Translate

lunes, 5 de febrero de 2018

El león que nunca fue cachorro

Artículo publicado por Bruno R. Iglesias en www.panenka.org el 05/02/2018


Finales de verano de 2016. En Lezama seguían preguntándose quién iba a ser el cuarto central del plantel. En primer lugar estaba Aymeric Laporte, un central que de un verano a otro podía abandonar la disciplina bilbaína para unirse a las filas de un equipo poderoso en Europa. En segundo lugar, Xabier Etxeita, que iba a ir alternándose en la titularidad con Eneko Bóveda. Viendo que no había prisa por tener un jugador maduro, confiaron en el plantel. Ahí había dos centrales entre los que escoger: Óscar Gil y Yeray Álvarez. La oportunidad era para el segundo.

El bueno de Yeray tenía por delante una ardua tarea. Sabía que su papel no iba a ser, ni mucho menos, imprescindible. De hecho, rezaba para poder gozar de minutos suficientes para poder demostrar algo. Viendo a Laporte como indiscutible, sus duelos debían ser con Etxeita y Bóveda. Lamentablemente, una lesión del segundo le dio la oportunidad de debutar un 15 de septiembre en la Città dei Tricolore, ante el Sassuolo. Pero todo había empezado mucho antes.

Sus inicios competitivos empezaron en el fútbol sala. De ahí que destaque su técnica y su salida de balón, con buen regate y la pelota pegada al pie. Tras pasarse dos años en una pista de futbito, y tres en una de fútbol siete, pasó al Barakaldo, donde estaría dos años más.

Tal como destacó en La Inmaculada, también lo iba a hacer en Barakaldo, donde en su último año iba a entrenar en Ortuella. En uno de esos entrenamientos, el Danok Bat, se enamoró de él. La mejor escuela de fútbol formativo de toda Euskal Herría lo llamaba. Quería seguir adelante. Pero no duraría mucho ahí. Tras un año de alevín en la temporada 07-08, se mudaría a Lezama.

Hacer carrera no le ha sido nada fácil. Su estatura hacía que los entrenadores, de buenas a primeras, no lo quisieran en sus equipos. Le costaba Dios y ayuda convencer a los técnicos de que se podía ser un gran central con 183 centímetros de altura. Ante esta dificultad, se sobrepuso y entrenó más duro. Hasta tal punto, que desarrolló un sentido de la anticipación que le hace ganar muchos balones por arriba sin ser muy alto. Tan ducho por arriba como por abajo. Un vago recuerdo a Puyol viene a la cabeza de muchos cuando lo ven jugar: “es un honor que me comparen con Puyol”, dijo en su día. “Lo hacen porque dicen que voy con todo. Siempre es el defensa que más me gustó”. Pues eso.

Valverde se deshacía en elogios hacia él. El actual entrenador azulgrana dijo tras ganar 5-3 al Genk que era “un fenómeno. No se aprecia su juventud, se atreve con el balón y está muy fuerte en las disputas. Parece que lleva jugando mucho tiempo”. Como si nunca hubiese sido un cachorro.

Toda esa fortaleza, serenidad y pelear hasta el último suspiro lo aprendió antes de la gran disputa. El día 22 de diciembre de 2016 el joven barakaldés no entraba en la convocatoria del partido de vuelta de dieciseisavos de final de la Copa del Rey. La gente se preguntaba a santo de qué el central, que venía completando 6 partidos en su totalidad, causaba baja. Al día siguiente entendían por qué.

Su nombre copaba todas las portadas y abría todos los noticiarios deportivos: “Yeray Álvarez, el joven jugador del Athletic, tiene un tumor en el testículo”. Duro golpe para un chaval que debutaba hacía algo más de tres meses y que se había consolidado en el once titular del equipo del ‘Txingurri’. Sin embargo, toda la camada de leones se volcaba con él. Llovían mensajes de apoyo a espuertas. Recibía el cariño de su familia, del club y del resto del panorama futbolístico español. Por entonces, se paraba La Liga por Navidad. Pero el club vasco no dejó pasar el siguiente partido en casa. Debían ganar. Por él. Se lo merecía.

Llegaba el día de Reyes y el Nuevo San Mamés le iba a rendir un homenaje a Yeray en el minuto 27, que por entonces era el dorsal que lucía su zamarra. Él, mientras tanto, lo iba a ver en la grada al lado de Óscar de Marcos. En el pasto, y tras un intercambio de centros y posesiones, en el minuto 25 Iturraspe interceptaba un pase de Iniesta. Recogía San José el balón, que cedía a Aduriz. Tras una breve conducción sin oposición alguna y con Jordi Alba recogiendo amapolas, abría para Raúl García, que centraba al segundo palo donde se encontraba, cómo no, el bueno de Aritz más solo que la una. El partido no había podido empezar mejor.

Dos minutos más tarde, la parroquia ovacionaba a Yeray. Todos sacaban papeles con mensajes de apoyo al baraka con frases como “Zurekin Gaude” o “Eutsi Yeray” y el partido dejaba de ser importante porque su cachorro (que ya no lo era tanto) estaba pasando un momento difícil. A su vez, en el césped, Alba sacaba un centro a Iniesta, que se la devolvía para que se deshiciera de ella. Iturraspe, otra vez, interceptaba el balón con un testarazo hacia delante que caía a Aduriz, que cedía de espuela a Iñaki Williams y, de primeras, perforaba el arco que defendía Ter Stegen. En San Mamés estallaba el júbilo y la cámara iba directa a Yeray, que aplaudía a rabiar y sonreía como un aficionado más. El resto del partido ya no importa. El Athletic había conseguido la victoria.

Pasaba un mes de recuperación y Yeray volvía jugar. Casualmente, contra el Barcelona, jugaba 90 minutos en el día de su vuelta. Desde ahí hasta el final de temporada, solo se perdería dos partidos más, ayudaría a Los Leones a acabar séptimos en la tabla y entrarían así en la Europa League. A ver si en 2018, por lo menos, pasaban de dieciseisavos.

Acabada la competición doméstica, Yeray estaba concentrado con la selección española sub’21 y esperaba ser titular ante Macedonia en el debut de la Eurocopa de Polonia. No obstante, el destino cambiaba sus planes en un control médico rutinario programado por los médicos para el seguimiento de la evolución de su tumor testicular: Yeray debía abandonar la selección y regresar de urgencia a casa. Había recaído. El tiempo estimado de baja era de 3 meses, pero nadie quería ponerse plazos antes de hora. Debía hacerse el tratamiento complementario de quimioterapia para acabar con el tumor. Tocaba remar.

La Rojita luchó hasta el final para ofrecerle el campeonato europeo, pero cayeron rozando la copa y llevándose la medalla de plata. La plantilla rojiblanca al completo, por su lado, al comenzar la pretemporada tomaba una decisión que iba a darle un empujón más al joven central. Se cortaban todos el pelo al cero para decirle que no estaba solo. Eso dejaba patente la unión del vestuario. El león iba a por todas y lucharía por volver al verde cuanto antes.

Iban pasando los días y los tres meses que le daban de baja se convertían en cuatro. Después en cinco. Llegaba el 2018 y Yeray solo había podido volver a sentirse jugador en un partido jugado en la Premier U23 en Gales ante el Swansea, en una cita prevista para que el central fuera fogueado al debut en la Liga. Era un paso, pero no es lo mismo.

Empezaba el 2018 y en el primer partido del año, en casa y ante el Alavés, Yeray Álvarez era convocado otra vez. En el minuto 64 Aduriz marcaba el 2-0 y Yeray salía a calentar. Pasaban los minutos y no entraba. Primero Beñat. Minutos más tarde Lekue. Al final, dejan de calentar todos y el cuarto árbitro, en el minuto 90, saca el cartelón. La parroquia bilbaína esperaba con ansias que el número 5 apareciese en él. Sin embargo, es el 19. Sabin Merino entra por Aduriz y el central se queda sin jugar. Los pitos que suceden a la noticia trocaban en aplausos para su delantero. Pero la palabra tristeza envolvía el ambiente. Querían volver a ver a Yeray en su propio jardín, en San Mamés. Tocaría esperar.

Pasaban las semanas y Yeray seguía sin debutar. Se cerraba el mercado de traspasos con un cambio importante: Laporte ponía rumbo a Manchester con Pep y llegaba Íñigo Martínez, previo pago de la cláusula de rescisión. Un cambio serio que tomaba la titularidad de Montilivi el día 4 de febrero. Día Mundial Contra el Cáncer. La derrota por 2-0 y el final de una racha de diez partidos sin perder dejaba de importar cuando se veía a Yeray sobre el césped. El motivo de felicidad era la sonrisa del león, que parece ser que nunca fue cachorro, y que volvió 259 días después para rugir con más fuerza que nunca.