(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 24 de abril de 2009)
Lío en Jolaseta
El título conquistado en San Sebastián concedió al Athletic el privilegio de organizar la siguiente edición de la Copa. No se opuso a ello el Barcelona, que era el otro campeón de 1910, un año polémico en el que el torneo, debido al cisma que se produjo entre algunos clubes y la federación, tuvo dos versiones y dos ganadores. La temporada 1910-11 se presentó, pues, con un gran objetivo en el horizonte y la directiva rojiblanca decidió prepararla a conciencia. Tanto es así que contrató por primera vez a un entrenador, el inglés mister Sheperd. El técnico, cuya desorbitada afición al café con leche dejó asombrados a los que le conocieron, apenas duró mes y medio. En fin, que llegó, vio, bebió y se volvió. Su mayor contribución fue clavar palitos en el terreno de juego para que los jugadores, durante los entrenamientos, los sortearan conduciendo el balón y mejoraran así su dribling y sus movimientos de cintura.
Otra iniciativa de la junta directiva de Pedro Astigarraga fue buscar un nuevo campo para disputar la Copa. Lamiako era demasiado incómodo y, además, el Ayuntamiento de Lejona se había subido a la parra con el dinero que pedía por su utilización. Ante la imposibilidad de encontrar un terreno de juego en Bilbao, el Athletic aceptó que la Copa se jugara en Jolaseta, donde la Sociedad Terrenos de Neguri había construido un nuevo campo. La tercera idea de aquella temporada fue crear un segundo equipo en el que pudieran foguearse los futbolistas que no tenían un sitio como titulares en el Athletic. Para ello se resucitó al Bilbao.
Todo estaba preparado, en fin, para que la Copa de 1911 fuese la mejor de las organizadas hasta la fecha. Sin embargo, acabó sucediendo justo lo contrario. Lo que se vivió en Jolaseta entre el 9 y el 15 de abril de 1911 fue un lío monumental, comparable al que montó en 1904 el temible señor Avecilla. La culpa del desaguisado hay que buscarla en la dura rivalidad que enfrentaba al equipo bilbaíno y a la Real Sociedad. Los rescoldos de la final del año anterior no se habían apagado entre los dos grandes favoritos al título, que meses antes del torneo comenzaron una comedia de despistes, enredos y espionajes mutuos.
Los donostiarras no estaban dispuestos a que el Athletic volviera a ganarles por la mano, como lo había hecho un año antes reforzándose con Grapham, Burns, Veitch y Cameron. De este modo, los directivos de la Real comenzaron a olfatear el mercado británico. Estaban convencidos de que con dos o tres nuevos refuerzos, más los ingleses que ya tenían en sus filas (Simmons, Mac Guiness y un tal Goitisolo, presunto lekeitiarra afincado en Inglaterra que, sospechosamente, no hablaba una sola palabra de castellano o euskera), podrían tomarse la revancha. Enterado de las intenciones del enemigo, el Athletic hizo lo propio y salió a la busca de fichajes. Que el reglamento de la Copa obligase a que los futbolistas participantes tuvieran que acreditar una estancia mínima de seis meses en la ciudad de su club o de dos años en España no parecía importar mucho. Menudencias.
Participantes
Trece equipos se inscribieron en aquella Copa tormentosa. Nueve eran clubes de fútbol -Athletic, Bilbao, Fortuna de Vigo, Real Sociedad, Real Club de Santander, Barcelona, Deportivo de La Coruña, Gimnástica Española de Madrid y Español de Barcelona- y cuatro eran combinados militares, los correspondientes a las academias de Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros. Sólo faltaba el Real Madrid, que estaba en horas bajas y prefirió no acudir a Jolaseta.
El primer partido enfrentó al Athletic con el Fortuna. La victoria (2-0) de los rojiblancos movilizó a la Real, que no había podido concretar ningún fichaje y estaba con la mosca detrás de la oreja ya que su gran rival sí que había tenido éxito en sus gestiones y se había reforzado con Sloop y Martin. Los donostiarras impugnaron el partido por alineación indebida de los bilbaínos. La Federación, sin embargo, desestimó su recurso. En vista de ello, los guipuzcoanos abandonaron el torneo. Ahí comenzó la bronca. El resto de los equipos, salvo los militares, secundaron a la Real y amenazaron con irse si el Athletic no prescindía de Sloop y Martin.
La directiva bilbaína accedió a hacerlo. Lo que no aceptó fue tener que repetir el partido contra el Fortuna. El Barcelona anunció entonces su retirada. Fue una pantomima. La realidad es que la Federación le había expulsado por alineación indebida de su portero, Reñé, en el partido contra la Gimnástica. Confirmada la marcha del Barcelona, el Fortuna y el Santander también optaron por el abandono. La Gimnástica siguió su ejemplo, pero lo hizo de un modo surrealista: se presentó al partido y se retiró del campo cuando el Athletic le metió el 2-0. El capitán madrileño adujo que tenían que coger un tren a San Sebastián y, si terminaban el partido, no llegaban a tiempo a la estación. ¡Qué cosas!
Vítores al Español
Pese a todo, hubo final. El 15 de abril, el Athletic se enfrentó al único rival que le quedaba después de que los equipos militares fueran reclamados en sus regimientos y abandonaran también Bilbao: el Español de Barcelona. Su detalle al quedarse le sirvió para ganarse la simpatía de la afición bilbaína, que fue a vitorear a sus jugadores al hotel Arana, donde se hospedaban. Los rojiblancos ganaron por 3-1, con goles de Garnica, Allende y Vietch. Su superioridad fue incontestable. Sólo cinco futbolistas -el portero Luis Astorquia, hermano del gran Juanito, Arzuaga, José Mari Belauste, Iza y Veitch- permanecían del equipo campeón del año anterior. El lío no terminó con la conquista del título. La Federación desposeyó al Athletic de la Copa. Hubo que esperar meses para que se la volvieran a reconocer.