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miércoles, 26 de mayo de 2021

El infierno feliz

Reportaje publicado originalmente en la revista Panenka nº 08 de mayo de 2012 por Eduardo Rodrigálvarez

En Bilbao, la pasión por el Athletic no se discute. Es como hablar de meteorología, una pérdida de tiempo, porque la lluvia llega sin avisar. Por mucho que la ría corte la ciudad en dos, el sentimiento rojiblanco es propiedad de todos, sin distinción. El Athletic es pasión, pureza e identidad. Un árbol cuyas raíces traspasan lo futbolístico de una forma obsesiva y trepidante.
Dice el teólogo Tamayo que la Iglesia actual da respuestas a preguntas que nadie se hace. Por lo tanto habría que preguntarle a la Iglesia por qué se es del Athletic, algo inexplicable y que nadie se pregunta. En Bizkaia, al menos, se da por descontado que cuando nace un niño o una niña nace un seguidor rojiblanco aunque no le acabe gustando el fútbol, aunque lo odie incluso: será un seguidor o seguidora del Athletic que odiará el fútbol pero con el rabillo del ojo buscará el resultado del partido de esos muchachos sin que nadie le vea. Ya querría la Iglesia en sus respuestas sin preguntas tener una feligresía tan indiscutible como la del club que apadrina San Mamés, el santo echado a los leones.

Hay quien piensa que el Athletic es fruto de eso que se llama filosofía y que consiste en jugar al fútbol con la gente de casa, en una autarquía moral y deportiva irreverente, atrevida, hasta insolente. Puede ser. Puede que la dificultad de ganar, incluso la renuncia a ganar, congregue más fieles que la costumbre de ganar, lo que vendría a ser una disputa entre el cielo de la victoria y el infierno feliz. Son más los que se apuntan al cielo y se olvidan del calorcito de ese infierno en el que se vive la fe entre rescoldos del pasado, muy glorioso, y el sueño lejano de celebrar un título aunque sea muy de vez en cuando.

Kubala, el gran Kubala, decía que siempre que venía a Bilbao “olía a fútbol”, un olor que iba más allá del linimento, del césped recién cortado, de la lluvia sobre la hierba o del aroma a barro. En Bilbao huele a fútbol porque el Athletic está por todos los lados, con una presencia a veces obsesiva, siempre trepidante. Una especie de locura colectiva que estalla y se desparrama en momentos singulares: las peregrinaciones rojiblancas en las finales o en los duelos importantes, como las vividas estos últimos meses son como excursiones que parten desde el pequeño infierno con la ilusión de tocar el cielo.

El fútbol cambia, pero el Athletic permanece. Es cierto que hace pequeñas modificaciones, como ligeras variaciones de decoración, pero su entraña se mantiene intacta. Es lo bueno de tener una filosofía deportiva muy acusada y que sin embargo, no esté escrita en papel alguno. Es como una filosofía oral que posiblemente, si un día apareciese escrita en un legajo desataría la tentación de alterarla. De hecho, entre los primeros futbolistas figuraban varios ingleses. Como dijo el expresidente José Julián Lertxundi, “el Athletic no trajo a los extranjeros, trajo el fútbol”, porque el fútbol era inglés y Bilbao en el siglo XIX tenía aire de colonia británica de ultramar por la explotación de las minas.

EL EQUIPO DE LOS ONCE ALDEANOS

Se le ha dado muchas vueltas a ese asunto de la llamada filosofía. Unos lo han querido unir al nacionalismo, -algunos como crítica, otros como alabanza-, al racismo. Se ha escrito mucho sobre ese asunto, es decir se ha hablado y se ha escrito mucho sobre algo que no existe, sino que es. En este infierno feliz también se han producido algunas revueltas. Cada vez que el Athletic se ha asomado al abismo del descenso, la filosofía ha salido algo chamuscada. No olvidemos que haber jugado siempre en Primera División se ha convertido en un baluarte, en un título honorífico y casi real para un club que alcanzó sus últimos éxitos en los años 80 tras un desierto de casi 30. Por eso el abismo del descenso es más trascendente que la pura tristeza deportiva o el riesgo de ruina económica que sobrecoge a otros clubes.

Ahí renace, entonces, el débil debate sobre la oportunidad de mantener la filosofía oral de jugar con lo de casa. El eterno debate entre si esa filosofía le da fuerza o se la quita. Siempre gana la teoría de la fuerza porque ciertamente el Athletic no se reconocería como un club más, dejaría de inundarlo todo, de oler a fútbol. Perdería la fe y tendría que abandonar su infierno feliz en el que habita hace ya tantos años.
Fotografía de Alberto Estévez

Otro estigma que le persigue afecta a su estilo. Otra fantasía que emparenta con la tradición más lejana y por lo tanto con los éxitos deportivos, esa colección de Copas y Ligas que tocaron a su fin en la década de los 50. El Athletic parecía sociológicamente condenado a ser el equipo de los once aldeanos como los bautizó Mr. Pentland, el inglés del bombín, e irremisiblemente orientado a la entrega, a la lucha, al fútbol directo. Y sin embargo el fútbol ya se movía por otros lados. Tácticamente evolucionaba de forma constante y en el entorno del Athletic había como una resistencia innata a cambiar de receta. La aspirina era obligatoria, habida cuenta de que el balón estaba más veces por los aires que por el piso. Una mística ruinosa que olvidaba que por San Mamés vestidos de rojo y blanco habían pasado futbolistas sutiles y mágicos como Panizo, Gainza, Fidel Uriarte, Lavín, Txetxu Rojo, Argote, Sarabia, Amorrortu, Guerrero y tantos otros que tenían el balón por un amigo y no por un enemigo al que quitarse de encima.

Era cierto que por su particular idiosincrasia el Athletic ha necesitado siempre ‘poner un poco más’ para ganar al contrario, como recordaba a menudo Txema Noriega, delantero del último equipo campeón de Liga en los 80. Es lo que se resume en una sola palabra: compromiso. Y ese compromiso ha sido compartido de la misma manera por futbolistas recios como Goikoetxea o artísticos como Iker Muniain. La función en el campo nunca ha alterado ese compromiso que inevitablemente hace que el equipo ponga siempre un poco más de lo que puede. De ahí a condenarse al fútbol de otro siglo va un abismo.

CAMBIO DE CARRIL, REVOLUCIÓN

Probablemente fue el alemán Jupp Heynckes el primero que le enseñó al Athletic la pausa y le exigió el toque. Curioso que fuera un alemán quien le cambiara de carril. Un trabajo que luego continuó Ernesto Valverde y que ha adquirido su máximo esplendor con la llegada de Marcelo Bielsa, un argentino que ha exprimido el compromiso y ha convertido en religión su pasión por la pelota. “Si Marcelo Bielsa busca compromiso, desde luego ha ido al lugar adecuado”, afirmaba el seleccionador sub 21, Luis Milla, cuando se enteró del fichaje del ‘Loco’ por el Athletic.

Ahora mismo se puede hablar sin temor a exagerar de la revolución Bielsa. Nunca San Mamés había visto tantas jugadas al primer toque, tantos automatismos, tantos regates, tantos taconazos como en la presente temporada. Y eso que ‘El Loco’ llegó a Bilbao con una mezcla de expectación y temor. Era el primer argentino que entrenaba al Athletic y el segundo sudamericano, tras el brasileño Martim Francisco. El fútbol argentino no ha gozado en Bilbao de los favores de la afición. Más allá de estilos, prevalece en el subconsciente rojiblanco la pelea contra los oriundos que se desató cuando el futbol español abrió las fronteras a los jugadores extranjeros. Cierto que el tema de los oriundos fue un coladero por donde el Athletic veía alterada su jerarquía en el fútbol.

Primero temió la abolición del derecho de retención que le dejaba al albur del mercado. Ciertamente, se trataba de una esclavitud nada encubierta que no podía resistir el paso de los años y menos aún en un sistema democrático. La política de los oriundos fue una chapuza nacional, pero en Bilbao se vivió con una intervención social más que importante. Los coches lucían pegatinas contra los oriundos. Pero era una batalla perdida. Un tránsito hacia la ley Bosman que necesariamente debía liberalizar el mercado globalizando el fútbol y empequeñeciendo el infierno rojiblanco. Sin embargo, este revolucionario cambio legal no resultó tan traumático para este club. La apertura de fronteras hizo que el resto de equipos mirasen para otro lado a la hora de contratar futbolistas.

La herida sudamericana dejó de sangrar hace tiempo, pero en los sectores más recalcitrantes aún supura. Por eso la llegada de Bielsa, además en una campaña electoral, tuvo una mirada inicialmente no muy frontal. Eran muchos años de entrenadores europeos y era un perfil demasiado complejo para un club tan tradicionalista. Hoy Marcelo Bielsa es un ídolo y la afición pone velas para que el técnico rosarino continúe la próxima temporada, algo que aún no ha decidido.

EL EQUIPO DE TODOS

Sin lugar a dudas, la regeneración futbolística del Athletic le ha devuelto aquella antigua condición del equipo de todos por su romanticismo, por su asunción de la inferioridad, por su culto a la dificultad. Los conflictos políticos y sobre todo la presencia brutal del terrorismo le arrebataron esa condición y le llevaron al otro extremo del péndulo. Lo que antes era virtud, alguien lo convirtió en oprobio. La sociología futbolística es demasiado frágil, muy volátil.

La desaparición de la banda terrorista ETA le ha borrado un estigma que nunca tuvo, que se lo colgaron en el fragor de la contienda política de más baja estofa. Porque el Athletic ha sabido mantener siempre la pluralidad. Bajo las camisetas rojiblancas que colorean San Mamés (probablemente es el club donde más culto se rinde a la zamarra) se esconden muchos votantes nacionalistas, socialistas, populares, abstencionistas. Un club que fue gobernado durante muchos años por la casta de Neguri –la de las grandes fortunas-, por nacionalistas del PNV, por no nacionalistas, sin que el cántico tuviera distintas voces.

Pero las amenazas se incrementan. La coraza rojiblanca tiene algunas abolladuras. Hace unos años, el Athletic tuvo que prohibir a los integrantes de sus categorías inferiores que acudieran a los enfrentamientos con camisetas de otros equipos, vista la proliferación de messis, cristianos y demás ídolos mediáticos que ensombrecían el color del club.

Ahora se ha reconstruido el mito. Las andanzas del Athletic por Europa, especialmente en el partido de Old Trafford frente al Manchester United, pero también el memorable partido frente al Barcelona en San Mamés, el del Schalke 04 y tantos otros, han colocado en el mapa a un club demasiado acostumbrado a vivir del pasado, a mirarse el ombligo y a embelesarse con su historia. Le faltaba mirar al futuro, vencer su espíritu agonístico, el fatalismo de estar condenado a no obtener título alguno por la diferencia sideral frente a los grandes rivales.

TALENTO NARCOTIZADO

Hoy se sueña con ganar y quedar segundo en algo se estima como un fracaso. Es el espíritu dormido del Athletic que ha despertado Marcelo Bielsa con un sistema muy sencillo: si el jugador cree que es bueno, el jugador cree que va a ganar. De lo contrario, la victoria es imposible. Esta transformación del Athletic ha sido inmediata, lo que demuestra que el talento estaba dormido, narcotizado por la fuerza de un estereotipo que le condenaba a vivir del pasado y en el pasado. En cierto modo Bielsa ha sido el redentor de la Iglesia rojiblanca, algo así como su particular teólogo de la liberación. Pero no es menos cierto que este equipo tenía mucho talento, estaba formado por futbolistas acreditados que solo necesitaban que les quitaran la pesada carga que soportaban. Cuando en las últimas citas internacionales, nueve jugadores se pusieron la camiseta de su selección (española absoluta, sub 21 y venezolana), se produjo un hecho histórico. Era como la confirmación de la fe, como la respuesta a una pregunta que la gente empezaba a formularse: “¿pero qué le ha pasado a este Athletic?” No se sabe si ganará la final de la Copa del Rey, si levantará su primer título europeo, si quedará el cuarto o el décimo en la liga española. Pero en el infierno la fiesta dura todo un año y eso es mucho más de lo que se podía pedir. Incluso de lo que se podía soñar.