Artículo publicado por José L. Artetxe en el diario Deia el 10/05/2016
El hombre que figurará en la historia del Athletic por la entereza ante la adversidad que le caracterizó siempre
Minuto 73, por ejemplo, situación de peligro para la portería de Iraizoz y el último defensor se ve obligado a cometer falta, que el árbitro sanciona mostrando la tarjeta correspondiente. Estaba previsto y acordado con el propio interesado, que Carlos Gurpegi no actuase en el Estadio Gran Canaria, según desveló tras el encuentro Ernesto Valverde. Se trataba de evitar una amonestación que hubiese supuesto sanción automática y la imposibilidad de que jugase el próximo sábado en San Mamés, en el que será su último partido como profesional. La despedida sin él sobre el césped no hubiese sido perfecta, pero por la lesión de un compañero Gurpegi tuvo finalmente que disputar casi 40 minutos y asumir el riesgo que se pretendía eludir. Se puede apostar a ojos cerrados que de haberse producido la acción descrita en el inicio con Gurpegi implicado en la misma, este no hubiese dudado en meter la pierna y frustrar la ocasión de gol del delantero canario.
Por fortuna no hizo falta que como tantas y tantas veces en su intrincada carrera sacrificase su interés particular en beneficio del equipo. Gurpegi podrá ser alineado ante el Sevilla como era su deseo, compartido por el vestuario y una afición que con ningún otro jugador se ha identificado tanto en el sufrimiento. La verdad es que de haber sucedido lo contrario, el navarro hubiese escrito un epílogo acorde con el accidentado itinerario que ha recorrido en los últimos quince años. Precisamente el interminable cúmulo de contratiempos y desgracias que le han perseguido desde su llegada a Lezama es lo que hace de Gurpegi un futbolista especial, singularmente querido.
Ahora, cerca de cumplir 36 años, cuelga las botas, ley de vida, y con su retirada pierde el club un referente imposible de emular. De algún modo, personifica el espíritu indomable del fútbol de antes, de cuando no había espacio para la sofisticación que hoy contamina el profesionalismo. Hay que ser muy bravo, íntegro a carta cabal, para mantenerse al pie del cañón con sus cicatrices físicas y morales, una carga que a cualquier otro le hubiesen superado y él, sin embargo, ha sabido portar sin darse importancia alguna.
Las estadísticas le reservan un lugar de privilegio en la historia de la entidad, pero en Gurpegi esto es un aspecto casi secundario. El azar le lanza un guiño y figurará como el décimo octavo jugador con más partidos, justo detrás de Fidel Uriarte, otro hecho de una pasta que ya no se estila. De no haber mediado el vergonzante proceso instigado por las autoridades deportivas españolas, que le privó de actuar durante dos años, o el voluminoso capítulo de lesiones padecidas, varias graves que acarrearon muchos meses de baja, Gurpegi se hubiese aupado tranquilamente al Top 5, al lado de su amigo Andoni Iraola.
Tampoco disfrutó en ocasiones del aprecio de algún técnico que quedó retratado cuando en campañas posteriores recobró un rol principal en el equipo. Así ocurrió con los dos últimos entrenadores que le han dirigido, Marcelo Bielsa y Valverde, que depositaron su confianza en el oficio y la generosidad del todoterreno de Andosilla. El argentino incluso lamentó en voz alta, coincidiendo con la última lesión importante de Gurpegi, no haberle concedido de entrada el valor al que se hacía acreedor, algo que subsanó en cuanto el capitán tuvo el alta médica.
Invencible
Debutó con Jupp Heynckes en una tarde aciaga en El Madrigal (5-2), ubicado como media punta, por detrás de Ismael Urzaiz, No se prodigó en exceso en dicha demarcación, su despliegue le condujo a un reciclaje como medio y ahí, en el círculo central, es donde más encuentros disputó. En la última etapa fue recolocado como defensa marcador, pero también tuvo que amoldarse a jugar como centrocampista escorado a la banda derecha y hasta de lateral, puesto que por mucho empeño que pusiera en absoluto casaba con sus características. Bueno, cosas del fútbol y es que ni el banquillo de San Mamés ha podido librarse de inquilinos iluminados.
En el último lustro, Gurpegi se ha visto condicionado por sus maltrechas rodillas, un hándicap que en varios momentos le hizo cuestionarse su continuidad. Cabe afirmar que aprendió a convivir con el dolor, no en vano ha sido un asiduo del quirófano, como lo atestigua su rostro, esa nariz que ha ido mutando en la de un fajador del ring a medida que quemaba campañas y parecía ser la diana favorita de todos los golpes. Ninguno de los múltiples incidentes que le obligaron a retirarse del terreno en posición horizontal o auxiliado por el médico en medio de la ovación de la grada, ha podido frenarle. Al fin y al cabo, solo son gajes del trabajo de quien calza botas de tacos. El impacto de las lesiones no podía quebrar la entereza del hombre que venció a la injusticia.
La herida más profunda de Carlos Gurpegi se urdió en los despachos. Los dirigentes que obviaron el inequívoco resultado del test capilar a que fue sometido en Francia, argumentando que, pese a ser una prueba exculpatoria en los tribunales ordinarios, no podía admitirse en el ámbito deportivo, criterio que modificaron posteriormente para sacar la cara a una atleta hispana, tampoco lograron vencer al navarro. El apoyo del entorno, de todos los estamentos del club, fue fundamental, pero de nada hubiese servido sin el empeño de Gurpegi por reivindicar su honestidad regresando a la competición.