domingo, 11 de diciembre de 2016

José Ángel Iribar: “Me emociona que un niño me llame ‘Txopo’ por la calle”

Entrevista publicada por Arantza Rodríguez en el diario Deia el 11/12/2016

Recientemente nombrado Ilustre de Bilbao, con el Premio Lauaxeta aún caliente entre la manos, este mito del fútbol se antoja un gran hombre y no solo por su estatura


Como buen Ilustre de Bilbao, nació donde quiso, en Zarautz. Fue guardameta, pero no solo defendió con ahínco la portería del Athletic. También el euskera y la ikurriña. José Ángel Iribar, El Txopo, pasará a la historia como una leyenda del fútbol, aunque, más allá de los trofeos que tapizan su casa y su despacho en el Palacio Ibaigane, deslumbra su humanidad. Esa que le ha llevado al lecho de muerte de un desconocido para arrancarle una sonrisa. Esa que floreció cuando él mismo estuvo a punto de sucumbir por la fiebre tifoidea. De carácter afable, el legendario jugador se antoja un gran hombre y no por su estatura.

Dos premios más para su amplia colección. ¿Cómo los ha recibido?

-Estos reconocimientos sientan muy bien. A estas edades mejor aún.

¿Los Ilustres de Bilbao nacen donde quieren, incluso en Gipuzkoa?

-Pues sí. La verdad es que vine cuando me fichó el Athletic y llevo ya 55 años. Yo no renegaré nunca de mi tierra, pero tengo una muy buena química con la gente de Bizkaia.

Ahora es fácil presumir de Bilbao. Cuando era gris, ¿costaba más?

-Las ciudades las hacen sus gentes y tanto el bilbaino de aquella época como el de ahora siempre se ha sentido orgulloso de ser de Bilbao y lo ha trasladado a todo el mundo. Yo he intentado llevar su nombre a través del Athletic por donde he ido.

Y habrá encontrado a aficionados por recóndito que sea el lugar.

-En todos los sitios el Athletic siempre está acompañado. Jugábamos, por ejemplo, en Chicago, que no era muy futbolero, y aparecían allí.

Dice que el título de Ilustre es “demasiado”, pero muchos le consideran un mito. ¿Se ve como tal?

-Es muy difícil verse a uno mismo, pero por ese título no voy a cambiar. Es más, me da más responsabilidad de intentar hacer las cosas mejor.

Las estrellas del fútbol parecen hoy día poco menos que dioses.

-Añoro la etapa en la que el futbolista era más cercano. En el Athletic podemos presumir de cierta normalidad en comparación con otros, pero el fútbol se ha sobredimensionado. No creí que iba a evolucionar en esa línea de estrellato, de tanto dinero, pero parece que eso da buenos resultados a algunas empresas.

¿Qué siente cuando un niño a día de hoy le reconoce por la calle?

-Cuando un niño por la calle me llama Txopo, pienso: ¿Quién le habrá dicho eso? Me emociona. Que la gente diga que ha disfrutado viéndome jugar es uno de los mayores elogios.

¿Qué le dicen sus nietos? ¿Son conscientes de quién es su aitite?

-Tengo una nieta de 19 años no muy futbolera y un nieto que va a hacer 4. Hace poco me pidió unos guantes y anda entrenando con su aita. Yo de vez en cuando le tiro también.

¿Le gustaría que siguiera sus pasos?

-Hombre, si vale, sí. Que haga deporte es muy sano y muy importante, pero que estudie también.

¿Qué seguidor le ha roto el corazón o emocionado especialmente?

-Gente moribunda que quería que estuviera cerca en el último momento. He ido a hospitales, a casas... Te llamaba la familia: “Oye, es que tiene la ilusión...”. Es muy duro, pero si le puedes sacar una sonrisa, son los momentos más emocionantes, te llegan hasta el fondo del alma.

Usted mismo estuvo a punto de morir por la fiebre tifoidea. ¿Qué aprendió tras aquello?

-Estaba muy metido de lleno en el fútbol y, cuando salí de eso, empecé a mirar más al entorno, a ser aún más cercano y a estar más pendiente del devenir de la propia sociedad.

O sea, que se implicó más, en vez de centrarse solo en su carrera.

-Pensé que era un poco egoísta y que se podían compaginar las cosas.

Acaba de recibir el Premio Lauaxeta por su difusión del euskera.

-Sí, por aunar el euskera y el deporte. Sacamos el primer diccionario de términos deportivos en euskera y otro exclusivo para el fútbol.

¿Siempre ha podido hablar su lengua materna con libertad?

-Sí, aunque no pude estudiar en euskera. Al profesor que nos daba canciones intentaron echarlo porque, por lo visto, decir que los pájaros trinan en euskera era subversivo. En Zarauz lo hablábamos todos, aunque a las chicas las presionaban más para que hablasen castellano.

¿Lo dejó alguna vez de practicar?

-Cuando llegué a Bilbao, me refugiaba en el Casco Viejo porque escuchaba euskera. Viví con una familia de Zeberio y, aunque su euskera era muy diferente, por lo menos me daba aire. Siempre lo he sentido dentro. Mi aita ha tenido mucho que ver porque era un ferviente defensor del euskera.

¿Cómo ve la salud del euskera? ¿Le apena que no se hable más?

-Sí me da pena porque la gente ya lo sabe. De todos modos, no hay ni comparación con la etapa en que llegué yo. Hubo un momento en el que parecía que se podía perder, pero ahora el euskera está a salvo, aunque hay que sacarlo más a la calle.

¿Qué se puede hacer para que los chavales lo hablen fuera del aula?

-Es complejo, pero los niños tienen sus ídolos y estos tienen bastante influencia. Por eso es muy importante que los jugadores del Athletic hablen en euskera en los medios.

¿Dañó al euskera el ser utilizado como arma arrojadiza en política?

-Sí, no ha sido todo perfecto, pero eso está superado. Hoy la gente lo habla y lo tolera. Hay un consenso y eso ayudará a que en el futuro se hable en todos los estamentos. Escribir en las nuevas tecnologías en euskera también va a ser vital.

De niño ayudaba en casa y a las tardes jugaba al fútbol en la playa. ¿Soñaba con dedicarse a ello?

-Mi meta era emular a los porteros del pueblo sin querer ser una estrella. Fui paso a paso, hasta fijarme en las grandes figuras. Trabajaba la imaginación porque los partidos no se televisaban. En la peluquería disfrutaba porque veía las revistas de fútbol. Decía: ¿Esto cómo lo habrá hecho? y soñaba con eso. He sido muy soñador.

¿Le llegaron a pitar o insultar alguna vez en el terreno de juego?

-Sí, claro. Después de sacar la ikurriña, cuando íbamos a jugar por ahí, había un concierto de silbos, pero yo he tenido la virtud de saber concentrarme en el juego.

El lunes hizo 40 años de aquel día en que exhibió la ikurriña, aún ilegal, junto con el capitán de la Real en Atocha. ¿Temió ir a la cárcel?

-Sí, pero nos sentimos arropados por la afición y eso da mucha confianza. La propuesta fue de los jugadores de la Real y se gestó hora y media antes del partido. Les dije en el vestuario que creía que era un buen momento, que era una petición unánime de la sociedad y había que dar ese paso y parece que les convencí porque todos accedieron.

¿Cómo lo llevaron a cabo?

-No era fácil porque aquello estaba lleno de grises. Un jugador de la Real, Uranga, que en ese partido no jugaba, trajo desde Getaria una ikurriña confeccionada por su hermana. Cuando salimos los dos equipos, saltó al campo y nos la ofreció.

¿El público acogió bien su gesto?

-Aquello fue una explosión de júbilo. Nos sentimos muy satisfechos, pero durante el partido estábamos pensando: ¿Y luego qué? No hubo represalias, más allá de los silbos en otros campos o las crónicas más o menos vehementes de los periodistas. Lo bueno fue que meses después fue legalizada. De alguna manera fue un paso importante en ese sentido. Nos tenemos que sentir orgullosos.

También exhibieron brazaletes negros por el fusilamiento de cinco personas, entre ellas Txiki y Otaegi. Usted era de los que se mojaba.

-Eso fue tras la muerte de Franco. Había habido tal represión y había tanto que reivindicar... Apoyamos muchas cosas a nivel social, laboral, huelgas... Eran momentos cruciales y lo normal es que todos se implicasen, y en el Estado eso no era bien visto.

Formó parte como independiente de la primera mesa nacional de Herri Batasuna. ¿Cómo valora el momento político actual?

-Muy positivamente. He añorado estos momentos muchísimos años. Ahora parece que estamos todos en la foto, no falta nadie, la gente se habla, discute, debate. Eso es un avance que en el futuro dará sus frutos. Hace años el único que fue capaz de reunir a todos los grupos, sin excepción, fue el Athletic en las fiestas de Bilbao. Es el nexo de unión de muchas formas de pensar y en eso también es grande.

Tenemos la mejor afición del mundo ¿bilbainada o hecho fundado?

-Es muy entendida, sabe cuándo animar y cuándo callar. En otras gradas veo a gente mucho más hooligan. Luego, incluso cuando hemos ido mal ha ido más gente a apoyarnos. El Athletic es una gran familia, hay momentos en que puedes criticar, pero cuando hay que echar una mano todos se vuelcan y sientes más ese calor. Esa es su grandeza.

Un buen ejemplo es cuando le sacaron a hombros tras perder la copa de 1966. ¿Cómo lo recuerda?

-Con sorpresa. Ya me gustaba el público, pero con aquello la afición me ganó. Me dije: Estos son diferentes, porque eso no lo he vuelto a ver. Perder una final y que te saquen a hombros y te pongan la txapela. “¿Pero qué hacéis?, si la txapela se les pone a los txapeldunes”, les decía yo. Qué reacción más buena para mí, para el equipo y para el club.

¿Cómo vive la rivalidad entre las aficiones del Athletic y la Real?

-Me parece fenomenal que se hagan bromas y apuestas, es enriquecedor. Todavía estoy por ver en otros clubes aficiones que se sienten y vayan juntas al partido o novios que vayan con la camiseta del Athletic y la Real. Eso es un valor añadido.

Jugó 614 partidos con el Athletic. ¿Cuál fue el más emocionante, independientemente del resultado?

-Elegir uno es complicado. Lo más difícil es mantener una carrera. El gran partido de mi vida fue cuando ganamos la Copa, que era nuestra asignatura pendiente y la gente lo estaba deseando. Fue inolvidable, el mejor partido del equipo porque había dado esa alegría a la afición. Cuando ganábamos fuera encuentros importantes, decíamos: Qué contenta estará la gente de Bilbao, porque eso se percibe.

¿Sería capaz de adivinar por las caras si el Athletic ha ganado o no?

-Sí, me lo noto a mí mismo. Suelo decir que los lunes que perdemos estoy con unas agujetas terribles (ríe).

¿Recuerda el momento más duro que ha vivido en San Mamés?

-Cuando te sale un mal partido, pero la verdad es que yo me he sentido muy arropado siempre. Incluso por goles que han sido errores míos recuerdo que le han echado la culpa a la defensa. A mí me parecía injusto, pero el público es soberano.

¿Añora la vieja Catedral?

-Sí, todo lo que hemos hecho ha sido allí, hay mucha historia, aún están las almas de los aficionados runruneando. El nuevo está ahí mismo y tiene cosas positivas, como la mayor comodidad o que es un campazo, pero nuestra generación lo añoramos.

Un mito, un buen padre, un euskaldun de pro, un ilustre bilbaino... ¿Cómo querría que le recordaran?

-Como un buen deportista quizás, pero tampoco, porque la gente es soberana y la historia la hará el aficionado. Como no está en mi mano, no me preocupa demasiado. Me preocupa cómo soy y cómo voy a vivir lo que me queda. Me gustaría seguir con ganas de hacer cosas, aportar algo a la gente.