Atravesadas tres décadas sin morder el metal de un trofeo, la vigencia del Athletic se mantiene inalterable porque el pulso del club no reside en su palmarés sino en su grandeza
Dani, Sarabia, Zubizarreta, Patxi Salinas, Goikoetxea, Endika y Clemente, con la Copa conquistada en 1984 ante el Barça. en el Santiago Bernabéu.
Vive el fútbol moderno, cada vez más industria, mercancía y parqué bursátil, por encima de los sentimientos, de la pasión y del juego, asunto menor, instalado en el trastorno bipolar, sobreactuado, desquiciado. Agitado por un relato histriónico, de héroes o villanos, de ganadores o perdedores, de trofeos y de fracasos, de Doctor Jekyll y Míster Hyde. Envuelto en el viciado manto del cortoplacismo, alimentado por los fogonazos de los flashes, pateando las alfombras rojas de vestuarios que son camerinos, el fútbol corre el serio riesgo de instalarse definitivamente en la pantalla de una calculadora. La hoja de resultados, la propaganda de los fichajes y el exhibicionismo de la vitrina son algo así como la Santísima Trinidad.
"No hay vitrina, pero hay grandeza", se felicita Imanol Ibarrondo, exfutbolista profesional y director del instituto de coaching deportivo, Incoade. Se refiere Ibarrondo al escaparate del Athletic, que no ha dado la bienvenida a ningún trofeo en las últimas tres décadas. El doblete de la campaña 1983-84 -hoy se cumplen treinta años del último título, la Copa ante el Barcelona- es la última huella de un Athletic campeón. "Digamos que ha tenido una racha tonta larga, pero es más importante la personalidad del club, su identidad, que los trofeos", establece Enric González, periodista y escritor, autor de las deliciosas Historias del Calcio, un viaje literario a la idiosincrasia italiana a través de los raíles del fútbol. Espanyolista confeso, -"sé perfectamente lo que es estar mucho tiempo sin ganar un título", advierte con un punto de resignación- el escritor entiende que se mire con nostalgia al pasado de festejos, pero cree que "el Athletic es un club singular, contracultural, insólito" y esa naturaleza le otorga una personalidad "única" que no debe ser fagocitada ni por el oropel de los triunfos que hubo, ni por los cantos de sirena de supuestos paraísos que pueden conducir a "la vulgarización" bajo la coartada de que así se puede conquistar la gloria. "Nadie garantiza que puedas ganar aunque fiches sin restricciones. De hecho, bien mirado, la mayoría no gana. Lo raro es ganar, más si cabe en una liga como la española, con mamuts como el Barcelona o el Madrid". Lo del Atlético es la excepción que confirma la regla: "algo extraordinario", estima el escritor.
La tormenta perfecta
Las normas que regían el fútbol cuando el Athletic era campeón nada tienen que ver con las que gobiernan en estos días. En las últimas décadas, el viento del fútbol arreció con fuerza contra la singularidad "de jugar con futbolistas locales", apunta Enric González. La eliminación del derecho de retención, que servía como dique de contención para hacer frente a los mayores depredadores, la caída de los cupos de extranjeros, la libre circulación de futbolistas gracias a la Ley Bosman, el maná televisivo por hacerse con los derechos de retransmisión del fútbol sumada a la conversión de la mayoría de clubes en Sociedades Anónimas Deportivas, dañaron la capacidad competitiva del club bilbaino. "De por sí el Athletic se autolimita a la hora de fichar y además lo que compra es más caro", dice el periodista. "De repente, había un montón de clubes que tenían muchísimo dinero entrando en caja y que gastaban como si no hubiera mañana en fichajes que en condiciones normales resultaban imposibles". En ese ecosistema, repleto de nuevos ricos, el club bilbaino perdió pie y se trastabilló. "Evidentemente era más complicado competir en una situación de ese tipo, del todo artificial", recalca Imanol Ibarrondo.
Además de la tozudez de la realidad, de los fríos datos, de la indudable alteración de un modelo, hasta erigir uno completamente irreconocible, a un viaje lunar del anterior, no se puede perder la vista sobre el fútbol, tan caprichoso como es. "Esto es fútbol, no hay que olvidarlo. Es un juego. La final que más cerca se estuvo de ganar fue contra el Atlético en Copa en la temporada 1984-85. Las otras dos finales de Copa las jugamos contra el mejor Barça de la historia, así que lo normal era perder. La de Bucarest también se perdió con el Atlético de El Cholo, que mira dónde está ahora", radiografía Imanol Ibarrondo, que pretende un club grande más que un equipo ganador, una entidad que devuelva todo lo que se le da. "La gente lo da todo de manera incondicional sin esperar nada a cambio. Pa mí tiene que ser un referente ético, un ejemplo de las cosas bien hechas y de las buenas prácticas. El Athletic tiene que hacer que nos sintamos orgullosos y para eso su misión es la de ser un club ejemplar".
En las últimas tres décadas, el Athletic ha estado presente en cuatro finales: tres de Copa y una de la Europa League. En ese tiempo también ha firmado un segundo puesto en Liga, el que le otorgó el billete para ir a la Champions League. En esas circunstancias se impone un pregunta: ¿Puede conseguir títulos? "No me parece inverosímil que el Athletic gane alguna Liga o sea capaz de encadenar algún título de Copa. Ha estado cerca", comenta Enric González, si bien el periodista cree que las posibilidades pasan porque los "dos monstruos (Barcelona y Real Madrid) fallen". El liderato del Atlético de Madrid, que encabeza el campeonato liguero y que disputará la final de la Champions contra el Real Madrid, sirve como marco para poder soñar con alcanzar el laurel en el futuro. "Pero cuando hablamos del Atlético, hablamos un club errático, que lo mismo gana la Liga y luego se puede ir a Segunda", dice Enric González.
Fortaleza y debilidad Aunque muy distinto al club madrileño en todas sus expresiones, el Athletic también flirteó con el descenso. El catártico bienio negro lo representa como ningún otro hito el duelo sin retorno frente al Levante en San Mamés. Una pesadilla que todavía sacude a la hinchada. Ese punzante recuerdo sigue aún muy pronunciado en la memoria colectiva de la afición, el bien más preciado del club. "Sin duda, la afición es la gran fortaleza del Athletic, que posee una parroquia muy fiel. Nadie discute el club. No hay ninguna duda, ni un atisbo de escepticismo sobre el Athletic", remarca Enric González. La inquebrantable fidelidad de la afición rojiblanca es el principal capital de la institución, pero los analistas defienden que debe existir una masa crítica "porque las virtudes del club contienen también sus riesgos. Cuando a uno todo lo que le ofrecen le parece bueno, corre el riesgo de acomodarse", advierte Enric González. El acomodamiento suele ser un billete de ida a la mediocridad, un destino incierto, más si cabe en el fútbol que castiga ejemplarmente las dudas y los malos proyectos. "El Athletic necesita tensión", entendida esta como exigencia, para dar lo mejor de sí mismo. "El Athletic tiene que jugar como un grande. Ir a por todas. Ser valiente. Y eso no siempre ha sido así. Luego se puede ganar, empatar o perder. De hecho, ceder a las excusas, agarrarse a las coartadas para no competir de verdad, como ha ocurrido durante varios periodos, resulta muy peligroso para el Athletic", disecciona Imanol Ibarrondo. "El mercado del Athletic es el que es. Una mala temporada o una tendencia negativa no se puede solucionar como en otros clubes, que lo mismo les da traer a un malayo o un ucraniano", recuerda Enric González, convencido de que las rivalidades futbolísticas son buenas como acicate de los clubes. "El Liverpool tiene al Everton, el United al City, pero el Athletic no tiene un rival próximo o ciudadano. La Real no lo es. Eso puede implicar una tendencia hacia el relajamiento peligrosa". Se trata, pues, de "ser capaces de competir con los mejores", resuelve Ibarrondo. Eso no debe "malinterpretarse con ser campeones y lograr títulos. Hablamos de planos distintos".
Más allá de los títulos
El objetivo del Athletic, establecen los analistas consultados por este periódico, no se encuentra tanto en la calculadora como en el estilo del relato que conduce al césped, donde el fondo y las formas tienen que ir de la mano. "Lo esencial no es ganar, si no existir, competir y saber quién eres", apuntala Enric González. "No soy del Athletic por los títulos. Si me interesara ganar me haría del Madrid o del Barcelona", enfatiza Imanol Ibarrondo, que opina que el club debe alejarse de la inmediatez y del ruido que establecen los resultados y buscar la grandeza a modo de bien supremo. Para Imanol Ibarrondo la grandeza nada tiene que ver con la acumulación de copas en la sala de trofeos. "Entiendo la grandeza como sentirte orgulloso de tu equipo por lo que es, por lo valores que transmite, no por lo que gana". Ser grande, la búsqueda de excelencia, es una misión, una idea que cree Ibarrondo tiene que regir el rumbo del club, se gane o se pierda. "En eso sí hay que intentar ser el mejor: para el club quiero nobleza, respeto al juego, ser valiente y salir a ganar siempre. Eso de dominar lo que se llama el otro fútbol, que en el fondo es ser tramposo, no va conmigo. No me identifico con eso, en absoluto. El deseo de ganar tiene que estar siempre presente, pero sin atajos".
La filosofía del club, más o menos matizada, "una anomalía extraordinaria", confiere al Athletic "al mismo tiempo" su fortaleza y su debilidad según Enric González. "La gracia del Athletic está en su forma de ser, aunque eso signifique que se autolimita y tenga más complicado competir con las grandes potencias del fútbol europeo", añade. Sin embargo, no hace tanto tiempo fue capaz de hacerlo con una cabalgada extraordinaria por la Europa League alcanzando cotas inimaginables. "Bielsa nos devolvió la ambición, la creencia de que se puede ser grande sin poner ni una sola excusa, sin trasladar la idea de que no se puede competir porque no tenemos las mismas armas que el resto. Eso es algo que debe prevalecer. El Athletic de Ernesto Valverde ha interiorizado ese mensaje. Ese es el camino", concede Imanol Ibarrondo. En ese camino el Athletic tiene que ser más grande que mil copas.