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jueves, 28 de abril de 2011

Mujeres del Athletic

"Todavía suena raro decir en casa que lo tuyo es driblar o de que, si tienes la regla, no puedes tomar nada porque das positivo"

Articulo publicado por Jon Uriarte en el diario El Correo (25/04/2011)

Jon Uriarte
Apoyada en el cristal miraba hacia la noche escondiendo una pesada lágrima. Era mujer y era portero. O portera, como ella proclamaba. Sus compañeras reían y se abrazaban tras vencer sobre el verde a un equipo portugués. Intentaba sumarse, pero no podía. El día anterior, un mal golpe le había roto el tobillo. Y con él, el alma entera. La gran oportunidad que le daba el fútbol, se le escapaba como un balón mojado entre los guantes. Por eso lloraba. Por rabia y por pena. La rabia de no vivir, en otros campos y autobuses, futuras penas. Fue en otra vida, trabajando en televisión, cuando la conocí. Pero la recuerdo como si fuera ayer. Este año, el Athletic femenino no jugará el play-off por el título de la Superliga. Por eso tiene más sentido este artículo. Aplaudir cuando todo sale bien, lo hacen hasta las focas. Demasiado simple.

Allá por 2003, elaboramos un documental dedicado a ellas. Eran campeonas de la Superliga y jugaban en Bilbao la previa de la UEFA Women's Cup, equivalente a la Champions masculina. Decidimos seguirlas una semana. No fue fácil. Esas televisiones que creen que poner a una mujer mona al frente de la sección de deportes es suficiente paridad miraron hacia otro lado al recibir el proyecto. «El fútbol femenino no interesa», nos decían con una sonrisa preñada de condescendencia. De nada sirvió que les recordáramos un San Mamés con 40.000 almas aplaudiéndolas, de populosos recibimientos o del auge de esta disciplina en Barcelona, Alicante o Madrid. Tras sentir en las narices el grosor de varias puertas, fue ETB quien nos las abrió. Pero tendríamos que hacerlo por la mitad de lo habitual. El motivo: no había presupuesto para programas especiales y, seguro lo adivinan, era arriesgado. Lo aceptamos. Sobre todo, por la disposición de las jugadoras y del entrenador.

Acostumbrado a las estrellas que orinan de pie, parece que colonia, sorprendían trato y circunstancias. La delantero centro se levantaba a las cuatro de la mañana. Hasta las ocho limpiaba una cafetería y después cuidaba a un niño. A la una regresaba a casa para ocuparse de lo suyo y lo de su marido, un camionero al que apenas veía. Por las tardes, entrenaba. La defensa central trabajaba como jardinera municipal. Curioso. En ese césped, sin público, era donde se ganaba los euros. La lateral derecho despachaba en la tienda de deportes familiar y la que tapaba la izquierda era profesora. Y así todas. Quien no trabajaba, hincaba codos para labrarse el futuro que les negaba el balón. Porque esto no era Alemania, ni Estados Unidos, donde una mujer podía ser futbolista y vivir de ello.

Visto el panorama, esperábamos recibir quejas y lamentos. Todo lo contrario. Nos hablaron de sus ilusiones, de lo difícil que es tener pareja en una vida sin respiraderos, de que todavía suena raro decir en casa que lo tuyo es driblar o de que, si tienes la regla, no puedes tomar nada porque das positivo. Pero, sobre todo, nos abrieron sus vidas. Compartimos la liturgia del vestuario, el sabor de las victorias, los viajes tras la derrota y sus quimeras deportivas. Jamás antes ni después he visto, en los ojos de un deportista, aquella mirada. Miento. Dos veces. En Somarriba y Pasaban. Dos mujeres. Quizá por eso el programa fue un éxito. Tanto, que volvieron a emitirlo. Recibimos una felicitación de la cadena y poco más. Daba igual. Nos bastaba con el agradecimiento de unas mujeres que fueron capaces de mostrarnos cómo era el fútbol antes de vender su alma. Equipo, trabajo, autobuses, barro, humildad, incertidumbre, valores.

He omitido nombres y entremezclado oficios porque no sé qué fue de ellas o si querrán asomar por estas líneas después de tanto tiempo. Pero quiero darles las gracias por demostrarnos lo que es ser ellas en un mundo de ellos. Sin misterios ni ministerios. Con la verdad. Como la que llevaban aquellas lágrimas. Las de alegría de las jugadoras y las de rabia de la portera. En ellas vi reflejado, juntos y como nunca, el orgullo de unas mujeres y el escudo del Athletic.