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domingo, 20 de julio de 2025

“¡Aúpa Athletic!”: el orgulloso club vasco que defiende una regla de oro del siglo XIX y empujó a un millón de personas a las calles

Artículo publicado por en el diario La Nación el 19/07/2025

El Athletic Club de Bilbao resiste en la elite del fútbol español con una filosofía única, basada en su cantera; los secretos y las particularidades de una institución que hace latir al País Vasco
Nico Williams, la figura del Athletic Club, celebra un gol junto a Unai Gómez
en San Mamés, el vibrante estadio del club de Bilbao (Foto: Soccrates Images)

¿Qué se puede hacer con un millón de euros? En esta ciudad, una respuesta posible la puso en práctica el Athletic Club: los invirtió para montar un gigantesco operativo y trasladar a lo largo de 17 kilómetros un arco de hierro de 115 metros de longitud desde su viejo estadio hasta Lezama, su centro de entrenamientos, donde fue reinstalado como un símbolo de su cultura. La curiosa escena, una lenta caravana que demandó semanas de trabajo y un entusiasta seguimiento de la prensa local y los hinchas hace ya 11 años, funciona como síntesis perfecta de la filosofía de un club peculiar, único en el mundo, que vibra en pleno siglo XXI como cuando se fundó, en 1898. Lo simbólico vale tanto como lo tangible.

Una primera mirada sobre este emblema del fútbol español, enclavado en el País Vasco, dispara una certeza que derriba cualquier discurso mercantilista: se puede ser moderno y tradicional a la vez. Se puede ser un club manejado por socios que votan cada cuatro años y tener éxito: es uno de los únicos cuatro de la primera división que no es una sociedad anónima, además de Real Madrid, Barcelona y Osasuna; se puede llevar con orgullo el logro de no haber descendido jamás y mantener una regla de oro: solo pueden jugar en el venerado Athletic Club aquellos que nacieron en alguna de las siete provincias vascas o, como máximo, que hayan llegado a vivir con sus familias a la región durante la infancia y se hayan desarrollado allí como futbolistas.

“Aquí, mantener la tradición no es un slogan, es un mandato”, le dice a LA NACION Mikel González, director deportivo del club, uno de los más jóvenes en esa función: a los 37 años acaba de recobrar la respiración luego de haber conseguido que Nico Williams, la máxima estrella del equipo, haya decidido firmar su nuevo contrato con los Leones por diez años, pese al torpedeo de los millones que Barcelona intentó tirarle por la cabeza. “¿Cómo se lo convence? Con la cultura del club, con la filosofía, pero también generando un entorno que nos permita pelear por títulos”, explica. Y los datos lo avalan: un año atrás, el Athletic ganó la Copa del Rey y cortó una racha de ¡40 años! sin ganar un trofeo, lo que desató una celebración que puso a un millón de personas en las calles para ver desfilar a los campeones en una barcaza por la ría que bordea la ciudad. La embarcación, llamada gabarra, había sido acondicionada por el club para volver a entrar al agua, ya que llevaba cuatro décadas sin moverse: es la misma que históricamente se utilizó para festejar los títulos. Otra vez: la tradición como eje.

Los hermanos Williams son negros, y tan vascos como cualquiera que nunca se haya movido de Vizcaya, la provincia de la que Bilbao es su capital. Ellos grafican la mixtura de pasado y presente que le da sentido a la vigencia del club: sus padres llegaron de Ghana, escapando de la miseria, en un viaje a pie en el que estuvieron a punto de morir. Encontraron su lugar en el norte de España, y allí nacieron sus hijos: Iñaki, el mayor (31 años), es desde ahora el nuevo capitán del equipo y juega en la selección ghanesa; Nico (23) ya salió campeón de Europa con España y su decisión de quedarse en el Athletic y firmar una extensión de contrato hasta 2035 fue anunciada por él mismo con la frase “lo que más pesa es el corazón”.

Con Iñaki y Nico convive un plantel que viene de conseguir la clasificación a la Champions League luego de haber terminado en la cuarta posición de la Liga, sólo detrás de los gigantes Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid. Una pequeña hazaña y un impulso a la economía de la institución: el billete a Europa le dio un premio de 50 millones de euros, oxígeno para reforzar las bases de una estrategia que necesita dedicación e imaginación en partes iguales. Es que la propia regla de oro obliga a ser competitivos con una búsqueda cerrada a las benditas siete provincias vascas: Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra (en España); y Labourd, Baja Navarra y Soule (en Francia). “Los demás tienen todo el mundo para buscar; piensa que en Vizcaya viven apenas 350 mil personas”, compara Nika Cuenca, gerente de comunicación del club. Entre las siete provincias se cuentan alrededor de un millón de niños; la cifra empieza a reducirse hasta hacerse mínima cuando se trata de encontrar allí chicos con interés y condiciones para ser futuros futbolistas.

La batalla por captar el talento temprano está repleta de competidores vecinos: además del Athletic, juegan en la primera división de España la Real Sociedad (San Sebastián), Osasuna (Pamplona) y Alavés (Vitoria), todos del País Vasco. Eibar, en segunda, también pertenece a la región. Así, la pelea se libra en cada metro cuadrado donde pica una pelota. El ojo entrenado de los captadores de los clubes locales, y también de los grandes de España y Europa, saben que la semilla del talento germina bien en esa tierra; es común verlos recorrer las canchas de fútbol infantil cada fin de semana, pugnando por seducir a las familias de esos proyectos de cracks. “Conocemos a todos los niños que juegan al fútbol en la región”, pondera González.

Para eso, son fundamentales los acuerdos con los pequeños clubes de base, donde los chicos empiezan a jugar al fútbol. En el caso del Athletic, tiene convenios con 170 instituciones de la región: cualquier diamante que aparezca en ellos será observado por alguno de los 25 reclutadores que trabajan para el club. Es el primer paso que más adelante puede desembocar en Lezama, el centro de entrenamiento inaugurado en 1971 donde se forman los juveniles del club y también se entrena la primera división. En la nueva residencia que se inauguró allí hace tres años viven hasta 80 proyectos de futbolistas de las otras seis provincias vascas. Caminar por el lugar puede ser una excusa para toparse con José Ángel Iribar (“el Txopo”), emblema del club que atajó en más de 600 partidos y mantiene la vitalidad a sus 82 años, y también con niños y niñas de 11 años, los de la categoría base.

En Lezama, 200 empleados trabajan a diario en mantener un estructura que tiene vestuarios, salas de acondicionamiento físico y cinco canchas de césped natural y otras tres de sintético, donde se entrenan varones y mujeres: el Athletic es uno de los mejores de España en el fútbol femenino, tanto en las formativas como en profesionales. Y allí luce otra pintura de época: cada vez hay más chicos de padres extranjeros -africanos y sudamericanos, sobre todo- que llegan a vivir a la región. De hecho, cuentan que una de las mayores promesas de la cantera actual es hijo de una pareja de bolivianos. ¿Argentinos? No hay. “Pero siempre recordamos a Bielsa”, comenta Cuenca sobre el mítico entrenador que generó una revolución en su primer año en el club, cuando llevó al equipo a disputar las finales de la Copa del Rey y la Europa League, ambas perdidas. Su segunda temporada fue mala, pero el recuerdo de la primera todavía manda.

La filosofía “etxean egina” -”hecho en casa” en euskera, la lengua vasca- genera, entre otras consecuencias, la necesidad de exprimir al máximo las posibilidades de éxito de un futbolista. Allí donde otros los descartan pronto, aquí significa más tiempo para desarrollarse: “Un futbolista que llega a debutar en el club tiene 20 o 30 partidos para mostrarse, les damos tiempo”, apunta González. “Y vivimos de las segundas oportunidades”, define. “Para nosotros”, explica, “el seguimiento sigue hasta la sexta división de España, porque un futbolista vasco que tenga condiciones siempre puede ser una oportunidad para nosotros”. Y cita como ejemplo a Mikel Jaureguizar, que jugó en dos clubes menores hasta llegar a la primera del Athletic hace apenas un año; ahora ya es parte de la selección juvenil de España.

Si un visitante quisiera atravesar una experiencia sensorial que sintetice esta manera particular de sentir el fútbol, le alcanzaría con ir un partido a San Mamés, el estadio que mixtura lo último con lo primero. Allí hay 52 palcos VIPS con la afamada comida vasca, y también una ceremonia ritual antes del partido en la que los hinchas tocan la txalaparta, un instrumento de percusión. Hay 53 mil asientos que se completan siempre, y también tribunas inclinadas más de lo que indican los manuales modernos “para que se siga respirando la caldera de la vieja Catedral”, razona Cuenca, en referencia al estadio de estilo inglés que se erigía allí mismo hasta que en septiembre de 2013 se le corrió el telón al actual, un templo al que los feligreses acuden dispuestos a rugir. Entre cualquier tribuna y las líneas que demarcan la cancha hay apenas seis metros, el mínimo exigido por la UEFA, para que la pasión de los de afuera les llegue a los de adentro, sean los propios… o los visitantes.

Allí, donde el club cimenta sus hazañas, los hinchas athleticzales llegan desde el casco antiguo caminando por la célebre calle Pozas, con tiempo para degustar un pintxo -un bocadillo, dirían en otra ciudad- y tomar una pinta, al grito de “¡Aúpa Athletic!”. De San Mamés, que será sede del Mundial 2030, y del Athletic dijo alguna vez justamente Bielsa, enamorado: “San Mamés es una caja que contiene todo ese sentimiento con una resonancia y una repercusión infinitas. Que yo me exprese con sinceridad respecto del sentimiento del club y que no se confunda con demagogia es difícil, pero es de tal repercusión lo que significa el Athletic, desde dónde el Athletic mira el fútbol actual para todos los que amamos el fútbol, un fútbol tan comercializado…”.

¿Quién se anima a contradecirlo?