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martes, 5 de marzo de 2019

José Díez, el tatarabuelo de la Liga

Artículo publicado por Jon Rivas en el diario El País el 04/03/2018

Socio del Athletic desde 1928, a su 104 años mantiene intacta su pasión y su memoria futbolística


José Diéz, el socio más veterano del Athletic. (FERNANDO DOMINGO-ALDAMA)

El 23 de noviembre de 1914, Frederick Beaconsfield Pentland, el primer gran entrenador en la historia del Athletic, llegaba a la prisión de Plotzensee, a las afueras de Berlín, donde pasó una semana antes de ser internado en el campo de concentración de Ruhleben, en el que quedaría recluido durante cuatro años durante la I Guerra Mundial. Eran tiempos revueltos.

Ese mismo día nacía en Bilbao José Díez. Tiene ahora 104 años, una memoria prodigiosa, una salud de hierro y mantiene intacta su pasión por el Athletic, del que es socio desde 1928, un total de 86 años en dos etapas. “Todavía voy cada partido a mi localidad de Tribuna Principal. El otro día me echó la bronca el médico”, cuenta Díez. Y tercia su hija Cristina: “Sólo falta cuando hace mucho frío y se juega tarde. Todavía se empeña en bajar la escalera hasta su localidad”. Hay otras, en su grada, habilitadas para personas con dificultades de movilidad, “pero le han dicho que, si cambia, perderá la suya, y no quiere dejarla”.

Es que José, al que sus nietos llaman Pepe —“pero de joven me llamaban Chechu”—, ocupa plaza en San Mamés desde el 1 de agosto de 1928. No es el socio más antiguo porque cuando comenzó la guerra, su padre le dio de baja. Volvió a inscribirse en junio de 1941. “Cuando tenía 14 años, un amigo le dijo a mi padre que ya tenía edad de ser socio. Me llevó a la Alcazaba, en Hurtado de Amezaga, donde estaban las oficinas del club, y me apuntó. Antes ya iba a San Mamés con mi padre. Eran partidos a mediodía. Mi madre se quedaba sola en la tienda. Me ponía en la grada de Capuchinos”. Todavía ni siquiera se había inaugurado la Liga en España, nacida en 1929.

El viaje hasta la sede rojiblanca fue corto. El padre de José tenía una tienda de ultramarinos en el número 36 de la misma calle, que alcanzó una importante fama. Allí se comenzaron a fabricar los polvorones Felipe II: “Exquisitos mantecados Regente y Escorial”, famosísimos en Bilbao, los más caros de la ciudad. “Cuando nos jubilamos mi hermano Fidel y yo, vendimos la patente a una empresa de Vitoria”. Se siguen fabricando, siguen siendo los más caros —y los más ricos—, pero a José le amargaron su centésimo cumpleaños. “Hablamos con los dueños de la fábrica para ver si podía ir a visitarla, pero nos dijeron que no”, recuerda su hija. Un feo detalle.

José prefiere hablar de ciclismo, de toros—“he viajado a montones de lugares para ver corridas, hasta a Venezuela”— y del Athletic. Posee un impresionante archivo de fotografías de todos esos temas. “Cuando era joven, iba a las tiendas de los fotógrafos que trabajaban en San Mamés. Las ponían en el escaparate para venderlas, y yo me compraba muchas”, recuerda. Con los álbumes delante, empieza a recordar. “Míster Pentland era un caballero, un gran hombre, pero no hablaba ni una palabra de español. Todo lo decía en inglés. Era encantador, tenía mucha gracia en su idioma”. Luego señala a Carmelo Goyenechea, el gran capitán de los años veinte, que se retiró del fútbol para no tener que hacerse profesional: “Fui con su foto a que me la firmara. Entonces no se hacía eso. Se enfadó mucho conmigo por pedírselo, casi me mata”, exagera, pero en el álbum está la rúbrica del futbolista amateur, por quien el Athletic financió una cama a perpetuidad en el hospital de Basurto.

Pepe recuerda aquellos años con nostalgia. “Cuando empezó la Liga, para enterarnos de los resultados de fuera de casa, teníamos que ir a las oficinas de la calle Ayala. Allí recibían las noticias por teléfono. Se abría la ventana, salía un empleado del club y decía si el Athletic había marcado, o si había ganado o perdido”. Eso era la información en directo que recibía el centenar de personas que se apelotonaban ante la sede. “Luego, al acabar el partido, el secretario general del club, el señor Gorostiaga, se iba a la tertulia del Café Bernabé, en la esquina de Alameda Urquijo, y allí se comentaban los resultados”. Era una tertulia de campanillas, en la que alternaban, además de Antón Gorostiaga, Indalecio Prieto, José Félix de Lequerica, Julián Zugazagoitia o Fernando de la Quadra Salcedo.

El fútbol era otra cosa en los tiempos de juventud de José Díez. “Uno de los mejores jugadores que he visto era Chirri II. Eran dos hermanos, los dos ingenieros, y un día de partido en San Mamés, contra el Alavés, en el que jugaba Antero, se equivocó y se llevó al campo las botas del otro. Yo andaba por allí con la bicicleta, así que llamaron por teléfono a su casa en Colón de Larraategui, y fui a buscarlas. Su padre ya las había preparado en un paquete”.

Con 104 años, Pepe todavía se acuerda de las figuras que vio pasar por San Mamés: “A Luis Regueiro le vi en el Real Unión. Del Barcelona me acuerdo de Samitier, Piera y Sagi Barba. Y en el Real Madrid estaba Ricardo Zamora, no había un portero como él, aunque en el Athletic jugaba Vidal”. Para él, claro, los favoritos jugaban de rojo y blanco. “Los mejores que he visto han sido Larraza y Panizo, bastantes años después. Jesús Larraza se mató en un accidente de moto cuando era joven, y le hicieron un monumento. Cuando murió, en el colegio de los Escolapios, donde yo iba, se rezó un rosario por él”. Conducía una Harley-Davidson y se estrelló en Dos Caminos, cerca de Basauri. El monumento está ahora en los jardines de las instalaciones de Lezama. “De los primeros que vi me gustaban Rousse y Acedo. También Cantolla, que corría como un demonio”.

José Díez se casó con Inés Larrañaga, que había nacido en Argentina. “Su padre jugaba de defensa derecho en el Athletic, pero la familia Olaso le compró una finca en Bilbao y le ofreció marchar a la Patagonia para administrar una gran hacienda. Sólo le pusieron una condición: tenía que casarse antes de viajar”. Eran otros tiempos. De caballeros. “Mire cómo vienen ahora vestidos”, le dice Pepe al periodista, reprochándole su aspecto. “Entonces se iba a trabajar con traje, corbata y sombrero. También al fútbol. Jugaba el Athletic en Ibaiondo, el estadio del Arenas, y sólo se veía gente bien vestida. Allí estaban Anduiza, que era médico, y Yermo, un atleta, que después de jugar al fútbol hacía ciclismo en el velódromo del campo. Cuando iba la gente de Bilbao a ver al Arenas, el maquinista del tren, al llegar al cruce del campo, tocaba la sirena y reducía la velocidad para que bajáramos”. Casi de etiqueta, también la gente trabajadora, inclemente con los futbolistas cuando jugaban mal. “Recuerdo una eliminatoria de Copa. El Racing le metió un 3-0 al Athletic en Santander. Cuando salieron al campo en San Mamés, les dijimos de todo. Vagos, sinvergüenzas… Les pedíamos que fueran a cargar sacos al puerto. Reaccionaron y ganaron 5-1, y ese año la Copa”.

A Pepe sólo se le ensombrece el semblante al hablar de la Guerra Civil, en la que participó. Prefiere cambiar de tema, aunque cuenta: “En el frente del Ebro me dispararon cuando iba con un caballo. Lo mataron, y yo tuve que esconderme detrás del cuerpo para no morir”.

Asegura que “el fútbol de ahora es sólo espectáculo”. “No me llena. No sé, casi no chutan a puerta, no tienen fuerza”, dice. “Además sólo piensan en el dinero. Mi mejor amigo era Antonio Ortiz, Tolín. Un día llegó José María Unibaso, Joma, que era periodista de La Gaceta y también jefe de la Policía Municipal, y nos dijo: ‘Ustedes vengan conmigo’. Yo pensé, ¿qué querrá? Pero era que querían ficharle para el Athletic. Fuimos a las oficinas y le dijeron que pusiera las condiciones. ‘¿Qué condiciones?’, dijo Tolín. ‘Ninguna. Jugar”. Ortiz fichó después por el Celta, el Racing, el Real Madrid y el Zaragoza.

José dice que la época de Clemente no estuvo mal; recuerda que una vez vio entrar a la policía a caballo en San Mamés, “después de que una mujer que estaba enamorada del portero Blasco le atizara un paraguazo al árbitro”, y sentencia que los seguidores rojiblancos “pueden pensar lo que quieran, tener las ideas que quieran, pero al entrar en San Mamés sólo se puede pensar en el Athletic”.