jueves, 29 de agosto de 2013

Hasta siempre viejo amigo

(Artículo publicado por Jon Uriarte en el diario El Correo el 23/05/13)


Ha llegado la hora de partir. 31 años pesan, pero tenemos que despedir. Al fin y al cabo hemos sido uno. No recuerdo cuándo nos conocimos. Dice el carnet que fue allá por 1982. Disculpa la falta de concreción, pero uno siempre prestó en el fútbol más interés por la horizontalidad que por la verticalidad. Y entonces sólo miraba hacia el verde. Por eso, aquí y ahora, quiero agradecerte estas tres décadas de amistad. Llegaste un día con tus 39.999 familiares. Frecuenté a algunos de ellos durante estos años. Pero siempre te recordaré en pareja. Tú con tu hermano y yo con el mío. Alguien dirá que sólo sois asientos. pero hacéis familia. Por eso estas líneas y por eso esta pena.

Llevamos despidiéndonos como lo hacen quienes se quieren en las estaciones. Apurando los segundos antes de que suene el silbato y salga el tren. Porque tú y yo, viejo amigo, hemos vivido lo nuestro. Vimos cómo empezábamos a ganar la Liga en el 83 y cómo la cerrábamos en el 84. ¿Recuerdas cómo sacaron el córner desde nuestra derecha? ¿Y el que lanzaron desde la izquierda, cuando nos jugabamos la vida y el descenso? Si, ya sé que las preguntas ofenden. Que lo recuerdas todo. Como el recibimiento al Athletic campeón o las Ligas de nuestro equipo femenino. Días de gloria y también de derrota. Tres veces te traicioné, porque tres veces me marché. Pero no fue por tí, sino por el partido. No podía más. Tú, en cambio, allí seguiste. Solo. Rodeado de otros asientos y de otra gente. Por eso te pido perdón. Porque tú nunca lo hiciste. Y nunca lo harías.

113. Ese es tu nombre. Sin apellido. Cuando se es importante, sobra. Tú lo eres. Aunque nunca te diste importancia. Guardaste bajo tu sombra, con humildad, el bocadillo preparado por ama. Y sabías cuando no era casero, sino comprado precipitadamente en algún rincón de Pozas. También escondiste la lata de Kas, y la de cerveza años después, cuando la metía furtiva los días de cita importante que exigía cacheo previo. A cambio, yo te dejaba el cuadernillo que repartian en la puerta para que echases un vistazo a la clasificación y a la pinta del rival. Siempre fue así. Y no solo entre nosotros. Observa la fotografía que te saqué. Estás con tu hermano 112. Un puñado de esos cuadernillos asoma bajo él. Y retales de un periódico y un cigarrillo nervioso, tras el compañero que tenéis detrás. Restos olvidados tras la batalla.


Jon Uriarte ilustra su artículo con una foto de su asiento. Me he tomado la libertad de sustituirla con la foto del que ha sido durante más de veinte años mi compañero fiel. Es el número 35

Nunca había sacado una foto en San Mamés. Me refiero en nuestro sitio. Daba por hecho que sería eterno. Y a lo cotidiano rara vez se le inmortaliza. Pero todo tiene su fin. Por eso hoy recuerdo los días de vino y bota, recorriendo el pellejo la tribuna. Los rostros del fútbol. Gentes cuyos nombres quizá olvide. Pero jamás sus abrazos en goles y victorias. Tú tampoco los olvidarás. Ni a quienes fueron de mi parte a visitarte. Familia, amigos y conocidos. Unos ya se fueron, otros seguirán cuando nos hayamos ido. Pero sobre todo, acogiste a nuestra hermana. La que quiso ser socia desde el biberón y hoy es barria. Todo es barria ahora. Por eso el sábado 11 de mayo, pasadas las seis y cuando todos partían hacia las calles de Bilbao, me quedé a tu lado. Y te toqué por última vez. Creía que lloraría, pero no fue así. No había suficiente lágrima para tanta emoción.

Además, hubiese sido una zafia despedida. Reconozco que estuve a punto de robarte. Queria liberarte de la destrucción. Ya sabes que pedí comprarte para que, de ser esclavo, pasaras a ser libre. Pero no recibí contestación. Quizá, al final, alguien comprenda que nuestra amistad es especial. Que no eres sólo un asiento. Sino un compañero que me dejó subir sobre él para tocar el cielo con nuestra bandera y agitar la bufanda ante el mundo. Porque no hablarás, pero escuchas. No aplaudirás, pero aúpas. Has aguantado arrebatos en las victorias y golpes tras las derrotas. Como si tuvieras culpa de algo. Si de algo te podemos acusar es de ser parte de todo. De ese mundo llamado San Mamés. 'La Catedral' del fútbol. La que es tan grande y diferente que no tiene bancos, sino asientos. A veces blancos, como la honra. Casi siempre rojos, como la pasión. Y como tú. Ya estás viejo y descolorido, pero sigues siendo mi fiel compañero. Mi sitio. Mi asiento. Hasta siempre viejo amigo. Nunca te olvidaré. Quizá no pueda salvarte, quizá termines entre escombros, pero nadie podrá derribar los momentos que vivimos en el viejo San Mamés.