Artículo publicado por Alfredo Relaño en el diario AS el 25/02/2016
Estábamos viendo el partido del Atleti en la tele cuando llegó la noticia: ha muerto Iriondo. Me dolió. No le vi jugar, pero la veneración que acompañaba el recitado de aquella delantera entre mis mayores me hizo concebir un enorme respeto por los cinco, uno a uno o en conjunto. Y conste que mis mayores eran, como yo mismo, de Madrid. No hacía falta ser de Bilbao para reverenciarles. Ya sólo quedaba él, reclutado por el Athletic al poco de terminar la guerra, tras una prueba entre soldados del cuartel de Garellano. Antes sólo había jugado un partido ‘de verdad’, en el Guernica.
De Guernica era, y vivió el bombardeo. La muerte pasó de largo y le permitió disfrutar una vida plena, con el fútbol y la familia como ejes. Aquella delantera fue creación de Iraragorri, ‘El Chato de Galdácano’, que formó parte de la Selección de Euskadi en el exilio y tras la guerra, superando dudas y temores, regresó. No fue molestado. Jugó todavía en este ataque: Iriondo, Panizo, Zarra, Iraragorri y Gaínza. Luego pasó a entrenador, metió a Venancio y cambió de lado a Panizo. La familia de Iraragorri regenta un hotelito precioso en Galdácano, que es a la vez como un estuche que guarda sus memorias.
Juntos los cinco sólo jugaron 55 partidos, pero su aura sigue presente. Regalaron ilusión a un país pobre y dolorido, y predicaron un ejemplo de nobleza que toda España valoró. Se fueron marchando uno tras otro. Sólo quedaba Iriondo, que tras jugar tuvo éxito como entrenador. Ganó la Copa con su Athletic. Y con el Betis, contra su Athletic. La última vez que le vi comimos frente a la ola de Mundaka, con Nika Cuenca, que le hizo una entrevista para AS. Lo único que le preocupaba ya era no ver al Athletic en Segunda. Tranquilo, maestro, que el Athletic sigue en Primera. Y para los restos.