Artículo publicado por José Basurto en el diario Deia el 24/06/13
Javier Girondo lleva 20 años anunciando los goles del Athletic tirando cohetes desde el Txakoli Abasolo
Javier Girondo lleva veinte años tirando un cohete cada vez que mete un gol el Athletic. Da igual que sea en San Mamés o en la Conchinchina. La liturgia es siempre la misma. Sale de la barra del bar, cruza la carretera y prende la mecha de la bomba real, un estruendoso cohete que compra religiosamente en la pirotecnia Astondoa. Y si Javier no puede, porque hay muchos clientes, lo hace Andoni, otro forofo del Athletic, miembro de la Peña Zipunpa (cohete), y también, muy amigo de la pólvora. El escenario de este ritual rojiblanco no es otro que el Txakoli Abasolo, un emblema de la tradición botxera que está a punto de desaparecer por culpa de la voracidad urbanística. Javier forma parte de la tercera generación de taberneros que explota el Txakoli Abasolo. Su abuela lo cogió a principios de los años treinta y desde entonces no ha dejado de estar en manos de la familia Girondo. A pesar del paso de los años, mantienen intacto el espíritu txakolinero. Sigue siendo el punto de encuentro de los vecinos de Uribarri y Zurbaran. Y allí se puede degustar una buena cazuela de bacalao o de una alubiada con sacramentos. Todo ello regado con un txakoli. De todas formas, como los tiempos han cambiado, el menú de cervecera toma protagonismo los fines de semana, sobre todo en verano. Así que el pollo se convierte en el rey de la mesa. Pero cuando juega el Athletic, los cohetes son la referencia.
Javier cuenta orgulloso que nació en la centenaria casa donde, en su planta baja, se asienta el Txakoli Abasolo. "Ahí nací yo", dice señalando una estancia del bar. "Ahora es el comedor, pero antes era un habitación", recuerda. Así que su futuro parecía que estaba predestinado. Siguiendo la estela y la costumbre familiar, Javier se puso a trabajar desde muy joven detrás de la barra. Y aunque estudió hasta COU, prefirió aparcar los libros para quedarse en el negocio que su padre y sus tías tenían en la Vía Vieja de Lezama, un balcón con vistas de lujo sobre Bilbao. "Es muy esclavo y sacrificado", dice ahora, después de llevar más de treinta años en el gremio de la hostelería, "pero también está bien trabajar para uno mismo, sin jefes".
Cohetes
Sin ayuda de internet, en todo ese tiempo ha tejido una red social de amigos que siempre han apoyado sus ocurrencias. Por ejemplo, la creación de la Peña Zipunpa, que aglutina a medio centenar de aficionados del Athletic. Su centro de reunión, obviamente, es el Txakoli Abasolo. Allí ven los partidos, discuten, comen, beben y tiran los cohetes. La Peña se fundó el año 1992 bajo el influjo del arte futbolístico que desparramaba un joven de Portugalete llamado Julen Guerrero. Aunque Javier aclara que lo que verdaderamente les movió para constituir la peña no fue el fútbol sino el ciclismo. "En realidad", cuenta Javier, "montamos la peña para homenajear a Marino Lejarreta en su último año de profesional, pero como tuvo la caída aquella tan grave bajando Autzagane, se enfrió el tema". A pesar de ello, lo retomaron unos meses después pero con otro enfoque: el fútbol rojiblanco en general y Julen Guerrero en particular.
¿Y lo de los cohetes? "Eso fue porque como me sobraron de las Navidades, decidí tirarlos cuando marcara el Athletic, y así empezó todo". Porque hay que decir que los Girondo siempre han sido muy pirotécnicos. Siempre les ha gustado festejar con cohetes la Nochevieja, una cita en la que se llegan a juntar cuarenta personas. Así que no es de extrañar que Javier haya hecho suyo el ritual de festejar los goles del Athletic a base de pólvora. "Me gusta", dice el pequeño de la saga de los Girondo, "y si se llena el bar, mucho mejor". Los cohetes no dejan de ser un buen reclamo para que el día que juega el equipo rojiblanco se llene el Txakoli Abasolo. Por eso, no tiene para olvidar la temporada pasada. "Lo del año pasado con Bielsa fue impresionante: las finales con alubiadas, parrilladas, las carpas que montamos... Aunque al final acabábamos todos llorando", recuerda Javier. Pero que le quiten lo bailao. A él y todos los miembros de la Peña Zipunpa, que cada dos por tres tenían que ir hasta Areatza en busca de cohetes.
Derribo
Este año, las interminables lluvias y la pésima temporada del Athletic no han ayudado mucho a Javier. "Aquí, haciendo buen tiempo, el negocio funciona", dice. Palabras que corroboran su tía Mari y su padre Jose, que saben mucho de lo que es trabajar en el txakoli familiar. Los dos nacieron en la misma habitación que Javier, aunque bastante años antes. Jose tiene 83 años y Mari, 77. Recuerdan como si fuera hoy cómo robaban tomates por las huertas mientras su madre preparaba exquisitas cazuelas de bacalao y su padre cuidaba de las vacas que pastaban en las laderas de Artxanda. También recuerda Jose cómo durante la guerra tenían que cobijarse debajo de uno de los túneles de funicular. Y menos mal que se refugiaron porque una de las bombas lanzadas por los aviones franquistas impactó de lleno en la casa del txakoli. "La bomba destruyó completamente el último piso", señala Jose. Eso no impidió que el Txakoli Abasolo continuara con su actividad tras la guerra. Jose y Mari cuentan que los domingos "había baile y todo". Quien dio mucha vida al txakoli fue Antonio, el fundador de la Peña Aizkolari, que organizaba en fiestas los concursos de bacalao. Ahora todos sienten pena de que las excavadoras acaben con un símbolo bilbaino. "Hemos protestado mucho, pero no ha servido para nada", dice Javier. El día menos pensado será derribado. En su lugar se edificarán viviendas. Y el Txakoli Abasolo seguirá abierto pero en una impersonal lonja.