Artículo publicado por Patxi Alonso en El Correo el 05/06/13
Nos cambiamos de casa. La calabaza se convierte en carroza. El viaje de Ulíses en apenas 100 metros. Frente a los extremistas del sentido común, exultantes ante este salto al futuro, confieso que me siento un poco perdido. Paseo junto a la flamante estructura acorazada y aún no la reconozco. Me parece un desconocido visto desde atrás. Borges decía que nos deslumbra el prestigio de lo moderno, de lo extraño, de lo hermético. Nuestra reacción ante lo nuevo es una intención, un acto de fe, una promesa. Al fin y al cabo ser moderno es ser contemporáneo, actual. Y todos, fatalmente, lo somos.
El nuevo campo tiene todo el pasado por delante. Una mudanza de recuerdos que no cabe en un camión. Acudir a la despedida de nuestra centenaria Catedral me desconcierta. Woody Allen diría aquello de que no temo morirme, es tan solo que no quiero estar allí cuando eso ocurra. Como ese viejo diplomático que, ante una invitación indeseada, afirmaba con flema que lo sentía pero que tenía un compromiso previo que iba a contraer de inmediato. Vamos, que no sé si reír o llorar. Y es que todo comienzo es, al mismo tiempo, un regreso.
Los pasillos del nuevo campo están para mí tan llenos de secretos como el cielo para un astrónomo. Pero el viejo San Mamés (el único, a decir verdad) es mi trineo de Rosebud, guardián de indelebles imágenes de mi infancia. En ningún rincón de mi particular baúl de los recuerdos he sentido tanto la mano protectora de mi aita como caminando hacia La Catedral.
San Mamés ha sido nuestro jardín. Un decorado maravilloso que cambió nuestras vidas, como definía Nick Hornby al viejo Highbury. También nosotros sentimos de niños esa abrumadora virilidad en el ambiente. El humo de los puros bajo la bruma y el sirimiri. Allí forjamos un sentimiento de pertenencia e identidad que nos acompañará hasta la tumba. Somos Athletic. Y ésa es nuestra casa. Lo importante era (es) ser creyente.
Echo la vista atrás y un tsunami de recuerdos amenaza con ahogar al niño que fui. La alargada sombra del 'Chopo', el toque lujoso de Txetxu Rojo, la voracidad rematadora de Fidel Uriarte…Pero también el vibrato de angustia tras el gol de Bettega, la mirada retadora de Guruceta o la cachetada de Villar a Cruyff. Aquellos maravillosos años en los que ganarle al Athletic en San Mamés era como sacarse la muela del juicio o embridar un potro salvaje. Pueden preguntárselo al ejército enemigo. Soldados de fortuna que nos hicieron ver un mundo de colores. Cruyff y Neeskens, Kempes y Rep, Scotta y Biri Biri… ¡Ayala y Heredia! Tiempos de melenas imposibles, pantalones de campana y un mundo por descubrir. Quizá porque nada se recuerda tan honradamente como lo que no se pudo vivir debería citar también aquí a Gorostiza, Belauste, Pichichi, Orúe, Canito, Koldo Aguirre, Mauri y Maguregi, Piru Gainza, Panizo… ¡Telmo Zarra! Yo también les he visto, aita, al menos en la difusa patria de los sueños.
Caminaremos sobre viejas huellas. Lo realmente importante es evitar que se pierda nada de lo que se ha ganado. Estibar de nuevo la carga rojiblanca y fletar el imponente buque. Si es verdad lo que decía Sartre de que somos lo que otros dicen que somos, el espíritu de La Catedral seguirá vivo en el nuevo estadio. Porque las casas no son solo metal y hormigón. Son personas. El éxito del Athletic es más cultural que deportivo. Una tradición jamás es algo dado; es una identidad en permanente construcción y reconstrucción. Puede que ya no nos cobijemos bajo el viejo arco que como Atlas parecía destinado a sostener el cielo rojiblanco eternamente. Pero el nuevo San Mamés ya siente en sus espaldas dos alas fuertes, listas para ser desplegadas.