Artículo publicado por Alfredo Relaño en elpais.com el 04/01/2016
Aquel partido de fin de año, el 31 de diciembre de 1967, se presentaba duro para el Betis. Viaje largo, del Sur al Norte, un San Mamés embarrado, las uvas por fuerza en el tren de vuelta, y el precedente de que el Atlético de Madrid se había llevado un 6-1 de allí dos semanas antes, y eso que se presentó como líder.
La noche del sábado, ya en Bilbao, los jugadores, en su mayoría sevillanos, contemplaban con aprensión la lluvia desde las ventanas del hotel. Alguno, para animar al resto, dijo: “Tranquilos, Manolo es del Norte, ha jugado mucho por aquí. Es el ideal para frenar a éstos…”. Manolo era Manolo Villanova, portero del equipo. No era exactamente de por allí, sino de Zaragoza, pero había empezado su carrera por el Logroñés.
—Ya ves. Confiaban en mí, ¡y me llevé ocho! Claro que Uriarte estaba desatado entonces y aquella tarde se desparramó del todo. ¡Él solito me hizo cinco! Y eso que ya le conocíamos. En los saques contra el área pusimos a marcarle a Quino, que era el mejor de cabeza y de casi todo del equipo. Pero ni así…
Uriarte (Fidel Uriarte Macho, natural, como Panizo, de Sestao, margen izquierda) fue un jugador grande. Todos sus contemporáneos del Athletic le consideran el mejor de entre ellos. El propio Quino, desde su Cádiz actual, me sigue hablando maravillas de él:
—A mí me gustaban mucho Velázquez y Rexach, pero quizá Pirri y Uriarte fueran los más completos. Lo tenían todo: técnica, fuerza, presencia…Uriarte además hacía muchísimos goles, sobre todo de cabeza. Tenía un salto tremendo y una gran zurda.
Y recuerda una anécdota:
—En la selección juvenil coincidimos. Ya parecía un adulto. Nos ponían a comer en mesas de cuatro, con una botella de vino. Él buscaba tres que no bebieran para hacer su mesa y se metía la botella entera él solo, y como si nada.
Apareció en el gran fútbol de un modo llamativo. Aún estaba en edad juvenil cuando el club decidió elevarle, junto a Aranguren, a la plantilla profesional, con la temporada 62-63 en marcha. Por entonces, subir a un juvenil al primer equipo exigía dos condiciones: que hubiera sido al menos diez veces internacional juvenil y que pasara examen médico en la Federación, para acreditar que reunía condiciones físicas. Aranguren y Uriarte lo pasaron la tercera semana de septiembre del 62 y fueron declarados aptos. Aquello llenó a España de admiración: “Chicarrones del Norte”, se decía. Esa misma semana, el domingo 22, Uriarte debutó en Málaga, el mismo día, por cierto, que lo hizo Iríbar, por lesión de Carmelo. Esperó en Madrid tres días, entre el examen médico y el paso del equipo para recogerle, en los que se enamoró de los bocadillos de calamares.
No mucho más tarde, el 6 de enero de 1963, le vi por primera vez, en el Bernabéu. Di Stéfano compareció bajo una gran pita porque había hecho un anuncio de medias Berkshire que indignó a la afición madridista. Bernabéu tuvo incluso que pagar para que se retirase el anuncio, que se consideró un baldón. Uriarte tenía que encontrarse en el medio campo con Di Stéfano, cuando éste se retrasase. Años después pude hablar con él de aquel día:
—Di Stéfano, que pronto marcó un gol, me dijo luego: “Chaval, tú juegas bien, pero eres más de ataque. Mira, si tú no me sigues, yo no te sigo”. A mí me pareció un buen acuerdo, porque lo que me tiraba era el ataque. Y noté que cumplía. Así que le dejé tranquilo cuando arrancaba. Y, claro, nos metió otro gol. Nos ganaron 3-2. Y la gente acabó aplaudiéndole.
Para el Fin de Año de 1967, Uriarte ya era un consagrado. No jugaba en la media, sino de interior, con llegada, era habitual de la Selección. Aquella fue su gran noche: intervino en el primer gol, de Aranguren, e hizo el segundo, el cuarto, el quinto, el sexto y el octavo, de penalti, que le hicieron a él mismo. Tres fueron de cabeza, dos de ellos en saque medido de Aguirre y cabezazo ganando a todos. El sexto, cuarto suyo, fue el más comentado cuando TVE ofreció el resumen: se lanzó en plancha, a un centro de Rojo al segundo palo, y lo cabeceó a ras de suelo, patinando sobre la tripa con los brazos abiertos, como un hidroavión amerizando. Se pudo destrozar la cabeza en la cepa del poste. Aquellos cinco goles le colocaron con 15 en 14 jornadas, seis por encima de Luis y de José María, aquel gran extremo que se hizo en el Oviedo y que ya entonces era uno de los Cinco Delfines del Español.
Nochevieja feliz para Uriarte y triste para los béticos. Villanova tuvo permiso para pernoctar en Logroño, donde vivía su familia política. Viajó en tren y en la estación le recogió su mejor amigo de la ciudad, hincha de los bilbaínos: “Él estaba más avergonzado que yo, casi quería pedirme disculpas”.
El resto del Betis regresó en coche cama. Cada cual en su departamento, cabizbajos. Hasta que empezó a moverse algo aquello. Quino lo recuerda: “Claro, primero uno, luego otro, empezamos a animarnos, a decir que lo pasado, pasado está…”. Apareció champán que llevaba el tren, por el día especial, las uvas, las caras cambiaron, hubo bromas, chistes, canciones… Los ocho goles quedaron atrás.
En Sevilla algunos aún achacan aquellos ocho goles a la leyenda de que el viaje de ida fue difícil, con averías del autobús, y a que el Betis llegó tarde y cansado. Quino desmiente deportivamente esa versión: “Nada, nada. El viaje fue bueno, dormimos en Bilbao. Nos metieron ocho por la cara, nos arrollaron. Estaban muy fuertes y el barro no nos iba nada y ellos se crecieron”. El Athletic de aquellos años se quejaba mucho de que en el Sur le esperaban con los campos muy duros, sin regar. Y en San Mamés se cobraba esa cuenta.
Uriarte fue Pichichi ese año, con cinco goles de ventaja (los de Fin de Año ante el Betis) sobre Luis. Curiosamente, ese jugador tan norteño terminó su carrera en el Sur. El Athletic le dio la baja, al final de la 73-74. Tenía 29 años. Le dio la baja, pero le hizo un favor: el Málaga se interesó por él y el Athletic ocultó que ya le había anunciado al jugador la baja, cobró al Málaga cinco millones de traspaso y se los dio a él.
Con el gesto, el club premiaba a un jugador tan noble que incluso aceptó, cuando surgió Clemente con 19 años y él era ya figura, cederle el 10 y coger el 8 para que no hubiera polémicas. (Los clementistas lanzaron una campaña, con pegatinas en los coches, reclamando: Clemente, el 10 del Athletic). Esos cinco millones más los tres por temporada que recibió de ficha, hicieron que ganara más en sus tres años en el Málaga que en sus doce temporadas en el Athletic. El último lo jugó de líbero, dando salida al juego, y disfrutó otra forma de sentir el fútbol.
Uriarte aún sigue entre nosotros. Vive en Castro Urdiales, donde llegó a ser concejal. Aún se le ve paseando por allí, con una planta de futbolista que impresiona, pero siempre acompañado. Por desgracia, ya no puede recordar nada de esto. Pero aunque él no recuerde nada, su recuerdo sigue muy presente en el fútbol español.