Hoy cabe entonar aquel viejo canto de San Mamés, el 'Beti zurekin', tras la muerte de Beti Duñabeitia.
Bilbao pone a media asta las banderas en memoria de Duñabeitia
Su última visita al nuevo San Mamés en el primer partido oficial ante el Celta. (Foto Athletic Club)
Hoy los vivos de Bilbao estamos un poco más muertos al conocer el adiós de Jesús María Beti Duñabeitia, a los 84 años de edad. Hoy hay que gritar, junto al poeta mexicano Carlos Fuentes y junto a los suyos, aquello de "qué injusta, qué maldita y qué cabrona es la muerte", porque el espíritu bravo de Beti Duñabeitia, un león de los despachos, tanto allá en el viejo San Mamés desde donde izó el estandarte del moderno Athletic, como en el Ayuntamiento de Bilbao, donde aún humea su recuerdo, ha hincado la rodilla.
La muerte llama, uno a uno, a todos los hombres y a todas las mujeres, sin olvidarse de uno solo -¡Dios, qué fatal memoria!- y ha llegado a los pies de la cama de un hombre que ha dejado huella en Bilbao. Cómo no hacerlo si los versos del poeta uruguayo Mario Benedetti parecen escritos para él, para recordarle. "Después de todo/la muerte es solo un síntoma/de que hubo vida". Las palabras retumban a los pies de su cadáver aún caliente para no olvidarle.
No. No deberíamos. Aquel hombre con aire de gentleman que había cosido su buen nombre en la famosa tienda 'Un mundo elegante' es inolvidable por mil y un razones. No en vano, cumplió el sueño de todo buen bilbaino: ser alcalde de la ciudad y presidente del Athletic. Hubiese sido demasiado ser Amatxu de Begoña aunque le profesaba fe ciega.
Hoy las crónicas de la memoria nos abruman con fechas, datos e hitos; el hilo con el que reconstruir una biografía de urgencia. El 8 de junio de 1976 dimitió como directivo de la junta directiva de José Antonio Eguidazu, en medio del temporal desatado por la búsqueda del sustituto a Rafa Iriondo en el banquillo. Menos de un año después fue elegido presidente el 24 de mayo de 1977 por los socios compromisarios tras imponerse a Ignacio de la Sota (169 a 156 votos) en unas elecciones de alta tensión, tras las cuales lanzó una promesa solemne: "Habrá elecciones democráticas". Tardaría dos meses y medio de presidencia, el 8 de agosto de 1977, en izar la ikurriña en San Mamés -aquella decisión valiente le causaría un sinfín de quebraderos de cabeza en su negocio, en la legendaria tienda de la calle Correo del Casco Viejo...- y poco más en cumplir su palabra. Dimitió para poder presentarse a unas elecciones ya democráticas -podrían votar en ellas los 17.450 socios del Athletic mayores de 21 años- y el 5 de noviembre de 1977 fue investido presidente tras convocar unos comicios que no llegaron a celebrarse. Él era el elegido. De su mano las mujeres abonadas adquirieron la condición de socias y echó a andar la remodelación de San Mamés, que se engalanaba para el Mundial de 1982.
Aún puede escuchársele, hablando del Athletic, aquello que ahora sobrecoge "no me gusta mucho el concepto de sobrevivir porque parece que estamos en ruinas...". Jamás asumió como un lastre la filosofía del club sino como un aliciente, más un ejemplo que un milagro. Y de su mano llegó Javier Clemente al Athletic. "Aurtenetxe le hizo la oferta pero yo le firmé el contrato", recordaba en los buenos tiempos, cuando hablar del Athletic aún le hervía en las venas. Tanto que aquel 7-1 en el Bernabéu con Senekowitch en el banquillo le dolió con siete lanzas. Lo hizo hasta el último aliento. ¿Hablar del Athletic, he dicho? No tuvo pasión más grande. Hoy doblan por su recuerdo las campanas de La Catedral, allá donde estén.
Ir y venir con Bilbao a cuestas, esa ha sido la vida de Beti Duñabeitia, el hombre que guardó silencio en los últimos años, quizás para regodearse con tanto cuanto vio. No en vano, el 20 de diciembre de 1990 llegó a la Alcaldía del Ayuntamiento de Bilbao con la encomienda de domar los fuegos del trepidante mandato de José María Gorordo. "Era la calidad humana por encima de todas las cosas", recordaba ayer una voz anónima del Consistorio. Durante aquellos cinco meses de gobierno tendió un puente de plata para la llegada de José Luis Robles, siempre sin un mal gesto, siempre con aquel aire dandy, aquella atmósfera del Mundo Elegante. Desde el Consorcio de Aguas del Gran Bilbao, donde ejerció de presidente ejecutivo, donde le alumbraron los últimos focos de la vida pública y donde pasó las de caín con aquellas sequías tremebundas que le trajeron grandes desvelos y quebrantos de salud.
Se va un hombre grande y su marcha nos empequeñece. La vida, su vida, fue una gran sorpresa. La misma vida que nos ha enseñado que basta un instante para hacer un héroe y una vida entera para hacer un hombre de bien. Beti Duñabeitia no fue un héroe, pero no hay voz que rebata que fuese un hombre de bien.
Hoy, cuando ya habita allá junto a Zarra, codo a codo con el gran Piru Gainza, con todos los ídolos de su niñez, es posible imaginarle con la media sonrisa a cuestas y ese aire de cantor de tangos argentinos que gastaba. Puede vérsele aún, emocionado con su Athletic y con un Bilbao que hoy le llora a lágrima viva. Debiera hacerlo, es una deuda de gratitud.
Se ha ido Beti Duñabeitia, un alma grande. Y ahora viene bien recordar que son las grandes almas las que tienen voluntades; las débiles tan solo deseos. La suya fue una vida de voluntades, un sube y baja de zancadas y tropiezos y, quién sabe, tal vez con un sueño perdido: ¡Qué no hubiese dado por ser Zarra!
Goian Bego / Descanse en paz