Koikili Lertxundi representaba los valores del esfuerzo, el sacrificio y la madurez en un terreno de juego. Pero antes de convertirse en parte de la plantilla del Athletic de Bielsa, otra pasión latía en su corazón: la lucha grecorromana
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miércoles, 25 de junio de 2025
Koikili: “Tuve que elegir entre fútbol y lucha grecorromana; fue traumático”
Artículo publicado por Eneko López en panenka.org el 25/06/2025
“Carpe diem“, “tempus fugit“. Se suele decir que cuando se es joven, todo vale. Es la etapa en la que prima el presente sobre el futuro, donde se justifica no pensar en lo que vendrá y se vive centrado en lo que se es, no en lo que se será.
Todos los jóvenes, excepto Koikili Lertxundi. El jugador nacido en Otxandio parece haber tenido la cabeza siempre bien amueblada. Su primera pasión no fue el fútbol, sino la lucha grecorromana. Una disciplina en la que el objetivo principal es inmovilizar al oponente con los dos hombros contra el tapiz. Un deporte exigente, basado en la fuerza, la técnica y el control, donde está prohibido el agarre por debajo de la cintura. Todo se resuelve con los brazos, el tronco y la voluntad.
Cuando tenía cinco años, en un pueblo sin apenas oferta extraescolar, un árbitro llamado Félix Oreitia propuso dar clases de lucha. Koikili se apuntó junto a decenas de niños. “Era una forma de enfrentarte a tus miedos desde pequeño”, recuerda hoy a Panenka. Y no se le daba nada mal: fue tres veces campeón de España en categorías inferiores, subcampeón en junior siendo aún cadete, y undécimo en un Europeo.
La lucha le enseñó a confiar en sí mismo, a competir sin violencia y a entender que el esfuerzo no siempre se ve, pero siempre se nota. “La lucha es un deporte muy noble, porque no se pueden ni pegar golpes ni luxar. Todo es con agarre y derribo”, explica. Una disciplina dura, basada en la técnica, la fuerza, el control y la voluntad. “Te ayuda a superar los miedos que trae la vida. Aunque estés acojonado, aprendes a afrontarlos con garantías”.
A los 16 años, sin embargo, tuvo que tomar una decisión que marcaría su vida: luchar o jugar al fútbol. “Fue una elección muy traumática. Era un crío tomando una decisión muy adulta, en contra incluso de mi propio entrenador”, confiesa. Escogió el balón, consciente de que en España la lucha carecía de apoyo institucional y que el fútbol le ofrecía más vías de desarrollo.
Sus primeros pasos con el balón también fueron intensos. Jugando con juveniles siendo aún cadete, fue máximo goleador con el Vulcano. Suplía las carencias de su cuerpo menudo con fuerza, velocidad y una resistencia templada en años sobre el tapiz. “Gracias a la lucha, lo que podía ser un déficit de altura o corpulencia lo suplía con físico y mentalidad”, cuenta. “Siempre que me sentía tieso en un partido, me acordaba de la lucha. Y pensaba: esto, al lado de aquello, no es nada”.
Cosas de la vida, fichó por el Athletic y de la mano de Joaquín Caparrós, le arrebató la titularidad a quien quizás fuera la antítesis del otxandiarra, Asier del Horno. No fue nunca una estrella, pero sí un hombre de fiar. De esos que no deslumbran, pero siempre están. Su entrega, su constancia y esa obstinación silenciosa le bastaron para tocar el techo del fútbol español.
No deslumbró, pero resistió. Y en esa resistencia encontró su lugar. Disputó finales de Copa, dejó huella en Europa y protagonizó momentos que aún perduran en la memoria rojiblanca. Como aquella celebración en El Molinón, cuando, eufórico por alcanzar las semifinales coperas, se quedó en calzoncillos sobre el césped. “Si encima eres el pichichi, que es de lo que se trata en el fútbol, y te toca a ti, pues disfrutas un montón”, dice sobre sus inicios, aunque la frase bien podría resumir su carrera.
Durante cinco temporadas se mantuvo en la élite con el escudo zurigorri en el pecho. En 2012, tras 98 partidos con el Athletic, se cerró su capítulo en Bilbao. La última parada fue Miranda de Ebro, donde colgó las botas en 2014. Allí, como en toda su trayectoria, dejó más verdad que brillo. Porque no todos los héroes se miden en minutos jugados o títulos levantados.
Hoy, Koikili Lertxundi no está vinculado al fútbol. Coordina una consultora de recursos humanos, alejado del foco pero no de sus principios. Quizá porque entendió desde joven que la verdadera victoria no siempre es la que se celebra en los estadios, sino la que se sostiene con los años. Que no todo vale. Ni siquiera cuando se es joven.