Artículo publicado por Jon Rivas en el blog "El aldeano número 12" el 18/10/2016
José Antonio Eguidazu era un señor que recibía en La Bilbaína. Un día, hace años, me llamó al periódico con motivo de un reportaje que había publicado días antes, aunque no recuerdo el tema. Pidió que nos viéramos, me citó en uno de los salones de la sede del exclusivo club de la calle Navarra, y allí estuvimos charlando una hora, con ese tono de voz que se adopta en esos ámbitos donde se han cocido, durante años, los negocios más importantes de la capital vizcaína entre los prebostes de la ciudad, que durante la tercera Guerra Carlista pidieron a la dirección de la Sociedad, ubicada entonces en la Plaza Nueva, que se blindaran los últimos pisos para evitar que los bombardeos afectaran al normal desarrollo de las actividades del club.
Eguidazu me aclaró diversas cuestiones referentes a aquel artículo y luego me entregó en prenda un libro en inglés sobre la FIFA, muy interesante y que le prometí devolver pronto.
Un año más tarde, Asier Arrate, que es algo así como la memoria viva del Athletic; el hombre que se encarga de los archivos y del museo del club, me llamó por teléfono y me habló de ese libro que Eguidazu le había dicho que yo tenía en depósito. Estaba interesado en él. Fui al cajón en el que lo guardaba y ya no estaba. Alguien había encontrado aquella joya y se lo llevó a su casa. No lo pude devolver, pero Eguidazu, que era un señor, no me lo echó en cara. Ayer me enteré de su fallecimiento a los 85 años.
José Antonio Eguidazu fue el último de los presidentes de Neguri, que tenían una forma de hacer peculiar. Mano de hierro, guante de seda. Sustituyó a Félix Oráa, que a su vez había tomado el cargo por la muerte en accidente de circulación de Julio Egusquiza. No había elecciones, el cargo de presidente cambiaba casi por sucesión natural.
Eguidazu, de formas suaves pero espíritu firme, no tuvo inconveniente en multar con cien mil pesetas a Ángel Villar después del tortazo que le pegó a Cruyff, ni de pujar por los mejores jugadores vascos de la época para que ficharan por el Athletic. Churruca llegó por la insistencia del presidente, después de que el Sporting gijonés tuviera que convocar una Asamblea General Extraordinaria para autorizar su venta. Con el dinero que consiguieron construyeron las instalaciones de El Mareo.
El presidente del Athletic, junto con el de la Real, José Luis Orbegozo, se lanzó a una cruzada que le enfrentó a los clubes más poderosos de España, el Real Madrid y el Barcelona, a la Federación Española de Fútbol y la Delegación Nacional de Deportes, el organismo franquista del deporte español. Se trataba de los oriundos, un escándalo mayúsculo por el que decenas de futbolistas sudamericanos jugaban en equipos españoles alegando que sus padres o abuelos habían nacido en España. En la temporada 1975-76 eran 87 los jugadores llegados del otro lado del Atlántico y con pasaporte español. En Primera y Segunda, la mayoría, pero también 18 en Tercera Division y diez en Primera Regional, un escándalo.
Eguidazu y Orbegozo contrataron a un detective privado, Jesús Gallo, y al abogado José María Gil Robles. El primero investigó en los archivos de diversos países del nuevo continente. Viajó por Paraguay, Uruguay y Argentina. Adelgazó seis kilos, sufrió amenazas y la persecución de un oscuro personaje, un abogado que viajó desde España para dificultarle las pesquisas. «Cuando preguntaba en algún club por los datos de jugadores, se reían de mí. Allí todos sabían todo», recordaba después. Desde el 15 de octubre al 16 de noviembre de 1975 indagó, consiguió pruebas, datos y partidas de nacimiento. Volvió a casa cargado de documentos incriminatorios contra muchos futbolistas y muchos clubes. Gil Robles, con todos los papeles en la mano, acudió a los tribunales de Justicia en representación del Athletic y la Real. Los jueces admitieron a trámite las querellas. Además, en el mismo momento en que supieron toda la verdad, decidieron impugnar los partidos en los que actuaban jugadores sospechosos de fraude. Es decir: los del Real Madrid por Roberto Martínez y Anzarda, los del Oviedo por Jacquet, los del Valencia por Valdez y los del Barcelona por Cos. La prensa nacional arremetió contra los clubes vascos de forma virulenta. Los jueces daban la razón a Athletic y Real, pero la Federación no se daba por enterada y se creía al margen de lo que decidían los tribunales. Sólo reaccionó cuando en un partido de clasificación para la Eurocopa, Dinamarca impugnó la alineación del jugador del Real Madrid Roberto Martínez. Trató de tapar el escándalo y el extremo madridista sólo fue convocado una vez más con España, que temía la sanción.
Todo acabó en nada, pero esa animadversión hacia Athletic y Real en ciertos sectores de la sociedad y que se acrecentó después con los años del plomo con ETA como protagonista, germinó en aquellos días que terminaron con la Amnistía tras la muerte de Franco que también benefició a los infractores, que se quedaron sin castigo por culpa de una Federación y una DND prevaricadoras que años después dieron la razón al Athletic y la Real. Eguidazu aguantó los embates previos como la sede de la Sociedad Bilbaina los obuses de las tropas carlistas en el Sitio de Bilbao. Luego armó el gran equipo que pretendía y que llegó a la final de la UEFA y de la Copa del Rey de 1977, con la operación retorno. Al acabar su tarea cedió los trastos. Ya no hubo más presidentes al estilo Neguri. Ayer, José Antonio Eguidazu, falleció en su domicilio de Getxo.