", enfatiza Goikoetxea, pero eso, estima, "no resta para ser un equipazo, muy competitivo y equilibrado", diserta Sarabia. Al Athletic de Clemente no le gustaban las digestiones pesadas. La prioridad era alcanzar el área rival lo antes posible. "Jugábamos con mucha velocidad y movilidad. Con la estrategia y las segundas jugadas también hacíamos mucho daño", agrega Sarabia. El equipo tendía a escorarse y bandearse hacia las márgenes, ensanchando el campo. Por las bandas transitaban Santi Urkiaga, infatigable, que "no paraba de subir y bajar", reclama Goikoetxea. En la otra orilla, Luis de la Fuente, que alternaba con Txato Núñez, también se incorporaba con asiduidad. Los interiores, Gallego y Urtubi, se enganchaban desde segunda línea al ataque y "trabajaban una barbaridad", indica Sarabia, pieza de la terna que completaba junto a Dani y Argote siempre al acecho de la red rival. El gran capitán era sinónimo de gol. 199 tantos contemplan el currículo del tercer mejor cañonero de todos los tiempos en el Athletic. "Se movía como nadie en el área. Tenía instinto goleador. Se anticipaba, manejaba muy bien el cuerpo, era muy fuerte y muy listo. Un pillo con mucho gol", alienta Goikoetxea respecto a un equipo que llegó "en plenitud" y disponía de un gran caudal ofensivo, sobre todo en el primer curso en el que se proclamó campeón. "En la primera Liga que ganamos metimos un montón de goles y encajamos pocos, en la segunda costó más", rebobina el central, un defensa que apiló 44 goles con la zamarra rojiblanca. Liceranzu hizo 18. Unas cifras estupendas para unos centrales. Los centrocampistas bilbainos también eran productivos. "Una de las claves del equipo es que ofensivamente la aportación era de muchos. Arriba había gol, pero también lo tenían los defensas y los medios. Esa es una ventaja tremenda a la hora de encarar los partidos", radiografía Manolo Sarabia, autor de 118 goles con la elástica del Athletic. El derroche goleador de la temporada 1982-83 se redujo en el segundo curso. Argumenta Sarabia que "los rivales nos conocían mejor y nos esperaban atrás. Aún así fuimos capaces de evolucionar. Logramos rentabilizar más los goles".
Comprometidos
El equilibrio, factor necesario para obtener títulos, fue otra de las señas de identidad del último Athletic campeón, con gran poder intimidatorio en las dos áreas. En defensa, los rojiblancos eran muy fiables, apenas concedían. Era una cantera de granito. Eso les impulsó. "Defensivamente el equipo era muy fuerte. El centro del campo era muy trabajador y la defensa era tremendamente solvente. Teníamos defensas rápidos, que se anticipaban, que marcaban muy bien y con un juego aéreo muy poderoso y un porterazo como Zubizarreta", disecciona Sarabia. Compensado el Athletic en todas las líneas, el delantero opina que una de las claves era la argamasa del equipo. "Todos sumaban" en la misma dirección. "Íbamos todos a una", apunta Goikoetxea. "La unión era otra de las fortalezas del equipo", desliza De Andrés sobre "un grupo muy cohesionado en el que hablábamos muchísimo de fútbol entre nosotros", remata Sarabia. Además de lo tangible, de la suma de la cualidades, virtudes y capacidades de los futbolistas en pos de una misión, de una causa común, estaba el peso de lo intangible, el alma de un conjunto. "Era un equipo absolutamente comprometido", recitan los tres cuando piensan sobre aquellos maravillosos año en los que "todos aportábamos. Los titulares y los que no jugaban tan asiduamente. La plantilla era muy buena. El triunfo es de todos".
La soldadura de la unión estuvo presente en lo bueno y en lo malo en aquella aventura hasta la cima. "También supimos sufrir", dice De Andrés. El episodio de la lesión de Maradona después de una entrada de Goikoetxea, señalado hasta el paroxismo, -"parece que le retiré y Maradona siguió jugando al fútbol. Fue campeón del mundo. De esa época guardo las botas, que me recuerdan lo peor, la lesión de Maradona, y lo mejor del fútbol, la noche contra el Lech Poznan cuando salí a hombros del campo después de lo ocurrido con Maradona", establece el central agotado del juicio sumarísimo al que tuvo que hacer frente-, las malas relaciones con el Barcelona que desembocaron en la batalla campal de la final de Copa del Bernabéu que conquistó el Athletic con un gol de Endika -"no supieron perder", exclama De Andrés-, también sirvió para medir al grupo y su capacidad para encajar. "Estábamos muy unidos. Para nosotros vestir la camiseta del Athletic y defender su escudo era nuestra máxima aspiración", resalta Sarabia sobre el último Athletic campeón. Un equipo delicioso para una historia maravillosa. "Fuimos campeones porque éramos los mejores".