Gainza guió al Athletic a la final de copa de 1950 tras marcar al valencia en la tercera prórroga de un cruce inolvidable
Raimundo Pérez Lezama intercepta un balón aéreo en el partido de ida de la semifinal copera que enfrentó a Athletic y Valencia en mayo de 1950 en San Mamés.
(Archivo Athletic Club)
Han pasado 66 años y el pasado aún sonríe al trasladar al presente un inusual e histórico acontecimiento que tuvo a Athletic, Valencia y Piru Gainza como grandes protagonistas al calor de la Copa. Corría la temporada 1949-50, en la que los rojiblancos presumían de un atronador poderío futbolístico apoyado en la mítica e inigualable delantera formada por Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, aliados solo en medio centenar de partidos, pero siempre determinantes a la hora de guiar al club vizcaino hacia ilustres conquistas.
El gran logro de aquella temporada se produjo en la Copa, torneo en el que el Athletic, subcampeón el curso anterior tras caer ante el Valencia en la final (0-1), levantó el trofeo que le acreditaba como campeón tras ganar al Valladolid en la cita definitiva. Los bilbainos, que terminaron imponiéndose por un trabajado 4-1, necesitaron una prórroga y cuatro goles de Zarra para llevarse el gato al agua, pero el inolvidable pasaje tuvo lugar en la semifinal que enfrentó a los vizcainos con el Valencia. Fue una eliminatoria para el recuerdo, de las que hacen afición y que se resolvió de la manera más inverosímil e impredecible posible.
La ida se disputó el 21 de mayo de 1950 en San Mamés, solo tres días antes de que Mestalla acogiera la vuelta con el objetivo de agilizar la fase final de la Copa. El Mundial de Brasil asomaba a la vuelta de la esquina y el torneo copero debía concluir lo antes posible, pues jugadores como Nando, Gainza y Zarra, autor del gol que dio a la selección española el cuarto puesto en Río de Janeiro, tenían billete reservado para la cita mundialista.
En aquella ilustre semifinal copera, que no pudo disputar Panizo, el Athletic golpeó primero. Venció por un contundente 5-1 en Bilbao, con tres goles de Iriondo, uno de Zarra y otro de Arrieta, mientras que el tanto che llevó la firma del magnífico Puchades. Pero la semifinal ni mucho menos quedó resuelta. Para sorpresa generalizada, el encuentro de vuelta iba a pasar a las páginas de oro de la historia de la competición. El Valencia, que saltó al césped consciente de la homérica misión de remontar cuatro goles a un poderoso Athletic, alcanzó el tiempo de descanso con un merecido 3-0 a favor que hizo saltar todas las alarmas en el cuadro bilbaino, comandado desde el banquillo por Jose Iraragorri. Tuvo que ser Zarra, con dos zarpazos en los minutos 52 y 70, quien bajara las revoluciones de un partido tremendamente alocado para lamento del Athletic, que en los veinte últimos minutos del envite volvió a sufrir la ira de un Valencia liderado por Puchades. Y es que cuando la eliminatoria volvió a parecer vista para sentencia, tres nuevos goles de los locales pusieron el 6-2 en el marcador. Increíble, pero cierto. La semifinal se fue a una prórroga extenuante.
PASAJE HISTÓRICO
Los jugadores de ambos equipos, agotados, acordaron que la primera y la segunda mitad del tiempo suplementario tuviesen una duración de diez minutos, en lugar de los quince habituales. No se registró gol alguno y hubo que tomar una nueva decisión en caliente, en pleno terreno de juego. Ante la imposibilidad de jugar otro día por falta de días disponibles y la inexistencia de la tanda de penaltis -estrenada oficialmente en 1970-, el capitán de cada equipo, los entrenadores y el colegiado Fombona Fernández decidieron que el balón volviera a rodar, pero con una gran innovación: el primero que marcara, se clasificaba para la final.
No todos los jugadores ni aficionados se enteraron de la novedad. El desconcierto, por tanto, fue generalizado cuando dos minutos y cuarenta y cinco segundos después de arrancar la tercera parte de la prórroga, Gainza cogió el balón, avanzó y conectó un potente disparo cruzado ante el que nada pudo hacer Pérez, portero del Valencia. Los futbolistas se fueron informando mutuamente del significado de su gol y el público de Mestalla, aturdido, lloró lo ocurrido. Habían asistido, para su desgracia, al primer gol de oro de máxima relevancia en el deporte rey.
Y es que Gainza, sin saberlo, firmó un tipo de gol al que 43 años más tarde la FIFA dio nombre y apellido en el Mundial Juvenil de Australia. Era 1993, pero Gainza y el Athletic ya se habían adelantado al porvenir.