miércoles, 20 de marzo de 2024
A hombros, por la puerta grande
Fuente: Leyendas del deporte vizcaíno. (1995) Autor: Jon Rivas Albizu
Un alemán de paso por Bilbao puso un día el dedo en la llaga. Jupp Heynckes, curtido en mil batallas futbolísticas en su país, llegó a Euskadi y al poco dio una lección que no se puede olvidar, por lo que nos toca. José Angel Iribar había cumplido cincuenta años un par de días antes y, sin que nadie le preguntara, Heynckes arremetió contra la volatilidad de quienes creen ser aficionados de verdad. “Me ha parecido increíble”, dijo, “coger los periódicos y no encontrar ningún reportaje sobre El Chopo. En mi país, una efeméride de tanta dimensión como el medio siglo de un mito como Iribar hubiera llenado páginas y páginas en la prensa”. Sin ser vasco, Heynckes conocía la dimensión de Iribar, un portero que lo fue todo en el Athletic y que prefirió el silencio y la discreción en sus últimos días como guardameta. De él dijo otro técnico extranjero, Helmut Senekowistch, que le tuvo en el banquillo toda la temporada: “Iribar es el mejor portero que tengo en la plantilla”. Pero El Chopo prefirió dar el relevo a los más jóvenes en vez de retirarse jugado como titular. Y es que la forma que tuvo Iribar de despedirse, sin ninguna alharaca, contribuyó a que el aficionado apagara también parte de sus recuerdos sobre un deportista que, en su modestia, tal vez lo más sonado que declaró alguna vez fue que se sentía cómodo entre los grandes porteros de su época.
El mito de Iribar, un portero que dio sus primeros pasos serios en el Basconia para recalar poco después en el Athletic, comenzó a fraguarse en serio cuando ya era, desde unos años antes, titular indiscutible en el conjunto rojiblanco y había obtenido el mayor éxito que consiguió en su carrera, el campeonato de Europa de selecciones, ganado a la Unión Soviética en la final de Madrid gracias al famoso gol del zaragocista Marcelino. Este delantero y aquel escenario tuvieron mucho que ver con la leyenda de Iribar. Todo sucedió dos años más tarde, el 29 de mayo de 1966. De nuevo José Angel Iribar tenía la obligación profesional de situarse bajo las porterías del estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Enfrente el Zaragoza y en juego nada menos que la Copa.
El Athletic llegó a la final, pero a qué precio. En el camino, Piru Gainza, que por aquel entonces dirigía a los leones, perdió a gran parte de sus titulares a causa de las lesiones. Tuvo que improvisar, sobre todo en defensa, y alineó a un equipo de circunstancias. Para más desgracia, enfrente se situaba la delantera de moda del fútbol español, la de los Cinco Magníficos del Zaragoza. Aquello sonaba a duelo desigual. El periodista bilbaino José María Múgica lo describía así en las páginas de La Gaceta del Norte: "El público del estadio Bernabéu asistió !asombrado! al insólito duelo, insólito por lo desigual, de cinco grandes delanteros contra un portero, que lo paraba todo o casi todo... Aquella tarde los aficionados consagraron a Iribar ya como una especie de monstruo de las porterías. Fueron tantas y tan sensacionales sus paradas a los innumerables remates de los maños que Iribar fue paseado a hombros al terminar el partido, como si hubiera sido el único y gran triunfador de aquella final de Copa. Y eso que perdió el Athletic por dos a cero. El colosal estadio madrileño fue una caracola que repitió una y otra vez el rugido de la muchedumbre que aclamaba un nombre, el de Iribar". En esa final comenzó a corearse la testicular consigna de "Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno" que no dejaría de repetirse hasta la retirada del Chopo. El mítico Zamora destacó entonces que "este chico se encuentra siempre en la trayectoria del balón. Tiene la facultad de colocarse en el sitio ideal para cubrir la portería, además de un sentido milimétrico de las distancias, algo sensacional. Un fuera de serie".
Fue esa final el comienzo del mito, pero antes ya había dado muestras el guardameta guipuzcoano del Athletic, que estaba en el camino de convertirse en santo y seña del club rojiblanco. Una noche, en Orense y frente al Coruña, hubo que dirimir el partido en los lanzamientos desde el punto de penalty. Iribar paró los cuatro primeros y el quinto, lanzado por Veloso, se marchó fuera. En aquel entonces cada equipo lanzaba las penas máximas por separado así que cuando le tocó el turno al Athletic y marcó el primero, todo el campo se puso en pie para ovacionar a Iribar.
Luego llegarían hitos importantes para la carrera deportiva del Chopo. Como las dos Copas que ganó, en 1969 frente al Elche y en 1973 ante el Castellón. O el récord de internacionalidad, que se adjudicó en el estadio Handem Park de Glasgow, el 20 de noviembre de 1974. Sin embargo, también tuvo sus críticos. Julián García Candau, en el libro "El fútbol sin Ley", le defiende de éstos: "Han dicho algunos que tenía el defecto de tragarse goles incomprensibles. De Iribar habría que decir que en ocasiones se le acusó de haber fallado porque no se tuvo en cuenta que en sus circunstancias, otro guardameta ni siquiera hubiera dado la sensación de que el balón era parable. Recuerdo el día que España ganó en Glasgow a Escocia. A Iribar le marcaron un gol que según algunos no se debió producir. Fue un remate de cerca, fuerte, a media altura y pegado al palo derecho de su portería. En un alarde de reflejos se lanzó y alcanzó a darle un manotazo a la pelota. En el rechace llegó el gol. Era un balón imparable para la mayoría de los porteros de todo el mundo. El llegó a impedir el tanto en primera instancia. Otro no hubiera podido hacer aquel alarde". Y es que, como dice la canción, como Iribar no hay ninguno.
José Angel Iribar Kortajarena
Nació en Zarautz el 1 de marzo de 1943. Sus inicios en el fútbol fueron a través de los torneos playeros organizados por el Club Deportivo Zarautz. Ese fue su primer equipo de donde recaló en el Basconia, todavía en edad juvenil. En el club basauritarra, por entonces en Segunda División, se convirtió en titular indiscutible y fue protagonista de uno de los mayores éxitos del equipo gualdinegro, que apeó de la Copa al Átlético de Madrid para ser posteriormente eliminado por el Barcelona. A Iribar ya le pretendían varios equipos, pero fue el Athletic el que consiguió su fichaje en junio de 1962 por un millón de pesetas y la cesión de varios jugadores. En el Athletic comenzó como suplente de Carmelo. Debutó con Juanito Ochoa como entrenador, en un Valencia-Athletic. Luego volvería a la suplencia aunque por poco tiempo ya que en 1963 era ya titular indiscutible. Villalonga le llevó a la selección y en 1964 fue copartícipe de la Copa de Europa de selecciones ganada a la Unión Soviética por 2 a 1. Jugó cinco finales de Copa. Ganó las de 1969 y 1973 y perdió las de 1966. 1967 y 1977. Fue subcampeón de Liga en la 1969-70 y de la UEFA en 1977. Llegó a internacional en 49 ocasiones, batiendo el histórico récord de Ricardo Zamora. Se retiró del fútbol en la temporada 1979-80. Su último partido oficial fue un encuentro de Copa en San Mamés frente al Getxo (7-1) y el último delantero que tuvo el honor de marcarle un gol, el gualdinegro Lekerika. Después pasó a la plantilla de técnicos de Lezama. Ascendió al Bilbao Athletic a Segunda División y entrenó al Athletic en la temporada 86-87. Actualmente sigue dentro del cuerpo técnico del club rojiblanco.