Artículo publicado por Álvaro Landin en www.spherasports.com el 02/05/2018
Raúl García aterrizó en Bilbao bajo la atenta mirada de una hinchada que no veía con muy buenos ojos su fichaje. Su nivel competitivo era indudable pero antiguas rencillas entre jugador y club hacían que la afición rojiblanca no estuviese del todo contenta con su llegada. Lo cierto es que, analizándolo de forma objetiva, debía ser alguien que aportase un extra de competitividad al equipo, pero su forma de jugar y de competir hacía que se convirtiese en una figura amada por los suyos (en aquel momento, el Atlético de Madrid) y odiada por el resto.
Sus primeros partidos dejaron entrever ese ambiente extraño que existía entre jugador y afición. De todos modos, eso no tardó en cambiar. El jugador desde el primer minuto en el campo mostró cual iba a ser su actitud a la hora de defender el escudo del Athletic. Simplemente se dedicó a hacer lo que mejor sabe, competir, competir y competir.
Tras un mes de competición, los murmullos pararon y aparecieron aplausos. Ovaciones cada vez que salía del campo, agotado, fundido por el esfuerzo que había realizado sobre el terreno de juego. La afición del Athletic, que de esto sabe un rato, no tardó en reconocer este esfuerzo. Además, cada vez que tenía que hablar para los medios dejaba ver ese espíritu competitivo que tanto gusta por estos lares. Enfocado siempre al éxito del equipo, nunca al personal. Y no de la forma cotidiana con la que lo suelen hacer los jugadores, sino con una sinceridad fuera de toda duda.
Por otro lado, su impacto en el vestuario fue abismal. Al final de su primer entrenamiento con el primer equipo, el jugador se volvió hacia uno de sus compañeros sorprendido y le preguntó -¿ya hemos terminado? -. Esto, que no es más que una anécdota, muestra claramente lo que es Raúl García. Alguien que no se conforma con dar solo la mitad de lo que puede. Quiere dar el máximo cada vez que se pone las botas, sea en San Mamés, en Lezama o en el parque debajo de su casa. Es un competidor nato y eso, por ende, suele encender la llama de los que están a su lado. Por todo ello, parecía cuestión de tiempo (casi de minutos) que se convirtiese en un líder dentro del vestuario.
Ahora, tras tres temporadas en Bilbao, no hay nadie que dude de él. Cada vez que es sustituido, no importa como haya sido su actuación, recibe una enorme ovación. Se lo ha ganado, con trabajo y esfuerzo.
Ahora son otros los que le odian y los athleticzales los que le amamos, y es lógico, lo entendemos, porque hace no mucho la historia era muy distinta hasta que Bilbao conoció a Raúl.