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jueves, 16 de septiembre de 2010

Historias de la Copa (1923)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 29 de abril de 2009)

El cerrojo de mister Pentland

La segunda y definitiva marcha de mister Barnes volvió a dejar tocado al Athletic. Nadie lo esperaba, pero la temporada 1921-22 fue un compendio de errores y tristezas. Todo comenzó con el proceso para sustituir al técnico inglés, que no fue precisamente un modelo de gestión. El club publicó anuncios en dos periódicos de Londres, 'The Daily Mail' y 'The Sporting Life'. Entre el centenar de solicitudes que recibió para el cargo de técnico, la directiva de Ricardo de Irezabal optó por mister Burton. El hombre, ex-jugador, veterano de guerra y aquejado de una afección pulmonar por inhalación de gases en las trincheras, apenas duró dos meses en el cargo. Su paso por el club fue tan breve como el de mister Sheperd once años antes. En vista del error, el club optó por una solución de urgencia y delegó la dirección técnica a un triunvirato formado por los ex-jugadores Juan Arzuaga y Luis Iceta, y por el capitán del equipo, Germán Echevarría. La cosa tampoco salió bien. El equipo falló en el campeonato regional y no se clasificó para la Copa.

Travieso en el momento de marcar en Las Corts el único gol del partido. Era el minuto 30.
A la decepción deportiva se unió el desgarro por la muerte de Pichichi el 2 de marzo de 1922. Su esquela apareció en 'El Liberal' y conmocionó a toda Vizcaya. No deja de ser curioso que el mejor futbolista de la época en España viviera modestamente -aunque el profesionalismo comenzaba a ser una realidad, su implantación se vivió en el Athletic con bastante más lentitud y reticencias que en otros clubes- y que hubiera que organizar un amistoso contra el Arenas para recaudar fondos y donarlos a la viuda y a la pequeña hija de Pichichi. Los rojiblancos vencieron con dos goles de José Mari Belauste. Cuentan que en ese partido el gigante rojiblanco lloró como un niño por la muerte de su gran amigo.

El Athletic necesitaba un revulsivo y éste llegó en el mes de julio, encarnado en la figura de un inglés canónico, de los de bombín, cachimba y té a las cinco, que acabaría convirtiéndose en el entrenador más importante del Athletic de todos los tiempos: Frederick Beaconsfield Pentland. La directiva no se anduvo esta vez con experimentos. El conde de Vilallonga se fue a Londres y fichó a un profesional de categoría contrastada. Pentland no sólo había sido un gran delantero en el Blackburn Rovers, Queens Park Rangers y Middlesbroug, cinco veces internacional con Inglaterra. Tras su retirada y antes de recalar en Bilbao, había sido entrenador de la selección olímpica alemana, de la francesa durante los Juegos de Amberes y del Racing de Santander. Había varios equipos interesados en hacerse con sus servicios y hubo que rascarse el bolsillo: 1.500 pesetas de sueldo al mes y, en caso de ganar un título, la recaudación íntegra de un partido amistoso.

Fue una buena inversión. El impacto de Pentland fue enorme en un momento en el que se discutía sobre la decadencia del fútbol vasco. El técnico inglés no sólo enseñó a los jugadores a atarse correctamente las botas 'Mansfield' y a pegar el balón con el empeine, como tantas veces se ha dicho. Hizo algo más: devolver la eficacia y la precisión al juego del Athletic, que se estaba volviendo demasiado primario.

El revulsivo

De su mano, el equipo ganó con autoridad el campeonato regional y se preparó para el asalto del que sería su décimo título de Copa. En cuartos de final le correspondió el Real Madrid, que no fue rival. Ya en la ida, los rojiblancos tumbaron al equipo blanco por 1-3, con 'hat trick' de Sesúmaga. El 5-0 de la vuelta deja patente la superioridad bilbaína. Las semifinales iban a ser otra cosa. Enfrente, ni más ni menos que la Real Sociedad. Bilbaínos y donostiarras, rivales encarnizados, no se veían las caras en la Copa desde 1918. Los rojiblancos se vinieron de Atocha con un prometedor 0-0 y en el partido de vuelta, ante 15.000 espectadores, hicieron valer el factor San Mamés. Dos goles de Germán y Carmelo en la primera parte sentenciaron el partido.

El Athletic celebró aquel año sus bodas de plata. Pues bien, la final iba a ser uno de los exámenes más duros del club en sus 25 años de existencia. El Europa de Barcelona, su rival, iba a jugar en casa, ante una muchedumbre dispuesta a conducirle hacia el primer título de su historia. El día del partido, el periodista bilbaíno Francisco González de Ubieta observó el público presente e hizo un curioso recuento que luego recogió en su «Historia del Athletic Club de Bilbao (hoy Atlético) 1898-1940». «En el momento de pitar el comienzo del partido en el campo de Las Corts, de Barcelona, hay 30.000 espectadores, integrados como sigue: 29.917 catalanes. 12 federativos nacionales. 5 directivos del Athletic. 58 ondarreses, lequeitianos y bermeanos, de tripulaciones de matrícula bilbaína; y 8 gallegos 'cosmopolitas' en todas las matrículas y ese día enronqueciendo por Bilbao».

Relevo generacional

El Athletic se sobrepuso al ambiente y al Europa con un equipo nuevo. Sólo Sabino, Acedo y Germán permanecían del bloque campeón de 1921. El relevo generacional se había hecho realidad con futbolistas como Carmelo Goyenechea, Larraza, que ocupaba la posición de Belauste, Travieso, Rousse, Duñabeitia, Vidal, Legarreta o el gran fichaje de la temporada, Sesúmaga, internacional del Arenas y del Barcelona. Aquella tarde del 13 de mayo de 1923, por primera vez, los rojiblancos no jugaron a pecho descubierto. Todo lo contrario. Aparte de otras muchas cosas, mister Pentland era un señor pragmático y calculador, y no dudó en plantear un partido muy defensivo. Cuando Travieso adelantó al Athletic a la media hora, la táctica bilbaína se recrudeció. Los jugadores se atrincheraron y se dedicaron a enviar balones fuera y a pasar el tiempo sin sufrir daños. Se dice que aquel fue el primer cerrojo en la historia del fútbol español. Sea como fuere, el caso es que sirvió para que el Athletic se alzara con la Copa y Vizcaya estallara de júbilo una vez más.