Artículo publicado por Juanma Mallo en el diario El Correo el 08/06/2015
La afición rojiblanca ha exhibido un genial comportamiento, una demostración de civismo, en ese tsunami rojiblanco que se produjo en Barcelona hace diez días
Cuando Barcelona aún no se ha recuperado de ese par de días de mayo durante los que recibió una marabunta de aficionados del Athletic, hombres y mujeres, niños y niñas, adolescentes, aitites y amamas... Cuando todavía llegan los ecos de esos gritos incansables, absorbentes, con los que ese ejército de 70.000 fieles soldados trató de impulsar a la proeza al grupo de Ernesto Valverde, surge la reflexión de Josu Urrutia acerca del hecho de que se debería premiar a la hinchada vizcaína por ese civismo y ese estupendo comportamiento demostrado durante esas más de 48 horas que pasarán a la historia de una ciudad que también vive momentos históricos. Afirmó el pasado jueves el presidente del Athletic que más que sanciones por la pitada al himno de España lo que debería hacer la Comisión Nacional Antiviolencia es premiar a esas personas que se dejaron la garganta en un ambiente de comunión, de hermandad, sin incidentes reseñables. Todos los que disfrutaron de esas jornadas, entre el que esto escribe se incluye, pueden dar fe de que la concordia presidió el desembarco –se puede decir que literal porque incluso hubo una gabarra a los pies del monumento a Colón– en la Ciudad Condal. Cordialidad, simpatía... Algo que no sucede cuando se dan desplazamientos de tanta entidad –bueno, habría que mirar mucho, repasar registros, bucear en múltiples fuentes para encontrar algo parecido–: en esas ocasiones siempre aparece la reseña de detenidos, heridos y otro tipo de desagradables sucesos.
En Barcelona, en cambio, no ocurrió. Chapeau. Un premio, un reconocimiento, yo qué sé, pero algo se merece esa demostración de la afición del Athletic. Que la pasen en las televisiones de todo el mundo, a modo de un reportaje sobre cómo se puede vivir el fútbol, disfrutar de este deporte del balón, sin tener que recurrir a la violencia. Que saquen unas imágenes de Las Ramblas rojiblancas, o del Mercado de la Boquería, con esos asiáticos alucinados, como si hubieran visto a Godzilla, sacándose fotos con esos tipos que iban vestidos de rojo y blanco, y que no eran el mítico Wally; una acotación para los más jóvenes, Wally era el protagonista de un libro de los últimos años 80 que iba vestido de rojo y blanco, a rayas horizontales –Nike ya ha hecho el estropicio en la zamarra del Barça, ojalá no la haga en la del Athletic–, que había que buscar entre un montón de gente.
Pero volvamos a lo que nos ocupaba. A esa avalancha de buen rollo que impregnó Barcelona sin causar ningún tipo de contratiempo. Dejar de lado ese factor y dirigir el foco tan sólo a lo que ocurrió dentro del Camp Nou es cierto que parece un tanto excesivo. Al menos no se produjo esa suspensión del encuentro que habían pedido algunos dirigentes políticos. Como afirmó Ibon Areso, alcalde en funciones de la villa, hubiera sido «un auténtico escándalo». No sucedió, y el partido se disputó, con Messi en plan estelar, maravilloso, y ese buen rollo que se palpó en las calles de Barcelona también se disfrutó dentro de un coliseo culé tomado por la afición vizcaíno, salvo en ese momento en el que Neymar se pasó de listo, su cabeza se marchó a Brasil por un momento –¿qué hubiera sucedido si los protagonistas se hubieran cambiado y pongamos que Ibai le hace una ‘lambretta’ a Montoya?–, y dejó una chulería impropia de un profesional de, en teoría, su talla.
Por eso, por la entrega a un equipo, por su capacidad para empujar y dar aliento, por no crear ningún problema de entidad, por –esto lo dicen los hosteleros catalanes, los rectores de los autopistas– esos millones que se dejaron en una ciudad que solo puede aplaudir este tsunami rojiblanco, parece de justicia un reconocimiento a los hinchas bilbaínos. Hágase. De algún modo. Y si no lo hace Antiviolencia –eso de las peras y el olmo– que lo haga otra instancia, la Federación, por ejemplo. Al menos, desde aquí, les damos una medalla de oro. Sé que no les sirve de mucho, pero también es de agradecer su amabilidad cuando se les pedía su opinión sobre cualquier aspecto.
Por cierto, ¿por qué no se abre expediente y se critica a esa persona que insultó a Aduriz? ¿Por qué, como desveló Urrutia, las faltas de respeto a futbolistas del Athletic caen en saco roto, en la carpeta de los casos archivados? Gurpegui, Susaeta, el equipo en general... Esos menosprecios se acumulan y no sucede nada. No ocurre nada. A ver si ahora la Justicia, por primera vez, castiga a ese integrante de un medio digital por tergiversar la realidad –el futbolista guipuzcoano explicó que sonreía a su hija, y no por la pitada–, y, después, dedicar esas palabras de tan mal gusto a artillero rojiblanco.