(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 25 de abril de 2010)
Mister Pentland adoraba el buen toque de balón, la velocidad, la correcta ocupación de los espacios y la inteligencia del futbolista
El Athletic homenajea estos días a mister Pentland, una leyenda. La disculpa de la exposición, abierta desde el pasado lunes en el museo del club, es un aniversario: los ochenta años del primer título de Liga obtenido por los rojiblancos, el de la temporada 1929-30, con el técnico inglés al frente de un equipo irrepetible. Pocas cosas más justas que este reconocimiento a Frederick Beaconsfield Pentland (Wolverhampton, 1883, Litchett Matravers, 1962), una figura clave en la historia del Athletic. En lo deportivo, desde luego, se hace muy difícil encontrar una personalidad equiparable a la suya en importancia. Y no lo decimos porque ningún otro entrenador rojiblanco haya alcanzado su palmarés -2 Ligas y 5 Copas-, sino por el decisivo papel que tuvo a la hora de forjar la personalidad futbolística del Athletic.
Pentland merece que vayamos más allá de las convenciones a las que le asocia una inmensa mayoría de los aficionados, más allá del bombín y del habano. Hay que conocer a Fred Pentland, por ejemplo, para poder hablar con propiedad sobre el estilo de juego del Athletic, un tema acerca del cual, ocho décadas después, aún se sigue debatiendo. La controversia parte de un malentendido que no ha podido ser erradicado. Lo comprobamos con frecuencia, mayormente cuando el equipo rojiblanco decide abonarse al patadón y el tentetieso, cuando desprecia olímpicamente el buen manejo del balón. Para muchos despistados, este tipo de fútbol cavernario es una seña de identidad del Athletic. Fuerza, garra y la inevitable tosquedad con la pelota de unos vascos muy brutos. ¿Entre cuántos aficionados se ha extendido la idea de que éste es el fútbol propio de los leones?
La realidad, sin embargo, es otra bien distinta. Y nada como recordar el magisterio de mister Pentland para entenderlo. El técnico de Wolverhampton llegó al Athletic por primera vez en 1922. Era ya un profesional de categoría contrastada. Había sido un delantero de primer nivel en el Blackburn Rovers, Queens Park Rangers y Middlesbrough, además de internacional con Inglaterra en cinco ocasiones. Como entrenador, había dirigido a la selección olímpica alemana, a la francesa durante los Juegos de Amberes y al Racing de Santander. El hombre tenía un caché y el conde de Vilallonga, presidente del Athletic, no tuvo otro remedio que rascarse el bolsillo para su contratación: 1.500 pesetas al mes de sueldo y la recaudación íntegra de un partido amistoso.
Era mucho dinero, pero el club no estaba entonces en disposición de grandes regateos. La marcha definitiva de mister Barnes en 1921 había dejado muy tocado al equipo y el experimento de una dirección técnica compartida entre los ex jugadores Juan Arzuaga y Luis Iceta y el capitán del equipo, Germán Echevarría, había estallado en las manos a los dirigentes del club. Lo cierto es que Barnes había sido muy importante para el Athletic y era lógico que su ausencia significara un trauma. Bajo su mando, los rojiblancos habían conquistado las Copas de 1914, 1915, 1916 y 1921. Y no sólo eso. El entrenador londinense fue el que introdujo en el Athletic el estilo inglés y decretó el final del 'passing game' escocés que el equipo había practicado hasta entonces. «Yo introduje en el antiguo Athletic el juego rápido y de pases largos, llevando el balón de ala a ala, con chutadores rápidos en el centro», declaró el propio William Barnes. Y así fue.
El sello inglés ya estaba, pues, instalado en el Athletic cuando Frederick Pentland llegó por primera vez a Bilbao. «Yo trato de enseñar a mis jugadores el fútbol que se practica en la Primera División inglesa», contestó, cuando los periodistas bilbaínos le preguntaron por su ideario. El nuevo míster, sin embargo, se encontró con un serio problema: la plantilla estaba cambiando y el equipo había perdido precisión en su juego. El viejo 'kick and rush' se había deformado, atacado por un virus letal: la falta de calidad técnica, el maltrato al balón. Pentland intentó solucionar este problema. Y es que sin calidad técnica, sin «jugadores completos» como le gustaba decir, su propuesta de fútbol no tenía sentido.
En su primera etapa en el Athletic, que se prolongó durante tres temporadas, Pentland consiguió a medias sus propósitos. Ganó la Copa de 1923, en una final histórica en la que el mister demostró ser mucho más práctico que dogmático. Contra el Europa, ante 30.000 aficionados que aullaban en Las Corts a favor del equipo barcelonés, no dudó en plantear un partido muy defensivo y, tras el gol de Travieso a la media hora, ordenar un cerrojo de tomo y lomo. Fue su único título en aquella primera aventura con los leones. La calidad del equipo no dio para más. Su trabajo, pese a todo, fue notable y, en gran medida, revolucionario. Son de sobra conocidas sus enseñanzas en cuestiones básicas como chutar con el empeine o la puntera o atarse bien las botas, para lo cual, decía, había que aprovechar hasta el último agujero y luego pasar los cordones por debajo de la suela. Aparte de ello, el técnico inglés estableció las sesiones de entrenamiento, con horarios estrictos, los martes y los viernes, e introdujo novedades como la de utilizar una portería móvil, de forma que el césped de las áreas no quedara destripado de cara a los partidos.
Ejemplo de profesionalidad
Además de ello, Pentland se hizo querer y respetar por una plantilla en la que comenzaba a debatirse la cuestión del profesionalismo. El inglés, ejemplo de profesionalidad, tenía muy claro cómo debía ser su relación con los jugadores. En la exposición abierta en el museo del Athletic se rescatan algunas frases suyas a este respecto. «El respeto del jugador se debe ganar demostrándole que se sabe más que ellos, no por exceso de severidad», dice una. «Es el momento de marcharme. Los jugadores ya son demasiado amigos míos», dice otra, de 1933. También hay una sentencia memorable que resume el exquisito sentido del 'fair play' que tenía el entrenador de Wolverhampton; una educación deportiva que, desde entonces, la afición del Athletic ha buscado, con mayor o menor fortuna ciertamente, en todos los inquilinos del banquillo rojiblanco. «Cuando se pierde un partido no se debe decir nada. Cuando se gana, menos».
Mister Pentland no hizo otra cosa que ganar y callarse como un caballero en su segunda etapa en el Athletic, entre 1929 y 1933. Fueron unos años gloriosos y definitivos para terminar de modelar la personalidad del Athletic. La filosofía del club, que venía insinuándose desde los años de la Gran Guerra, acabó de prender y extenderse con las victorias y hazañas goleadoras de un equipazo formado exclusivamente por jugadores vascos. También el estilo del Athletic quedó entonces definido para siempre. El gran equipo de los cuarenta, de hecho, vino a ser una continuación del de los treinta. ¿De quién habían aprendido Roberto Echevarría y Juanito Urquizu si no de su admirado y querido mister Pentland?
Se trataba de un fútbol directo, rápido y vertical, basado en una serie de mandamientos sagrados: velocidad, garra y ardor en la recuperación, balones largos bien medidos, buenas aperturas a las bandas, centros templados al área y muchos remates a gol. Todos los que fuera posible. ¿Un fútbol sencillo? Pues no. Lo único sencillo eran los conceptos. Su materialización, en cambio, era muy complicada. Obligaba, entre otras cosas, a tener una precisión de relojero con la pelota; algo al alcance de muy pocos. De ahí que tantas veces este tipo de juego, interpretado por malos futbolistas, se transforme en una burda caricatura de melonazos sin sentido. En la exposición de San Mamés puede verse un vídeo de 'Pichi' Garizurieta, rodado con motivo del Centenario, en la que 'El arquitecto' se enorgullece del magnífico toque de balón que tenían todos los componentes de aquel equipo campeón. El míster disfrutaba con ellos. De Garizurieta, por ejemplo, dijo que era un «artista del balón» y de Chirri II, una de sus debilidades, que era «un científico que cuando tenía su día se burlaba del Lord Mayor de Londres».
No al desorden
No es extraño que Frederick Pentland les diera libertad en el campo. Y eso que el míster estaba obsesionado con la correcta ocupación de los espacios, primero en torno al 2-3-5 y luego con el 2-5-3. No soportaba el desorden. Las piezas, pensaba, debían de estar en su sitio para que el engranaje funcionara. «La paciencia es la principal virtud del wing (el extremo)», llegó a escribir Pentland en su serie de artículos 'El arte de preparar un equipo de fútbol', que publicó en el diario 'As'. Se refería el técnico a la importancia de que el extremo no abandonara su sitio por un exceso de impaciencia, por ser incapaz de esperar a que le llegara la pelota. Ahora bien, una vez que el futbolista tenía la pelota en sus pies, le daba plena libertad. Bueno, casi plena. Tampoco le gustaba nada que el juego se ralentizara, salvo causa de fuerza mayor, de manera que a los 'wings' les daba otra consigna. «El extremo no debe pasar sino centrar. Sólo debe pasar cuando está muy adelantado respecto a sus compañeros». No hace falta decir que esta exigencia de velocidad y tensión es la que explica las goleadas siderales -el famoso 12-1 al Barcelona el 8 de febrero de 1931, por ejemplo- que consiguió aquel equipo. Y probablemente también que San Mamés, todavía hoy, continúe sin tragar las demoras en el juego, los adornos superfluos.
En realidad, lo que amaba el técnico inglés, casi tanto como la música -el hombre llegó a ofrecerse como director de la banda municipal de Bilbao- era la inteligencia en el terreno de juego. Ante un futbolista inteligente e imaginativo, Frederick Beaconsfield Pentland se quitaba el bombín o la txapela. Le ocurría con el pequeño de los Aguirrezabala. «Hay jugadores que tienen que jugar para los demás y otros a los que hay que dejarles jugar. No hay que cortarles la iniciativa. A Chirri II, la inteligencia del juego, ¿qué había que indicarle?», se preguntó una vez. También le sucedía con Guillermo Gorostiza, 'Bala Roja', un bandarra genial. «Yo no le tuve que decir nunca nada. Goros, mejor jugador del mundo. In dividualista, fenómeno. Cuando avanzaba, ni él sabía lo que iba a hacer. ¿Cómo se lo iba a indicar yo?».
Pentland, en fin, dejó un legado inmenso del que todavía disfruta el club rojiblanco. En los últimos ochenta años, el Athletic ha puesto en práctica distintos esquemas de juego, un poco al rebufo de las modas y los tiempos -del 2-5-3 pasó a la WM, luego al 4-3-3, al 4-4-2 o al 4-2-3-1-, pero hay algo que no ha cambiado. Siempre que el Athletic ha sido grande, la inspiración le ha venido del espíritu de mister Pentland.