Artículo publicado por Jon Rivas en El Observador Rojiblanco (nº 2 Enero)
Hace unos días, en plenas navidades, se me ocurrió curiosear por una tienda de ropa deportiva de ocasión, uno de esos outlets que se pueden encontrar ahora en cualquier parque comercial. Era ya casi la hora del cierre, estaba semivacío, así que todos los clientes quedaban a la vista. En la zona de las zapatillas deportivas vi una cara conocida. Era una jugadora del Athletic de la que no voy a dar el nombre, con varios años ya de experiencia en el club, algunos títulos a sus espaldas, deportivos y también universitarios, y siempre dispuesta a darlo todo por su equipo, en el campo y fuera de él.
Se estaba comprando unas zapatillas. Me extrañó. Le pregunté: «¿A vosotras no os patrocina ninguna marca deportiva?» Y me contestó: «Bueno, estas son para un regalo, pero no. Como mucho nos dan las botas para jugar». Faltaría más que una jugadora de primer nivel, y en pleno siglo XXI tuviera que comprarse las botas como hacían Pichichi, Belauste y todos los jugadores del Athletic en las dos primeras décadas del siglo XX. Pero en fin, mi pregunta encontró la respuesta que no esperaba. En mi infinita ingenuidad pensaba que si no un patrocinador personal, algo que tienen muchos de los futbolistas de las categorías inferiores del Athletic, que reciben toda clase de material deportivo, sí al menos las jugadoras del primer equipo contarían con el suministro de la marca deportiva que viste al Athletic; que el club habría negociado que sus jugadoras recibieran colectivamente el mismo trato que algunos cadetes, por ejemplo, en los que se fijan las grandes multinacionales haciendo apuestas de futuro.
Al parecer no es así, y tampoco es justo achacar al club y su directiva que las jugadoras se tengan que comprar en un outlet las zapatillas de deporte que gastan. El Athletic les ofrece la posibilidad de jugar en un gran equipo, les da de alta en la seguridad social y en muchos casos les ha buscado un trabajo para completar el exiguo sueldo que reciben. Así está el fútbol femenino, en el que el Athletic ha sido importante hasta ahora y seguirá siéndolo con su filosofía, aunque la LFP ya amenace con inmiscuirse y algunos clubes empiecen a gastarse dinerales en comprar jugadoras. Pero en este relato del estado de la cuestión ha quedado retratada una parte de esa supuesta afición rojiblanca –supuesta, entiéndanlo bien–,y también parte de la clase política. Se unieron todos hace muy pocos meses, en el clamor que reclamaba la Gabarra para pasear el trofeo de Liga mediante declaraciones públicas y recolecta de firmas en las que solicitaban igualdad de trato para unos y para otras.
Pero la mecha se les acabó enseguida. Al de un par de días estaban de vacaciones y al regreso ya no se acordaba nadie del asunto. Ningunó retomó las reivindicaciones a la vuelta de la playa. Se podían esperar multitudes en el retorno de las chicas a los entrenamientos, en los partidos de Liga o en el choque que jugaron en San Mamés en la Champions femenina. Hubo una buena entrada, sí, pero ni con mucho llegaban los espectadores al número de firmas que se recogieron a favor de la gabarra. Por supuesto, al padre de la iniciativa ni se le ha visto ni se le espera en los partidos de Liga; los políticos que se subieron a surfear en la ola tampoco han aparecido por la tribuna Piru Gainza para dar su aliento y apoyo. Claro está, pensándolo bien, esto es lo que cualquiera con dos dedos de frente hubiera esperado.