(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 13 de mayo de 2009)
El punto de ebullición
El Athletic había ganado la Liga una semana antes. La hinchada era feliz y el equipo de Javier Clemente vivía en una nube tras firmar su segundo título consecutivo. Pero quedaba una cuenta pendiente: la Copa. Habían pasado once años desde la última; once largos años en los que el Athletic, aparte de no poder celebrar ninguna conquista en su torneo predilecto, sufrió la derrota más dolorosa de toda su historia. Nos referimos, por supuesto, a la final perdida ante el Betis en la temporada 1976-77, semanas después de otro golpe histórico como fue caer en la final de la Copa de la UEFA ante la Juventus. Toda una generación que disfrutó deslumbrada del espectáculo que ofreció el equipo de Koldo Aguirre entendió que la vida es una valle de lágrimas con aquel suplicio chino que alcanzó su clímax en los penaltis fallados por Dani, Villar e Iribar.
Había que resarcirse de aquel golpe bajo y regresar a la cima en el torneo más querido. Y había que hacerlo ante el Barcelona. Los culés eran el peor rival posible y ello por dos razones. La primera era el tipo de equipo que integraba aquel Barça de Menotti. Hablamos de un Barça de cemento armado, nada que ver con otros grandes bloques de la historia azulgrana, ni de los anteriores a él -los de Kubala o Cruyff-, ni de los posteriores -el 'Dream Team' o este 'Wonderful Team' de Guardiola-. Menotti tenía un escuadrón de tipos duros. Ni siquiera su verbo florido podía ocultar el aroma legionario que destilaba su tropa. Imposible hacerlo teniendo una plantilla formada por gente como Sánchez, Migueli, Alexanco, Moratalla, Julio Alberto, Periko Alonso, Víctor, Rojo, Calderé, Clos, Marcos, Esteban, Carrasco, Schuster y Maradona.
No es extraño que al Athletic campeón de Clemente, un equipo blindado, de enorme presencia y despliegue físico, se le diera mal aquel Barcelona. Venía a ser como la horma de su zapato. Esa misma temporada, de hecho, los rojiblancos, pese a alzarse con el título de Liga, habían perdido sus dos partidos contra los culés: 4-0 en el Nou Camp en un partido famoso por la lesión de Goikoetxea a Maradona, y 1-2 en San Mamés, con el 'Pelusa' tomándose la venganza y marcando los dos goles de su equipo.
La segunda razón que convertía a los catalanes en el peor rival posible eran las tensas relaciones entre los dos clubes a raíz precisamente de la lesión de Maradona. Se abrió la veda y dos históricos que durante décadas habían mantenido unas relaciones ejemplares acabaron tirándose los trastos a la cabeza. El ambiente se fue pudriendo durante meses y se hizo irrespirable en los días anteriores a la final. Clemente y Maradona intercambiaron insultos mientras la designación de Franco Martínez era recibida con abucheos en ambas trincheras. Menotti, por su parte, volvió a poner su granito de arena para rebajar la temperatura. «El Barcelona está preparado incluso para replicar a una determinada violencia con la misma violencia», declaró en vísperas de la cita. Todo muy alentador, en fin.
El masajista disfrazado
La caldera se había alimentado tanto que el 5 de mayo la tensión era máxima. El Athletic estaba alojado en el Hotel Mindanao. Durante la merienda, el silencio en el comedor era de película de miedo. Se oían hasta las cucharillas tocando en las tazas cuando los jugadores revolvían sus cafés. Durante el trayecto en autobús hasta el Santiago Bernabéu, el nudo en el estómago de los futbolistas fue creciendo. Madrid estaba vestida de rojo y blanco. La afición del Athletic había protagonizado el desplazamiento masivo más numeroso de la historia del fútbol español -55.000 personas- y muchos jugadores bilbaínos comprendieron entonces que la Liga podía ser más importante, pero que la Copa era algo único.
Entraron en el Bernabéu como los gladiadores en el coliseo. Eran gente valiente, al mando de dos sargentos de hierro, supervivientes de las finales del 77, Dani y Goikoetxea. Dos clásicos. Pero tanta tensión no podía ser buena. El que mejor lo comprendió fue Natxo Biritxinaga, el hijo del mítico Perico. Viendo a sus muchachos tan tensos, pasó a la acción. Sólo faltaban unos minutos para saltar al campo cuando, en mitad del calentamiento que los jugadores realizaban en el vestuario, 'Biritxi' apareció disfrazado de Eva Nasarre, con un maillot de gimnasia, una cinta en el pelo y los labios pintados. Las carcajadas se oyeron en la Puerta de Alcalá y fueron una liberación para el equipo, que saltó al campo con tres sorpresas en la alineación: Núñez, Patxi Salinas y Endika.
Impotencia culé
El partido fue un choque de trenes. Saltaron chispas desde el principio. En el minuto 14, Endika recibió un pase magnífico de Argote y, con un temple extraordinario, batió por bajo a Urruti. Fue una jugada decisiva. Animado por la ventaja, el Athletic se afanó en una brutal labor de desgaste para maniatar al Barcelona y dejar que corriera el minutero. Y lo consiguió. Los de Menotti quedaron amordazados y atados a la silla. La afición del Athletic era un manojo de nervios, pero la realidad es que el Barça apenas dispuso de ocasiones frente a la portería de Zubizarreta: un disparo blando de Maradona, un cabezazo de Schuster...
Los culés se fueron desesperando y menguando a medida que pasaban los minutos y el Athletic rugía y crecía en busca de un doblete que no se celebraba desde 1956. La impotencia del Barça quedó personificada en el 'crack' argentino. Con el pitido final se llegó al punto de ebullición y la caldera estalló. Maradona agredió a Núñez, noqueó a Sola dejándole diez minutos inconsciente y provocó una tangana bestial, la más vergonzosa de la que se tiene noticia en el fútbol español.
Ahora bien, no fue suficiente para rebajar la alegría de una afición entusiasmada. Sus chavales habían vencido al poderoso Barcelona. De nuevo, como en el principio, como en aquel lejano 1902 y ante el mismo rival de entonces, la victoria había sido una cuestión de orgullo.