Artículo publicado por Arkaitz Aramendia en el diario Deia el 09/03/2018
Juan Cabezuelo, socio invidente del Athletic conocido como ‘El ciego de Mamariga’, sufrió y vibró con el gol de Aritz Aduriz convirtiendo las voces de sus cercanos en su enlace con el partido
Allá donde no alcanza la vista, bien puede llegar el corazón. Rojiblanco, del Athletic, en el caso de Juan Cabezuelo, nacido en 1945 y socio del conjunto bilbaino desde hace tres años tras tener que hacer frente a un largo y costoso proceso que “ha merecido la pena”, según advierte. Su vida, que quedó marcada por una invidencia que le negó a partir de los 50 años el privilegio de seguir observando lo que sucedía a su alrededor, pero no de sentir, palpar y descifrar cada momento mediante el resto de los sentidos, se ha desarrollado desde entonces en medio de un constante ejercicio de superación con el Athletic como “pasión”. Y es que el fútbol, además de verse, puede disfrutarse sin la necesidad de utilizar la vista si en la ecuación entran otros componentes como la compañía, el sentimiento y la intención, tan necesaria siempre para escapar del lamento y abrazarse con fuerza a la oportunidad de sonreír que acostumbra a ofrecer la vida en todas sus vertientes.
Eso es, exactamente, lo que hace Juan cuando escucha el rugir de San Mamés, la alineación de turno o los gritos de amigos, compañeros de butaca y locutores radiofónicos cada vez que el Athletic marca un gol. El grito que más suena, no obstante, es el suyo. En La Catedral, donde asegura que “nunca silbaría a nuestros jugadores, ni entrenador”, lo hace como uno más, pero en el batzoki de Mamariga en Santurtzi, regentado por Oskar González y sus amigos Serna Ceste, Bermejo y Seoane, todos relacionados con el fútbol y parte de la otra familia de Juan, el conocido como El ciego de Mamariga acostumbra a levantar su bastón ligado a una bandera rojiblanca para escenificar así un grito de guerra que, cual preciada consigna, siguen todos los presentes en el bar y al que da forma abrazado a una plena sensación de felicidad. La misma que le absorbe para llevarle a un mundo en el que se unen todos los corazones bañados en rojo y blanco, los cuales siente profundamente Juan, con quien DEIA tuvo anoche el placer de seguir en directo el partido que enfrentó a los leones con el Olympique de Marsella. La cita tuvo lugar en el bar en el que este socio del Athletic, que se encuentra a un mes de cumplir los 73 años, encuentra el tan apreciado calor para vivir los compromisos a domicilio de los pupilos de José Ángel Ziganda sin radio de por medio, gracias a los continuos comentarios de sus cercanos.
“A ver si hay suerte y se saca un buen resultado. Con cada gol que marquemos haré mi ritual: bastón arriba y grito de guerra”, apuntaba a modo de pasional advertencia Juan antes del inicio de un choque que se torció desde el pitido inicial. Cuando los rojiblancos ejercen como locales, su lugar está en la coqueta Tribuna Principal de San Mamés, en cuyo acceso agradece no tener que coger “dos ascensores y subir 52 escaleras” como le ocurría en el pasado, cuando visitaba con entradas proporcionadas por la agrupación de peñas la Tribuna Sur Alta del antiguo coliseo rojiblanco, donde también acudía orgulloso pese a las dificultades. No tenía entonces un carnet de socio del que no se separa en la actualidad. El Athletic, no en vano, es parte inseparable de su vida. Lo era antes de que “el destino” le arrebatara la vista a los 50 años de edad por culpa de un cúmulo de infortunios que empezó por una miopía y, cómo no, lo es desde entonces.
Máxima atención
Por eso, anoche, vibró y sufrió a partes iguales con el desarrollo de un encuentro que no pudo deparar un inicio más aciago. El primer gol en contra, antes de alcanzar el primer minuto, fue narrado a Juan envuelto en un desasosiego que hizo suyo, al igual que con un segundo tanto que entristeció aún más al santurtziarra, que no perdió aun así la esperanza. “¡Vamos, que va a llegar el gol!”. Y llegó. Atento en todo momento a los análisis de su alrededor, con el bastón y la bandera del Athletic siempre en la mano a la espera de alzarla y ondearla, sonrió y exclamó “¡penalti”, cuando escuchó las reclamaciones de los presentes en el bar. No lo señaló en un principio el colegiado, pero sí segundos después.
“¡Va a ser gol, vamos Aduriz!”. Lanzó el donostiarra y no dejó en mal lugar a Juan, quien no tardó en reaccionar para celebrar el gol con todas sus fuerzas y cantar el himno del Athletic, el cual bien pudo resonar en todo Santurtzi. Juan, no en vano, sonríe con cada diana en rojo y blanco sin necesitar la radio en el bar, ni en San Mamés, donde “solo necesito al resto de la afición y a mi acompañante para disfrutar con el Athletic”. Acompañado por su álbum de fotos con jugadores y un corazón puramente rojiblanco, lanza un aviso al escuchar que el partido tocaba a su fin con 3-1: “¡En la vuelta remontamos, ganaremos 2-0 y ahí estaré!”. ¡Que así sea!