Artículo publicado por Javier Gamboa en el número de Abril de 2022 del periodico Bilbao
Se sienta en la silla de la terraza del bar, cruza las piernas y pone un pie sobre el asiento sujetándose la rodilla con las manos. Cerca de los cuarenta años supone una exhibición de elasticidad. Mira con ojos color aguamarina. El cabello cuidadosamente revuelto y una sonrisa franca. “Mi futuro dependerá de las oportunidades laborales que encuentre”. Es Erika Vázquez, historia viva del Athletic y del fútbol femenino
Ilustración: Asier
No todos los días se puede conversar con una leyenda. Erika Vázquez suma diecisiete temporadas en el Athletic Club, con 417 partidos y 263 goles. Cifras de vértigo. Fuera del alcance de la inmensa mayoría de deportistas de élite. Pero cualquiera diría que se ha acercado a Lezama a pedir autógrafos para un sobrinillo. Las instalaciones, en obras, parecen atrincheradas tras módulos prefabricados. Se reconocen el eterno arco de San Mamés y la bandera rojiblanca. Pasa Joseba Aguirre. Marcha Yeray Álvarez. Los periodistas aprietan la zancada porque en alguna sala más allá de las zanjas empieza la rueda de prensa de Marcelino.
“Ahora vienen a ver los partidos niñas que quieren ser futbolistas. A día de hoy pueden soñar con eso. Tienen referentes. Nosotras solo pensábamos en jugar al fútbol. No es lo mismo. La diferencia resulta importante”. Erika sabe de lo que habla.
Nació en Pamplona, hija única de Conchi, empleada en CINFA, y Blas, operario en un taller de automoción. “Se separaron cuando yo tenía ocho años; mi padre se fue a vivir a Barañain, así que pasaba la semana entre Pamplona y Barañain”.
En el pueblo había un equipo de fútbol sala de chicas, el Lagunak. Pero la pequeña estudiaba en el colegio de las monjas del Santísimo Sacramento de Pamplona. “Me gustaba el deporte, sacaba buenas notas en educación física y, claro, eso te refuerza. En clase había solo seis chicos. El resto éramos niñas. Y el fútbol lo pusieron tarde. Por eso me apunté a gimnasia rítmica. Cuando tocaba hacer cosas con pelotas, siempre me liaba a chutarlas; hasta que un día me dijeron ‘mi chicaaa, dedícate al fútbol’. A Erika se le agarra a las palabras el canturreo navarro cuando evoca su infancia.
El fútbol
Cierto domingo de los de Barañain fue a ver un partido de futbito con su padre. “Yo siempre estaba con el balón, venga darle patadas. Vino un hombre y le dijo a mi padre que habían montado un equipo de chicas y que me acercara. ‘Chino’ era”, recuerda con la ilusión de la infancia pintada en el rostro. Del colegio de monjas se alistaron Sandra Bernal, Sara Ruiz y Erika. “Éramos las que jugábamos con los seis chicos. En el Lagunak conocí a Ainhoa Tirapu –otra leyenda–; crecimos juntas como futbolistas”.
A los quince años pasó al Instituto Plaza de la Cruz, en la calle San Fermín de la capital navarra. Al acabar, marchó a aplicarse en un módulo de actividad físico-deportiva en Lardero, cerca de Logroño. A los diecisiete recibió la llamada de la selección española. Su condición de deportista de élite le permitía matricularse en la UPV-EHU para comenzar la carrera de IVEF sin necesidad de superar la selectividad. Justo cuando estaba en ello, sonó el teléfono. “Íñigo Juaristi, entonces entrenador del Athletic, me llamó y me pareció estupendo venir: por una parte, se trataba de un sueño en lo deportivo; por otra, me permitía asistir a la universidad sin costes porque entré en la residencia de Derio. A Gasteiz íbamos y veníamos un grupito de chicas de la plantilla, entre ellas, Iraia Iturregi, actual entrenadora del equipo”.
Erika sabía que no podría vivir del fútbol, por eso le parecía muy importante formarse. Ha completado el proceso con, de momento, un máster en Alto Rendimiento, los títulos de entrenadora de fútbol, un curso de scouting y otro de psicología. “Estudiar me ayuda a sentirme realizada”, remacha.
La profesionalidad
En realidad ninguna de aquellas pioneras jugaba por dinero. “Si querías ser profesional te tenías que ir. Nosotras formamos un equipo campeón y recibíamos alguna compensación, pero estábamos porque nos gustaba. A veces me pregunto si eso mismo sería posible hoy en día. Nos cuidaban muy bien, cierto, pero no teníamos el planteamiento del dinero. Y no se trata de falta de ambición; yo siempre he sido ambiciosa”. Esa es una característica de las leyendas.
Recibió propuestas para irse con contrato. Las esquivó como hace con las defensas. Siempre se sintió muy a gusto en Lezama. Y siempre se sintió profesional, cobrara o no. “Ahora gano para vivir. Desde que nos consideran legalmente profesionales, quienes tenemos contrato a jornada completa contamos con un respaldo económico”, afirma. Y admite que le gustaría seguir vinculada al balón. “Me gusta el fútbol, el juego. El futbolista, durante el juego, tiene que pensar. Me he preguntado muchas veces: ¿En qué piensas mientras juegas? Es interesante. Cuando te centras y piensas solo en el fútbol, todo es mucho más fácil. Te ocupa exclusivamente determinar el momento en el que te separarás del marcaje, dónde se encuentra la superioridad, en qué punto se genera el espacio. Cuando tu mente no se centra se producen las frustraciones y los bucles”, explica.
Analiza siempre los partidos que juega, sobre todo las derrotas, para poder mejorar. Quizá pronto comience a analizar los partidos de otras. Su futuro dependerá de las oportunidades laborales que encuentre. “Se me abre un mundo con muchas incertidumbres”, adelanta.
Las leyendas lo son porque superan los retos. Y, si cimentó una carrera goleadora única a pesar de unos pies cavos que la obligaron a forrar los borceguíes de plantillas ortopédicas, lo que venga no constituirá problema.
“Formo parte de la afición del Athletic”
“Había venido antes a jugar a futbito contra el Sondika o contra el Bilbao. Recuerdo que al entrar veías humo, buuuuf, todo como metido en un hueco”, describe. Ahora considera el Botxo como “una ciudad preciosa, no tiene nada que ver con aquello”, evoca Erika Vázquez.
Y el Athletic lo es todo. “Deportivamente y personalmente me he criado aquí, es mi casa y mi familia. Me he sentido muy querida. Es algo que tengo que agradecer”, insiste.
Aunque lo pasa mal cuando recibe homenajes y piensa “que acabe ya el tema”, le produce mucho orgullo cuando mira hacia atrás y se da cuenta de que ha hecho los deberes. “Lo mejor es el momento en que notas el cariño de la gente, se trata de algo muy especial. Te esperan a la salida del partido. Me paro y pienso: pero si yo he estado aquí mismo, yo soy parte de ellos”.